Tomás Segovia
(Valencia, 21 de mayo de 1927 - México DF, 7 de noviembre de 2011)
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«La pérdida es más nuestra que lo
perdido »
«Mi padre era socialista de la
época en la que el socialismo era una moral. Mi familia tenía esa tradición, de
un socialismo puritano. Se contaba en mi familia que mi abuelo, que era muy
amigo de Pablo Iglesias, tenía el número dos del PSOE. No sé si es verdad o
leyenda, pero lo que significa sí es verdad. Luego siempre me tocó ser marginal
y anómalo. Nací en Valencia, por casualidad, ya digo, y cuando vinimos a Madrid
me llamaban pataqueta, que era un panecillo valenciano. Luego, durante la
guerra, nos marchamos otra vez a Valencia para huir de los bombardeos. Fue el
primer lugar en el que me llamaron refugiado. Nos lo llamaban los niños
valencianos a los que veníamos de Madrid. Y nos tiraban piedras. Luego, en
Francia, petit réfugié. Y en México, refugachos. Con una
educación así, o se pasa uno del todo y te rindes y te esclavizas o te vuelves
incorruptible. Ante el menor acomodo no puedes dejar de darte cuenta de lo que
es. A esa educación hay que añadir la de los maestros del exilio. Aunque yo me
desmarco del gueto del exilio español, como dicen en México: lo que sea, de
cada quien. Fue gente que nunca tuvo tiempo de ganar, en nada. Fueron siempre
las víctimas».
«En el 39 había un ambiente
angustioso porque se palpaba la guerra mundial, y eso hasta un niño de 11 años
lo notaba. Con todo, para mí era el paraíso, porque salía de aquella guardería
de París, que era el infierno: la habían organizado precariamente para 50 niños
y habían metido 350. Nos pegaban, nos robaban... Cuando me sacan de ahí y me
llevan a un pueblecito de los Pirineos voy al paraíso. Eso sí, vimos pasar a
Francia a la gente que huía. Nos poníamos al lado de la carretera con peroles
de café o de caldo que había hecho mi abuela, pero dabas caldo a 20 personas y
pasaban miles».
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