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153. El eructo como forma de pensamiento



Le dieron todas las cruces del mundo por matar, sin que la Iglesia se quejara de la utilización de ese símbolo.


¿Se puede advertir en esta foto una concepción del mundo, de la amistad, de la cultura? La respuesta es sí. A veces, tenemos una idea fantástica, pero carecemos de los medios o del tiempo preciso para desarrollarla. No es el caso de estos dos individuos. Tuvieron la idea y la llevaron a la práctica. Uno puso el talento y el otro la disciplina. El del talento, increíblemente, es el de la derecha y se llama Millán-Astray. El de la disciplina, increíblemente también, es el de la izquierda y se llama Francisco Franco. Salta a la vista que el ideólogo es Millán-Astray por la expresión de superioridad intelectual, que le sale prácticamente sin querer, pero también por el modo en que protege con su brazo derecho al neófito.

-Mira -le está diciendo- cómo se combate dialécticamente una idea: se levanta la barbilla, se enarcan las cejas, se arruga un poco la nariz y se suelta un eructo. Es importante que no te hayas lavado los dientes jamás, porque en el sarro se esconden cantidades increíbles de pensamiento y de bacterias, y adonde no llega el pensamiento llegan las bacterias. Si acaso, al tiempo de eructar puedes articular una frase corta, pero incisiva, del tipo de te vamos a cortar los cojones. Estas oraciones combinan muy bien con el tipo de filosofía que pretendo transmitirte. Un día, en Salamanca, discutí con un tal Unamuno, un filósofo de mierda, al que grité en su cara ¡Muera la inteligencia! Se quedó planchado porque lo argumenté con dos eructos geniales y un ¡Viva la muerte! que te ponía los pelos de punta.

Para entonces ya me faltaban un ojo y un brazo, porque yo soy consecuente y si digo que viva la muerte es porque me gusta, incluso a plazos. Estaba conmigo, de mi lado quiero decir, José María Pemán, que eso sí que era un pedazo de escritor con su gracia andaluza y todo lo demás. Si no me crees, pregúntaselo a él.

Cuando escuchaba la palabra cultura, Millán-Astray sacaba la pistola. Se pasó la vida sacándola y mató mucho, primero en Filipinas, luego en Marruecos y más tarde en España. Le dieron todas las cruces del mundo por matar sin que la Iglesia se quejara de la utilización masiva de un símbolo tan suyo. Finalizada la Guerra Civil regresó a sus tareas intelectuales como jefe de prensa del régimen y sólo mataba los domingos, por quitarse el gusanillo. Un genio.

En cuanto a Franco, era más torpe. Observen las dificultades que muestra para soltar la ventosidad bucal por no colocar la lengua donde debe. Pero aprendió y eructó como el que más durante cuarenta años. De entre sus eructos más celebrados cabe destacar la Cruz del Valle de los Caídos, también muy apreciada por la Iglesia.

Si alguien quiere saber qué fue el franquismo, cómo era la atmósfera moral e intelectual, incluso gastronómica, que se respiraba en España durante aquella época, no tiene más que asomarse a esta fotografía con halitosis que lo dice todo. De ahí venimos, aunque unos más que otros, y no nos gusta señalar.

Se publicó en las páginas de Cultura de EL PAÍS el 14 de noviembre, con ocasión del aniversario de la muerte de Franco, por lo que si Millán-Astray hubiera levantado la cabeza habría sacado, lógicamente, la pistola.

Vaya mundo.


Juan José Millás
El País - 14/11/2005







3 comentarios:

  1. Lo que hace Millás con las fotos, esa forma de comentarlas, de sacarles punta y de buscarles las verdades me parece literariamente admirable. No conocía la foto ni el texto, y no podré volver a mirar la foto sin acordarme del texto. Brillante, como tantas otras veces.

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  2. La Iglesia no se quejaba de la utilización de la cruz que hacía el franquismo, porque formaba parte de la misma tarea, de ahí, los curas con las pistolas al cinto.

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