“No sé quien nos acercó a Miguel. Recuerdo su sonrisa
burlona, él tan vestido de pana.
Recuerdo su ancha cara de auténtico pastor, su ancha
mano de hombre de bien. Era sorprendente leer sus sonetos, su auto sacramental,
todo lo que traía detrás de su corteza. Fue saludado como lo que era, un
prodigio de asimilación poética espontánea.
Nos frecuentaba poco y era amigo de Neruda y Bergamín.
Pero la hora española se hizo exigente. Un día,
estando lejos de pensar en él, se nos apareció Miguel Hernández todo arrebatado
de furor, hecho un grito, una carne viva.
Lo ocurrido no era para menos. Se paseaba por las
márgenes del Henares, río pequeño de la llanura próxima a Madrid, donde se
crían reses bravas entre los chopos y ninfas entre los juncos cuando la guardia
civil caminera, saliéndole al encuentro le dio el alto.
¿Qué haces ahí? Él iba a la buena de dios, vagando
poemas con un libro en la mano.
Contestó: leer. ¿Leer? Bueno ya sabemos lo que es eso,
gandul. Eso quería decir esa trampa, ese engaño, ese engaño despistador de un
libro para encubrir a un conspirador del crepúsculo. El diálogo fue breve, no
se puede dialogar con los poderes públicos y cuando le preguntaron: profesión y
contestó: poeta, los encargados del orden establecido lo creyeron una burla y
lo abofetearon.
Entonces lo amenazaron con las culatas de los fusiles
y con sangre en los ojos, Miguel echó a correr hacia Madrid.
A casa llegó muerto de ira ¿Por qué a nuestra casa y
no a la de Pepe Bergamín o la de Pablo?... Pero a nosotros nos contó su odio
enrojecido de pronto, su relámpago de hombre se comprende, su comprobación de
que no le han creído, de que lo han golpeado porque hay clases, y él con su
chaqueta de pana, su tosca cara campesina acaba de sufrir la dura ley que
gobernaba los campos españoles. Vino como a decirnos que teníamos razón.
Mª Teresa León
“El Nacional” de Caracas
El 7 agosto de 1952
El 7 agosto de 1952
Magistral
ResponderEliminarPobre Miguel, una vida dura, y tanto talento. Ni muerto le dejan en paz. Malditos sean.
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