Desde pequeño y él siempre fue pequeño, acumuló resentimiento y mala leche. Fue policía; policía, delator y torturador. Español y patriota, desde luego, nacido en Madrid.
Se llamó Roberto Conesa; se hizo poli en 1938: ya saben, guerra civil y todo el resto. De adolescente y jovencito trabajó en una tienda de comestibles, en el barrio de Delicias (Embajadores, calle Ferrocarril, Ramírez de Prado, curritos de la Stándard,…) Un barrio de rojos: CNT, PCE, socialistas de los de entonces, abundantes republicanos,… Y él, dependiente sirviendo legumbres, bajito, feo,… las chicas no le tomaban en serio… ya saben lo mal que sienta eso… La hija de los propietarios de la tienda era hermosa y despertó sus afanes; claro que la muchacha tenía novio y no tardó en casarse. Los chavales y chavalas del bario le llamaban el Orejas, por motivos obvios o el Garbanzo, por su oficio. Oficio que cambió por el de policía, como acabamos de señalar.
Cuando acaba la guerra, le vemos, visto y no visto, al servicio del nuevo régimen fascista. Y como el deber es el deber, lo primero que hace es denunciar a todos aquellos jóvenes rojos que conoce del barrio. Esto le dio muy pronto cierto empaque entre sus congéneres; además, se prestaba con entusiasmo a las labores de apalear y torturar, además de las de infiltración para seguir delatando. Fue el comienzo de una brillante carrera al servicio de no menos brillantes señores. Hasta estuvo involucrado en las detenciones de las “Trece Rosas”. Entre las personas a las que denunció estaba aquél “competidor” que se había casado con la chica de sus sueños. Todo se resolvió en un discreto fusilamiento, ¡que cosas!
Después, Robertito, como le llamaban sus íntimos de la Brigada Político Social, (o “señor Conesa”, como le denominaba respetuosamente “El País” de la transición quizás para alentar los cambios democráticos) puso en marcha sus más refinadas dotes de persuasión y convenció a la chica de que se casase con él. Su apasionada declaración de amor consistió en la promesa eterna de que, si no le aceptaba, denunciaría a sus padres. Un matrimonio ejemplar y feliz como pueden ver que, desgraciadamente, no tuvo descendencia… ¿por qué sería?
Pero las mujeres de los policías de la BPS son tan cotillas como cualesquiera otras u otros y la de uno de los compañeros de nuestro Garbancito contó el singular romance a otra y ésta a otra… y así, en aquéllos oscurísimos años cuarenta, en el barrio de Delicias no fueron pocos y, sobre todo, no fueron pocas quienes lo supieron. Hasta Kevin Vázquez se enteró en uno de sus trabajos de campo.
Conesa no sólo fue uno de los policías más destacados del fascismo, sino que también lo fue, hasta su muerte, de la Monarquía.
Fue él también, al frente de Brigada Central, cuando vivía en la Colonia del Manzanares, quien interrogó y torturó a los detenidos en el verano de 1975 y uno de los que preparó las falsas acusaciones contra los miembros del FRAP, que fueron posteriormente fusilados tras una esperpéntico y siniestro Consejo de Guerra Sumarísimo en el que la fiscalía militar demostró su absoluta incapacidad para probar las acusaciones que la Brigada Política había formulado contra los detenidos.
Pese a no haber aportado ni una sola prueba, obsérvese que el lamentable individuo (el fiscal) ni siquiera pudo aportar una pistola que, según él y la policía, se había encontrado en manos de uno de los acusados. La tal pistola, evidentemente, nunca existió y el fiscal no pudo, consecuentemente, aportarla al Consejo de Guerra Sumarísimo.
Quizás Garbancito, si se le hubiese nombrado fiscal, habría aportado, de los despachos de su Brigada, alguna pistolita para el caso. Quizás no se le reconocieron por completo sus méritos.
Kevin Vázquez
Q pena de país! Lo peor es que también le fue muy bien en democracia!
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