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La liberación de París por los republicanos españoles de la 9ª

©El capitán Dronne y el teniente Granell.  Colección Musée de l'Ordre de la Libération



Al 3º Batallón del Regimiento de marcha del Techad siempre se le llamó el "Batallón español". Éramos españoles la mayoría de sus componentes. Pero tengo que decir que jamás existió en la gloriosa División Leclerc diferencia alguna entre franceses y no franceses. Los españoles fuimos siempre considerados como excelentes camaradas por nuestros grandes amigos los franceses y ellos y nosotros, en el combate nos condujimos en todo instante como hermanos.

 

Yo pertenecía a la 9a compañía del batallón. Quiero rendir desde aquí un tributo de respeto y de admiración a los 27 camaradas de ella que murieron en la campaña de Francia. Son innumerables los testimonios y hechos de armas en los que la compañía tomó parte. Numerosas cruces de guerra, 6 medallas militares y las más altas citaciones engalanan nuestras hojas de servicio. Nuestro querido general Leclerc ha dicho varias veces al referirse a los españoles: "A esos no les para nadie".

 

 

La entrada en París

 

La División desembarcó en Normandía en Junio de 1944. A medida que nos adentrábamos en esta hospitalaria y querida tierra francesa, nuestro impulso y nuestra emoción se renovaban cada vez que un poste indicador nos anunciaba: "París… (a tantos kilómetros)". El nombre de la capital de Francia era para nosotros un imán cuya fuerza irresistible de atracción empujábamos hacia lo que consideramos símbolo y meta de la libertad: "la cité Lumière". Las flechas que marcaban la dirección de París y las cifras que concretaban la distancia que de París nos separaba nos obsesionaban de forma tal, que cuando las incidencias nos obligaban a trazar un zig zag en nuestra marcha, pensábamos que el destino nos había vuelto la espalda.

 

¡París... París... París...! Para los españoles el nombre de un gran pueblo heroico resonaba paralelamente en nuestros corazones y en nuestros pensamientos ¡Madrid... ! ¡Madrid... ! ¡Madrid... !

 

El avance fue rápido. Apenas sin descanso, guiadas por el afán de ver libre, completamente libre, la Francia oprimida, nuestras columnas blindadas iban arrollando al ejército alemán. A nuestra retaguardia los pueblos liberados quedaban entregados al frenesí de la libertad. Por todas partes los besos y las flores nos compensaban de la fatiga y de la zozobra. El lirismo es compañero inseparable de la exaltación bélica. Y, a veces al contemplar a las mujeres de Francia frente al espectáculo del ejército liberador, pensaba en aquel verso de Rubén Darío: "... y la más hermosa sonríe al más fiero de los vencedores..."

 

Los franceses nos brindaban la "bonne bouteille", cuidadosamente librada a la rapiña alemana y guardada con todo celo para el día esperado de la Liberación. La estela de triunfo y de gloria quedaba también cuajada de dolor y de luto. Nuestro paso se jalonaba con las tumbas de los compañeros caídos en la lucha por la libertad.

 

El 24 de agosto, tras la conquista de Antony, llegamos a Fresnes. La población cayó sin dificultad en nuestro poder, pero los alemanes habían convertido la cárcel en fortaleza difícil de tomar. Hubimos de vencer una férrea resistencia. Fue entonces cuando nuestro destacamento recibió la orden tanto tiempo tan esperada: "Hay que ir a París a ver qué pasa". Alegría nerviosa. Preparativos rápidos. Partida llena de emoción. No sé qué pasó que no encontramos en nuestra documentación ningún plano de la capital. A veces en la guerra lo imprevisto imprime a los acontecimientos rumbos que no hay más remedio que aceptar. Nos decidimos a emprender el viaje sin el plano. Un patriota francés se ofreció espontáneamente a servirnos de guía. A bordo de uno de nuestros blindados inició su "role" de cicerone.

 

Bajo las órdenes del capitán Dronne, del que yo era “adjoint” la columna blindada emprendió al fin la marcha hacia la Meca de nuestro ensueño: PARIS.

 

En el curso de nuestra ruta hallamos varias veces obstruido el camino por los gruesos troncos de árboles que la Resistencia había derribado para obstaculizar la retirada del enemigo. Nos vimos, pues, forzados a continuos altos en la marcha, que siempre aprovechábamos para adquirir información. Como casi siempre, los informadores civiles, poseídos en todo instante del mejor deseo, nos facilitaban datos desconcertantes por contradictorios. Algunos aseguraban que “había muchos alemanes”. Otros que “todos habían huido ya”. Según ciertas referencias, el enemigo tenía emplazada una artillería numerosa. No faltaba quién llamaba especialmente nuestra atención sobre las minas.

 

Nosotros recogíamos y examinábamos cuidadosamente todas las informaciones. Pero por encima de ellas flotaba de continuo la famosa consigna de nuestro general Leclerc: “En avant, en avant, en avant”. Desde mi coche ligero yo escrutaba el horizonte. Al doblar una curva apareció de pronto ante mis ojos algo que me llenó al mismo tiempo de estupor y de impresión. La costumbre me hizo pensar y hablar en francés en aquel momento inenarrable: “Tiens, voilà la Tour Eiffel”. Yo no había estado nunca en París. La visión de la torre de acero, llena para mí de leyenda e historia, me hizo pensar que había alcanzado el objetivo final de mis esfuerzos y de mi vida.

 

Sin incidente alguno y a gran velocidad llegamos al Pont de Sévres. Nuestros informadores nos habían advertido que estaba minado y defendido por varias piezas de artillería, emplazadas en un altozano a la derecha. En nuestra conciencia, como un contrapunto machacón, la consigna del general bordoneaba todos los sonidos y todas las explosiones: “En avant, en avant”. Al fin nuestros tanques alcanzaron las primeras calles de la capital. Los parisienses, sorprendidos, nos tomaron por una columna alemana llegada en dirección contraria de la que ellos podían imaginar. Las gentes precipitábanse en las casas, cerrando puertas y ventanas. Un alto. En la calle desierta percibíamos sólo las miradas que nos espiaban desde los balcones entreabiertos o por el ligero pliegue de un “rideau”. Un viejo, lleno de desconfianza, decidióse a aproximarse a nosotros. Al reparar en nuestros uniformes preguntó con recelo: “Americains?” “Pas americáins, mon vieux, nous sommes la Division Leclerc”. Aquel hombre fue presa de la más indescriptible excitación. No sé si como un demente o como un heraldo de un acontecimiento de esos que las viejas recuerdan a los nietos al amor de la lumbre, con sencilla oratoria, el anciano se apartó de nosotros gritando: “He, eh, Français, Français, c’est la Division Leclerc qui arrive!” No sé siquiera lo que pasó inmediatamente. La desolación de la calle desierta se transformó instantáneamente en un enjambre. La población civil se abalanzaba sobre nosotros. Vivas, aplausos, aclamaciones. Siempre besos y siempre flores. Yo dejé de apercibir las siluetas de nuestros carros y nuestros coches. Racimos de seres humanos los ocultaban de mi vista. Las botellas del buen vino francés se vaciaban sobre nuestras cabezas, a manera de bautismo pagano.

 

Los ojos resplandecían con fulgores extraños. Después se humedecían de llanto. Nosotros llorábamos también. No puedo olvidar el tono viril y escueto de un anciano que se limitó a decirme mientras oprimía mi mano: “Merci, merci”.

 

Tuvimos que empezar por librarnos del peligroso afecto que el pueblo de París nos exteriorizaba. Hubo que echar mano de toda la energía militar para dispersar a nuestros aclamadores. Al final pudimos reemprender la marcha hacia el corazón de la capital. Nos detuvimos por segunda vez en la plaza Sembat. Fue entonces cuando por nuestro aparato de radio transmitimos el parte al Estado Mayor de nuestra División: “Arrivés a París 20 H 45. – Envoyez renforts”.

 

Desde la plaza Sembat nos encaminamos hacia el Hôtel de Ville. Nuestro guía era ahora una mujer. Nadie supo nunca por qué misterioso medio transmisor la noticia de nuestra llegada se había esparcido por todas partes. Nuestro paso por las calles de la capital era saludado por la multitud. Las gentes gritaban enloquecidas: ¡Viva la División Leclerc! Los bailes improvisados en la vía pública obstruían nuestro paso.

 

 

Place de l’ Hôtel de Ville

 

Otra vez el vacío y el recelo. De nuevo se nos confunde con el odiado invasor. El error facilitó la distribución de nuestras fuerzas en disposición de defensa. Dentro del Hôtel de Ville, hecha la luz sobre quiénes éramos y a qué veníamos, los Resistentes que se hallaban en el interior del edificio tuvieron que establecer un servicio de protección para que los entusiasmos no nos asfixiasen. La Resistencia se había apoderado días antes del Hôtel de Ville y lo había defendido heroicamente de los ataques nazis. Introducidos en un pequeño despacho, tuvimos el honor de ser presentados al Préfet de la Séine, monsieur Flouret, quien a su vez nos presentó al Presidente del Comitè Nacional de la Resistencia. La figura menuda y resuelta de monsieur Bidault, con su pequeña estatura y su gran autoridad, simbolizaba en aquel instante, como lo simboliza hoy, la grandeza de la Francia herida y heroica. A su lado estaba el coronel Roll.

 

Monsieur Bidault quiso conocer nuestros elementos efectivos. El deber militar nos impidió complacerle de momento. El hoy Presidente del Gobierno provisional de la República Francesa no se determinaba a dar la orden de que fuese transmitida por radio la noticia de nuestra entrada en París. Una falsa noticia en tal sentido habría motivado recientemente una brutal represión de los alemanes. Más de 2.000 franceses fueron encarcelados y, algunos, pasados por las armas. Nos fue forzoso aguardar reserva hasta que consideramos despejada la situación. Hoy yo puedo decir desde este micrófono que la "avant garde" de la División Leclerc que entonces se encontraba en la Plaza del Hôtel de Ville sólo estaba integrada por una sección de tanques, 2 de carros blindados y una de Ingenieros. En total, 120 hombres y 22 vehículos. Algunos de los carros blindados tenían nombres como estos: MADRID, DON QUIJOTE, GUERNIKA, GUADALAJARA, TERUEL, SANTANDER, BRUNETE...

 

El Presidente del Consejo Nacional de la Resistencia ordenó finalmente que la gran nueva fuese oficialmente confirmada por radio. No digo transmitida, porque todo el país la conocía ya. Las campanas de Nôtre Damme conmovieron nuestros espíritus y oprimieron nuestros corazones que el combate no había endurecido del todo. Gritos, cantos, vítores... Y los compases de la Marsellesa, que humedecieron nuestros ojos y atenazaban nuestras gargantas. Bengalas, disparos al aire. Libertad y Victoria. Yo sentía flojos todos mis resortes nerviosos. La emoción es capaz de lo que no consigue el miedo, que también habíamos sentido muchas veces. No me era posible moverme. Intenté en vano sumar mi voz a las que cantaban la Marsellesa. Ni siquiera podía pestañear, temeroso de que las lágrimas comenzaran a descender por mis mejillas.

 

Nuestros sentidos todos parecían igualmente privados de todo impulso. Y siempre, transformada en escena viva, la letra del verso de Rubén Darío: "...La más hermosa sonríe al más fiero de los vencedores". La fiereza de los vencedores se había disipado bajo la emoción.

 

Después llegó la noche: guardia defensiva en torno al Hôtel de Ville. Nos llegaban informes según los cuales los alemanes se concentraban en la Bastilla y en la Concordia. Era de prever el ataque.

 

El júbilo de la población llegó al paroxismo. La gran plaza estaba abarrotada. Las bengalas y las explosiones del magnesio de los fotógrafos iluminaban el objetivo que nuestros tanques y nuestros blindados presentaban. Nos costó más trabajo vencer la admiración de los parisienses que la resistencia alemana. Después vino todo lo demás. Es de sobra conocido. El contacto con las fuerzas de nuestra División nos tranquilizó al fin. París estaba definitivamente liberado.

 

Mi compañía figuró en la vanguardia del desfile de la Victoria celebrado el 26 de Agosto. Dos días más tarde contemplaba yo desde el Sacré Coeur el panorama del París libre. Lloré una vez más. Ahora, cuando termine esta desordenada narración retrospectiva, no sé si lloraré también.

 

 

Amado Granell

Heraldo de España, París, 7 de septiembre de 1946

 

 


O Colectivo Republicano de Redondela e o Concello de Redondela andan a procura de familiares dos deportados de Redondela no Holocausto nazi



O COLECTIVO REPUBLICANO DE REDONDELA E O CONCELLO DE REDONDELA ANDAN A PROCURA DE FAMILIARES DOS DEPORTADOS DE REDONDELA NO HOLOCAUSTO NAZI

 

O pesadelo dos republicanos españois e o dos galegos en particular que dende febreiro de 1939 encheron os campos de acollida franceses, tras a saída de España fuxindo da represión dos fascistas e vencedores da Guerra de España, que non se conformaron con gañar, tiñan tamén que exterminar. Nomes vergoñentos para a nación francesa como Argelès-surMer, Le Barcarès, Gurs, Saint-Cyprien e outros tantos, de ingrato recordo pos refuxiados republicanos e para o goberno francés, liberal conservador do momento presidido por Daladier, que chegou a tratar os refuxiados republicanos como "extranxeiros indeseables".

 

Ainda e todo, o verdadeiro inferno estaba por chegar para tantos e tantos galegos e españois en agosto de 1940, momento no que Francia é ocupada polos alemáns. Tras a invasión alemá e coa complicidade do goberno títere de Vichy, moitos foron detidos e internados en campos de prisioneiros de guerra (stalags), pero pronto perderían esta condición e serían deportados principalmente ao campo de concentración de Mauthausen, e demais campos da morte e exterminio do III Reich, onde foron empregados como man de obra escrava en canteiras, fábricas ou construción de infraestruturas. O exceso de esforzo, a falta de alimentos, o frío, os malos tratos e as enfermidades arrebatáronlle a vida a máis da metade deles. Dos poucos superviventes, a maioría sufriron secuelas de por vida.

 

Dos case douscentos galegos deportados, só regresaron con vida do inferno nazi arredor de 60 deportados. Coñecemos os seus nomes, as súas orixes, se morreron ou non, pero dende o Colectivo Republicano de Redondela coa colaboración do Concello de Redondela pretendemos dar un paso o fronte e vamos a instalar 4 Stolpersteine (adoquíns da memoria) en Redondela, en lembranza permanente os deportados redondeláns para dignificar a súa memoria e a de todos aqueles que sufriron baixo a barbarie fascista.

 

Dende o Colectivo Republicano de Redondela e o Concello de Redondela solicitamos a axuda dos cidadáns de Redondela, para atopar os familiares dos catro veciños da nosa localidade que foron deportados o campo de concentración de Mathausen-Gusen e que poden poñerse en contacto conosco a través dos correos electrónicos:


rcolectivorepublicanodredondela@gmail.com e cultura@redondela.gal ou no propio concello.

 

Os datos dos catro deportados de Redondela que temos a nosa disposición son os seguintes:

 

OLIMPIO MARINO MIGUEZ PAZOS: Nado en Redondela o 8 de setembro do 1908. Os seus país, Juan Míguez Reboredo e Josefa Pazos Barros, irmáns Teresa, Constante, Antonio e Manuel (xemelgos), Ramona, Juan e Ramón. No censo de 1920 residen na Rúa da Prata número 11 de Redondela.

 

ANTONIO PIÑEIRO OTERO: Nace o 5 de agosto de 1912 en Chapela. Os seus país, José Piñeiro Cabaleiro e Gumersinda Otero Cabaleiro, irmáns Carmen, Eugenio e Josefina. No censo de habitantes de 1920 figuran que residen na Rúa da Iglesia número 9 de Chapela.

 

JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ VÁZQUEZ: Nado en Quintela, o 24 de setembro de 1914. O seu pai, Joaquín González Morais da Rocha, é natural do concello portugués de San Miguel de Prado. A sua nai, Regina Vázquez Fernández e veciña de Cedeira. Ten un irmán , Alvaro e dous hermanastros por parte de nai: Serafín e Sabino. Se coñece a existencia de outra irmán, María del Carmen. No padrón de 1920 indicase que a familia reside na Rúa Quinteiro número 47 de Quintela.

 

ALEJANDRO LAFUENTE POSE: Nace o 4 de Maio de 1909 en Redondela. Fillo de Ramón Lafuente Lago (Vigo) e Aurora Pose (Redondela). Coñecese a existencia de tres irmáns: Manuel, José, desaparecido en Vigo cando contaba 15 anos e Juan. Nos anos trinta a familia Lafuente Pose reside no número 7 da Rúa Hirmandiños de Vigo. É o único que sobreviviu o inferno de Mauthausen, liberado o 1 de xuño de 1945, é repatriado a Francia. O 19 de xuño de 1950 parte para Arxentina. Descoñécese campo tempo estivo en Arxentina, dende onde retorna a España.

 

 

Colectivo Republicano de Redondela 

Concello de Redondela

 








3501. Memorial a las víctimas de la represión franquista en Torrubia del Campo (Cuenca)

El pasado sábado 8 de julio de 2023 se inauguró en el cementerio de Torrubia del Campo la placa conmemorativa a las víctimas de la represión franquista tras 61 años de sus asesinatos. La financiación ha estado a cargo de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Historia de Cuenca con su sede en Tarancón y se ha realizado con el permiso y colocación por parte del Ayuntamiento de Torrubia del Campo. Todo ello hizo posible que nuestros torrubianos tuvieran su merecido recuerdo en su tierra natal.

Tal y como hizo mención el presidente de la asociación, Máximo Molina, llegamos tarde en el reconocimiento: pocos fueron los familiares asistentes al evento puesto que ya no viven para verlo, y los muchos de los parientes que pudieran quedar han perdido los vínculos con el pueblo, siendo imposible localizarles.

17 son los vecinos de Torrubia del Campo que aparecen en la placa, diferenciado por la cárcel que fueron asesinados.

Fusilados en la Cárcel de Uclés: Julián Amores Gómez, Pedro Aragonés Rubio, Miguel Carabaña Jiménez, Eustasio Crespo Riquelme, Francisco Díaz Carabaña, Manuel Guillermo Fernández Tornero, Juan Vicente García Cézar, Julián Rubio González, Gregorio Sánchez Fraile, Ramón Sánchez Zamarra, Juan de la Torre del Saz, Félix de la Torre Gómez.

Muertos en la Cárcel de Cuenca: Guillermo Amores Sánchez, Cipriano Carabaña Sánchez, Lupicinio Carabaña Sánchez.

Muertos Campo de Concentración Gusen: Ángel Espada Zamarra, Indalecio González Gabriel.

Pero en la investigación también nos topamos con otros nacidos en Torrubia que también tuvieron la mala suerte de haber caído en esas cárceles torturadoras de los años 40 y que tienen su representación en los memoriales de los lugares donde ocurrió.

Muertos en la Cárcel de Ocaña: Lorenzo Martínez Mateo

Fusilados en la Cárcel de Huete: Desiderio Martínez Gómez

Muertos en la Cárcel de Porlier, Madrid: Pedro Garrido Martínez

Muertos en la Cárcel de Yeserías, Madrid: Venancio de la Torre García

Fusilado en la Cárcel de Jaén: Carlos Cuerda Gutiérrez

No se quedó nadie en el olvido, puesto que se procedió a la lectura pública, en el espacio público, como reconocimiento los aproximadamente 130 torrubianos documentados hasta ahora, que también fueron represaliados por el fascismo entre detenidos, condenados, exiliados, desterrados o acusados de cualquier delito, y que aunque sobrevivieron, marco toda su vida.

No se quiso dejar sin nombrar los familiares que hicieron que la memoria siguiera viva, especialmente vaya un recuerdo para Hilario de la Torre al que tantas veces se consultó para recopilar información de este y otros temas relacionados con Torrubia y que por unos pocos meses no ha podido presenciar la creación de este monumento en el que está su abuelo.

En el evento se guardó un minuto de silencio en honor a nuestros paisanos fallecidos y se acabó con los asistentes dejando claveles en el monumento.

Agradecer a la ARMH de Cuenca y al alcalde de Torrubia del Campo Pedro Romeral, su interés y colaboración para la realización de este memorial, y a los asistentes el apoyo mostrado, que da fuerzas para seguir investigando y rescatando nuestros paisanos del olvido. Para toda la gente que no se atrevió a asistir por miedo al qué dirán, o a verse señalados, solo decirles que somos libres y que no hay que tener miedo ni vergüenza a la hora de hacer justicia y reparar la memoria. La historia hay que contarla como fue, no como se nos dijo que fue.

Gracias a María Torres por su apoyo y dejar un hueco en su blog para dar visibilidad a este importante hecho para la historia de nuestro pueblo.

 

Daniel Garrido



3500. Un sol incoloro. Juan González del Valle, un intelectual gallego asesinado en el Castillo de Hartheim (1941)

Escritor, poeta, ensayista, académico correspondiente de la R.A.G., catedrático de Lengua y Literatura en varios institutos durante la II República y la Guerra de España, exiliado en Francia, deportado a un campo nazi, asesinado cuando contaba 43 años. Esto es todo lo que se conocía del coruñés Juan González del Valle y González de la Vega, un todo que era apenas nada.


Si ha existido una persona desde hace años interesada en su trayectoria ha sido el profesor Don Xesús Alonso Montero. Por ello, cuando desde la A.R.M.H. me ofrecieron la posibilidad de investigar sobre la vida y obra del malogrado catedrático, no dudé en aceptar la tarea, pensando en Don Xesús, y en mi deseo de devolverle tan solo un poco del conocimiento que él nos ha regalado a lo largo de los años.

 

He de destacar el valioso trabajo de recuperación de la vida y obra del intelectual coruñés, realizada por Don Miguel Longo Formoso, recogida en Juan González del Valle (1898-1941) grácil poeta, sutil prosador, editado por Coruña Historia y Turismo en 2006 y 2007.

 

«¿Qué habrá sido de Juanito del Valle?» Se preguntaban Lois Tobío, Borobó, y hasta el mismo expresidente de la República portuguesa, Bernardino Machado, en una carta a Álvaro Cebreiro.[1] En las páginas de este libro, escrito desde el respeto que debemos siempre a las víctimas, hay algunas respuestas.

 

Juan González del Valle era un intelectual gallego. Aunque tan solo se le conoce un texto en lengua gallega, el prólogo de Valentín Lamas Carvajal. Poesías, una selección de obras escogidas del poeta, único libro que publicó, dejó, sin embargo, múltiples huellas en revistas y periódicos de la época en que le toco vivir. Además de las revistas Casa América Galicia, Vida, Alfar, Ronsel y Galicia, publicó en la onubense Papel de Aleluyas, en la segoviana Manantial, en la francesa Mamomètre, y en El Pueblo Gallego. Durante la Guerra de España colaboró con Hora de España y Nova Galiza.

 

No se aprecia en sus textos ni un átomo de compromiso político, ni antes, ni durante la Guerra de España. Sin embargo, según relató Raimundo García Domínguez, “Borobó”, que le conoció en Madrid en el centro de instrucción para los voluntarios de la Federación de Trabajadores de la Enseñanza (F.E.T.E), adscritos al Batallón Félix Barzana, cuando las fuerzas facciosas se aproximaban a la capital de la República, Juan González del Valle no dudó en  movilizarse para defenderla.

 

En el Diccionario Biográfico del Socialismo Español de la Fundación Pablo Iglesias, comprobamos que Juan González del Valle fue miembro de la Federación de Trabajadores de la Enseñanza de la U.G.T de A Coruña y que formó parte de las Milicias de la Cultura en el Batallón Félix Barzana organizado por la FETE-UGT.[2]

 

Defensor de la legalidad del gobierno republicano, no combatió con las armas, pero sí lo hizo con las letras, pues pasó casi toda la contienda impartiendo la docencia hasta que se vio obligado a partir camino del exilio en busca de una libertad incierta y con la tibia esperanza de iniciar una nueva vida. Pero ni tan siquiera esto le fue permitido.

 

En el inicio del exilio, a pesar del desgarro de la lejanía de la tierra por la que había luchado para alcanzar una sociedad más libre, se sintió tan agradecido del acogimiento por parte del país vecino, que quiso alistarse a la Legión Extranjera para devolver a Francia un poco de lo que Francia había hecho por él. Nunca tomaron en serio su solicitud de alistamiento.

 

Tal vez llegó a albergar la esperanza de cruzar algún día en libertad la frontera que le separaba de España, de regresar a su tierra gallega, pero Francia, el país que él consideraba amigo, no titubeó en colaborar con los nazis y con las autoridades franquistas para expulsar de sus fronteras a los “rojos españoles”. Así fue como Juan González del Valle fue sacado a la fuerza de Angouleme, el lugar que consideraba un refugio, y un día de agosto de 1940 es deportado al campo de Mauthausen, donde sin duda comenzó a morir lentamente con poco más de cuarenta años.

 

Raimundo García Domínguez,“Borobó”, pidió a Isaac Díaz Pardo que se investigara la historia de Juan González del Valle, que su obra dispersa fuera publicada y ese deseo se cumple en parte con este libro. Ahora queda que las autoridades de A Coruña cumplan el resto, y que  como pedía “Borobó” en breve podamos leer el nombre de Juan González del Valle en un instituto de la ciudad que le vio nacer.

 

Cuando el pasado está más presente que nunca, recuperamos su historia sepultada en múltiples capas de olvido, para mostrar las luces y las sombras de un hombre atrapado en dos guerras, al que la intolerancia y el horror nazi le hicieron padecer un sufrimiento sin medida y le arrebataron el bien más preciado: la vida. Un hombre, a quien debemos, hoy y siempre, recuerdo, reconocimiento y homenaje, porque en este país tan precario en Memoria, hay que seguir insistiendo en que el olvido es inadmisible.

 

 

María Torres Celada


Introducción al libro Un sol incoloro. Juan González del Valle, un intelectual gallego asesinado en el Castillo de Hartheim (1941), editado por La ARMH junto al colectivo de familiares de deportados Triángulo Azul y la editorial Alkibla, 2023.

 

El libro se puede adquirir a través de la Web de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.




___________________

[1] Busto Aballe, Humberto: Epistolario portugués de Álvaro Cebreiro. Actas do IV Simposio Internacional Luso-Galaico de Filosofía, noviembre 2002, p. 336

[2] Fundación Pablo Iglesias. URL: https://fpabloiglesias.es/entrada-db/gonzalez-del-valle-juan/






3499. Indalecio González Gabriel


 

«
Ves en qué estado estoy, mañana ya no resistiré más, va a acabar conmigo, tengo que despedirme de ti, para mí se ha terminado. Si llegas a salir de este infierno, el mundo entero tiene que saber las atrocidades cometidas por los nazis… y por sus vasallos» (Indalecio González Gabriel)[1]

 

 

María Torres / 27 de enero de 2023

 

Hasta hace poco tiempo se creía que Indalecio González Gabriel había nacido en Santa Cruz de la Zarza, Toledo. Gracias a la investigación de Juan Crespo, de la Mesa de Deportados de Ocaña, y a las gestiones de Ana Esteban, ha sido posible conocer que la localidad natal de Indalecio es un municipio de Cuenca, Torrubia del Campo, que tristemente cuenta con otro deportado que pereció en Mauthausen: Ángel Espada Zamarra.

 

Con la esperanza de que más adelante se pueda ofrecer una completa biografía de Indalecio, y con el objeto de que vea la luz su historia en el Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto, trazo con urgencia la información disponible hasta la fecha, para recomponer la historia de un joven cuya corta vida se sitúa entre dos pueblos de Castilla-La Mancha, la Guerra de España y una Europa asolada por uno de los conflictos más terribles de todos los tiempos.

 

 

Indalecio de Torrubia

 

En Torrubia del Campo, el pueblo natal de mis antepasados, vino al mundo Indalecio González Gabriel el 1 de agosto de 1919. Nació en una vivienda de la calle Prior a las cinco de la mañana. Su padre Guillermo González Rodríguez, jornalero de 40 años, acudió raudo al Registro civil al día siguiente para dar constancia de su nacimiento. Su madre, Lauriana Gabriel García, tenía 39 años, y por ello es fácil suponer que Gabriel no era su primer hijo. Ambos eran naturales de Torrubia del Campo, al igual que los abuelos paternos (Bonifacio y Águeda) y los maternos (Isidoro y Celestina).

 

Más adelante, la familia se trasladó a Santa Cruz de la Zarza, posiblemente en busca de trabajo y de mejores condiciones de vida.

 

Aunque a la espera de documentarlo, es posible que Indalecio tuviera, al menos, dos hermanos: Manuel[2] y Leocadio[3], éste último campesino y cabo del Ejército de la República, que desapareció en la Guerra de España.

 

Indalecio no realizó el servicio militar obligatorio. Hubiera entrado en la Caja de Reclutas en 1939, pero la Guerra y el exilio se lo impidieron.

 

 

Guerra de España

 

Tras el golpe de Estado de los generales traidores contra el legítimo gobierno republicano, formó parte de las milicias de la República hasta el 1 de abril de 1937, que ingresó en el Instituto de Carabineros con destino a las Brigadas Mixtas de Carabineros.[4] Juan Pedro Yunta, archivero municipal de Santa Cruz de la Zarza, afirmaba que en 1938 era miembro de la Unidad Móvil de Carabineros en Olot (Gerona)[5], dato que no ha sido posible confirmar.

 

Las condiciones para ingresar en Cuerpo de Carabineros durante la Guerra eran ser español, tener entre dieciocho y veinticinco años de edad, de un metro sesenta y cinco centímetros de alto como mínimo y presentar un certificado de buena conducta y otro de lealtad de una organización política o sindical del Frente Popular.

 

Lo cierto que pendientes de indagar y recuperar su periplo en la Guerra de España, hay una imagen que le sitúa en la ciudad de Valencia en 1937, con mono de miliciano, y acompañado de varios santacruceros: Emilio Sánchez Aráez, Félix Valdeolivas, Miguel Sánchez, "El Opera", Antolín Peña Torrijos, Jesús Izquierdo del Moral, Joaquín Arias Loriente, Vitorio Gallo Teruel, Sotero Sotero Piqueras Arribas y Julián Figeroa Valencia.[6]

 

 

Exilio

 

Desconocemos cuándo pasó la frontera francesa y creemos que estuvo en el Campo de Argelés, que se enroló voluntario en la 9ª Compañía de Trabajadores Extranjeros del ejército francés con base en Embrún y así pudo abandonar el campo con destino a los Altos Alpes. Para conocer su periplo, reproducimos lo relatado por José Marfil Peralta en su libro He sobrevivido al infierno nazi:

 

«Con los camaradas que se han alistado nos instalamos en el cuartel. Esta vez de manera correcta. Tenemos mucha necesidad de higiene y además esta estancia nos va a permitir recuperar algo de fuerzas.

 

Una vez equipados subimos hacía un pequeño pueblo situado a dos mil metros de altitud donde vamos a construir una carretera estratégica y un puente. ¡El paisaje es magnífico!»

 

«Durante la estancia en el cuartel nos enteramos de la declaración de guerra, con lo que ahora nos encontramos en guerra contra la Alemania nazi. El estado mayor nos pregunta si queremos alistarnos voluntariamente mientras que dure la guerra. Toda la compañía se alista, sabemos que vamos a luchar contra el fascismo, ese fascismo que ya conocemos de nuestro país.»

 

Más adelante la Compañía recibe la orden de dirigirse hacia la frontera belga. Allí ayudan al 22 Regimiento de Ingenieros a terminar un Blockhaus, ya que según José Marfil el lado belga no tenía ninguna defensa fortificada.

 

«Al poco tiempo de instalarnos, los bombarderos del Reich, lanzan bombas sobre nuestra línea de defensa mientras que el ejército de tierra invade Bélgica. Los acontecimientos se precipitan, ahora la única solución para nosotros es replegarnos hacía Dunkerque a lo largo de la frontera belga.»

 

 

Prisionero de Guerra

 

Tras la invasión de Francia, varias compañías de trabajadores extranjeros se retiraron hacia Dunkerque. Alrededor de 1500 hombres pertenecientes a las mismas quedaron atrapados junto al ejército británico. La mayoría murieron o fueron hechos prisioneros, ya que ni por un momento, dentro de la operación Dynamo, se plantearon rescatar a los españoles de las CTEs, al no considerarles miembros del ejército francés.

 

Indalecio fue capturado por la Wehrmacht el 4 de junio de 1940, el mismo día que partía el último barco de rescate repleto de soldados en dirección al Reino Unido. Su detención figura en la Lista oficial de prisioneros de guerra franceses núm. 46 publicada en París el 30 de noviembre de 1940.[7]

 

Primero fue confinado en el stalag XIII-A en Núremberg y poco tiempo después trasladado al stalag VII-A ubicado al norte de la ciudad de Moosburg (Baviera), uno de los campos de prisioneros de guerra más grandes del antiguo Reich, donde quedó registrado con la matrícula 65066. Según los registros de Moosburg, al menos 451 españoles fueron prisioneros en ese campo, de los cuales 32 pertenecían a la Comunidad de Castilla-La Mancha.

 

Del 5 al 6 de agosto de 1940 los mandos del Stalag VII-A recibieron la orden de deportar 392 prisioneros españoles al KZ Mauthausen. Indalecio fue uno de ellos y pasó a engrosar el primer convoy de españoles que llegó al campo el 6 de agosto. Según datos facilitados por el investigador Juan Crespo, que ha estudiado a fondo los listados de ingresos, de los 392 prisioneros españoles del convoy que llegaron a Mauthausen, perecieron un total de 277 hasta la fecha de liberación del campo en mayo de 1945. 

 

 

Mauthausen / Gusen

 

A su llegada al campo de los españoles es registrado como carpintero de profesión y se le asigna la matrícula 3297. Apenas cinco meses después, el 24 de enero de 1941 es trasladado al infierno de Gusen, donde la esperanza de vida apenas superaba los tres meses, y le reasignan otro número de matrícula, el 9307.

 

Aquel 24 de enero de 1941, fue un día que quedó grabado en la memoria de los prisioneros de Mauthausen: «Ese día, un viernes, que se presentaba como una jornada más de sufrimiento en Mauthausen, los SS realizaron la primera gran selección entre prisioneros. El objetivo era hacer hueco para los dos grandes convoyes de republicanos que iban a llegar durante las siguientes 24 horas. Los oficiales nazis agruparon a los enfermos e inválidos en un extremo del campo. Después formaron al resto de los deportados para completar el cupo, cercano al millar, eligiendo entre los sanos a los hombres de mayor edad.» [8]

 

Cuando José Marfil, hijo de José Marfil Escalona, primer muerto español en Mauthausen, es transferido a Gusen el 21 de abril de 1941 se encuentra a Indalecio González Gabriel, al que no había vuelto a ver desde el repliegue hasta Dunkerque. A partir de su testimonio podemos recomponer una parte de la historia de Indalecio:

 

«Esta noche he visto a un detenido acercarse y con la mirada llena de tristeza decirme: “¡Marfil tú también!”. Es por su voz que lo he reconocido a este amigo de la Novena Compañía, con el que yo había tomado el hábito de salir el domingo en los tiempos del ejército. Físicamente no se puede reconocer, pertenece a la primera expedición del mes de julio y ocho meses de campo han hecho de él un despojo humano. El pobre me cuenta las peripecias que lo han traído aquí. Me describe los detalles, el fin trágico de nuestra compañía, todo esto me da un bajón, sobretodo porque hemos comprendido que nuestra estancia aquí se anuncia sombría. Por otra parte: ¿Se puede hablar aquí del futuro? El toque de queda suena y volviendo cada uno a su barraca prometemos reencontrarnos cada vez que sea posible en el mismo sitio.»

 

«Por la noche, después de pasar lista me encuentro con mi camarada de la Novena Compañía que me anuncia feliz que hace parte de los carpinteros del campo y que todas las tardes recibe una fiambrera suplementaria de sopa. “Mañana, me dice, vienes a buscarme y la compartiremos”. Estoy contento por él porque necesita recuperar muchas fuerzas. Al día siguiente, según lo convenido, voy a su encuentro. Veo de lejos que me espera con su fiambrera de sopa… pero el hambre es terrible y mientras me espera coge una cuchara de sopa, después otra y otra… sólo pude aprovechar las últimas cucharas. Esto dura así algunas semanas. Veo bien para él que desde que está en la carpintería todo ha cambiado a mejor evidentemente. Para mí también todo ha cambiado gracias a su amistad.»

 

José Marfil e Indalecio González hacen por verse cada vez que es posible. Y así describe el primero uno de sus últimos encuentros:

 

«Esta tarde es posible. Pero yendo a su encuentro lo percibo de lejos sin su fiambrera habitual. Al acercarme adivino en su mirada una inmensa tristeza casi con desesperación. Me anuncia que lo han echado de la carpintería. Estoy indignado de no poder hacer nada por él. “Ahora estamos los dos en el mismo barco” me dice él y añade: “Creo que debería inscribirme en el comando Asturias”. Le aviso que es muy arriesgado: “No te das cuenta que ese capo es un criminal, su comando es el peor que hay”. “Lo sé, pero te acuerdas que era mi mejor amigo, hemos hecho la guerra de España juntos en la misma unidad, los dos tenemos el mismo nombre y apellido aunque no seamos parientes. No creo que sea capaz de hacerme mal.»

 

La persona a la que se refiere es a Indalecio González González, apodado el “Asturias”, un minero asturiano que ejerció como kapo en Gusen. Fue condenado a muerte por crímenes de guerra y ejecutado en la horca en la prisión de Landsberg el 2 de febrero de 1949.

 

«Efectivamente ese Asturias era parte de nuestra Compañía y lo habíamos vivido como alguien muy amable. En esa época nos enseñaba a menudo la foto de su mujer y de sus hijos que estaban entonces en Francia. Un día que le dieron permiso, todos nosotros colaboramos para darle un poco de dinero. Con lágrimas en los ojos nos dio las gracias por nuestro gesto.

 

Mi amigo tenía razón no podía haber olvidado esa amistad. Confiando en ese recuerdo decide inscribirse en el comando de Asturias. Un poco inquieto voy a verle tres días más tarde. Habitualmente se encuentra cerca de nuestro punto de encuentro cerca del bloque. Como no le veo le pregunto a un camarada que me lleva junto a él. Está irreconocible. Ese capo desgraciado “su mejor amigo” ha decidido pura y simplemente eliminarlo.

 

Mi camarada me cuenta que se presentó a él con los brazos abiertos, confiando como con un antiguo amigo, con la esperanza de encontrar en su equipo un poco de protección en este infierno. Como respuesta, ese tipo repugnante lo previene sarcásticamente: “No cuentes conmigo, he decidido suprimir todos los testigos de mi pasado. Los alemanes van a ganar la guerra, tengo que hacerles ver que estoy con ellos: es la única forma de salir de aquí vivo, es la única manera de poder algún día ver a mi mujer y a mis hijos.”

 

Mi amigo desesperado al límite de su capacidad me dice, acurrucado en su colchón de paja: “Ves en qué estado estoy, mañana ya no resistiré más, va a acabar conmigo, tengo que despedirme de ti, para mí se ha terminado. Si llegas a salir de este infierno, el mundo entero tiene que saber las atrocidades cometidas por los nazis…y por sus vasallos.»

 

Esas fueron las últimas palabras de Indalecio González Gabriel. Era diciembre de 1941. El día 9, a las 04:40 horas fallece. Según los documentos nazis, la causa de la muerte se produce por «debilidad circulatoria». Su cuerpo fue cremado el 12 de diciembre. Tenía 21 años.

 

José Marfil, terminó este triste capítulo de la historia de Indalecio diciendo: «Escribo estas líneas pensando en él, es por él por el que hago este esfuerzo. Mi vida va ahora muy rápidamente hacía el final, pero si un día queda una sola imagen en mi memoria, será la de su sonrisa y su fiambrera tendida hacía mi hambre.»

 

En Memoria de Indalecio González Gabriel y de todas las personas que sufrieron la deportación.


¡Nunca más!


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[1] Recogido en José Marfil Peralta: He sobrevivido al infierno nazi. Recuerdos, p. 54

[2] BDST-Guadalajara.  Caja 302956  - Expediente 66424

[3] CDMH. Pensiones: Muertos, desaparecidos e inválidos del Ejército de Tierra de la República. Caja 62, folio 362bis

[4] Gaceta de la República,  núm. 93  - 3 Abril 1937, p. 35

[5] Juan Pedro Yunta: En honor a la vida. Por la memoria de un santacrucero. 2013 Archivo Digital ACAME "Joaquín Arias")

[6] Fototeca de ACAME. Archivo visual de Santa Cruz de la Zarza

[7] Gallica. Biblioteca Nacional de Francia

[8] Hernández de Miguel Carlos: Los últimos españoles de Mauthausen, p. 208