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530. Ángel González, in memoriam

María Torres / 12 Enero 2013


Ángel González, asturiano orgulloso de su tierra, poeta de la generación del cincuenta, fue un niño de la Guerra. Por causa de ésta se quedó sin infancia y sin familia. Cuando apenas tenía año y medio perdió a su padre, Pedro González, republicano y catedrático  de Pedagogía. Su hermano Manuel fue asesinado por los franquistas en 1936. Su hermano Pedro se vió abocado al exilio. Su hermana Maruja, maestra republicana y su madre fueron depuradas.

Tenía once años cuando comenzó la Guerra y el miedo se instaló en su familia, una familia de derrotados: "Yo no tengo la culpa/ de haber bebido/ desde joven tanta sed de sangre"

Decía también que: "Sin salir de la infancia, en muy pocos años, me convertí, de súbdito de un rey, un ciudadano de una república y, finalmente, un objeto de una tiranía".

En 1972 decidió huir de las miserias de la dictadura y se trasladó a Alburquerque, Nuevo México, donde enseñó literatura hasta su jubilación.



Ciudad Cero.

Una revolución.
Luego una guerra.
En aquellos dos años —que eran
la quinta parte de toda mi vida—,
ya había experimentado sensaciones distintas.
Imaginé más tarde
lo que es la lucha en calidad de hombre.
Pero como tal niño,
la guerra, para mí, era tan sólo:
suspensión de las clases escolares,
Isabelita en bragas en el sótano,
cementerios de coches, pisos
abandonados, hambre indefinible,
sangre descubierta
en la tierra o las losas de la calle,
un terror que duraba
lo que el frágil rumor de los cristales
después de la explosión,
y el casi incomprensible
dolor de los adultos,
sus lágrimas, su miedo,
su ira sofocada,
que, por algún resquicio,
entraban en mi alma
para desvanecerse luego, pronto,
ante uno de los muchos
prodigios cotidianos: el hallazgo
de una bala aún caliente,
el incendio
de un edificio próximo,
los restos de un saqueo
—papeles y retratos
en medio de la calle…
Todo pasó,
todo es borroso ahora, todo
menos eso que apenas percibía
en aquel tiempo
y que, años más tarde,
resurgió en mi interior, ya para siempre:
este miedo difuso,
esta ira repentina,
estas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.


Ángel González
Tratado de urbanismo

6 de septiembre de 1925 – 12 de enero de 2008






2 comentarios:

  1. Como buena parte de los poetas del 50, además de excelentes artesanos de la poesía cotidiana, practicó una admirable coherencia.
    Nos queda, también en este caso, su palabra.
    Un abrazo.

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  2. Hermoso testimonio de un hombre que levanto su amor por el mundo sin alharacas.
    Salud

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