Clase de alfabetización de la 21 brigada mixta, 1937 |
Anecdotario
de un Ejército que se capacita.
La actividad bélica tiene también momentos de
mansedumbre; no a todas horas está el fusil en erupción. Se suceden jornadas
entre pausas de reposo y violencia. Los ratos de tranquilidad los aprovechan
los combatientes para capacitarse. Una de estas interrupciones tranquilas, paz
en la guerra, las utilizamos para acercarnos a los parapetos.
Son las once y media de la mañana. Parte de los
soldados descansa unos minutos; los demás vigilan las cabriolas del fusil
enemigo. La tropa emplea el tiempo de reposo en leer volúmenes de la biblioteca
de campaña que funciona en todas las unidades militares. Hombres jóvenes, de
brazos musculosos y piel curtida por el sol, se tumban a la intemperie a
repasar páginas de Historia, de buena literatura, de libros sociales. Tal es el
material de enseñanza escogido por los maestros.
—Tarea difícil la de buscar un rincón de sombra a
mediodía y en el campo.
—Nunca falta una rama de chopo, indulgente con nuestro
afán aprender –nos argumenta un joven combatiente.
—¿Estáis contentos?
—Ahora comprendemos la vida y el sentido de nuestra
lucha.
Vigila a los muchachos un miliciano de la cultura, no
con aire de dómine fiscalizador. El maestro está allí para resolver cuantos
problemas le plantee el interés de los lectores. Un párrafo oscuro, un concepto
que no cuaja en la mente que comenzó a cultivarse ahora. Su principal labor,
después de combatir el analfabetismo, es inducir a los muchachos a estudiar;
que la imaginación se interese por lo que leen en los libros.
—¿Tiene muchos alumnos?– preguntamos.
—De momento, treinta y siete. En esta brigada teníamos
ciento cincuenta analfabetos. Hoy todos saben leer. Algunos, al caer muertos
por las balas enemigas, expiraron con su cartilla de colegial bajo el brazo.
—¿Buenos libros en la biblioteca?
—Interesantes para los muchachos, sí. No tenemos todos
los que quisiéramos. Una prueba del interés que observan los combatientes por
la cultura: de su propio sueldo ceden dinero para que la escuela compre
material y libros.
—¿Alguna anécdota del tiempo que lleva usted en esta
unidad?
El miliciano de la cultura queda pensativo unos
momento, y luego exclama:
—Escúchame.
Hace poco hervían las tropas en el fragor de un
combate. Se disputaban los centímetros de terreno con encarnizada violencia;
miles de disparos por minuto rasgaban el aire, sin que los proyectiles se
parasen a pensar en las tragedias que acarreaba su choque con los cuerpos
humanos. Las fuerzas contrarias castigaban nuestras avanzadillas. Las
posiciones leales iban a tener que ser evacuadas.
Entonces se acordaron los combatientes de que en una
casa del parapeto se guardaba una biblioteca valiosa. Luego, despreciando sus
vidas un grupo de soldados y un miliciano de la cultura salieron valientemente
a cuerpo limpio, consiguiendo salvar del hotel un centenar de volúmenes, entre
ellos un incunable y las doce novelas ejemplares de Cervantes. Mientras, los
compañeros de quienes daban tan audaz golpe de mano batían al enemigo con
incesante fuego de ametralladora.
Nuestro informador ha hecho el relato orgulloso del
comportamiento de su compañero.
Milicias de la Cultura tiene en su seno héroes
anónimos cuya labor en el Ejército injerta en la guerra civil española páginas
no vividas en ningún acontecimiento sinónimo.
El analfabetismo de los campesinos.
Un sol que abrasa azota nuestro paso por los
encinares, cuyas raíces entiban las trincheras de evacuación. El caballo que
nos llevó a las primeras líneas bebe en un riachuelo.
El oficial de la compañía más próxima se acerca a
nosotros, llevando a su izquierda a un combatiente risueño.
—He aquí un caso emocionante –nos dice–. Este hombre
hace quince días era analfabeto. Hoy es lector de Joaquín Costa. ¡En medio mes!
El soldado nos muestra una carta recién escrita para
su madre.
—Para eso he estudiado –exclama–. Para poder decir lo
que pienso y para que nadie se entere de las confesiones que le hago a mi
novia.
El joven luchador se abraza a nuestro acompañante el
miliciano de la Cultura.
—¡Es muy hermosa la obra de estos camaradas!
Medio millón de clases.
Las estadísticas son áridas para el lector que se
enfrenta con ellas; pero hemos de acudir a los números para informaros con
exactitud de algunos pormenores que acreditan los servicios que presta Milicias
de la Cultura en los frentes de guerra. Vais a conocer el resumen de la obra
realizada en un año, cómputo elocuente de las admirables actividades que puso
en juego esta organización, esgrimiendo su gran arma educadora: el libro.
En un año, setenta y cinco mil ciento setenta y ocho
combatientes liberados del analfabetismo, en virtud del esfuerzo abnegado de
los trabajadores de la enseñanza. Más de trescientas mil clases individuales y
medio millón de clases colectivas fueron explicadas en las trincheras, en los
parapetos, en las chabolas de primera línea.
Agregaremos a esta labor de primer orden veinte mil
setenta y siete charlas y conferencias.
Los milicianos de la Cultura no eluden los peligros
que amenazan sus vidas: doce de ellos han muerto en el cumplimiento de su
deber, víctimas de la metralla.
Milicias de la Cultura ha creado en un año veinte
internados militares y ciento diecisiete Hogares del Soldado. Explicó ciento
ochenta y dos cursillos de capacitación de mandos; realizó quinientas ocho
sesiones de cine-foro y setenta y ocho representaciones de teatro guiñol.
Preocupaba desde el principio a la inspección del
frente de Madrid el lograr tener en la mano todos los recursos educadores. Y
comprendiendo que la radio es un medio eficacísimo de propaganda, organizó
doscientas emisiones de radiodifusión, dedicadas a los combatientes. Amenidad y
cultura se unieron en el micrófono para completar el cuadro de actividades en
un puñado de meses.
Epílogo.
Regresamos. Atrás quedan los parapetos. la escuela, la
biblioteca. Nos decían que, por término medio, el analfabetismo alcanzaba hasta
el setenta por ciento. Hoy no pasa de un dos y medio. Pronto desaparecerá
completamente. Para eso han ido a los frentes los milicianos de la Cultura.
Juan FER
Blanco y Negro, revista quincenal ilustrada (segunda
época), año XLVIII, nº 9 (2.357)
Madrid,
15 de agosto de 1938
El empeño cultural fue eminentemente republicano. Las muestras son poderosas: la escuela y los maestros de la República, la Barraca, las Misiones Pedagógicas y Culturales. Y también las Milicias de la Cultura.
ResponderEliminarEn el siglo XIX existió el llamado Trienio Liberal, que fue un milagro entre tanto absolutismo. Y en la primera mitad del XX, la Segunda República. Una época en que la gente se entregaba de forma generosa. Supongo que nuestra democracia actual, que podría considerarse en cierta forma hija de ese intento, se ha visto ensuciada por el eterno problema de la corrupción.
De todas formas no perdamos jamás la fe en el hombre.