Al terminar la guerra, me
encontraba en el ejercito de Cataluña, por lo tanto tuve que atravesar la
frontera y incorporarme en el campo de San Cyprien donde estábamos guardados
por senegaleses. Como se sabe por otros documentos y testimonios, fuimos muy mal
recibidos por el gobierno francés.
Ingresé en el Partido
Comunista en este campo, pues en España, no pertenecía a ningún partido ni
organización sindical.
Allí, nos organizaron en
compañías de trabajadores (CTE), la mía era la 211a. Nos mandaron a trabajar
para arreglar los daños que había causado el desbordamiento del río Ter, en
viñas, caminos y otros puntos. Después nos mandaron con diferentes patrones a
trabajar en otras viñas así hasta que estallo la guerra con Alemania. Francia
fue cortada en dos zonas: una zona ocupada (por los alemanes) y una zona
“libre”que controlaba el mariscal Petain.
Luego los
franceses nos entregaron a los nazis: unas compañías fueron a parar
directamente al campo de Mauthausen, otras a la línea de defensa fortificada Maginot,
y la mía, que seguía siendo la 211a, fue mandada a Brest (campo de Saint
Pierre) para hacer refugios para los submarinos alemanes en el canal de la
Mancha. Lo que suponía estar bombardeados todos los días por la aviación
aliada.
Un día nos reunimos por
primera vez la organización del partido y de la JSU y decidimos que aquella
misma noche teníamos que escapar de allí. Así hicimos cada uno por nuestro
lado. Yo por mi parte fui a parar a la estación de ferrocarriles de Brest Los
demás no se como se las arreglaron para escapar.
Estando en la estación de
Brest se acerco un señor que hablaba español. Me puso la mano encima del hombro
preguntándome que si venia del campo de Saint Pierre. Dije que si, y me hizo
esperar unos momentos que yo creía que iba a llamar a la policía. Pero no fue
así. Se presentó con un billete de tren hasta Burdeos, una caja de galletas y
dos direcciones. Me subí al tren y fui hasta Burdeos. Una vez en Burdeos me
presenté a las direcciones que me dio aquel desconocido y así empecé a entrar
en la Resistencia. Hicimos varios atentados, volando trenes y líneas de alta
tensión.
Empecé a trabajar en el
matadero general de Burdeos. Allí la Resistencia consistía en sabotear todo lo
que saliera en los trenes hacia Alemania, y en sacar carne para los presos y
sus familiares. En los hornos que servían para ahumar salchichones y jamones
para los alemanes, en lugar de ponerlos para ser ahumados, los echábamos
directamente al horno para que se quemaran. Y la carne la sacábamos en los cubos
de la basura que recogían los camaradas de la Resistencia del exterior del
matadero. Así pasábamos los días, haciendo acciones contra el invasor nazi,
hasta que recibí la orden de incorporarme en París.
Aquí en París entré en un grupo de Resistencia donde estaba Luis
Montero, Fernández, Cagancho y María Illena entre otros. Hicimos varias
operaciones idénticas a las que hacíamos en Burdeos. Yo era responsable de
grupo donde éramos 6 o 7 camaradas que en estos momentos no recuerdo.
En la
calle Vaugirard, atacamos un local que los alemanes dedicaban para distraerse.
Después continuamos atacando grupos de alemanes por las calles de París.
Custodiamos también a los camaradas que hablaban a la salida de los obreros de
la fabrica Renault. En el distrito 16 de París, atacamos la casa de la milicia
fascista francesa cuando estaban celebrando una reunión en dicha casa. En Issy
les Moulineaux atacamos una formación de soldados alemanes y así donde
surgieron concentraciones o en bares.
Y así
hasta que un día fui a recoger materiales en una casa situada en el numero 19
de la calle des Chaufourniers en París 19. Al entrar en el piso me encontré con
dos pistoleros de la milicia francesa. Allí me detuvieron y me llevaron al
depôt de la policía francesa en la prefectura. Me subieron al primer piso y
recibí la paliza más grande que se puede imaginar, golpes por todas las partes
del cuerpo y sangrando por la nariz, por la boca y por todo el cuerpo. Me
tiraron al suelo creyendo que estaba muerto y cogiéndome por las manos y los
pies, me bajaron al deposito donde estaban otros presos. Me dejaron allí como
muerto. Ocho días después, gracias a los medicamentos que me dieron los de las
Juventudes Francesas que recibían de sus familiares, pude salir adelante. Ocho
días mas tarde me daban de comer con un dedo por la boca porque no podía
recibir la comida de otra manera. Unos días después me mandaron a la cárcel de
Fresnes, 2° piso célula n°63, y allí estuve solo unos dos meses.
Con una
sardina salada y un panecillo cada día.
Una
noche, sobre las cuatro de la madrugada se presento un soldado alemán que yo
cría que era para fusilarme. Sobre la cama tenia un chapetón de cuero del
Ejercito de la República. No me lo puse, creyendo que no lo iba a necesitar.
Pero al salir de la celda, el soldado me lo puso sobre los hombros, lo que me
hizo pensar en otra cosa. Me bajaron, me metieron en un furgón y me llevaron al
Castillo de Romainville donde solían fusilar todos los días. Me metieron en una
nave donde estaban todos los presos.
Todas
las mañanas, al ser de día, nos formaban, nos contaban y, acto seguido,
aparecía un oficial alemán con unos soldados con metralletas y perros.
De
las filas de los presos, sacaban unos quince y los fusilaban.
En
Romainville, estuve una semana hasta que un día nos apartaron a unos cuantos y
nos metieron en un furgón. Nos llevaron a la estación del Este y allí nos
subieron en un vagón de animales. Y desde aquí salimos marchando en dirección
desconocida hasta que el día siguiente paramos en el pueblo de Mauthausen. Nos
llevaron al campo del mismo nombre. Me desnudaron, me pelaron, nos miraron la
boca para ver si teníamos dientes de oro, nos quitaron la ropa de civil y nos
dieron el traje del campo de concentración. A partir de ese momento, no nos
llamaban por nuestro nombre sino por un numero que nos dieron a cada uno de
nosotros (el mío era el numero 25.537) y nos metieron en la barraca de cuarentena
donde teníamos que dormir con los pies cruzados con el cuerpo de otro porque
faltaba sitio para dormir.
Unos
días después nos mandaron a la barraca n°11 donde había otros presos en las
mismas condiciones. Allí estuve algunos días sín poder salir de la barraca,
hasta que por fin un día me bajaron a la cantera de piedras de granito, donde
el Fhurer decía que con aquellas piedras haría un monumento a su ejercito en
todas las capitales que ocuparan, aquellas piedras había que sacarlas a hombro
por una escalera que en los 186 escalones que cuenta la escalera habían muerto
tres mil españoles, y así teníamos que subir todos los días, los que morían al
no poder subir con las piedras que les ponían los cabos de presos comunes a
quien daban un poco mas de comida y un paquetillo de tabaco.
En el
campo formamos un comité político de personas de todas nacionalidades y de
confianza que se encargaban de recoger noticias para que los presos no se
desmoralizarán, así pasaban los días y los anos hasta que llego el día de la
liberación donde atacamos los guardias que quedaban el campo, nos liberamos y
perseguimos al responsable del campo al que matamos en un bosque de las
cercanías del campo, que iba vestido de tyroliano, el resto de los alemanes los
echamos al otro lado del Danubio, y a la mañana siguiente se presentaron los
tanques americanos y quedamos liberados.
Regresamos
a París, y en el hotel Lutetia que acogía la llegada de los deportados y que
había que distribuirlos según su estado de salud, unos iban a los hospitales y
otros quedaban allí para recuperar fuerzas. Aquí me tire dos años haciendo la
clasificación de todos los que iban llegando.
A los
dos años, me planteo el Partido que si quería desarrollar la organización de
Resistencia contra Franco porque este se quedaba en España a pesar de ganar la
guerra los aliados y del proceso de Nuremberg que había condenado a los nazis
alemanes. Respondí al llamamiento del Partido y regresé a España seis veces
cruzando los pirineos a pie y de noche, para desarrollar la organización contra
el franquismo hasta que vino la democracia.
Con
el franquismo fui detenido y juzgado por el tribunal militar. Los jueces
pidieron 20 años de cárcel pero no pudieron demostrar que era un enlace con la
dirección del Partido y me dejaron en cuatro años en Carabanchel; pena que no
cumplí porque se aceleraron los acontecimientos. Fui liberado porque se
presentó Monsieur Emile Valley que era el secretario general de la Amical de
Mauthausen, dio las cincuenta mil pesetas que pedía para ponerme en libertad y
así continué hasta que llego la democracia en nuestro país.
El
que lea este relato puede imaginar que he continuado con la lucha por la
democracia en nuestro país a pesar de todas las cosas que después hemos tenido
que soportar.
Jorge Pérez Troya
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