Tras la derrota del Ejército Republicano en Cataluña, millares de españoles no vieron otro camino que el del exilio. Más de medio millón de personas pasaron entonces la frontera francesa, en uno de los más trágicos éxodos que recuerda la Historia Contemporánea. Y en su nuevo país, muchos siguieron combatiendo por defender las ideas en que creían.
Empiezan a ser conocidas las andanzas de los españoles
de la emigración republicana de 1939 y algo se ha escrito ya tanto sobre los
sufrimientos físicos en los campos dichos «de acogida» creados en las
inhospitalarias playas del mediodía francés, en los campos de castigo de África
del Norte, como la participación de los ex-soldados de la República vencida en
los Ejércitos aliados o en los «maquis» de la Europa ocupada.
En cambio, se corre púdicamente el velo del olvido
sobre aquellos otros compatriotas que, por diversas razones —a veces sin
ninguna razón como no fuera la de ser considerado como peligroso y calificado
de «rojo español» por las autoridades de Vichy o por las alemanas— fueron a
parar con sus huesos a cárceles provinciales o a prisiones que gozaban de
un régimen especialmente duro, disciplinario.
También en la mayoría de casos, al igual que lo
hicieran otros compatriotas en las montañas o en las guerrillas urbanas,
nuestros compatriotas internados en estos lugares combatieron, según lo permitían
las circunstancias, por conseguir la libertad para incorporarse, casi siempre,
a las unidades activas de la Resistencia. Así sucedió en Castres, en Toulouse,
en Foix, etc. Y, en particular, en la prisión central de Eysses, viejo y
siniestro caserón insalubre situado en el pueblecillo de Villeneuve sur Lot, en
el Departamento de Lot y Garona, donde se constituyó un «Batallón» compuesto
por la mayoría de los detenidos políticos, entre ellos, los españoles. Fue por
decreto del Gobierno del Mariscal Petain el que Eysses se volvió a llamar
«Maison Centrale de Force», que recordaba tiempos lejanos y vida inhumana tras
sus sólidos muros. Y fue igualmente por la misma orden de Vichy que fueron allí
concentrados cientos de detenidos desperdigados hasta entonces en otras
cárceles desde las cuales resultaba más fácil la evasión.
Obedecía esta decisión a que, allí concentrada «la
crema» política considerada como peligrosa para las tropas de ocupación, los
servicios de policía franceses y alemanes podían ejercer una vigilancia más
estrecha y un control más estricto. En cuanto a las evasiones, se podía creer
que, en Eysses, resultarían imposibles.
Empezaron a llegar los nuevos «pensionarios» en
octubre de 1943. Venían de todas las regiones de Francia, tanto de la zona
norte (la ocupada) como de la zona sur (llamada «libre»). Los españoles
procedían, sobre todo, de las cárceles de Marsella, Nimes, Montauban, Tarbes,
Rennes, Grenoble, Toulouse y París. Conviene aclarar que muchos de estos
detenidos, por haberlo sido desde la entrada de las tropas hitlerianas en
Francia, no habían tomado parte alguna en las tentativas de organización de
grupos resistentes, que, más tarde, se convertirían en la Agrupación de
Guerrilleros españoles en el país vecino; otros, en cambio, habían adquirido ya
una buena experiencia: la de la guerra de España, en la que habían tomado
parte, y la de su participación en los primeros sabotajes organizados contra
edificios, vías férreas, grupos de soldados, etc.
Había en total mil doscientos detenidos en Eysses. Los franceses eran, como es natural, los más numerosos; muchos italianos, algunos polacos, un puñado de ingleses, unos pocos soviéticos y sesenta españoles.
Había en total mil doscientos detenidos en Eysses. Los franceses eran, como es natural, los más numerosos; muchos italianos, algunos polacos, un puñado de ingleses, unos pocos soviéticos y sesenta españoles.
Inmediatamente, se hicieron las primeras gestiones, se
establecieron los primeros contactos para llegar a la creación de un movimiento
de Resistencia y de ayuda mutua. Los franceses, entraron en el Frente Nacional;
los españoles, fundaron un grupo de Unión Nacional Española, organismo que
funcionaba en la clandestinidad en el exterior. Y, también naturalmente, dado
nuestro carácter peculiar, aún formando parte del movimiento general, nuestros
compatriotas gozaron siempre de total autonomía en cuanto a la organización de
U. N. E.
Uno de los primeros objetivos de la organización fue
la de luchar contra la aplicación severa de un reglamento interior Inicuo,
puesto que se les catalogaba únicamente de «bandidos» o «terroristas» y sin que
pudieran reclamar un estatuto de presos políticos.
El resultado, por la disciplina demostrada en todos los
instantes frente a la dirección de la prisión, fue que se suprimieron la mayor
parte de las medidas vejatorias hasta entonces previstas e impuestas sin
miramiento.
Desapareció la «rueda» en los patios, la fila india y
andando con sus zuecos al ritmo impuesto por los guardianes; desaparecieron los
cabos de vara, los «prevots»; una delegación permanente de los presos hablaba,
en nombre de todos a la dirección; se permitía él airear las viejas celdas
húmedas y los dormitorios colectivos; los detenidos obtuvieron la libertad de
hacerse el aseo personal en los patios después del toque de diana.
Conseguido esto, la acción se desarrolló y nuevas
satisfacciones vinieron a añadirse a las anteriores: derecho al estudio en
grupos, derecho a circular libremente en los patios, a cualquier hora del día,
derecho a enviar varias cartas por semana y de recibir la correspondencia,
paquetes y periódicos, derecho a la visita de familiares, etc.
Además, para evitar que se rompiera la disciplina
impuesta a todos los participantes en el movimiento unido de los políticos,
cuando había nuevas expediciones de presos que entraban en Eysses, los
resistentes ejercían un control muy severo para que los delincuentes de derecho
común fueran separados y enviados a otras secciones.
Como en Foix, se creó en la Central de Eysses un
colectivo al que iban a parar los paquetes de víveres que llegaban para algunos
y la distribución se hacía entre todos, de manera equitativa y bajo el control
efectivo del comité central de la prisión. Hay que decir que muchos de los
paquetes que llegaban a nombre de un preso habían sido depositados a la entrada
por gentes amigas, por esposas, novias, hijas o hermanas de resistentes
internados allí. En cuanto al tabaco, se tenía en cuenta si este o aquel era
fumador para evitar que nadie pudiera traficar con los cigarrillos que le
pudieran corresponder.
Con el fin de aprovechar el tiempo que se consideraba
como perdido, y para evitar el decaimiento moral de los internados, el comité
organizó una serie de cursos de educación general o política, conferencias,
debates, preparación militar, espectáculos.
Y, hecho increíble, en la prisión entraban libros
prohibidos, armas. Había varios receptores de radio, gracias a los cuales los
presos estaban al corriente de lo que sucedía en el exterior, principalmente en
los diversos frentes de batalla. Es inimaginable cuanta ingeniosidad fue
derrochada por los más activos de entre los presos para hacer posible lo que,
parecía imposible. Para que cada cual estuviera al corriente de lo que sucedía,
se hacía, al igual que en Foix, un periódico manuscrito y se distribuían los
comunicados de guerra o las declaraciones de los grupos de la Resistencia.
LA PREPARACIÓN DE LA RESISTENCIA ARMADA
Los detenidos se consideraban miembros activos de las
Fuerzas Francesas del Interior, por lo que se preparaban cada día para poder,
en cuanto lo permitieran las circunstancias, unirse a los combatientes de los
«maquis» con los que habían logrado establecer contacto. Dirigían la organización
militar, por ser los más numerosos, los franceses, aún cuando cada grupo
nacional, en particular los españoles, conservaban su autonomía. El jefe de los
grupos militares especiales fue Francois Bernard, que había sido comandante en
las filas de las Brigadas Internacionales durante nuestra guerra civil y jefe
de la 139° Brigada española durante la batalla del Ebro.
Los españoles, por su parte, formaron cuatro grupos de
combate compuestos de treinta hombres en total. Guardia Fernández era el
encargado de dirigir e instruir militarmente a los grupos; había sido capitán
en el Ejército republicano.
El comisario político fue Félix Llanos, miembro del
Partido Comunista, muerto tuberculoso a los pocos meses de su regreso de un
campo de exterminio de Alemania. La idea en sí nació desde los primeros
contactos: era necesario crear las condiciones para una evasión colectiva, la
incorporación, en el seno de un Batallón, de los evadidos al «maquis» de
Dordoña que necesitaba refuerzos en hombres —en hombres aguerridos- sobre todo.
Para preparar sicológicamente a los militantes de
estos grupos especiales, se organizaron algunas acciones limitadas a hechos
precisos. La primera acción que se pudiera calificar de Resistencia activa fue
un acto de solidaridad en favor de presos «administrativos», metidos en celdas,
detenidos por «sospechosos» sin ninguna otra precisión, que no habían pasado
ante ningun tribunal, pero que estaban en peligro de ser deportados a Alemania.
Un día, fueron sacados de la prisión por sorpresa, pero los ferroviarios
sabotearon el tren y los gendarmes que les custodiaban los devolvieron a la
cárcel de Eysses. Inmediatamente, los resistentes hicieron un plante en el
comedor desde la once de la mañana hasta la seis de la tarde, cesando en su
actitud una vez obtenida la promesa de anulación de la expedición. Más, por la
noche, los gendarmes vinieron a buscarles lanzando granadas lacrimógenas en los
dormitorios. Diose la voz de alarma en las secciones de los «políticos» y éstos
salieron de los suyos rompiendo las puertas. Más de mil detenidos formaron
militarmente frente ala puerta del Este defendida por los fusiles de los
gendarmes. La columna se puso en marcha entonando «La Marsellesa» en coro, bajo
la cruda luz de los proyectores. Iban manos vacías, salvo algunos grupos
especiales, entre ellos uno español, llevando escondidos mangos de picos, de
palas y algún hacha. El oficial al ver la actitud resuelta, vaciló y,
desconfiando, acaso; de la reacción de sus subalternos, no se decidió a ordenar
el fuego retirándose con su tropa. El intendente de policía, Hornus,
especialmente destacado de Toulouse para dirigir la operación, prometió que los
«administrativos» no saldrían de la zona sur. Cumplió su promesa el intendente:
los «administrativos» fueron destinados al pequeño campo de internamiento de
Carrere, cerca de Eysses, y, luego trasladados a la fortaleza de
Sisteron, en los Bajos Alpes. El resultado a medio plazo de esta
operación de solidaridad fue positivo: en el curso de una operación montada en
1944 por las fuerzas FTPF (Franco Tiradores y Partisanos Franceses), estos
internados se sublevaron, desarmaron a los guardianes y se incorporaron al
«maquis» de la región alpina. Fue el homenaje a los detenidos de Eysses.
Entretanto, como consecuencia de las concesiones hechas a los presos, fue
destituido el director de la prisión, Lassalle, ocupando su puesto el llamado
Chartroul.
LA PREPARACIÓN DE LA EVASIÓN, SEGUNDA ETAPA
Escondidas en cajas de galletas, concretamente, con la
complicidad de algunos guardianes, entraron en Eysses pistolas, metralletas
«Sten», algunas granadas; para esconderlas, los empleados en el taller de
carpintería construyeron dobles fondos en tarimas donde estaban algunos
miembros de los grupos especiales. Pero, esto no bastaba; había que establecer
contacto con el exterior para lograr la evasión proyectada desde un principio.
El 23 de diciembre de 1943 el llamado «Kleber» se
escondió en una camioneta que recogía las virutas del taller y logró salir a la
calle. Gracias al resto de los comprometidos, la evasión fue descubierta en
febrero del año siguiente. «Kleber» estableció contacto con el jefe de los
Cuerpos Francos, Ravanel. Ambos trazaron un plan de apoyo a la operación de
evasión: Una sesentena de hombres, venidos de Lyon, de Marsella y de Toulouse,
armados de metralletas y morteros, impedirían por algún tiempo la llegada de.
refuerzos y protegerían la columna de los evadidos.
La acción prevista debía ser confirmada por París,
después de un viaje de Ravanel y de acuerdo con Joyeux-Joly, jefe del sector
Toulouse de los Cuerpos Francos, que tendría que facilitar las armas. La
confirmación no llegó nunca. ¿Por qué? La razón nos la ha dado uno de los
actores del hecho; es verosímil que las cosas hayan sucedido como él las ha
contado.
«Kleber» tenía otro nombre: «Tanger». Al saber
Joyeux-Joly que éste era miembro del Partido Comunista, se negó a continuar las
relaciones y no le entregó el armamento previsto. «Tanger» se cansó de esperar
y, no creyendo en la voluntad de los del exterior para ayudar a los presos,
rompió el contacto. Así, por un detalle en apariencia sin importancia entonces,
los detenidos de Eysses tuvieron que intentar la evasión solos-, sin armamento,
sin ayuda exterior que les sirviera de apoyo o diversión.
Mas los acontecimientos se precipitaron y se tuvo que
tomar una decisión, que algunos, posteriormente calificaron de suicida. En
efecto, el 3 de enero de 1944, cincuenta y cuatro detenidos de la sección
celular, la mayoría políticos, pero había entre ellos algunos comunes, se
escaparon por la puerta Este sin dificultad por haber sobornado con abundante
dinero a algunos guardianes. La evasión tuvo lugar sin que el comité militar ni
los responsables del Frente Nacional ni de Unión Nacional fueran informados con
anterioridad.
Naturalmente, la situación cambió en la prisión a
partir de entonces. Chartroul fue destituido y reemplazado por el coronel
miliciano Schivo, amigo de Darnand, jefe de la Milicia. La disciplina era
rigurosa; la puerta del Este fue definitivamente cerrada; se construyeron muros
de separación entre las secciones y cinco barricadas exteriores. Cinco
miradores fueron instalados, desde los cuales se podía dominar con las armas
automáticas tanto el interior como el exterior. En estas condiciones
dramáticas, la dirección política y militar llegó a la conclusión de que había
que arriesgarse a intentar la evasión por sus propios medios; los grupos
comunista y gaullista adoptaron el «plan Bernard». Este consistía en apoderarse
de la dirección del interior a la primera ocasión, reemplazando a los
guardianes por internados vestidos con los uniformes de estos y empuñando
seguidamente sus armas.
Después, neutralización rápida de los gendarmes
móviles (que según algunas informaciones, se comprometían a cierta pasividad),
vaciar los almacenes de víveres y, con los ocho camiones de las fuerzas de
seguridad de Eysses y algunos de la AS (Armée Secréte) de Villeneuve - sur -
Lot, intentar incorporarse al «maquis» creado al norte del Departamento del Lot
y Garona, primera etapa para llegar al de Dondoña para reforzar a los grupos de
«Carlos», «Soleil» y «Hércules». En aquellos días se anunció la llegada de un
inspector de Vichy que, en compañía de la Plana Mayor del coronel Schivo,
visitaría las instalaciones. Cuando la comitiva entró en la sala del patio
número uno, varios detenidos amordazaron al director, al flamante inspector y a
los acompañantes. Los oficiales de la prisión fueron despojados del uniforme.
Se fue a buscar a los guardias, uno por uno, con el pretexto de que el director
les llamaba. En poco tiempo, el control de la cárcel pasó a manos de los
resistentes. La primera fase era un éxito. Pero hubo el granito de arena...
LA BATALLA DEL «BATALLON DE EYSSES»
Un grupo de «comunes» que regresaban de los trabajos
en el huerto, al ver a unos guardianes cachear a otros guardianes, pensando
seguramente en vengarse de la separación establecida por los «políticos»,
dieron la voz de alarma; el oficial dio órdenes y los Gendarmes Móviles
empezaron a tirar; el primer herido fue Bernard. Fracasada la operación
sorpresa, se entabló una batalla que terminaría trágicamente para algunos. Las
fuerzas en presencia, la potencia de fuego, eran favorables a los
encargados de la seguridad de la prisión. Los combates, que habían empezado a
las cinco de la tarde, terminaron a media noche. Fue en esta fase final, en
este momento en que todo estaba ya perdido, sin esperanza de verse libres
cuando los españoles dieron pruebas de combatividad, de desprecio del peligro,
que forzaron la admiración de todos los demás sublevados. He aquí algunos
extractos del libro publicado por los supervivientes de la prisión de Eysses:
«... De pronto, un cohete verde sale disparado de uno de los miradores. ¿Los GMR piden refuerzos?... Los camaradas españoles se proponen atacar al mirador noroeste... El que conoce en los momentos difíciles la amistad de un hermano de España, tiene, entre todas las otras, algo más...»
«Los minutos que siguen son emocionantes. Todos
quisieran estrechar las manos de estos valientes. Algunos piensan que este
ataque es un acto de locura, que es insensato creer en el éxito. Tal vez. En
aquel instante, ante la confianza tranquila de esos asturianos, de esos
castellanos, de esos catalanes, queremos, ante todo, darles las gracias y
compartir su fe».
«Pero, el glorioso equipo dirigido por Llanos se
inclinará también después de tantos esfuerzos infructuosos. Los españoles
comienzan su ataque con bombas de mano lanzadas, algunas, desde las ventanas de
la enfermería. Sin embargo, incluso a la misma altura de las troneras del
mirador, es imposible hacer pasar una sola «patata» por las estrechas
aberturas. Las granadas caen en el camino de ronda pudiendo herir a los otros
miembros del grupo. Estos, armados de picos y arietes, intentan abrir una
brecha en la muralla».
«Los españoles reanudan sus asaltos sin parar...
—Se van a hacer matar todos —grita Aubert—, que manda
el grupo de protección. Hay que darles orden de replegarse.
—¿Replegarse? ¿Entrar en los locales? Ni pensarlo.
Los españoles hacen como si no oyeran la orden ¡Cómo
gritar más fuerte con ese ruido ensordecedor!»
«Durante una nueva carga, Serot resulta herido. No
quiere separarse de sus camaradas y, cuando logran arrastrarlo al interior ya
está muy debilitado por la pérdida de sangre. La noticia de su herida corre
rápidamente por los puestos de combate ¡Serot herido!...
«Al fin, se consigue que los heroicos camaradas
españoles abandonen su tentativa desesperada... Azagra, herido en la rodilla,
cierra la marcha. Desde entonces arrastrará su pierna lisiada por la metralla»
«En el puesto de mando, Llanos dice simplemente:
«—Hemos hecho lo que hemos podido. Hemos intentado
derribar el muro, pero hubiéramos necesitado dinamita. Faltaban explosivos, una
carga de «plastic», de dinamita...»
En verdad que los españoles sabían cuál era su
situación, razón por la cual, siguiendo aquello de «defendello y no
enmendallo», tuvieron una actitud mucho más heroica. Y ala desesperada se
lanzaron sobre el mirador, intentaron cavar un túnel, devolvieron las bombas de
mano a los gendarmes que se las enviaban; no ignoraban que se jugaban la vida
y, acaso, inútilmente. Pero, ya que habían empezado, había que terminar el
trabajo. Quien sabe si...
El espíritu combativo de los insurrectos era tal que
los alemanes tuvieron que reforzar a los gendarmes con cañones de 77 mm y con
morteros instalados en las alturas que rodeaban la Central. Como los presos en
armas habían logrado apoderarse de la persona del director Schivo, éste fue
autorizado a telefonear al jefe de las fuerzas de vigilancia pidiéndole que
cesara el fuego y prometiendo a los presos («les doy mi palabra de oficial»)
que no habría represalias.
LAS REPRESALIAS
El día 25 de febrero de 1944, el diario parisiense
«París-Soir» —periódico que se distinguió desde el primer momento por su
espíritu «colaboracionista»— publicaba en primera página, a dos columnas, un
extenso despacho de su corresponsal en ViIleneuve - sur - Lot: «En una sola
jornada. VEINTISIETE BANDIDOS HAN SIDO CONDENADOS A MUERTE Y FUSILADOS. Doce
amotinados de la Central de Eysses han sido juzgados por un Tribunal militar
francés en presencia de Joseph Darnand».
Tal fue el resultado de la llegada, el día 20, del
jefe de la Milicia, Darnand, a Eysses para dirigir personalmente las
investigaciones. Una primera decisión: la de fusilar a los heridos, puesto que
no podían negar su participación en los actos de «bandidismo», más cinco presos
a los que acusó un guardia, Johannés Dupin, de haber empuñado las armas. Entre
los fusilados estaban, además de Frangois Bernard, Beltran Serveto y Jaime
Serot. Logró salvarse del pelotón de ejecución nuestro compatriota Azagra,
herido gracias a un error cometido por un guardián de la prisión, pero, si se
salvó de la ejecución fue para morir trágicamente en el tristemente célebre
«kommando» de Hersbrück. No paró ahí el deseo de terminar para siempre con el
espíritu del «Batallón de Eysses». Las represalias continuaron durante meses y
meses, hasta terminar por deportar a los que habían logrado salvar sus vidas.
La Central pasó a ser dirigida por los alemanes de la División «Das Reich» —la
misma que cometió el horrendo crimen de Oradour - sur - Glane, donde todos los
habitantes del pueblo fueron concentrados en la iglesia y quemados—; una
mañana, el 30 de mayo, llegaron con camiones para embarcar a todos los presos.
Como no había para todos, un centenar de entre ellos tuvieron que ir a pie
hasta la estación cercana de Penne d'Agenais. Los siete kilómetros los hicieron
a marcha forzada, recibiendo culatazos, patadas, bofetadas, de parte de los SS.
Uno de los presos, incapaz de soportar aquel ritmo infernal, cayó a tierra; los
alemanes no le dejaron levantarse, pisoteándole hasta reventarle. Finalmente
el tiro de gracia terminó con los sufrimientos del compatriota Huelgas, que no
llegó al campo de Dachau a donde fueron a parar los restos del «Batallón» el 20
de junio. Muchos de ellos: Alberto Sánchez, Joaquín Barrio, Manuel Bonet, etc.,
terminaron para siempre su tristísima odisea que les condujo desde su pueblo
natal a los frentes de España y, terminada la guerra civil, hasta una fosa
común en la Alemania Hitleriana.
Alberto Fernández.
Tiempo de Historia nº 12, noviembre 1975
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