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491. Fernando Aristizábal

Miembro del Partido Nacionalista Vasco desde los quince años. Al comienzo de la guerra, se alistó en las milicias del PNV y participó en la defensa de Irún y San Sebastián. Posteriormente luchó con el batallón Amayur en Vizcaya y Santander sirviendo como teniente. Al perderse el País Vasco tomó parte en las negociaciones para la rendición de las tropas.

Fue hecho prisionero y condenado a muerte, pero se le conmutó la pena. Salió en libertad en 1943. Ese mismo año se unió a la organización paramilitar clandestina Euzko Naia, cuyo objetivo era mantener el orden en Euskadi una vez que Franco fuera depuesto.

Vivió en la clandestinidad hasta 1953. De 1979 a 1983 fue diputado en Madrid del Grupo Parlamentario Vasco en el congreso.


Mi padre era miembro del PNV y de Solidaridad de Trabajadores Vascos. Era panadero. Mi madre se dedicaba a sus labores. Vivíamos en Irún. Éramos cuatro hermanos y una hermana y yo era el mayor de los cinco. No andábamos sobrados de dinero, de modo que yo, prácticamente, no pude estudiar. Fui a la escuela hasta los doce años y posteriormente me apunté a un curso de contabilidad en una academia. Cuando estalló la guerra estaba trabajando de contable. En 1932, con quince años, me afilié a las Juventudes del Partido Nacionalista Vasco: los mendigoizales. Solíamos juntarnos en el batzoki, que era el centro de reunión, para recibir clases de euskera y de danzas y bailes vascos. Así pasábamos las tardes después del trabajo.

Cuando comenzó la guerra tenía 18 años. Recuerdo que aquel domingo fui a misa de 6 porque queríamos hacer una excursión y, ¡coñe!, al regresar a casa vimos una armería que había sido asaltada. Tenía las lunas rotas y todo el armamento había desaparecido. La cosa es que decidimos suspender la excursión e ir al batzoki a enterarnos de lo que estaba ocurriendo. Había mucha confusión y no se sabía bien lo que pasaba. La radio decía una cosa y la gente decía otra: que si se había levantado el Ejército de África, que si venían, que si no venían... El hecho es que el día 20 ya estábamos todos en la frontera con Navarra organizándonos y empezando a formar nuestras unidades.

Las armas que llevábamos eran las que teníamos propias: el que tenía una escopeta de caza la llevaba y el que no, pues nada. Tampoco había uniformes. Cada uno llevaba las botas de monte que tuviera y todo así. Una semana después, el delegado del partido, Pepe Michelena, fue al cuartel de carabineros, habló con un comandante y consiguió que nos cedieran el armamento que tenían disponible, es decir, fusiles y cartucheras y con eso creamos un grupo de combate de voluntarios: las milicias vascas del PNV del Ejército vasco Euzko Gudarostea. Éramos treinta y tantos hombres subdivididos en dos grupos. Uno era dirigido por Pepe Michelena y otro por mí. De este modo combatimos en Irún, Hernani y en otros frentes. Allí me hirieron por primera vez, pero me recuperé rápidamente. Una bala me atravesó el brazo derecho por encima del codo.

De la intendencia se encargaban en el batzoki. Preparaban todo lo necesario y nos lo enviaban al frente. Si había problemas no mandaban nada y ese día no comíamos. En los caseríos de la zona también podíamos comer algo. Por lo demás, como no estábamos lejos, podíamos ir a casa a mudarnos y, en ocasiones, a dormir. Éramos unos chavales, aunque también había alguno de treinta y tantos. De vez en cuando pasaban por allí algunos franceses y algunos belgas que venían a unirse a las Brigadas Internacionales. Así conocí al famoso capitán Jack, que viajaba con una ametralladora.

Nosotros de estrategia militar no sabíamos nada, pero conocíamos la zona, y lo verdaderamente valioso en esos primeros días era conocer los montes como los conocíamos nosotros. El único que tenía conocimientos militares era un tal Larreina que había hecho la mili y se había licenciado con el empleo de alférez. La diferencia principal con el Ejército nacional era que ellos disponían de mandos con preparación militar y nosotros no.

En agosto tuvimos que evacuar Irún. Ya no podíamos aguantar más, porque nos venían zumbando, de modo que salimos en dirección a San Sebastián y allí nos acuartelamos hasta que nos retiramos a Azpeitia, al monte de Andazarrate, donde los combates fueron muy intensos. Aquí me hirieron por segunda vez. Una bala me alcanzó el muslo derecho y me astilló el fémur. Me trasladaron al hospital de Basurto y de allí a dos o tres hospitales más. No salí hasta un par de meses después, en noviembre del 36.

Cuando me reincorporé, estábamos ya en Vizcaya. Allí llegaron las famosas armas checoslovacas, las famosas máquinas Steiglitz. Gracias a ellas pudimos frenar nuestra retirada. De allí me trasladé a Bermeo, donde teníamos nuestra base, y una vez allí, me destinaron al batallón Amayur como sargento. El día del bombardeo de Guernica estábamos en Lequeitio, encima de Berriatua y vimos pasar los aviones. Esa noche, nos ordenaron levantar armas y nos dirigimos hacia Bermeo de vuelta. Pasamos por Guernica cuando ya estaba todo destruido. Era desolador. Un desastre.

Cuando se perdió Vizcaya, fuimos a Santander. Allí hicimos frente hasta que en agosto se produjo la retirada general, momento en que nos entregamos. En Laredo caímos prisioneros de los italianos. Tuve el triste honor de participar de manera muy directa en la rendición ante el coronel Farina. Marchamos hasta Laredo con todos nuestros hombres para realizar la entrega oficial ante el Estado Mayor italiano. El teniente Gorroñogoitia me dijo que no se sentía con ánimo para entregarse ante Farina. Yo mismo me tuve que encargar de hablar con el coronel italiano, que nos recibió con gran ceremonia. Sacó una botella de coñac, la descorchó, y, como no había vasos, hizo unos cucuruchos con papel de barba y brindamos «a la salud del Ejército vasco». El brindis lo pronunció el mismo Farina. Luego me preguntó cuántos años tenía y le contesté que 19. ¡Son recuerdos imborrables! Los campos de prisioneros se levantaron en Laredo y Castro Urdiales. Estábamos protegidos por los italianos que nos pusieron unas tiendas de campaña en la playa y nos respetaron y reconocieron nuestros grados. Todos los días teníamos una reunión de oficiales en la que se daba el parte a los oficiales italianos. Los que tuvieron un papel muy desagradable en Laredo fueron los carlistas. Una compañía se acercó a las alambradas para reclamar a varios gudaris y a varios oficiales. Los querían sacar porque decían que habían hecho barbaridades en sus pueblos aunque tal vez era por venganza o qué sé yo. Los italianos se portaron bien y no permitieron que ni un solo gudari abandonara el campo, porque sabían lo que eso significaba. Permanecimos allí un mes, hasta que llegaron los falangistas y nos condujeron a Santoña y posteriormente al penal de Dueso.

El día 21 de septiembre de 1937 fui juzgado en consejo de guerra. Mi causa tenía el nº 29/37. Fui condenado a pena de muerte por rebelión militar. Un mes más tarde un grupo de unos seiscientos condenados a muerte fuimos trasladados en barco a Bilbao, y conducidos a la cárcel de Larrínaga y el día 26 de julio de 1938 fuimos trasladados al penal central de Burgos. Al estar condenados a pena de muerte nos aislaron en celdas hasta que, por fin, el día 1 de enero de 1939 nos comunicaron a todos los condenados que el Generalísimo se había dignado a indultarnos la pena de muerte sustituyéndola por la inmediata inferior. Años después, en una cena de amigos, nos enteramos de que nuestro indulto tenía fecha del 9 de octubre de 1937. Estuvimos años sin que nadie nos lo comunicara, pensando que nos podían fusilar en cualquier momento. Sobran los comentarios.

De la cárcel podría contar muchas cosas. Éramos un grupo de doscientos incluyendo a jefes, oficiales y políticos. A todos los condenados a muerte nos metieron en celdas. Teníamos un patio pequeño para pasear. No nos dejaban recibir ni libros ni ninguna otra cosa. Entre nosotros había ingenieros, arquitectos, físicos, filósofos, químicos... Chicos preparados maravillosamente bien, estudiantes, y otros como yo, contables y cosas similares. La cuestión es que se decidió crear un círculo de estudios. Se crearon grupos de profesores para que los que quisieran pudieran estudiar. También se creó un orfeón, pero de categoría. Hasta salimos un día a las fiestas de Burgos para cantar en la catedral. Formamos un grupo de dantzaris: Espatadantxa. También había un grupo de música, una pequeña banda, formada por cuatro trompetas, pero que, en fin, algo de ruido hacían. Había pruebas de deportes: carreras, partidos de fútbol y hasta un frontón, ¡y eso que prácticamente no comíamos! Cogimos mucha fuerza porque estábamos todos juntos. Si nos llegan a separar y a mandar a cada uno para un lado, ahí morimos.

A tal extremo llegaron las cosas, que conseguimos que a uno de los directores del penal, llamado Jabonero, lo encarcelaran por estafador y por ladrón. Fue algo maravilloso. Teníamos una sensación de fuerza y de seguridad inigualables. Yo tengo muy buenos recuerdos de la cárcel. Evidentemente, también los tengo muy malos. Por ejemplo, de los predicadores de la Compañía de Jesús, como el padre Bolinar, que era un bárbaro. Nos daba el parte de guerra: que si habían tomado Belchite y cosas así. «Váyase a paseo, hombre, déjenos en paz». Nos amargaba el día, pero la mayor parte del tiempo estábamos bien.

Lo que sí es cierto es que comíamos muy mal y, además, los dos primeros años no permitieron la entrada de paquetes de comida. A mí no me preocupaba, porque yo tenía a toda mi familia en Francia y no me podían enviar nada, pero a los tenían a su familia cerca sí les fastidiaba. Nos daban un cazo de café y un bollo por la mañana y, para comer, un cazo de caldo con cuatro o cinco garbanzos. Solíamos hacer apuestas, para ver quién tenía más. A la hora de la cena daban lo mismo. Esto mejoró cuando empezaron a llegar paquetes de comida. Entonces creamos grupos para repartirnos las cosas. Mi familia regresó en el año 42 y yo comencé también a recibir el suministro. ¡Bendito sea Dios! ¡Ya empezaron a llegar las cosas!

Se pasó mal, pero todo esto se recuerda con mucho cariño. Había gente muy buena. Teníamos, por ejemplo, unos médicos fuera de serie. Eran compañeros presos, que fueron oficiales como nosotros, pero que eran médicos de profesión. No teníamos medicinas, sólo las que se podían conseguir gracias a la gente de fuera. Pero no hay que equivocarse, la cárcel ha sido, y lo digo con toda sinceridad, desastrosa, asquerosa y repugnante. Un detalle: estaba prohibido ducharse. Sólo podíamos ducharnos cuando nos lo permitían, que a lo mejor era cada seis meses o cada dos años, ¡yo qué sé! Un día, era tanta la mugre y los piojos que teníamos encima, que cinco de nosotros salimos de la celda y nos escapamos a las duchas, que estaban detrás de la enfermería. En plena ducha de agua fría apareció un guardia « ¡Venga, venga, venga! Todos a vestirse y detrás de mí». Nos llevó donde estaba el cabo de limpieza y le dijo: «Éstos, castigados quince días a limpieza general». Imagínate un patio como medio campo de fútbol y a quince tíos con sacos de arpillera frotando el suelo. Para protegernos, nos hicimos rodilleras con goma de neumáticos atada a las rodillas y, de este modo, limpiábamos el patio. Acabamos con las manos destrozadas.

Murió bastante gente en la cárcel, muchos eran amigos míos. La enfermedad más común era la tuberculosis. A los tuberculosos los mandaban a Segovia, no sé por qué, porque Burgos tiene buena situación, pero los enviaban allí y allí murieron muchos. Sólo los más fuertes salimos adelante.

Salí de la cárcel central de Burgos en el año 43, el día 25 de marzo. Cuando salí di de destino Irún, pero me marché a Madrid. Entonces dictaron una orden de busca y captura porque tenía que hacer el servicio militar. En la comandancia de San Sebastián estaba de secretario del comandante un buen amigo mío, y como sabía que andaba en líos y vio que me reclamaban, cogió un impreso y escribió que estaba haciendo el servicio militar en Larache. Le presentó a firmar al otro, que, ¡cómo son esas cosas!, firmó sin tan siquiera mirarlo, y, de un plumazo, se canceló mi orden de busca y captura. Es decir, que yo hice la guerra pero no el servicio militar. Estaba destinado al batallón de trabajadores nº 1 de Melilla, pero gracias a esto me dejaron en paz y ni la Guardia Civil ni la policía me buscaron más. Me casé en el año 44 y en el 45 tuve mi primer hijo. Casado y con un hijo de dos meses, la policía vino a buscarme, pero pudieron avisarme a tiempo y no me encontraron. Aparecieron en mi casa preguntando por Fernando Aristizábal. Mi mujer les hizo pasar y les llevó a la habitación del niño, que estaba en la cuna.

En cuanto salí de Burgos, me integré en la organización clandestina Euzko Naia, que estaba creada y dirigida por los jefes políticos del PNV. Trabajaba en Madrid en un almacén de papel y de vez en cuando pasaban por ahí preguntando por mi. Eso era una cosa bastante habitual en esos días. Luego ya me trasladé a Vizcaya y, desde entonces, estuve viviendo en la clandestinidad más absoluta hasta el año 53. Fue muy duro, tienes que hacer una vida totalmente distinta hasta el punto de tener que negar a muchos amigos el saludo. Vivía escondido en un piso franco en Bilbao, con nombre falso. Mi actividad se encuadraba dentro de la reorganización del PNV. Formaba parte del servicio de información del partido y del Gobierno vasco. Un servicio de información con todas sus consecuencias, ¡todas! Así es la vida.

Me mantenía la organización. Me pasaban dinero a mí y a mi familia. Luego ya, en el año 53, pude volver a la normalidad y tuve que buscarme la vida. Mi hijo mayor tenía ocho años y había tenido ya dos hijos más. Tuve suerte. Empecé a trabajar por mi cuenta y me fueron bien las cosas. A pesar de todo, seguí en activo en la resistencia vasca hasta el año 1957.

Durante el franquismo, nos solíamos reunir el primer domingo de junio para celebrar el Día del Gudari. En esa época, muchos estábamos todavía en la clandestinidad, pero lo que hacíamos era llamar a un sitio para encargar una comida, comíamos y luego nos dispersábamos rápidamente. En esos años era necesario pedir un permiso para reunirse y teníamos un amigo, que tendría entonces sesenta años, al que habremos casado unas veinticinco veces, porque la excusa que poníamos siempre para reunirnos era su despedida de soltero. Cuando se presentaba la Guardia Civil, como los propietarios de los restaurantes eran amigos, nos seguían el juego. Así estuvimos hasta que murió Franco. Durante la transición nos seguimos reuniendo ya libremente, con las mujeres, y ya podíamos hablar en voz alta. Luego llegó la escisión del PNV y la creación de EA y nos dividimos y se rompió la tradición.

En el año 1979, como en nuestro partido cuando te dicen una cosa hay que hacerla, me tuve que ir de diputado del PNV por Vizcaya al Congreso de los Diputados como parte del Grupo Parlamentario Vasco. Estuve los cuatro años de la legislatura, hasta el 83, y luego lo dejé.

Y eso fue todo. ¡Qué voy a decir de la guerra! La guerra es la plaga más horrorosa que puede caerle a un pueblo o a una persona. El día 18 de julio de 1936 nos cayó a nosotros, a «la maravillosa juventud del año 36»,como dicen algunos escritores. Mi familia se desintegró. Mi hermano Pantxo, que tenía quince años, se unió a nuestro grupo cuando nos retiramos de Irán en dirección a San Sebastián. Mis padres y mis tres hermanos menores, dos varones y una chica, se pasaron a Francia el día 3 de septiembre del año 36, por la noche. No llevaban encima más que lo puesto. No volví a verlos hasta el año 50, que pude, por fin, reunirme con ellos. ¡Estuvieron catorce años malviviendo en el exilio! No, no me gusta la guerra y lo peor es que hoy, en la actualidad, en Euskadi seguimos ansiando la paz, la tranquilidad y la convivencia que, en julio del 36, cuando salimos al monte con nuestras escopetas, esperábamos conseguir dominando a los fascistas, que querían imponernos su credo por la fuerza de las armas.

Mucha sangre se derramó entonces. No sé si los que murieron en el frente de combate, en las cárceles, en los campos de concentración o en los paseos fueron los mejores. Lo que sí sé, es que la juventud vasca del año 36 fue una generación excepcional. Gudaris y milicianos dejaron sus vidas luchando contra el fascismo y a favor de la libertad y la democracia y en defensa de Euskadi y de la República. Eran mis amigos y les echo en falta.


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