Madrid tenía ya -¿quién puede
dudarlo?- una breve y gloriosa tradición salpicada de sangre y de heroismo, su
breve historia trágica, que Don Francisco de Goya anotó para siempre. Pero el
pueblo madrileño, que no lo ignoraba, nunca se jactó de ella; en los labios
madrileños Bailén, Cádiz, Zaragoza, Gerona, eran, entre las gestas de nuestra
guerra de independencia, tanto o más que Madrid. Cuando Madrid hace del 2 de
mayo una fiesta piadosa específicamente madrileña, quitándole la solemnidad y
el atuendo de fiesta nacional, para no herir el amor própio de una nación
amiga, obra en función españolísima, como capital de todas las Españas.
Nosotros tendíamos a olvidar lo trágico y lo heróico madrileño. En verdad, nos
lo borraba esa jovialidad de Madrid, no exenta de ironía, de apariencia frívola
y desconcertante, esa gracia madrileña inasequible a los malos comediógrafos,
que todo lo achacaban, y que tan finamente han captado los buenos (Lope, Cruz,
Jacinto Benavente), esa gracia cuya degradación es el chiste, y que era
esencialmente un antídoto contra lo trágico, y un anticipo del fracaso solemne.
Pero la sonrisa madrileña, levemente cínica, marcadamente irónica, es ya una
sonrisa a pesar de todo,
porque en Madrid es la vida más dura que en el resto de España. Es en Madrid
donde adquieren más tensión los resortes de la lucha social y de la competencia
en el trabajo, el lugar de los mayores afanes y los mayores riesgos, donde, a
causa de la mucha concurrencia, es más grande la soledad del individuo, donde
es más ardua la empresa de salir adelante con la propia existencia y la de la
prole. Hay en la sonrisa madrileña una lección de moral, de dominio del hombre
sobre si mismo, que podría expresarse: a mayor esfuerzo, menor jactancia.
Antonio Machado
De Madrid, baluarte de nuestra guerra de independencia
Valencia, 7 de noviembre de 1937
De Madrid, baluarte de nuestra guerra de independencia
Valencia, 7 de noviembre de 1937
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