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502. La sonrisa madrileña


Madrid octubre de 1936 - Fotografía de Chim 


Madrid tenía ya -¿quién puede dudarlo?- una breve y gloriosa tradición salpicada de sangre y de heroismo, su breve historia trágica, que Don Francisco de Goya anotó para siempre. Pero el pueblo madrileño, que no lo ignoraba, nunca se jactó de ella; en los labios madrileños Bailén, Cádiz, Zaragoza, Gerona, eran, entre las gestas de nuestra guerra de independencia, tanto o más que Madrid. Cuando Madrid hace del 2 de mayo una fiesta piadosa específicamente madrileña, quitándole la solemnidad y el atuendo de fiesta nacional, para no herir el amor própio de una nación amiga, obra en función españolísima, como capital de todas las Españas. Nosotros tendíamos a olvidar lo trágico y lo heróico madrileño. En verdad, nos lo borraba esa jovialidad de Madrid, no exenta de ironía, de apariencia frívola y desconcertante, esa gracia madrileña inasequible a los malos comediógrafos, que todo lo achacaban, y que tan finamente han captado los buenos (Lope, Cruz, Jacinto Benavente), esa gracia cuya degradación es el chiste, y que era esencialmente un antídoto contra lo trágico, y un anticipo del fracaso solemne. Pero la sonrisa madrileña, levemente cínica, marcadamente irónica, es ya una sonrisa a pesar de todo, porque en Madrid es la vida más dura que en el resto de España. Es en Madrid donde adquieren más tensión los resortes de la lucha social y de la competencia en el trabajo, el lugar de los mayores afanes y los mayores riesgos, donde, a causa de la mucha concurrencia, es más grande la soledad del individuo, donde es más ardua la empresa de salir adelante con la propia existencia y la de la prole. Hay en la sonrisa madrileña una lección de moral, de dominio del hombre sobre si mismo, que podría expresarse: a mayor esfuerzo, menor jactancia.



Antonio Machado
De Madrid, baluarte de nuestra guerra de independencia
Valencia, 7 de noviembre de 1937











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