El General Miaja junto al Comandante Juan Perea Capulino. Detrás, Vicente Rojo |
«La batalla de Madrid, como acontecimiento militar,
tuvo un jefe, un conductor que, como tal, gobernó el suceso afrontando con
entereza una responsabilidad inmensa, y una masa que, como ejecutante, lo llevó
a cabo con abnegación; el conductor fue el general Don José Miaja Menant; la
masa, el pueblo español. A ellos corresponde la gloria que del suceso narrado
pueda desprenderse.» (Vicente Rojo, jefe de Estado
Mayor de la Defensa de Madrid)
Pocas veces el objetivo de una acción bélica se ha
mostrado con tan sobresaliente poder como en el caso de la batalla de Madrid,
por cuanto era, al propio tiempo, un objetivo de valor estratético y táctico,
político y social, económico y geográfico (...) La importancia atribuida al
objetivo por ambos contendientes quedó revelada en el hecho de que los dos
sistemas de fuerzas que se batían absorbieron la mayor parte de las reservas en
hombres y materiales que pudieron crear o adquirir durante cuatro largos meses
sus respectivos Comandos Superiores.
(...) Como todas las batallas, la de Madrid tenía un
antecedente de maniobra, ya conocido hasta la noche del día 6. Correspondía al
tiempo que había mediado entre el 6-X-36 y el 6-XI-36, durante el cual el
adversario, partiendo de la base Maqueda-Torrijos-Toledo, maniobró para
consolidar su enlace con el frente de combate ya existente en la serranía, al
oeste de Madrid, y ganaba una buena base de partida para dar el asalto o ataque
a su objetivo, dejando previamente cubierto su flanco derecho, apoyado en la
línea Jarama-Tajo.
(...) Fracasado el contraataque de Illescas a primeros
de octubre, con el cual quiso el mando del Ejército del Centro contener el
ataque a Madrid batiendo a la principal columna adversaria (...) las fuerzas,
replegadas con algún desorden, se reorganizaron en la línea de los Torrejones,
a vanguardia de la carretera de Valdemoro a Griñón.
(...) La confusión fue extraordinaria mientras
nuestras tropas se hallaron en campo abierto, y sus esfuerzos resultaban
baldíos porque las pequeñas unidades que los realizaban se veían facilmente
desbordadas y en peligro de ser envueltas, en razón de la mayor aptitud
maniobrera de las tropas enemigas y por ser mejor el en cuadramiento y la
conducción de las mismas. Nosotros prácticamente carecíamos de cuadros
subalternos de mando (...) En síntesis: las unidades de milicias podían
resistir esporádicamente en algunos lugares donde se imponía la energía de
algunos jefes, pero esto no impedía que el conjunto fuera incesantemente
arrollado y que el despliegue careciese de un mínimo orden, aunque en la lucha
se multiplicasen los actos de valor.
(...) Como ya se ha dicho, en esos mismos días el
gobierno decidió su desplazamiento a Valencia. Se había discutido en el campo
político con opiniones contradictorias (y muy agrias) si procedía efectuarlo.
Prevaleció la respuesta afirmativa, y los rápidos progresos de la maniobra
atacante en los primeros días de noviembre obligaron a que se llevase a cabo
con alguna precipitación.
Tal circunstancia provocó, primero, una crisis que
deprimió la moral de la masa ciudadana y después una reacción que sería en el
orden militar favorable a la defensa, por cuanto el pueblo madrileño comprendió
la gravedad del peligro de ver asaltada su ciudad y la necesidad de consagrarse
abnegadamente a su defensa.
Tal crisis se manifestaba en unos sectores en forma de
exaltación patriótica, vinculada o no a sus ideales políticos, pero ahora con
un significado profundamente humano; en otros se descubrían caracteres de negro
pesimismo, temor, desconcierto, miedo....; los más, eran víctimas de la duda.
¿Era posible la resistencia, o inevitable la caída? Sin embargo, la crisis era
cierta y la ansiedad de saber qué iba a suceder tenía, en los más, signos de
angustia.
El resultado de esa crisis dependía realmente de cómo
se revelase la voluntad de acción de las masas humanas (combatiente y meramente
humana), es decir, de cómo se produjese la revulsión del enfermo que iba a
entrar en periodo de coma, hacia la muerte o hacia la vida (...). El doctor
(gobierno), al despedirse del paciente, le había recetado simplemente unos
paliativos sin transcendencia curativa alguna, dejándolo en manos de Dios para
que la fe y la naturaleza hiciesen lo que la ciencia rectora de la política no
había sabido o podido hacer. Y fueron esa fe, a través de la moral de
guerra, y esa obra de la naturaleza, a través de la voluntad (savia
inextinguible en el hombre español, en sus horas difíciles), las que produjeron
una exaltación de la moral a la que contribuyeron poderosamente los dirigentes
políticos, viejos y jóvenes, que voluntariamente se quedaron en Madrid
conservando sin desmoralizar el espíritu de sacrificio, luchando hasta el fin
(...).
(...) La crisis que acabamos de exponer no podía
percibirla el adversario, pero por su proceder parece que la intuía. Lo que no
podía sospechar ni intuir era la mutación que simultánea e insensiblemente se
estaba produciendo en la masa combatiente, ajena a aquel derrotismo.
Pensando con la lógica en la mano, nuestros
adversarios veían fácil, llana, rápida la acumulación de su obra entrando en
Madrid, pues era natural que así lo estimasen después de la experiencia de un
mes de operaciones victoriosas y, especialmente, por los resultados que habían
obtenido los últimos cuatro días. De aquí que, paralelamente a la elaboración
de su Orden de Operaciones para la maniobra de ataque, otros organismos ajenos
al Mando militar redactasen el programa de festejos con que se había de
celebrar tan gran acontecimiento, tanto en Madrid como en toda España.
Esperaban como suceso natural y fulminante el
derrumbamiento de la moral de su adversario. Pero la verdad, al otro lado del
Manzanares, era que a moral se exaltaba de manera pocas veces igualada.
Este hecho, concebido por pocos, provocado no se sabe
por quién, pero alentado por innumerables hombres y mujeres de acción, sin
distinción de clases ni de matices políticos, y vivificado por la voluntad de
cientos de miles de españoles, entre los que naturalmente no se contaban los
que se habían marchado a Valencia, hizo variar en el curso de media jornada el
panorama de la lucha (...).
Actividades en el Comando de la Defensa.
Situémonos en el ambiente del Estado Mayor: desde la
misma noche del 6 de noviembre, y de acuerdo con el Comandante de la Plaza en
la interpretación del problema, comprendimos la necesidad de no perder una sola
hora en la adopción de algunas medidas de máxima urgencia. Fueron las
siguentes:
1. Convocar a los jefes de las fuerzas que operaban
cubriendo los ejes de penetración en Madrid, y a los jefes de organismos de
retaguardia (Parque de Artillería, Abastecimientos, Sanidad, Transportes, etc.)
para obtener información directa y precisa de la situación y de la
disponibilidad de medios, y darles órdenes (las transmisiones funcionaban mal y
se sospechaba que estaban intervenidas).
2. Informar a los combatientes y a la ciudad del
cambio de Mando y de los propósitos del comandante que se había designado para
dirigir la defensa.
3. Poner orden en el desorden reinante en el frente y
en la retaguardia.
4. Asegurar, con elementos de enlace, la relación con
los mandos responsables y con las unidades que pudieran localizarse en el
frente de lucha, garantizando la continuidad de esa relación mediante un
sistema de transmisiones directamente controlado por el Comando.
5. Dar vida a una consigna a la que unánimemente se
atribuyó la máxima importancia: todos los hombres aptos para la lucha y
todas las armas que poseían y se mantenían en la retaguardia debían desplazarse
al frente porque allí estaba el deber de los primeros y el más eficaz empleo de
las segundas.
6. Citación a los jefes y oficiales disponibles en
Madrid para ser empleados dando una nueva estructura a la red de Mandos.
7. Establecer una permanente y estrecha colaboración
con cuantos organismos oficiales o privados pudieran auxiliar al Mando o
simplificar su libertad de determinación en la conducción de las fuerzas.
8. Resistir sin idea de repliegue. Exigir que todos mantuviesen,
a través de jefes responsables, contacto permanente con el Comando de la
Defensa. Asegurar enlaces laterales entre las unidades y columnas del frente de
combate. Reaccionar sistemáticamente contra las infiltraciones de pequeños
grupos. Intensificar las tareas de fortificación en todo el frente y esperar
nuevas órdenes, que llegarían dentro de la jornada del 7, tan pronto se
aclarase la situación y se estableciese un ordenamiento táctico de las tropas.
Todo ello sería tema de a orden categórica que se daría a los jefes de Columna
que accedieran al llamamiento indicado en el inciso 1; a los demás se les
comunicaría mediante agentes de enlace antes del amanecer.
9. En razón de la manifiesta penuria de medios,
recabar del Mando Superior las urgentes ayudas que se consideraban
indispensables y que se precisarían tan pronto se conociesen las
disponibilidades reales de la defensa.
(...) Las primeras doce horas de la defensa fueron tan
críticas como fecundas. Desde los primeros cañonazos del atardecer del 6, hasta
las primeras horas del ataque del 7, había transcurrido una noche de verdadera
fiebre bélica para aquel enfermo que era Madrid, y la espiritualidad del
enfermo pasaba del máximo desaliento a la máxima exaltación. Fueron horas de
extrema confusión y desconcierto; choque de unas voluntades firmes con otras
huidizas, desmoralizadoras. A las 12 de la noche aún dominaban en el ambiente
las ideas de evasión, afanes de eludir lo que se estimaba un aplastamiento
inevitable, porque las manifestaciones de la lucha durante los días 4, 5 y 6 de
noviembre habían atraído el fantasma de la derrota con todos sus implacables
augurios, y mostraban como luz mortecina próxima a extinguirse la del deber
político, militar, nacional, humano...
Mas, si para unos ya era un deber imposible de
cumplir, porque todo estaba agotado, para otros la tarea había de cumplirse
hasta el sacrificio total porque lo que se defendía no era una entelequia, sino
un derecho, el de la soberanía, y un ideal, el de la libertad, encarnados en
una ciudad de un millón de almas, que podía conocer, con la vergüenza de la
derrota, el horror de las represalias.
(...) No caben aquí especulaciones literarias ni
metafísicas. Sólo quiero aportar algo de luz sobre una situación y unos hechos
que dejaron al descubierto esta verdad indiscutible: el gigantesco espíritu de
sacrificio del hombre español, que se disponía a defender Madrid con una
abnegación que no sería heróica, sino realidad candente que testimoniarían los
hechos mismos.
No cabe duda alguna de que en ese complejo psicológico
creado por las múltiples circunstancias que se han ido señalando, pesaban los
ideales políticos, las creencias religiosas y sociales, los intereses de unos y
otros grupos involucrados en el problema, las influencias de los agitadores,
las consignas, las arengas, el incesante martilleo de la prensa y la radio, las
alocadas promesas de los que ofrecían mucho y nada podían dar, el temor a un
mañana dramático... pero insisto en que todo eso se vio superado por la cruda imagen
de la realidad: el hombre ante su deber de hombre, de padre, de hijo, de
patriota, de ente vinculado a una empresa, cuyo significado justiciero y digno
intuía hondamente, sin que apareciese la duda, aunque no llegara a comprenderlo
ni supiese explicarlo.
Vicente Rojo Lluch
Vicente Rojo Lluch
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