A Graciano Antuña le
detuvieron en Oviedo al día siguiente de sublevarse las fuerzas del coronel
Aranda. Había participado en las reuniones que tuvieron lugar en el Gobierno
Civil entre las autoridades civiles, militares y dirigentes del Frente Popular
tras conocerse las primeras noticias del inicio del levantamiento militar en el
Marruecos español.
Colaboró en la organización
de la expedición de trabajadores que salió de Oviedo en dirección a Madrid y en
la formación de grupos de autodefensa obrera. Se le vio en el edificio del
diario socialista Avance, en la calle Asturias, donde también tenía su sede la
dirección socialista y el Sindicato Minero. No se sabe exactamente por qué,
pero no pudo escapar de Oviedo como el resto de los dirigentes de los partidos
de izquierdas. Según sus propias declaraciones, el domingo por la tarde, se
marchó del Gobierno Civil y se fue a dar “un paseo por la carretera de
Buenavista acompañado de otro individuo, y al regresar, se tropezó con
Villanueva, el cual le dijo que le acompañara a su casa para tomar un café,
pues ya se habían enterado que la fuerza del Ejército había salido a la
calle...” En casa de ese Villanueva se refugió Graciano Antuña y ahí le
detuvieron al día siguiente.
La versión que dio el
comandante Gerardo Caballero fue la siguiente: “una vez verificado el
levantamiento militar en esta plaza y llegado a los dirigentes socialistas la
noticia de la ocupación del cuartel de Asalto por las fuerzas del Ejército
nacional, le entró el desánimo al procesado y aconsejó a la muchedumbre
estacionada por las inmediaciones del edificio anteriormente mencionado (de
Avance), a la que poco antes organizaba y enardecía, que se marchasen cuanto
antes, que iban a ser carne de cañón y que su resistencia era inútil.
Preocupado por estas cosas, sin duda por la situación de la familia, o
anonadado, probablemente, por el golpe recibido con el levantamiento de la
guarnición, no tuvo tiempo de reaccionar para escaparse con los demás
compañeros o cuando lo intentó debió de ser tarde ya...”
Algunos protagonistas, como
Ramón Alvarez Palomo y Avelino González Entrialgo, cenetistas los dos, dejaron
escrito lo que les dijo el propio Antuña en las primeras horas de la tarde del
domingo diecinueve, cuando se cruzaron con él en el Gobierno Civil: “nos reafirma su confianza en
Aranda, llegando a decirnos que no hay motivos para ser tan suspicaces y
desconfiados. El, confiado y seguro, se retiraba a descansar unas horas...” Ahí
se apunta un motivo: ¿dormir un poco después de día y medio de tensión? Otro,
tal vez fuese el fallo en la cita de seguridad que el Comité provincial del
Frente Popular había establecido para esa tarde en un domicilio particular de
Oviedo. Según Alvarez Palomo, solamente acudieron los delegados de la CNT y la
FAI y el comunista Ambou: “Al anochecer, después de inútil y angustiosa espera,
se abandonó toda esperanza de reunión.”
Antonio Masip me cuenta esta
otra versión que le dio el histórico dirigente socialista asturiano Juan Pablo
García. Según éste, “Antuña, en la noche del domingo diecinueve de Julio,
cuando estaba a la altura de la cuesta del cementerio, antes de llegar a San
Esteban de las Cruces, dio media vuelta y regresó a Oviedo”. Juan Pablo pone en
boca de Antuña estas palabras: “No
quiero ser un exiliado. No vuelvo al exilio. Lo pasé muy mal en Dieppe.”
Natural de Ciaño-Santa Ana,
en la cuenca minera del Nalón, municipio de San Martín del Rey Aurelio,
Graciano Antuña, junto con su mujer e hija, vivía últimamente en Oviedo, en la
Fonda de Angelín Fierros, en la calle Posada Herrera. Al tener conocimiento de
que el coronel Aranda se había sublevado y dominaba la ciudad, buscó refugio en
una casa de la calle Matemático Pedrayes, habitada por el citado Villanueva.
Gerardo Caballero, comandante de Infantería que fue nombrado por Aranda
delegado de Orden Público, dijo que al recibir una denuncia de que habían visto
a Graciano Antuña esconderse en esa calle, ordenó a una patrulla de Seguridad
que procediera a registrar la zona hasta encontrarlo y detenerlo. Pudiera ser
hasta que el propio Caballero hubiera sido el que viera y reconociera a
Graciano Antuña, pues vivía muy cerca de la casa donde detuvieron a Antuña. La
patrulla que llevó a cabo los registros y practicó la detención estaba formada
por un cabo y cuatro guardias. El cabo, llamado Alfredo González, moriría
defendiendo la posición nacionalista de La Loma del Canto durante la ofensiva
republicana de Octubre del 36.
Al ver que dicha fuerza se
dirigía a la casa en la que estaba refugiado y que picaban a la puerta, el
propio Graciano Antuña acudió a abrirles y, según la versión policial, trató de
ocultarse detrás de la misma puerta. Descubierto y encañonado con el mosquetón
por uno de los guardias, Antuña agarró fuertemente el cañón y en el forcejeo,
siempre según esa versión policial, se hirió en las manos con el punto mira. A
esas heridas se atribuyeron las manchas de sangre de la camisa que llevaba
puesta y que Graciano Antuña, días después, intentó sacar de la cárcel mezclada
con el resto de la ropa sucia. Oculta entre la ropa iba también una nota para
su mujer en la que le pedía que conservara la camisa tal cual estaba,
seguramente pensando en utilizarla como prueba de torturas más adelante, pero
esa nota fue descubierta al registrar el paquete en la cárcel de Oviedo. La
versión que en la causa judicial
da Antuña de estos mismos hechos es muy parecida: pasó la noche del día
diecinueve de Julio en casa del señor Villanueva. En la mañana del veinte, fue
la mujer de Villanueva la que le dijo que los guardias andaban registrando las
casas colindantes. Suponiendo Antuña que era a él a quien buscaban, bajó al
portal, abrió la puerta y salió a la calle: “se encontró con dos guardias que,
apuntando con el fusil y poniendo el cañón en el pecho del declarante, le
echaron el alto; como esta actitud de los guardias le hiciera temer fuesen a
dispararle, se cogió con las manos a los cañones para separarlos, diciendo al
mismo tiempo que no le matasen, momento en el cual, con el punto de mira de uno
de los fusiles se hizo una pequeña herida en una mano, siendo conducido
inmediatamente al Gobierno Civil.”
Una vez en el Gobierno Civil,
le introdujeron en el despacho del comisario de policía, que lo era Arcadio
Cano. Afirma el comandante Caballero que debido a los reiterados temores que
expresaba el detenido a ser “paseado”, “tuvo que bajar personalmente a calmarle
y darle las seguridades debidas”. Ese mismo día fue conducido a la cárcel de
Oviedo y en dicha cárcel permanecería hasta finales de Marzo de 1937. El y
otros como él, hombres y mujeres, eran los rehenes del coronel Aranda: los
mantuvieron vivos mientras creyeron que les podrían ser de utilidad, pero
cuando vieron que ya no los necesitaban, los fueron entregando a la trituradora
de la “justicia militar” franquista para eliminarlos. Hay quien afirma, incluso,
que Graciano Antuña estuvo a punto de ser canjeado por el jefe de Falange, Jose
Antonio Primo de Rivera, preso en Alicante y que fue ejecutado, finalmente, en
Noviembre de 1936.
La trituradora, para Graciano
Antuña, se puso en marcha el once de Febrero de 1937: el auditor de guerra Juan
Villavicencio ofició ese día, con número de orden 1.228, al juez instructor del
juzgado militar nº 1 de la plaza, que lo era el alférez de Infantería Manuel
Martínez Cardeñoso. En el escrito se le ordenaba que iniciase los
procedimientos contra el prisionero Graciano Antuña Alvarez. Su tramitación,
dio lugar a que en el sumario de la causa figuren las declaraciones de
diferentes testigos, destacando la del propio Gerardo Caballero Olabézar,
delegado de Orden Público. Quedaron recogidas, además, la del teniente de la
Guardia Civil Juan Serra Planells, nombrado por Caballero subdelegado
interventor de servicios en la cárcel de Oviedo; la de los seis guardias de
Asalto que participaron en la detención y la de un ayudante de minas que había
estado preso, por orden del Comité Revolucionario, en la cárcel de Pola de
Laviana durante la Revolución de Octubre de 1934. En todas esas declaraciones
no se aportan datos de mayor interés que los aquí ya transcritos.
Cinco días más tarde, el
dieciséis de Febrero, el juez instructor tomó declaración a Graciano Antuña. Es
también de poco interés y en ella, después de reconocer la pertenencia al PSOE
y a la UGT desde 1925, Antuña trató de resaltar el carácter moderado de su
ideología política y lo poco determinante de sus actuaciones, todo ello
buscando la autoexculpación, quizás sin darse cuenta de que ya estaba condenado
de antemano.
Al cabo de poco más de un
mes, el veintitrés de Marzo, el coronel comandante militar de Oviedo,
cumplimentando el radiograma del general jefe de la Octava División, ordenó al
juez instructor el traslado a Luarca de Graciano Antuña para ser puesto a
disposición del teniente auditor honorífico Carlos Humberto Santaló Ponte, juez
militar de la columna de operaciones en Asturias. Junto con el prisionero se
remitieron las diligencias sumariales instruidas hasta ese momento y que
conformaban la causa número 302/37.
En Luarca, el juez militar Santaló
volvió a tomar declaración a Graciano Antuña. Este, por su parte, se limitó a
ratificarse en lo que ya tenía declarado y a negar las implicaciones que se le
hacían como organizador de los grupos que formaron la expedición que partió
hacia Madrid a luchar contra los sublevados y otras acusaciones similares. El
único dato novedoso que aparece en este interrogatorio es el que se da a
entender cuando el juez militar le preguntó “si no es, así mismo, más cierto
que al iniciarse el movimiento revolucionario marxista dirigió cartas firmadas
por él a las distintas organizaciones obreras de Asturias y norte de Galicia
ordenándoles que resistiesen por todos los medios posibles el avance del
Ejército nacional, llevando a cabo voladuras de puentes y cortes de carretera
al objeto de impedir el paso de las fuerzas del Ejército”. Graciano Antuña
rechazó de plano tal acusación, porque, efectivamente, detenido desde la mañana
del día veinte de Julio, difícilmente podría haber enviado cartas a ningún
sitio. Lo que sí se sabe y, probablemente el juez militar ignoraba, es que en
los primeros días que siguieron a la sublevación militar, el Comité de Sama de
Langreo, que presidía Belarmino Tomás, dio orden de que un camión con
milicianos partiera para recorrer toda la zona occidental de Asturias e
informar de cual era la situación real en la misma. Llegaron por la costa hasta
Ribadeo y regresaron por el interior. Es muy probable que el jefe de esa
patrulla de milicianos llevase algunas instrucciones para los dirigentes de las
organizaciones obreras de las diferentes localidades por donde pasaron.
Ahondando en esa acusación,
el juez militar pidió que con la máxima urgencia se interrogase al ex capitán
de Carabineros, Rafael Pérez Alexandre, que cumplía condena de reclusión perpetua
en la cárcel de Lugo, y “manifieste si el sujeto hoy huido, César Margolles,
vecino de Ribadeo, le leyó íntegro el contenido de una carta del destacado
socialista Graciano Antuña Alvarez, ordenándole a las organizaciones rojas de
Ribadeo destruir puentes y vías férreas y cortar comunicaciones, carta firmada
de puño y letra por Graciano Antuña, con lo demás que sepa del asunto.” Rafael
Pérez Alexandre declaró que no había visto la carta y que desconocía todo lo
referido a la misma. No obstante, el juez instructor, en su informe, no tuvo
inconveniente en afirmar que Graciano Antuña era reo “confeso de rebelión y de
pertenecer a la élite de los rebeldes”; en otro párrafo escribía que “la real
politik de la penología (¡!), la defensa social que está por encima de las
leyes escritas, no precisaría sino de este nombre (Graciano Antuña) para
declarar al procesado enemigo de la cosociedad de sentimientos y
sentimentalismos humanos (¡!) y para descargar sobre él aquella medida de
eliminación necesaria al bien de la comunidad.” (¡!)
Enviada la causa a La Coruña,
el fiscal, entre otras cosas, afirmó en su escrito que las organizaciones
obreras extremistas estaban preparando una revolución comunista que estallaría
en Agosto “con el único objeto de instaurar una dictadura proletaria, que
ingresando a España en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
obteniéndola por servidora fiel para sus manejos, coadyuvase con Rusia al
universal desconcierto, móvil y suprema aspiración de todos los partidos
disolventes.” Así que “rebelión militar” con el “agravante de perversidad” y pena de muerte...
Por orden del comandante
militar de la plaza de Luarca, José Cosío Magdalena, el consejo de guerra
sumarísimo contra Graciano Antuña se celebró el día veintitrés de Marzo en la
sala del Juzgado de Instrucción de la localidad. Dio comienzo a las diez de la
mañana y el tribunal, presidido por el teniente coronel de Infantería José
Rodríguez Abella, lo completaban los siguientes vocales: capitán de Farmacia
Francisco Soler de Dios, capitán de Carabineros Luis García Canales, capitán de
la Guardia Civil Pablo González Anguiano, capitán de Carabineros Manuel Mato
Arenal y capitán de Artillería Luis de Micheo. Figuraban como vocales suplentes
los capitanes de Artillería e Infantería, Horacio López Vallina y Darío
González Sante, que también estuvieron presentes en la vista. El vocal ponente
y el juez instructor fueron los ya citados, tenientes auditores de segunda,
Juan de Villavicencio Pereira y Carlos Humberto Santaló Ponte. Actuó de fiscal
el alférez del cuerpo Jurídico José Mª García Rodríguez, mientras que de la
defensa del acusado se encargó el teniente de Infantería Natalio Alcalá
Cerviño.
El desarrollo de este consejo
de guerra ocupó toda la mañana, a pesar de que no se practicó prueba testifical
alguna. Fiscal y abogado defensor se limitaron a leer sus respectivos informes
y a pedir para el acusado, el fiscal, la pena de muerte, y el defensor, “a
suplicar la absolución de su patrocinado por no ser responsable del delito que
se le imputa”. Al preguntar el presidente del tribunal a Graciano Antuña si
tenía algo que alegar en su defensa, éste, tal y como quedó redactado en el
acta del consejo de guerra, “manifiesta que en su actuación como diputado
socialista siempre fue moderado, que siempre trató de evitar huelgas y
sabotajes, hasta el extremo que tiene peligrando su vida, que estuvo en el
extranjero y a su regreso en Febrero último actuó siempre con tendencia
conservadora, que su actuación los días 17 y 18 de Julio pasado no tuvo
intervención alguna, solamente el día 19 aconsejó a los obreros se retirasen a
sus casas, pues ellos tenían la culpa de haberse sublevado el Ejército y, por
consiguiente, nada se podía hacer.” Ese mismo día, el consejo de guerra dictó
la sentencia de pena de muerte, sentencia que se cumpliría veinte días más
tarde, el trece de Mayo.
Tenía treinta y cuatro años
cuando le fusilaron: si hubiera vivido más tiempo, tal vez Graciano Antuña
hubiera llegado a ser el líder de los socialistas asturianos, el sucesor de
Ramón González Peña. Guerra y dictadura nos dejan una biografía estrecha:
nacido, como ya se ha dicho, en Ciaño, el 25 de Julio de 1902, hijo de Nicolás
y Celestina, entró a trabajar en la mina y alcanzó la categoría de mecánico.
Graciano se afilió a la organización socialista que lideraba Llaneza y que era
la preponderante en la comarca. Según Aurelio Martín Nájera, en su obra “El
grupo parlamentario socialista”, Graciano Antuña desempeñó el cargo de
secretario de la Federación provincial de las Juventudes Socialistas. En las
elecciones municipales de Abril de 1931 que trajeron la República, salió
elegido concejal del Ayuntamiento de San Martín del Rey Aurelio. Reunida la
nueva corporación el día dieciséis y elegido por votación el nuevo alcalde, José
Fernández Flórez, Graciano fue designado segundo teniente de alcalde, detrás de
Severino Calleja González, por quince votos a favor, cuatro en blanco y uno
nulo. Sus primeras intervenciones, en ese mismo pleno municipal, fueron para
proponer que los concejales en las sesiones municipales se tratasen entre sí de
“ciudadanos” en lugar de “señores” y para que se suprimiesen del salón de
sesiones todos los símbolos monárquicos. Ambas mociones fueron aprobadas.
En Octubre de 1933, Graciano
Antuña fue elegido en votación para formar parte de la candidatura socialista a
las elecciones a Cortes que se celebrarían un mes después. En esa ocasión,
fueron las derechas las que ganaron las elecciones y Graciano Antuña se quedó
sin el acta de diputado, obteniendo los socialistas dos escaños por las
minorías.
Tenemos a Graciano Antuña de
secretario general del Sindicato de Obreros Mineros de Asturias (SOMA-UGT) y
directivo de la Federación Estatal de la Minería y de la Federación Socialista
Asturiana; candidato a diputado en Cortes por Asturias en 1933 y diputado
electo por el Frente Popular en Febrero de 1936... Sería, sin embargo, en la
preparación y desarrollo de la Revolución de Octubre donde desempeñaría el
papel más importante de su acortada vida.
Graciano Antuña y Bonifacio
Martín fueron los dos representantes del socialismo asturiano que se
encargarían de llevar las negociaciones con la CNT para la formación de la
Alianza Obrera en Asturias. Estos contactos comenzaron a mediados de Marzo de
1934 y culminaron con la firma del Pacto de Alianza Obrera el día 31 de ese
mismo mes en Gijón. Estamparon su firma en el documento: Bonifacio Martín, por
la UGT; Graciano Antuña, por la Federación Socialista Asturiana; y José María
Martínez, Horacio Argüelles y Avelino González Entrialgo por la CNT.
Posteriormente, no pocas de las reuniones de la Alianza Obrera se celebrarían
en el propio despacho de Antuña en la sede socialista de Oviedo. Iniciada la
Revolución, Graciano Antuña y Francisco Martínez Dutor serían los principales
dirigentes revolucionarios de las operaciones para la toma de Oviedo y,
posteriormente, para el repliegue y dispersión de los milicianos que
participaron en la lucha. En esa ocasión, Antuña tuvo la suerte de poder
escapar a la represión y conseguir huir al extranjero. Como tantos otros
asturianos exiliados después de la Revolución de Octubre de 1934, Graciano
Antuña estuvo refugiado en Francia, Rusia y Bélgica, y no regresó a España
hasta la victoria electoral del Frente Popular en Febrero de 1936.
Ese triunfo del Frente
Popular supuso para Antuña no solamente la amnistía, sino también el acta de
diputado en Cortes por Asturias. Procesado y declarado en rebeldía en la causa
del asalto a la sucursal del Banco de España en Oviedo, junto con otros quince
dirigentes más de la Alianza Obrera, esta causa fue finalmente sobreseída por
el auditor de guerra en Marzo de 1936, al tener que aplicar la amnistía
otorgada por decreto del gobierno el día veintiuno del mes anterior. Durante el
tiempo que fue diputado no consta que realizara ninguna intervención en el
hemiciclo ni que formara parte de ninguna comisión, pero estaba en Oviedo junto
a sus electores en los momentos de mayor peligro, y ello le costó la vida.
Marcelino Laruelo
Muertes Paralelas. Gijón, 2004
Muertes Paralelas. Gijón, 2004
Soy Graciano Antuña Serrano, hijo de Graciano Antuña Argüelles (1900 - 1984) de La Oscura - El Entrego - S.M.R.A., que fue minero (Vigilante minero) en el pozo Sotón. Mi padre fue confundido cuando en viaje de novios a Barcelona tenía que identificarse.
ResponderEliminarGracias por su artículo Sr Laruelo.
Gracias por tu comentario Graciano. So deseas escribir y que publiquemos algo sobre tu padre, no dudes en contactar con nosotros en esta dirección de correo: buscameenelciclodelavida@gmail.com. Estaremos encantados de contribuir a su Memoria. Salud!
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