Me dijeron:
"Ves los agujeros del
cementerio?
Son de tus camaradas, ahora tú tendrás
el tuyo"
María Torres / Abril 2010
La participación de
la mujer republicana en la Guerra de España fue crucial a nivel social y
político, no solo en labores de retaguardia, sino tomando parte activa en la
lucha y en el combate contra los sublevados. Participaron en el campo de
batalla, en la resistencia clandestina, en las guerrillas armadas y desde el
interior de las cárceles. Contribuyeron valiosamente con su lucha y su
constancia para recuperar los derechos que las mujeres habían conseguido en la
República y que fueron arrebatados por la dictadura franquista. Conquistas que
mejoraron la condición de vida de las mujeres en un duro y largo camino hacia
la igualdad.
Estas mujeres se
forjaron sobre la marcha de los acontecimientos y desarrollaron al mismo tiempo
una consciencia de pertenencia a una generación, a un pueblo, a una clase
social y a su género, consciencia que les condujo al compromiso político y a la
lucha por la libertad y la igualdad.
Concha Carretero es
la memoria viva de todo aquello que jamás debió ocurrir. Una mujer con ojos de
guerra que sufrió la tortura franquista y compartió prisión con las “Trece
Rosas”, pero tuvo más suerte que ellas.
Nació en
Hospitalet, Barcelona, en 1918 y por pura casualidad. Su padre,
anarquista, fue acusado de atentar contra el rey Alfonso XIII en su boda con
Victoria de Battenberg, por lo que tuvo que huir de Madrid y en esa huida
su madre se puso de parto.
A los dos años la
familia regresa a Madrid. Su infancia fue especialmente dura. Su padre apareció
muerto en la calle y en lugar de ser enterrado, se vendió su cuerpo en pedazos
a estudiantes de medicina. Su madre, Gregoria Sanz, trabajaba en una portería y
un día, limpiando el foso del ascensor, se le cayó éste encima causándole el
desprendimiento de un riñón y acabó gravemente enferma. Así que Concha, con
apenas diez años se ve obligada a trabajar para ayudar a la familia. Empezó en
una camisería como aprendiz y después en una churrería, un taller de
costura, en el Hospital del Niño Jesús y más tarde en la portería que regentaba
su madre, que compaginaba con trabajos de asistenta en varias casas de Madrid.
Al mismo tiempo, se
integra en el grupo de teatro “Los Matutanes”, dentro de la asociación cultural
“Salud y cultura”, fundada por su hermano Pepe y que recaudaba fondos para
vecinos necesitados, convirtiéndose en la actriz protagonista de los montajes
del grupo. Llegó incluso a recibir una propuesta para hacer una gira con otra
compañía de teatro más importante, pero su hermano se negó a que aceptara el
empleo y ahí terminó su carrera como actriz.
Con 14 años y a través de un amigo, que luego sería su novio, se afilia
a las MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas). Su tarea era vender
el periódico de la organización y pegar pasquines. Al disolverse las milicias,
pasó a formar parte de las Juventudes Comunistas, que en 1936 se unieron a las
Socialistas formando las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), en las que
acabó militando.
El inicio de la
guerra le sorprendió haciendo ojales en una camisería para la que trabajaba. Al
producirse la sublevación fascista, las mujeres de las JSU crearon
espontáneamente comités de ayuda a milicianos y soldados republicanos y Concha
organiza talleres de costura en el convento de las Pastoras, donde se empiezan
a fabricar prendas de todo tipo para el ejército republicano. Con 18 años se
hace responsable de la sección de jerséis, con cien mujeres a su cargo, que trabajaban
todas sin cobrar y llegaban a producir 50 piezas diarias. Es compañera y amiga
de Julia Conesa y de Joaquina Laffitte, dos de las después tristemente célebres
Trece Rosas.
En 1937 Aquilino
Calvo le encarga dirigir los “Pioneros de Madrid” un grupo de mil niños que se
encontraban en acogida cuyos padres luchaban en el frente. Les daban clases de
cultura general y educación física, y entra a trabajar como tornera, haciendo
estopines de artillería, en la fábrica de Guerra y Experiencias Industriales.
Permanece en Madrid
durante toda la contienda y en Marzo de 1939, tras el golpe de estado de
Casado, acude a la sede de las JSU con la intención de destruir los archivos
que pudieran comprometer a sus compañeros, pero es detenida y llevada a la
prisión de Ventas, de la que sale en libertad el 27 de marzo de 1939, justo
antes de que las tropas de Franco entraran en Madrid.
Concha participa en
la organización de un grupo clandestino y en julio de 1939 es otra vez detenida
cuando se encontraba en una reunión clandestina y llevada a la comisaría de la
Carrera de San Jerónimo. Allí comenzaron los interrogatorios y las torturas (le
golpearon, le aplicaron corriente eléctrica y placas calientes durante 24 horas
hasta quedar inconsciente, le obligaron a limpiar la sangre de sus camaradas
que habían sido torturados en las celdas contiguas). Humillaciones y vejaciones
indescriptibles que ella nunca llegó a contarle a su madre para que no
sufriera, aunque su progenitora las imaginaba, pues recogió sus ropas ensangrentadas
que conservó muchos años porque ella decía que serían la prueba de tanta
barbarie.
El 4 de agosto es
trasladada a la cárcel de Ventas. La feroz represión franquista transformó
Ventas en un "almacén de reclusas", amontonadas en celdas
individuales. Los datos obtenidos, que no pueden darse por definitivos, arrojan
decenas de muertes por enfermedad o suicidio y 78 fusiladas, entre las que
destacan las Trece Rosas, siete de ellas menores de edad, ejecutadas el 5 de
agosto de 1939, la noche siguiente a la llegada de Concha, en muy mal estado a
causa de las torturas sufridas. Pasó dos días casi sin conocimiento, cuidada
por sus compañeras.
El denominador
común de las presas de Ventas era ser "presas políticas", aunque en
realidad en la mayoría de los casos su delito era estar emparentadas (madre,
esposa, hermana, hija) con hombres perseguidos por el nuevo régimen. El
franquismo contrapuso el modelo "mujer-madre" al de "mujer
degenerada", asociada a la "miliciana" del tiempo de guerra,
para justificar el fuego purificador de la "regeneración moral de la
patria", protagonizado por las "monjas carceleras"
reintroducidas en el sistema penitenciario.
A finales de 1940,
es puesta en libertad pero ésta le dura poco. La policía presiona e intimida a
su madre y Concha se entrega el 17 de enero de 1941. Entonces es golpeada y
encerrada desnuda en una celda fría y húmeda donde pasa la noche. Intenta
moverse para entrar en calor, pero es regada con agua cuatro veces y golpeada
otras tantas. En mitad de la madrugada le hacen pasar por un simulacro de
fusilamiento. Es transportada en un coche hasta la tapia del cementerio del
Este, la bajan del coche totalmente desnuda, le muestran con linternas las
marcas de los disparos en el muro que han dejado los fusilamientos de sus
compañeros y le dicen que pronto habría uno más: el suyo. Trasladada
posteriormente a la galería de penadas de Ventas, permanecerá incomunicada durante
varios días, hasta que le instalan en una celda de castigo sin agua ni retrete,
donde contrae una enfermedad ocular que se hará crónica y la acompañará toda la
vida.
Un mes después, con
23 años recién cumplidos, sale en libertad y el panorama que se encuentra es
desalentador. Su madre enferma está viviendo en los soportales de la plaza de
toros de las Ventas y pidiendo limosna para poder comer ya que sus abuelos se
niegan a acogerla por miedo a represalias. Tras pasar varios días con su madre
en la calle, comienza a trabajar como asistenta y con la ayuda de un contacto
de unas de las casas en las que está sirviendo, consigue sacar a sus hermanos
de la cárcel, ya que ambos también habían sido detenidos. Pepe estaba
dirigiendo las guerrillas de Ponferrada y Luís estaba en el Socorro Rojo
ayudando a las familias.
En mayo de 1942
embarazada de su novio, deciden vivir juntos, pero en diciembre éste es
detenido y fusilado. Concha se convierte en una madre soltera.
El 6 de marzo de
1944 se presentó ante el Juez de los Juzgados de Masonería y Comunismo para
escuchar la resolución final de su condena. Acudió con Diana de apenas un año y
allí, mientras sostenía en brazos a su hija, le confirmaron la pena de muerte,
de la que posteriormente fue indultada, pero que en absoluto acabó con el
sufrimiento de Concha, ya que siguió estando en el punto de mira y los registros
en su domicilio eran constantes.
Confiesa que el
sufrimiento terminó cuando murió el dictador.
Concha falleció en
Madrid el 1 de enero de 2014, rodead, rodeada de sus cinco hijos, catorce
nietos y diez biznietos. Toda su vida fue una mujer comprometida que siguió
defendiendo los mismos ideales de libertad y justicia social que le llevaron a
la cárcel.
Decía que: “En el año
39 empecé una lucha por un mundo sin hambre, sin guerras y en
libertad. Esa es mi lucha. Estoy convencida de que hay algo mejor por lo
que luchar. El camino es largo, pero hay que seguirlo” ,
y que no moriría sentada en un sofa,"moriré de pie, con las botas puestas y el
puño levantado para que los venideros lo recojan”
Gracias María por este homenaje a esta gran mujer.
ResponderEliminarSi vitalidad y claridad de ideas es excepcional.
Estpupendo articulo
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