La guerrilla de Galicia y León fue pionera en la lucha
antifranquista. Y aquí murió el último guerrillero, en 1965. Pero es poco conocido que su lucha fue abandonada por Moscú al final de la II Guerra
Mundial.
Salvador Rodríguez - La opinión de La Coruña.
Mientras Pasionaria y
Carrillo acordaban con Stalin la disolución de las guerrillas, en la cárcel de
A Coruña los dos máximos dirigentes comunistas de la lucha armada en Galicia,
Antonio Seoane y José Gómez Gayoso, aguardaban la ejecución de sus respectivas
sentencias de muerte a garrote vil, que se consumaron el 6 de noviembre de
1948. Ninguno de ellos sospechaba siquiera los términos de aquel acuerdo, al
punto de que en cartas escritas durante su cautiverio que todavía se conservan,
José se mostraba orgulloso de la “respuesta contundente” que sus compañeros
habían dado a estas detenciones mediante varias “acciones de combate”. En
realidad, a aquella altura, la guerrilla gallega estaba quizás más fuerte que
nunca, y de hecho el año 1948 aparece registrado como uno de los más activos
pero, a la par, esto contrastaba con una innegable realidad: los efectos de la
victoria de los aliados en la II Guerra Mundial no habían sido los esperados.
Franco no sólo no se tambaleaba, sino que hasta semejaba reforzado. “Tardamos
mucho en hacer público el acuerdo con Stalin porque antes de cesar la lucha
había que preparar la retirada —cuenta el propio Santiago Carrillo—. La
operación de retirar las guerrillas era muy difícil, y eso suponiendo que
aceptaran la decisión; de hecho, algunos optaron por seguir en el monte”.
En la versión de Francisco
Martínez López, El Quico, miembro de la Federación de Guerrillas de
Galicia-León, y hogaño uno de los escasos supervivientes de aquellas partidas,
esos “algunos” eran, al menos en el primer momento, “la mayoría”, y no sólo socialistas
y anarquistas que también formaban parte del maquis, sino también numerosos
comunistas: “A decir verdad —relata— este cambio de táctica en principio no era
tal para nosotros. La orientación preconizada por el PCE no hacía más que
confirmar a nuestros ojos una práctica que ya existía en muchas zonas de acción
de la guerrilla. Las infiltraciones en el interior del sistema franquista se
multiplicaban desde hacía tiempo: incluso ciertos alcaldes y consejeros
municipales eran enlaces nuestros”.
La Federación de Guerrillas
de Galicia-León fue la organización pionera de la resistencia antifranquista.
Su eficacia había llamado la atención del PCE que, en los primeros años de la
posguerra civil, tenía el control casi absoluto de la guerrilla en toda España
excepto precisamente en el Noroeste.
Durante un tiempo, se dio la
paradoja de que en Galicia convivieron dos colectivos de guerrilleros: el de la
citada Federación y el Ejército Guerrillero. Para subsanar esta anomalía se
procedió a la celebración del Congreso de Reunificación, pero la valoración de
este acontecimiento es dispar. Mientras para unos resultó efectiva de cara a la
consecución de una mayor eficacia bélica, para otros consumó la ruptura
definitiva entre anarquistas (y socialistas) y comunistas. El hecho cierto fue,
eso sí, que la lucha guerrillera también en Galicia pasó a ser liderada por el
PCE. “No IV Congreso da Federación de Guerrillas de Galicia-León (finales de
1944) introdúcense importantes trocos —escribe Lupe Martínez en Coa man armada
(Edicións A Nosa Terra)—. O Partido Comunista de España conseguirá encadrar no
seo da Federación ao seu primeiro delegado, Francisco Elvira Cuadrado. E é que
o número de comunistas que pasan a engrosar a nómina da guerrilla durante ese
ano foi considerábel, debido ás fugas dos destacamentos penais”. Este proceso
hacia la dirección comunista se concretaría con la llegada a Galicia,
procedentes del exilio en Argentina y Cuba, respectivamente, de Antonio Seoane
(nombrado jefe militar de la resistencia) y José Gómez Gayoso (secretario
general). Por esas fechas, otro exiliado, Francisco Rey Balbis, el comandante
Moncho, también se incorporaba a la guerrilla gallega tras cumplir condena:
“Cuando salí de la cárcel —refiere— me puse en contacto con la dirección del
PCE para incorporarme a la lucha armada. Me recomendaron que no usase mi nombre
verdadero y que recurriese a un seudónimo; elegí el de Moncho porque así se
llamaba un hermano mío que se había muerto cuando sólo tenía siete años de
edad”. Del futuro comandante, que actualmente reside en Cuba, bien puede
decirse que fue el último “jefe comunista” de la guerrilla gallega.
Moncho sucedió en el
liderazgo de los guerilleros gallegos a Manuel Ponte, abatido en 1947, quien a
su vez había relevado al mando de la IV Agrupación al legendario Marcelino
Rodríguez Fernández, Marrofer, quien, pese a su filiación comunista, estaba considerado
un hombre aglutinador pues fue capaz de volver a captar a los críticos del
Congreso de Reunificación, entre los cuales se encontraban figuras clave como
el anarquista Benigno Andrade García, alias Foucellas, o Elisardo Freijo.
“El aumento de la actividad
guerrillera a partir de 1946, la única oposición que entonces le preocupaba al
régimen —escribe Mercedes Yusta Rodrigo— provocó la promulgación de una nueva
ley en 1947, y esta vez específicamente destinada a la lucha contra la
guerrilla”. Era la Ley para la Represión del Bandidaje y el Terrorismo cuyo
articulado venía a legalizar la guerra sucia contra el maquis, método que, al
cabo, precipitó todavía más su fin (al margen de las instrucciones del camarada
Stalin). Debe señalarse que a partir de la promulgación de esa ley, el peso de
la represión lo llevó en su práctica totalidad la Guardia Civil, que amplió el
número de acuartelamientos en las zonas de implantación de la guerrilla y
desplegó destacamentos volantes por los puestos de riesgo.
La Guardia Civil era a menudo
acompañada en sus acciones por somatenes (voluntarios civiles armados,
generalmente falangistas y derechistas radicales), guardias jurados y
forestales de los municipios afectados por la actividad guerrillera. “La
constitución de una red represiva —seguimos a Mercedes Yusta—, tendente a
romper la simbiosis entre la guerrilla y el campesinado, dejó una honda huella
entre la población civil que, presa del miedo, la delación y el temor a las
represalias de uno y otro bando, acabaría por sucumbir a la más ciega
resignación y a la desmovilización más absoluta”.
Y es que, efectivamente, el
factor clave de la supervivencia de la guerrilla había sido el apoyo de la
población civil. Así lo indica Rey Balbis: “Es que nosotros teníamos mucha ayuda
popular, y eso es algo que casi nunca se dice. Nosotros no éramos cuatro gatos,
sino un movimiento guerrillero de verdad; contábamos con el apoyo de la gente y
era el pueblo quien nos apoyaba jugándose la vida. Esa es la verdad, y el
pueblo gallego tiene un gran mérito, fue muy firme y muy serio. Los que
fallamos a lo mejor fuimos nosotros, que no pudimos o no supimos, pero el
pueblo respondió ¡Vaya si respondió!”.
Seriamente tocada la
guerrilla por la red represiva de la Guardia Civil y los sucesivos golpes a sus
principales cabecillas, en 1951 el PCE decide por fin hacer pública la
propuesta de Stalin, o sea el “cambio de táctica” aunque, tal y como había
manifestado Santiago Carrillo, la operación de retirada ya había sido iniciada
mucho antes y uno de los primeros en acatar la orden del Comité Central fue el
comandante Moncho, cuyo paso a Francia se convirtió en toda una odisea. Con su,
por aquel entonces esposa, la viguesa Marita Gallego Abeledo, cruzó a pie a
través de los Pirineos “por lugares inhóspitos y peligrosos por los que nadie,
ni las cabras, pasaban”.
Desde Francia, continúa Rey
Balbis, “yo propuse sacar de Galicia a aquellos compañeros que corrían peligro
de muerte y que estaban huidos. Concretamente, me afectó mucho el caso de
Francisco Martínez, Pancho. Le comenté a Santiago Carrillo que Pancho era un
hombre serio y muy valioso, pero Carrillo, que ya era el secretario general del
Partido, se negó tajantemente: dijo que no era de fiar porque había estado en
la Legión. Eso a mí me dolió mucho”. Como puede apreciarse, la tan cacareada
“operación de retirada” se efectuó de manera extremadamente selectiva.
Ese mismo año, en el mes de
septiembre, Francisco Martínez-López también vivía su propia operación de
retirada, una operación que El Quico, en aquella época joven militante
comunista, quiere matizar: “Varios meses después de la muerte de Girón (jefe
guerillero leonés) nos llegó una propuesta que hacía nuestro exilio viable;
tomamos una decisión sobre la marcha, puesto que era algo que habíamos madurado
durante mucho tiempo, pero sin que ninguna directriz del PCE nos influyese”.
El destino de Martínez-López
también fue Francia, de donde no regresaría hasta 1977, dos años después de la
muerte de Francisco Franco. Desde entonces se dedica a reivindicar allá por
donde pasa la condición de soldados de la República para los integrantes del
maquis, pero esa es todavía una asignatura pendiente porque, si bien el
Congreso de Diputados aceptó el 16 de mayo de 2001, por unanimidad, la
rehabilitación del maquis español, la moción excluyó de su texto aquel aspecto
que concernía al cobro de pensiones de los ex guerrilleros en su calidad de
militares. A pesar de que fueron ellos en realidad los que defendieron hasta su
último suspiro la legitimidad de la Segunda República.
A partir de 1952 puede
decirse que ya no existió lucha guerrillera en Galicia, si bien es cierto que
no escasas partidas continuaron, autónomas y sin estrategia común, luchando en
el monte hasta, en la mayoría de los casos, su extinción física: no todos
tuvieron la suerte de formar parte de la operación de retirada; otros,
simplemente no quisieron y, por si fuera poco, la Ley para la Represión del Bandidaje
y el Terrorismo, en vigor hasta última hora, otorgaba, entre líneas, licencia
para que no se hiciesen prisioneros.
Pero la Guerra Civil, como
tal, había terminado y su verdadero final probablemente se gestó en aquella
reunión en Moscú de la que apenas se supo hasta muchos años más tarde.
Entre los historiadores que se han ocupado en profundidad del maquis español, ya no cabe ninguna duda: José Castro Veiga, O Piloto, fue el último de los guerrilleros o, mejor dicho, el último en caer en combate. Sucedió el 10 de marzo de 1965 y, según la versión oficial, que en nada se parece a los comentarios de algunos de sus vecinos, “antes de ser tiroteado fue conminado a entregarse, pero se negó”. En aquel tiempo, obviamente, las palabras maquis o guerrillero habían sido extirpadas del diccionario del Régimen, así que cuando la noticia se publicó en los periódicos de la época, O Piloto tenía la mera consideración de forajido, bandido, bandolero o... asesino.
Castro Veiga nació en la aldea lucense de O Corgo el 11 de febrero de 1915 y, a los 16 años, se inscribió en la Escuela de Aviación de Madrid (de ahí le vino su apodo). Cabo en el ejército republicano, en 1939 fue apresado y sentenciado a treinta años de cárcel, pero lo indultaron cuando todavía no había cumplido cuatro de condena. Tras su salida de prisión, se sumó a la guerrilla, llegando a ostentar la jefatura de la II Agrupación, cuyo territorio de acción se situaba en el sur de la provincia de Lugo. En 1949, consiguió huir de la batida que costó la extinción de su Agrupación y, desde ese momento, comenzó a forjarse una trayectoria en la que la leyenda y la historia se dan aún hoy la mano al extremo de que circulan tres versiones: la de que jamás abandonó la lucha armada, la de que se convirtió en un forajido sin escrúpulos y la de que vivió como un topo, de escondrijo en escondrijo pero sin actuar, hasta que la Guardia Civil lo sorprendió aquella mañana de marzo.
El último delito que se le imputó fue el de haber atracado a un vecino de O Saviñao al que, de acuerdo con esta tesis, le arrebató quince mil pesetas “en concepto de multa que le impone el Gobierno legítimo de la República”, según explicó a las autoridades su presunta víctima.
Pues si que sabes de la historia española,- pinche, piloto pinche- Esa es una frase muy de los aires norteños de México. Saludos y felicidades por tu sapiencia. Saludos
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