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1179. El trágico Día "D"

Frente de Madrid. Ciudad universitaria, noviembre 1936


El general Miaja y el coronel Rojo, con los ojos brillantes de júbilo, estudian minuciosamente la orden de operaciones del Cuartel General enemigo, que un venturoso azar ha puesto en sus manos.

—¡No pasarán! —exclama triunfante el defensor de Madrid después de considerar atentamente el plan de ataque del adversario.

Los rebeldes han puesto en línea ante Madrid un ejército de unos treinta o cuarenta mil hombres, distribuidos en pequeñas columnas. Sus bases de partida para el ataque son el Campamento de Ingenieros, el Campamento de Carabanchel, el pueblo de Carabanchel alto y Villaverde. La idea de la maniobra es ingeniosa y de buen estilo.

Dos de las columnas, las señaladas con los números dos y cinco, tienen la misión de atacar Madrid por el Suroeste, en dirección de los puentes de Segovia y Toledo, a las seis de la mañana del día «D». Ahora bien, la verdadera finalidad de este ataque no es otra que la de atraer engañosamente hacia este sector al grueso de las fuerzas republicanas. Se les da orden terminante de no intentar en ningún caso el paso del río y de no emplearse a fondo en una batalla que podría ser costosísima.

El verdadero ataque a Madrid lo darán las columnas número uno, tres y cuatro, que se desplazarán sigilosamente hacia el Noroeste y atravesando por sorpresa la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria, caerán sobre el corazón de Madrid. La columna número cuatro avanzará por la Casa de Campo, siempre hacia el Norte y su misión es contener los posibles ataques de las fuerzas de socorro que los republicanos hagan venir de la sierra. Cubriendo el flanco izquierdo, esta columna se abrirá camino por la Ciudad Universitaria hasta el Hospital Clínico, donde se fortificará. (Esta columna fue la única que consiguió su objetivo; llegó hasta el Hospital Clínico, y allí entre sus escombros, permanece al cabo de año y medio).

La columna número uno, protegido su flanco izquierdo por la columna anterior que le dejará paso, tiene la misión de entrar en Madrid por el Paseo de Moret y el de Rosales, la calle Marqués de Urquijo y la calle de la Princesa. Se fortificará en la Cárcel Modelo y en el cuartel del Infante don Jaime, asegurando el enlace con la columna número cuatro, instalada previamente en el Hospital Clínico y dará paso, a su vez, a la columna número tres, que ocupará la base para el ataque general sobre Madrid, formada por el Paseo de Rosales, las calles Marqués de Urquijo, Ferraz, Princesa y la Plaza de España. Al terminar la operación, esta columna habrá ocupado el Cuartel de la Montaña y tendrá dominados con sus fuegos el Palacio Nacional y la Gran Vía.

Dos columnas más, la seis y la nueve, formadas por moros del territorio del Ifni, el Tabor de la Mehal–la, los Requetés de Navarra, los voluntarios de Sevilla y Canarias y la Guardia Civil, quedan concentradas en Alcorcón, Villaverde, Getafe y Leganés, a las órdenes inmediatas del general en jefe, para acudir en el momento preciso al sitio de peligro.

Madrid está perdido si esta operación se efectúa tal y como está prevista en esta «Orden general número quince», que tiene ahora en sus manos el general Miaja.

—¡Hubiese caído en la estratagema! —exclama el defensor de Madrid con absoluta sinceridad—. ¡La finta del adversario era buena!

La maniobra de los rebeldes era realmente perfecta. Mientras las masas de los milicianos se apelotonaban en los barrios populares del Sur, para contener el simulado ataque contra los puentes de Segovia y Andalucía, el grueso de las fuerzas rebeldes, corriéndose hacia el Norte, se filtraba por la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria para caer de improviso sobre Madrid, en donde entrarían por una zona expedita formada por grandes avenidas, jardines y edificios aislados, que los milicianos serían incapaces de defender. Se daba el caso de que así como en los barrios bajos había una barricada en cada esquina, en el sector por donde se proponían entrar los rebeldes no había ni una garita. Es más: en la misma línea trazada como eje de marcha de las columnas enemigas había en aquellos momentos una extensión de doce kilómetros completamente desguarnecida, sin defensas naturales y sin la más insignificante obra de fortificación. Entrando por las alturas de la Casa de Campo, las lomas de la Ciudad Universitaria y el paseo de Rosales, los Rebeldes llegaban al centro de Madrid por un terreno llano y despejado, mientras que en la zona Sur el cauce de Manzanares constituía un foso terrible, dominado siempre por el hacinamiento de viviendas humildes de los barrios populares, cuyos moradores las defenderían una por una con aquel encono y aquel heroísmo desesperado con que los chisperos supieron defenderse contra los granaderos de Napoleón.

Con la orden de ataque del enemigo a la vista, el general Miaja va cubriendo los puntos amenazados, en los que sitúa a las escasas fuerzas con que cuenta. Los hombres disponibles son pocos. Para llevarlos al Noroeste hay que quitarlos de los sectores del Sur, donde están conteniendo difícilmente los avances enemigos. La verdad es que sobran hombres, pero faltan soldados.

Surge entonces una nueva incógnita. Es lo más probable que el mando rebelde, al advertir, como es lógico, que su plan de operaciones ha caído en poder del enemigo, se apresure a modificarlo. Esto es lo razonable. Lo que ha sido para ellos una contrariedad puede convertirse en una doble finta. Todo el arte de la guerra consiste precisamente en esto, en sacar partido en todas las situaciones y en convertir las contrariedades en ventajas. Si el mando republicano conoce el plan de ataque, tanto mejor; se modifica, se le ataca por otro sitio y se le sorprende aún más desprevenido y desconcertado de lo que estaba. Esta hubiera sido la jugada genial de los militares rebeldes. El Estado Mayor de Miaja la tenía.

Miaja escucha esta prudente advertencia de su Estado Mayor y reflexiona. En este momento culminante entran en juego, a fondo, toda su capacidad profesional, su experiencia, sus dotes psicológicas, su inteligencia, en suma. Cierra los ojos y piensa: ¿Qué capacidad de improvisación, qué agilidad mental es la de los hombres que tengo en frente? ¿Cómo reaccionan habitualmente ante un hecho inesperado? Miaja les conoce bien; ha convivido con ellos muchos años, sabe exactamente de lo que son capaces y lo que les está vedado, sus vicios y sus virtudes, su valor personal, su pereza mental… Una leve sonrisa aparece en sus labios.

—¡Todas las fuerzas al sector Noroeste! —ordena—. ¡El enemigo perecerá en el eje de marcha que él mismo se ha trazado!

En este crítico instante, ni antes ni después, se salvó Madrid.


El día «D»

Al amanecer del tercer día de la defensa de Madrid, se han acumulado en la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria todas las fuerzas que se han podido reunir. Una vez más se ha requerido a los sindicatos y sobre el frente amenazado se vuelcan pelotones y pelotones de voluntarios que por primera vez han tomado un fusil en sus manos horas antes de entrar en fuego. Los directivos sindicales van por los talleres reclutando hombres para el frente. Incluso los barberos jóvenes dejan sus tijeras y navajas para empuñar el fusil y en dos horas forman el pintoresco batallón titulado «Los Fígaros». Estos héroes insospechados dirigen al Ministerio de la Guerra una comunicación que tiene cierta grandeza espartana. Dice así textualmente: «Se ha formado el batallón de “Los Fígaros”, que ha salido para el frente, cumpliendo las órdenes de Vuecencia. Van cuatrocientos cincuenta y tres hombres y llevan cuarenta y un fusiles».

Los dependientes de comercio han organizado otro batallón que lleva el impresionante título de «Los Leones Rojos». Hasta los toreros han formado su unidad de combate.

Se advierte que antes de que amanezca el enemigo ha ido tomando las posiciones que en su orden de operaciones se señalan como punto de partida para el ataque a Madrid. Su artillería formada por dos grupos de baterías del quince y medio, dos de diez y medio y otros dos del seis y medio, rompen el fuego contra las posiciones republicanas. Según estaba previsto, el enemigo comienza atacando por los sectores del Suroeste, como si efectivamente se propusiera pasar el Manzanares por los puentes de Segovia y Andalucía. En la madrugada los milicianos han volado con dinamita el famoso puente de Segovia. El ataque por este lado sigue pareciendo inverosímil al general Miaja. Desde el cauce del Manzanares hasta el núcleo central de Madrid, por la calle de Segovia arriba, hay un desnivel de cincuenta y nueve metros, en poco más de un kilómetro. Subir por la calle de Toledo hasta la Plaza Mayor, recorriendo cerca de dos kilómetros cuesta arriba sería también una temeridad. Por eso, aunque la presión del enemigo en este sector es durísima y los milicianos temen ser arrollados allí, el general Miaja concentra toda su atención en los sectores del Oeste.

Una columna enemiga rompe, efectivamente, las tapias de la Casa de Campo y favorecida por los añosos árboles que pueblan esta antigua propiedad de la Corona, va infiltrándose en dirección de la carretera nueva de Castilla, por donde se propone bajar al Puente de los Franceses, para ganar la Ciudad Universitaria. Los milicianos oponen una tenaz resistencia; pero, paso a paso, tienen que irse replegando ante la acometividad de los marroquíes y los profesionales del Tercio.

El general Miaja, con las manos a la espalda, va y viene a lo largo del vasto salón del Ministerio de la Guerra, siguiendo minuto por minuto las fases del combate. Con acento seguro y reposado, dicta incansable sus órdenes, sin un minuto de desfallecimiento. A pesar de su ceño fruncido y del tono seco y duro de sus palabras, infunde este hombre tal sensación de seguridad, que quienes en torno suyo consideran la defensa de Madrid como una loca aventura, se olvidan de toda inquietud y sugestionados por él, se consagran ciegamente a la labor, con ese encarnizamiento y esa eficacia de quienes saben que su esfuerzo no será vano.

Los momentos llegan a ser angustiosos. Las baterías enemigas cañonean furiosamente los cruces de la carretera de Castilla, La Coruña y El Pardo. Protegidas por el fuego de su artillería, las columnas rebeldes avanzan hacia la Ciudad Universitaria. Las mejores tropas de la República, los veteranos de Líster, Galán, Barceló y Mena tienen que ir cediendo terreno.

Una punta de vanguardia rebelde, dura como el acero, perfora el frente republicano, ocupa el cerro de Garabitas, vadea el Manzanares, sobre el que tiende una pasarela y se abre camino hacia los campos de deporte de la Ciudad Universitaria.

Madrid está a punto de sucumbir.


«¡UHP! ¡UHP!»

La rotura del frente y la infiltración del enemigo en este sector, pudieron ser decisivos. Las masas de milicianos inexpertos habrían abandonado el campo en plena desbandada, si aquel mismo día no hubiese hecho su aparición en Madrid una fuerza nueva, una tropa aguerrida con la que el enemigo no contaba: la Brigada Internacional.
Fueron solo tres mil quinientos hombres. Antiguos soldados de la Gran Guerra muchos de ellos; en su mayoría comunistas alemanes de la columna Thaelman y anarquistas italianos del Batallón de Garibaldi; aquellos tres mil quinientos veteranos que sabían luchar en campo abierto, fueron los que, en la Casa de Campo, el Puente de los Franceses y la Ciudad Universitaria, se pegaron heroicamente al terreno y salvaron Madrid.

Los madrileños les habían visto cruzar horas antes por las calles, arracimados en unos camiones en los que a toda velocidad les habían traído de Albacete y de los acantonamientos próximos a Madrid, adonde habían ido concentrándose.

Con el puño en alto y gritando «¡UHP!» (Unión de Hermanos Proletarios), aquellos hombres venían de los cuatro puntos cardinales de Europa para hacer de los arrabales de Madrid la trinchera mundial de la revolución.


Manuel Chaves Nogales
La Defensa de Madrid - Capítulo 5


La Defensa de Madrid es una recopilación de dieciséis artículos periodísticos de Manuel Chaves Nogales publicados en dieciséis entregas semanales, entre el 5 de agosto y el 22 de noviembre de 1938 en la revista mexicana Sucesos para todos bajo el título Los secretos de la defensa de Madrid con ilustraciones de Juan Helguera. En 1939 fueron publicados en el diario británico Evening Standard bajo el título de The Defender of Madrid, en doce entregas, del 16 al 28 de enero.

María Isabel Cintas Guillén , tras un exhaustivo trabajo de investigación, reunió los artículos en un libro publicado en 2011, editado por Renacimiento.












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