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3128. Me lo decía mi papá. Voces de resistencia y dignidad

Me lo decía mi papa. Voces de resistencia y dignidad

“…El vil asesinato y la muerte de los nuestros puso fin a su sufrimiento, pero la condena, la persecución y el dolor no desaparecieron. El fascismo, por manos de sus gentes, no tenía bastante con la sangre inocente derramada. Debían asegurarse que los objetivos finales de su cruzada, el arrancar hasta el último vestigio de pensamiento libre o disidencia, se llevaban a cabo. Los que quedaron fueron testimonios de ello, en muchos casos, de manera directa.

He querido hacer visibles a esos héroes de lo cotidiano y de la lucha diaria para salir adelante, a pesar de persecuciones y represiones. Retomando el relato donde lo dejamos, haremos un recorrido a través del dolor de aquella viuda que, sin poder ocuparse de su propio duelo por la pérdida de su compañero debía ocuparse de cinco huérfanos; del shock emocional de cinco criaturas a las que les fue arrebatado su padre; de los insultos, las vejaciones, las humillaciones, las persecuciones, el acoso a una familia castigada injustamente y que tras intentarlo por todos los medios, tuvo que huir de las tierras de sus ancestros para buscar una oportunidad que en su pueblo les era negada en lejanos territorios; de hijos que acabaron en instituciones religiosas por imposibilidad de atenderlos, de largas jornadas de pastoreo, de kilómetros y kilómetros de caminar en la búsqueda de leña y de cualquier criatura  comestible, de kilos y kilos de ropas lavadas a ajenos, de servidumbres y cocina para otros estómagos, de hambre y de dolor propios sin fin.

Un infierno insoportable pero que fue afrontado por los que quedaron con la misma dignidad que tuvo mi abuelo en su prisión y muerte. Sus últimas palabras en las que decía a su familia que fuesen por la vida con la cabeza bien alta, puesto que a él no lo mataban por ladrón o asesino sino por sus ideas, fueron y han sido estandarte de sus sucesores.

ME LO DECÍA MI PAPÁ quiere ser también la voz de aquellos que padecieron en carne propia el latigazo del régimen y de la represión franquista, directa o indirectamente. Por voz de sus protagonistas escucharemos el relato de sus propias vivencias, de sus tragedias, de sus ilusiones, de su sacrificio y su lucha.

No hubo distinción por edad, sexo, profesión, domicilio que marcase unos límites a la acción del brazo genocida de Franco a través de sus secuaces. Viudas, huérfanos, madres, hombres y mujeres de todo el territorio.

Hoy podemos conocer con un cierto detalle el alcance y las consecuencias de esa represión. Represión que fue mucho más allá de la mera eliminación física de los discrepantes o de los que hubiesen participado, de alguna manera, en el apoyo a la experiencia republicana.

Los esclavos del franquismo, los niños robados o enviados a países lejanos, los huérfanos, los exiliados políticos y los económicos, los represaliados en los campos de concentración y exterminio, en territorio español y fuera de él, los perseguidos por su militancia clandestina, los maquis y la resistencia, los familiares de los represaliados, los presos de la dictadura, los torturados a lo largo de esas décadas e incluso en períodos ya «democráticos», etc. etc.

Son muchos los escenarios personales diversos, todos trágicos y sangrientos y estoy firmemente convencido que su visualización es esencial y por ello es un objetivo central en esta nueva entrega.

A través de protagonistas reales intentaremos hacerlo. Con testimonios directos o con la reconstrucción de esas historias a través de otros relatos existentes o de otro tipo de documentación, daremos la palabra a estos auténticos actores de nuestra memoria histórica. Por ello el subtítulo de VOCES DE RESISTENCIA Y DIGNIDAD”.


Alberto Valenzuela Carreño
Me lo decía mi papá. Voces de resistencia y dignidad
Editorial Círculo Rojo, 2020


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MERCEDES. Mi abuela. Viuda con 33 años de Manuel Valenzuela Poyatos, ejecutado el 12 de enero de 1940. Cinco hijos.

“Manuel, Manuel… te arrancaron de mis brazos aquel doce de abril. Tus hijos, nuestros hijos, miraban incrédulos la escena. En una casa que no era la nuestra nos decíamos adiós con el corazón sangrante, mientras Torcuato Segura y Fermín el Lindo, con sus azulados uniformes, te conminaban a salir de una vez.

Miraba los ojos de nuestros hijos llorando amargamente aún sin tener conciencia real de lo que pasaba. Dejaron que los besaras y te despidieras. Observaba los ojos temblorosos pero inyectados en sangre de aquellos a los que tiempo atrás abríamos la puerta de nuestra casa sin tener que llamar. Notaba su forzada rabia y también su disimulada cobardía. También veía tu orgullosa, pero vidriosa mirada, diciéndonos adiós a todos. Nos encerraste entre tus brazos enormes y apretaste con fuerza como queriendo inhalar y atrapar nuestras esencias, mientras nos decías con palabras poco convincentes que pronto estarías de vuelta con nosotros. El silencio se hizo cortante antes de tu salida. Grababa firmemente en mi cerebro aquellos instantes, viendo tu espalda que se alejaba calle abajo y sobre todo tú última mirada antes de desaparecer a nuestros ojos. Toda la vida la he conservado y la he recreado en mis adentros. Quisieron impedir el vernos. Te sustrajeron de mi lado, pero estuviste más cerca de mí y de nosotros que nunca. Más de cincuenta años después sigo conservando intactos aquellos recuerdos.

Por fin, llegó el momento de nuestro reencuentro. Toda mi vida he añorado esta posibilidad. Por el camino quedaron mis convicciones religiosas y mis palabras reclamando ayuda a la virgen del Carmen que tan poco bien te procuró. No creo en esas monsergas del paraíso terrenal, los angelitos y todo el circo que, desde siempre, nos han explicado a golpe de crucifijo y de temores a la condena eterna. Sin embargo, quiero creer en que hay algo más después de nuestra muerte. Sé que habrá un espacio, aunque sea breve, de reencuentro para el que me llevo preparando desde hace tiempo.

Cincuenta años de mi vida sin ti dan para mucho pero bien sabes que ni en uno solo de esos días he dejado de tenerte presente, de hablarte, de estar juntos.

Ahora, ya en mi adiós a la vida terrenal, cubierta la etapa de acompañar a los vivos, puedo despedirme, con una cierta tranquilidad, de nuestros hijos, nietos y bisnietos; los frutos de aquella aventura que emprendimos cuando apenas éramos unos críos y que aquel doce de enero pretendieron finiquitar con tu asesinato.

Estoy nerviosa y triste por marchar, aunque con una cierta alegría por el convencimiento de nuestro encuentro. Mi castigado cuerpo ya no da para más y se va rompiendo a trozos. Roturas que se iniciaron con aquella separación obligada y que día a día, hasta este, mi último momento, ha supuesto un continuo desprendimiento. Como te digo, en cierto modo marcho tranquila. Nuestros hijos, nietos y bisnietos certifican el éxito de nuestra simiente. Los veo felices, orgullosos y con fortaleza para seguir dejando nuestra huella generacional.

¿Quién hubiera podido imaginar que seríamos capaces después de lo difícil que nos lo pusieron? Los miro, sobre todo a los más pequeños y se me escapan las lágrimas pensando en lo que te has perdido y en lo que se han perdido ellos; porque, sin duda, hubieras sido un abuelo y un bisabuelo genial.

Nuestra vida no ha sido nada fácil. Nada nos han regalado en todos estos años y hemos tenido que pasar mil y una penalidades para ahora gozar de esta tranquilidad. La situación y las dificultades en que nos dejó tu desaparición nos obligó a aunar esfuerzos para sobrevivir como la prioridad absoluta. Ni tiempo nos dejaron para llorarte como correspondía. Nos ayudó el no darte nunca por perdido y pensar que seguías a nuestro lado transmitiéndonos esa energía tan intensa que desprendía toda tu persona. Así te hemos sentido todos estos años.

Aquel doce de enero cuando estábamos a punto de llegar, como cada día, a la ermita y me dijeron que ya no hacía falta que continuase mi camino ya que no había ya nadie esperando esa comida, sentí un pinchazo tan fuerte en mi corazón que te juro que noté que algo se me quebró dentro de mí antes de caer de rodillas al suelo y abrazar a nuestros hijos que lloraban sin parar”…


Lorenzo Valenzuela Martos (1934). Huérfano de padre. Activista y sindicalista.

“…Ahora, desde la distancia temporal, 80 años después, recorren mi mente todas aquellas escenas y las que vendrían posteriormente. Los años, el dolor, el miedo, la desesperación, el hambre, la persecución, la humillación, el silencio forzado, fueron aportándome la información precisa para entender lo que vivimos aquel doce de abril de 1939 y digerir todo lo que vino después porque el calvario no había hecho más que empezar.

La rabia contenida ha ido alimentándome de energías y mi compromiso con tu memoria y el dar cumplimiento a tus últimos deseos han ido dirigiendo mis pasos a lo largo de la vida. A mis 85 años miro a mi alrededor, a los míos y pienso que estarías contento. Lo he hecho lo mejor que he podido y he sabido. Vivo, ya por fuerza por la edad, unos tiempos de recuerdo y de reflexión. Voy y vengo a lo largo de mi vida y me veo con ánimos de abrir el cajón de los recuerdos y dejarlos fluir. Estos últimos meses, con la publicación de tu libro, hemos conseguido volver a hacerte presente. Después de muchos años, tu nombre ya figura y encabeza la placa conmemorativa del cementerio, junto al de los cerca de ciento cincuenta compañeros más. También pudimos brindarte nuestro homenaje, en el Marchal, tu pueblo y en Guadix. Medio a escondidas, eso sí, con el temor y el miedo aún presentes, tu nombre se escuchó de nuevo en voz alta, mientras la emoción nos embriagaba. Ya basta de agachar la cabeza y de callar. Pude gritar y sentirte de nuevo a mi lado. El pasado se hace presente y los recuerdos luchan por abrirse paso. Me siento descansado después de una vida tan exigente e intensa.

Mi infancia se detuvo a los cinco años. Además de los llantos y la inquietud de madre, recuerdo muy bien las largas caminatas a Guadix con la ilusión de poder verte y de si hubiese suerte, poder abrazarte. No puedo tampoco olvidar aquellos instantes en los que te vi salir maniatado junto a otros compañeros, de las Castañedas, rambla arriba, dirección a la ermita de San Antón y al cementerio. Hacía muchos días que no te habíamos visto. Tus ojos brillaban mirándonos, mientras gritábamos: ¡papá, papá! Los guardias no nos dejaron acercarnos ni que os pudiéramos seguir. Yo miraba hipnotizado tus manos atadas por cuerdas como si fueseis animales y me dolían como propios los estirones que os daban. ¿A dónde le llevan?, gritábamos a madre. ¡Queremos que vuelva a casa!, le exigíamos, mientras la pobre aguantaba sus lágrimas y su corazón se rompía viendo la escena. Preguntó y alguien le dijo que os llevaban a la ermita. Yo no entendía para qué os llevaban a una iglesia. Al día siguiente descubriría la realidad…”


Magdalena Ordóñez López. Hija de José Ordoñez, ejecutado el 12 de enero de 1940. Educadora y activista de la Memoria Histórica.

“Muy tarde en mi vida, comprendí, que todo lo que llevaba vivido había sido un puro engaño y que esa vida no me correspondía, debido al «GOLPE DE ESTADO» que dieron los militares encabezados por el dictador Francisco Franco...”

Hoy a los ochenta y siete años que tengo, lloro mucho la injusticia que se hizo con mi padre y pienso en la vida de familia que me perdí: lo orgulloso que se hubiera sentido con nuestros progresos y todo lo que implica una vida familiar.”


Juan Carreño Rodríguez (1917-2016). Voluntario del Ejército Republicano. Preso en Argelès y en campos de trabajo. Exiliado en Francia.

“A punto de cumplir los cien años miro hacia el paisaje y hacia mi interior sentado en la terraza de mi habitación. La residencia ha sido mi última morada. Tuve que dejar la casa donde vivía porque ya mi castigado cuerpo y mi debilitada mente no me permitían seguir con la vida que, de manera solitaria y autosuficiente, había tenido desde que salí de mi casa con apenas dieciocho años para incorporarme como voluntario al Ejército Popular de la República.

No era fácil para un joven de diecinueve años emprender aquella aventura. Es difícil poder explicar como un ser humano puede manejarse durante muchos meses sometido al infierno bélico, a las carnicerías, a la muerte de compañeros, a las explosiones atronadoras, a las terribles condiciones de frío, calor, lluvia o nieve; a la escasez de alimentos, ropa o tabaco. Me convertí en hombre de golpe. Lo que tuve que vivir y soportar no hay palabras que lo expresen. Aún, a veces, siento aquel miedo paralizante, aquel pánico inmenso que invadía mi cuerpo cuando estábamos en medio de un combate o el silencio aterrador que se daba en los tiempos de esperas eternos o aquel olor a azufre y carne quemada que se quedaba en nuestro olfato y en nuestras ropas que nos acompañaba durante días….”


Juan Pinilla Martín. Cantaor flamenco. Columnista, escritor e investigador. Comprometido con las causas sociales y la Memoria Histórica.

“… quiero aprovechar estas líneas a través de las cuales he hablado públicamente por primera vez de mi bisabuelo, para rendir tributo a todas aquellas mujeres y todos aquellos hombres que sufrieron lo que no nos podemos imaginar, a manos del fascismo. Quiero hacer extensible mi homenaje, a los cientos de compañeras y compañeros que hoy ponen todos sus medios para ayudar en las tareas de búsqueda de los cuerpos y, en definitiva, de reparar heridas que tantos años llevan sangrando.

A todas y todos quiero haceros llegar mis palabras a través de estas palabras. Sois los verdaderos artífices de una democracia que está por construir todavía. Una democracia que no ha enterrado aún a sus muertos es una democracia incompleta. Los pueblos sin memoria, son pueblos condenados a la repetición de las barbaridades. Aunque haya muchos intereses porque no se conozcan los crímenes y las barbaridades del bando fascista en la guerra, nosotros debemos seguir luchando con la misma tenacidad de siempre y la misma determinación. La historia es la que es, y no la que nos ha querido contar el relato hegemónico…”


Constantino Enguídanos Ruíz. Niño del Auxilio Social. Activista sindical, político e internacionalista.

“…Los diez años que pasé en los diferentes colegios se caracterizaron exclusivamente por procurar mi supervivencia y no me paraba excesivamente a reflexionar sobre mi existencia y aquella realidad. Ha sido después, ya en la edad adulta cuando he adquirido una cierta conciencia de qué era aquello y qué me había podido suponer en mi desarrollo como persona.

Ha sido de bastante mayor, cuando fruto del trabajo de rescate memorialístico que muchos de aquellos niños y niñas (que pasamos por los diferentes centros y modalidades de Auxilio Social), venimos realizando; al amparo de profesionales que se han dedicado a investigar y sacar a la luz esta página tan oscura y dramática de la historia de España; cuando mi mente parece querer abrirse y mostrar siquiera en ciernes las vivencias y sobre todo las emociones contenidas. Aunque me cueste y nos suponga a la mayoría de estos niños acabar llorando amargamente…”

“…La educación de los niños era una piedra angular del proyecto fascista. Y si lo era para la población en general, con más motivo debía serlo para con aquellos niños, hijos de la miseria, del pecado o de la infecta ideología roja. Los encargados de llevar a cabo ese proyecto asistencial no podían ser cualquiera. La Falange, la sección femenina y, evidentemente, la «santamadreiglesia», estarían detrás para velar y asegurar el logro de los objetivos…”


Tomás Marín Martínez, (a) Tomi (1925). Luchador antifranquista y activista internacionalista.

“…Todos sabíamos y éramos conscientes a lo que nos exponíamos con nuestro compromiso político, lo que suponía caer en las garras represivas del aparato policial y la dureza del pase por las prisiones franquistas. También éramos conocedores de que el período más crítico era el de la detención y los interrogatorios en comisaria que se alargaban días y días; donde algunos compañeros nuestros se dejaron la vida o los que mayormente probamos las más salvajes de las técnicas de tortura aprendidas de los nazis. Por ello el paso por el tribunal y acabar en la cárcel era un mal menor. El hecho de que hubiese tantos antifranquistas encerrados y la experiencia adquirida a lo largo de los años propició la construcción de una red de apoyo y recursos impresionantes.

Las duras condiciones de vida, la escasez de recursos para mantener una mínima dignidad personal en higiene, alimentación o cuidados médicos era afrontada desde la organización colectiva. Por mucho que la dirección de la prisión intentase evitarlo, la mayoría de los partidos clandestinos funcionaban en las cárceles y en colaboración con el exterior procuraban cuidarse de los suyos. Fue esencial en los años más duros del franquismo. Se procuraba acompañamiento legal, recursos económicos a través de colectas que llegaban de todas las partes del mundo, principalmente del exilio y ayuda también para los familiares de los presos. Éramos una gran familia…”


Gabriel Ortega. Cantautor-Rojo Cancionero. Activista cultural y político.

“...Durante mi infancia, mi abuelo era un retrato, una imagen, un cuadro colgado en la pared del cuarto de mi madre y mi padre. Reflejaba un hombre recio y fuerte y le acompañaba en la parte baja del cuadro una pegatina del territorio de Andalucía con la bandera verdiblanca. No recuerdo el momento en el que supe que, a mi abuelo, «lo habían matado en la guerra», pero fue pronto. En mi casa la política estaba muy presente en nuestra cotidianidad. Mi madre y padre, como millones de españoles, vivieron el exilio económico en Suiza y a su vuelta, compraron un pequeño piso de 50 metros cuadrados en Móstoles, donde crecimos. Desde muy pronto, participaron en el movimiento vecinal para reclamar escuelas, calles asfaltadas o un hospital público. Eran tiempos de lucha popular en los barrios obreros del sur del Madrid. También simpatizaban con el Partido Comunista y, aunque nunca tuvieron el carnet, sí que participaban activamente en todo tipo de convocatorias y movilizaciones…”


Manuel Roldán. Activista político y vecinal.

“…Y llegó el día 1 de mayo.  Corría el año 1969, para mí amaneció más temprano que de costumbre o, mejor dicho, dormí menos porque era el día que mis hermanas habían decidido llevarnos a vivir a Barcelona, más concretamente a Sabadell, donde ellas vivían…”

“…A principios de la década de los setenta la lucha de clases ocupaba todos los rincones de la sociedad, las fábricas, las asociaciones, los barrios, la universidad, las fiestas y actos populares, todo tenía sus toques reivindicativos para dar salida a los vientos de libertad que necesitaba un pueblo oprimido y casi asfixiado como el nuestro, nuestra España. Entonces empezó a vislumbrarse la primavera que estábamos esperando y con ella el brote de un montón de partidos políticos de izquierdas y algunos sindicatos, pero divididos y como siempre en detrimento de nuestros intereses colectivos, por la diversidad ideológica. Yo me decanté por el MCC, Movimiento Comunista Catalán, y fui simpatizante afín por muchos años…”


Roser Escrich. Presa del Franquismo. Activista política.

“…Recuerdo muy bien la fecha, 9 de febrero. Celebramos el cumpleaños de mi madre, pasamos el día en familia, todo normal. Pero no terminó siendo un día normal. Nos fuimos a dormir y a eso de las 2.30 de la madrugada nos despertaron en la habitación unos hombres de paisano, que resultaron ser policías. Nos pidieron a mi hermana y a mí que nos vistiésemos, oímos ruidos en el comedor y cuando entramos vimos libros tirados por el suelo. Dijeron que buscaban armas, nos quedamos perplejas. Medio dormidas, no entendíamos nada de lo que estaba pasando. Les dijeron a mis padres que volveríamos al día siguiente y nos llevaron a Vía Layetana…”

“…Llegamos a la cárcel de la Trinidad, pasamos por la ducha, nos registran por todos lados, debajo del pelo, en nuestras partes. No son funcionarias, son monjas. Nos llevan a una sala grande, hay muchas camas y muchas ventanas, muy altas. Para ver algo, tenemos que subirnos a las camas. Contamos 10 ventanas por lado. La orden de estas monjas se creó cuando Franco ganó la guerra y se llaman: LAS CRUZADAS…”


María Ulloa. Activista social.

“…Mi abuelo y su padre Guillermo Jurado se fueron a luchar con los rojos, me explica mi madre y mi abuela con sus cuatro hijos y junto a más mujeres, dejaron la aldea donde vivían y caminaban de pueblo en pueblo donde pudieran refugiarse, a veces cayendo las bombas por donde pasaban. Eran jóvenes y mi abuela contaba anécdotas de cómo su cuñada cuando empezaban a caer las bombas se protegía poniéndose un cubo en la cabeza. A pesar de los momentos de terror, luego se reían de las ocurrencias que se les pasaban para protegerse…"

“…La posguerra llegó y se encarnizó con los rojos, mis abuelos y sus hijos. Sus hijos desnutridos, sin comida, muertos de frio en invierno y sin ropa, apenas harapos finos y rotos, con zapatos que se hacían ellos mismos con trapos y suelas de goma que apenas duraban algunos días sujetos en el pie. Muertos de frío y de hambre sin energías para jugar, se juntaban en las esquinas donde hubiera un rayo de sol para calentarse, y obligados a trabajar en condiciones de esclavitud por un mísero trozo de pan………Mi padre nos ha contado en muchas ocasiones cuando se peleó con un perro que llevaba en la boca un trozo de pan, hasta que consiguió arrebatárselo, siempre lo explicaba con tristeza: el perro y él muertos de hambre…”

“…Y su vida transcurrió enfrentándola con mucha valentía, emigrando a Barcelona con su hermano, que no tendrían más de dieciséis años; en el tren, de polizones, cambiándose de vagón en vagón y llegando como tizones del carbón del tren. Llegaron a Torre Baró con la gran oleada de inmigración obrera de los años 50 y 60, construyendo sus propias casas, en un barrio de fuertes pendientes y calles serpenteantes que rodeaban la montaña, un barrio que carecía de equipamientos, sin recogida de basuras ni alcantarillado, ni fuentes ni asfaltado, sin transporte ni servicios de ningún tipo (ni escuelas, médicos, mercado, guardería). Un barrio autoconstruido por hombres y mujeres que luchaban día a día por tener un techo, un trabajo y los servicios necesarios para tener una vida digna construyendo sus casas, sus pueblos, y sus ciudades…”

“…Así transcurría mi vida reuniones, asambleas, acompañamiento a los juzgados saliendo de las reuniones tardísimo, acompañando a las mujeres afectadas a los juzgados o a los despachos de los abogados por la mañana,  con tres hijos y embarazada de mi peque, recogiendo y llevando a los niños al cole, llegando a casa para hacer la comida, compraba el pan para hacer los bocadillos de toda la semana y congelarlos para ahorrar tiempo así solo había que cogerlos por las mañanas, volviendo a ir por las tardes a las reuniones. Las mujeres de la comisión me decían que iba a parir en una de las reuniones. Cuando nació mi hija me la tenía que llevar a las reuniones y allí le daba la teta junto con otras dos chicas que también tenían bebés y con las que compartíamos los carritos si alguno de los peques se quedaba dormido para que pudiera descansar, y demás cosas que pudiéramos necesitar las unas de las otras, pañales, agua, galletas, etc., (pocos hombres había en esa reuniones, dos o tres nada más), llegando hasta cambiarle los pañales en un sofá pequeño que había en uno de los  despachos de los juzgados y que me ofrecía una de las mujeres que trabajaba  allí, viéndome que necesitaba un sitio…”


Susana Gil Castro. Documentalista e investigadora histórica.  

“….Los que murieron y los que sobrevivieron a la guerra civil, a la postguerra y a la dictadura, sobre todo si pertenecían al bando perdedor, no fueron los únicos que quedaron con secuelas. Aquellas víctimas directas, traspasaron su dolor, su miedo y su tristeza a posteriores generaciones. Sus hijos, sus hijas, sus nietos y sus nietas, hemos heredado las secuelas de aquella terrible época. Hemos heredado las heridas que ellos sufrieron, nunca curadas, muchas infectadas y que aún no han podido cicatrizar.

Si ellos vivieron el momento, en su cuerpo, en su mente… nosotros lo hemos vivido en su ser. Hemos visto sus heridas abiertas, sobre todo en su alma, y en muchos casos las hemos heredado también. Heridas que han traspasado el tiempo y el espacio. Heridas y vacíos. Vacíos generados por los que no pudieron estar. Vivencias perdidas por la falta de los que murieron, sin tener ninguna oportunidad. Recuerdos arrancados y olvidados, de las víctimas que no llegamos a conocer.

Mis recuerdos son una mezcla de sus recuerdos, contados con sus palabras, y de sus no-recuerdos, fruto de recuerdos ajenos a ella: mis tías, amistades, personas anónimas que comparten sus propias vivencias. También algunos son fruto de investigación, aunque es muy difícil adentrarse en la historia real, ya que la información está destruida, escondida, no accesible… los ganadores tienen mucho que ocultar y poco que mostrar de las barbaridades que llevaron a cabo…”


Tania Gil Ulloa. Hija y nieta de luchadores.

“…Mi suegra, Dolores Velázquez Cabello (Loli) nació un 2 de septiembre de 1943 en Villanueva del Rey (Córdoba). Fue la mediana de cinco hermanos y vivió con sus padres en una choza en la provincia de Córdoba hasta la edad de cinco años cuando se llevaron a su padre (Francisco Velázquez) preso al penal de El Puerto de Santa María en Cádiz. El delito que cometió su padre no está claro en su memoria ya que ella era muy pequeña cuando ocurrió, pero se acuerda de cuándo la guardia civil entró a su casa para llevarse a su padre, del miedo que pasaron ellos y de las prisas por recoger las cosas para irse de allí. Cuando ella quiso preguntar a su madre, tíos o hermanos mayores de porqué arrestaron a su padre tampoco le dieron una respuesta clara, unos decían que había cometido un robo, otros que disparó a alguien o que fue por ser de los rojos. Poco sabe y ya no queda nadie a quién pueda preguntar, pero el caso es que allí estuvo gran parte de su vida hasta que el papa Pío XII le diera el indulto. Murió a los 63 años de edad pudiendo conocer a tres de sus nietos….”


Domènec Martínez. Sociólogo. Ex preso. Activista político y de la memoria histórica.

“…Era una fría mañana del mes de marzo, aunque menos intensa que la del mismo mes del año 1942, cuando murió. Conservo la imagen también fría, aunque esta vez lucía el sol, de la fosa común de las personas republicanas represaliadas en el cementerio del Carmen, donde nunca faltan flores según nos cantaron. La sombra de Consòl y la mía se proyectan sobre su tumba, una fosa colectiva. Mi abuelo murió triste y ligero de equipaje, como el poeta. Una vieja camisa le devolvieron a mi abuela Aurora, junto con el certificado de defunción…”


José María Carrillo. Cantautor. Gente del Pueblo. Activista cultural y sindicalista jornalero.

“…Rebuscando hasta dónde llega mi memoria, entre mis recuerdos, he podido encontrarme con: … Que en mi calle y en mi barrio La Plata, me llamaban el Pepiyo de Irene, pero no porque fuera malo ni nada de eso, sino porque era mu protestón, de chico siempre respondía contrariamente a quienes quisieran meterme por el «ojo de una aguja», riñéndome o mandándome algo con lo que no estuviera de acuerdo o no me pareciera bien….”


Carmen Torrico Cañete. Activista social y feminista.

“…..La memoria es un gran ejercicio de recuperación y muy sano, pero a veces resulta dolorosa su evocación por el dolor que inevitablemente lleva asociado. ¡Qué importante es dedicarnos tiempo a conversar y a recrearnos en las experiencias y en los sentimientos de los demás! ¡Cuántas veces hemos escuchado a la mayoría de nosotros la tristeza que nos produce el no haberlo practicado con más asiduidad con los nuestros, el no haber prestado más atención a nuestros abuelos o a nuestros padres cuando nos contaban sus «batallitas»! Ahora que tenemos ya una edad y la vida nos coloca en la madurez, vemos con más perspectiva nuestra vida.

El pasado tiene mucha relevancia, tenemos también nuestra mochila de experiencias y toca ahora a nuestros hijos o nietos aguantar nuestra monserga. Y nos damos cuenta del valor de lo vivido, de lo experimentado y que somos una proyección de una línea de vida que viene de décadas atrás y que trascenderá tras nosotros. Nuestros hijos nos cuestionan como nosotros hacíamos con los nuestros (y como debe de ser), como les cuestionarán los suyos y nos imponen una reflexión sobre nuestras vidas y una manera distinta de valorar a los que han estado antes que nosotros; y también la incógnita de qué recuerdo dejaremos….”


Tania Valenzuela Torrico. Graduada Social. Hija, nieta y bisnieta de revolucionarios.

“…La historia del ser humano está marcada por las constantes violaciones de los Derechos Humanos y por la consiguiente impunidad de aquellos que las cometían. La sociedad cada vez más globalizada no hizo más que incrementar el problema y, por eso, resultó necesaria la creación de unos instrumentos de ámbito tanto universal como regional para garantizar una mayor protección de los Derechos Humanos. De aquí surge, entre otros, la jurisdicción universal.

El 14 de abril de 2010, coincidiendo con el aniversario de la II República, dos familiares de víctimas del franquismo (Darío Rivas Cando e Inés García Holgado), junto con algunas organizaciones no gubernamentales, interpusieron una querella ante los Tribunales de Justicia de la República Argentina, amparándose en la legislación existente sobre jurisdicción universal. Con ello, se pretendía que se investigaran los crímenes de genocidio y/o lesa humanidad -tales como torturas, asesinatos, desapariciones forzadas-, y demás ilícitos cometidos en España en el período comprendido entre el 17 de julio de 1936 y el 15 de junio de 1977.

…los impedimentos del Estado español dificultan que se pueda llevar a cabo de manera efectiva el procesamiento de los imputados por la comisión de diversos crímenes durante la Guerra Civil y el franquismo…”





1 comentario:

  1. ¡Con muchas ganas de lee ya el nuevo libro!
    ¡Ni olvido ni perdón!
    Guillem MB

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