Estaba ya impreso este mi discurso inaugural de este
nuevo curso académico cuando me vino a la memoria -a la memoria de dolores, que
es la más tenaz- la mayor lección, no que di, sino que recibí, como rector de
esta Escuela. Fue la del 2 de abril, viernes de Dolores, de 1903, cuando por
una de esas tristes algaradas estudiantiles la Guardia civil hubo de matar a
dos estudiantes, a uno aquí mismo, en un aula de aquí arriba -sus ventanas
cerradas-, y a otro a la puerta del Instituto, en el vecino patio de Escuelas
Menores. No he de historiar ahora aquel lamentable suceso ni ponerme a
discernir culpas y disculpas. Baste decir que el origen de la algarada que
costó aquellas dos vidas inocentes -eran unos pobres muchachos pacíficos y
sencillos- fue debido a creer el relato de otro pobre estudiante víctima de
alucinaciones. Los pobres muchachos no se detenían a comprobar las afirmaciones
de quien se soñaba agraviado.
Después, si han vuelto alborotos, han sido más
inocentes, y aquí, en esta Casa, las inevitables -ni hay por qué evitarlas-
disidencias doctrinales entré quienes estudian para comparar y distinguir y
escoger doctrinas, esos alborotos se han mantenido en un campo incruento. En un
campo incruento, no pocas veces de una especie de deporte revoltoso -no revolucionario-,
cuando no preguntón.
Y es que aquí, España sea loada, esas contrapuestas
asociaciones escolares se han mantenido en terreno de convivencia civil. Y aún
hay más, y es que ni se ha llegado a privilegios y monopolios de favores
oficiales. Y puesto que en este curso se han suprimido las aperturas oficiales
de las Universidades excepto en ésta, y puesto que soy yo quíen desde ella,
donde sigo de rector, ha de dirigir la palabra de consejo a los estudiantes
universitarios de toda nuestra España, quiero con estas palabras, que para
fijarlas mejor, he escrito no hace tres horas, quiero con ellas hacer un
llamamiento a la paz, a la paz en la guerra. Así titulé mi primera y más
largamente pensada y sentida obra, en que narré las luchas civiles que se encendían
en torno a mi niñez.
Aquí, dilo, no se ha privilegiado a ninguna asociación
escolar. Una ha habido que presentó sus estatutos a ser aprobados en el
Gobierno civil y lo fueron, a pesar de que los más de los socios eran menores
de edad; lo fueron porque esa asociación se ampara en un decreto que la creó.
Mas yo, como rector, no quise reconocerla y no la di estado en esta Casa. ¿Que
no era política ni confesional? Toda asociación acaba siéndolo. Y no hay otra
asociación estudiantil libre de sectarismos que la que forman los estudiantes
todos debidamente matriculados. No la reconocí. Pesaba sobre mí el recuerdo de
aquellos dos pobres mozos -casi niños- que aquí fueron muertos, de bala,
antaño, y pesaba sobre todo la impresión de la barbarie desatada en otros
centros de enseñanza. No ni mis estudiantes, los de esta mi Universidad -y la
llamo mía tanto porque ella me ha hecho cuanto por cuanto Ia he hecho yo-
habían de caer o aquí o en esas calles bajo unas balas ciegas de una guardia
exasperada ni menos bajo las balas de una pistola que acaso se esconde dentro
de un libro mondado, convertido en caja del más repugnante matute.
El que de semejante artilugio se valga ni es joven -ya
que se presume de juventud- ni es estudiante, ni tiene conciencia civil, que es
conciencia moral. Es, a lo menos, malo, víctima de esa terrible epidemia
histérica, de esa fatídica apetencia de disolución nacional, civil y social que
está corrompiendo a una parte de nuestra juventud. Que a los dieciocho o veinte
años vuelve por un fenómeno patológico de involución, no a la dulce, sonriente
y creativa mentalidad de los cinco años, cuando el niño se está creando -y con
la palabra- el mundo, su mundo, sino a una pavorosa dementalidad de pobre niño
abandonado sin hogar espiritual.
Y ahora, estudiantes míos, tengo que deciros otra
cosa. Sería congojoso que os ejercitarais en el abuso de las armas de fuego -o
de las llamadas blancas- y que las escondierais en el mondado libro de matute,
pero más congojoso será que os dejéis ganar del ejercicio de otras armas
peores. Me refiero a las de la calumnia, la injuria, la insidia y el insulto de
que tanto empiezan a abusar vuestros mayores. Os están enseñando a calumniar, a
injuriar, a insultar a la generación de vuestros padres y abuelos. Os están
incitando a despreciarlos. Os están incitando a renegar de los que os dieron
vida.
Vosotros, estudiantes españoles, que os ejercitáis en
la investigación científica, histórica y social, en la dialéctica -escuela de
tolerancia y de comprensión de la concordancia final de las discordancias; de
la coincidencia de las oposiciones que dijo el Cusano- vosotros tenéis que
enseñar a vuestros padres -a nosotros- que esa marea de insensateces -de
injurias, de calumnias, de burlas impías, de sucios estallidos de
resentimientos- no es sino el síntoma de una mortal gana de disolución. De
disolución nacional, civil y social. Salvadnos de ella, hijos míos. Os lo pide
al entrar en los setenta años, en su jubilación, quien ve en horas de visiones
revelatorias rojores de sangre y algo peor: livideces de bilis.
Salvadnos jóvenes, verdaderos jóvenes, los que no
mancháis las páginas de vuestros libros de estudio ni con sangre ni con bilis.
Salvadnos por España, por la España de Dios, por Dios, por el Dios de España,
por la Suprema Palabra creadora y conservadora.
Y en esa Palabra, que es la Historia, quedaremos en
paz y en uno y en nuestra España universal y eterna.
Miguel de Unamuno
30 de septiembre de 1932
Discurso pronunciado en el acto de la apertura de
curso en la Universidad de Salamanca, 1932
*
Boletín Oficial del Ministerio de Instrucción Pública
y Bellas Artes, 1932
ORDEN MINISTERIAL
Ilmo. Sr.: Con objeto de que alcancen la mayor
difusión posible entre los estudiantes las elevadas y certeras palabras que el
glorioso Maestro D. Miguel de Unamuno les dirigió en el solemne acto de la
apertura de curso celebrado en la Universidad de Salamanca el 30 de Septiembre,
con motivo de su jubilación en el Profesorado.
Este Ministerio se ha servido disponer:
1.º Que se publique en el Boletín Oficial de este
Departamento la alocución a los estudiantes mencionada; y
2.º Que dicho texto se fije en el tablón de anuncios
de todas las Universidades, Institutos de Segunda enseñanza, Escuelas Normales
del Magisterio primario, Escuelas de Bellas Artes, Conservatorios y Escuelas
dependientes de la Dirección general de Enseñanza Profesional y Técnica.
Lo digo a V.I. para su conocimiento y demás efectos.
Madrid 1.º de Octubre de 1934.
FILIBERTO VILLALOBOS
SEÑOR SUBSECRETARIO DE ESTE MINISTERIO
Gaceta» del 3 de Octubre
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