Con veintiún años se fue Miguel Hernández a probar fortuna a Madrid, sin poder imaginar el largo calvario de cárceles en que se vería finalmente atrapado.
PATRICIO PEÑALVER | laverdad.es
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Cuando Miguel el día 30 de
noviembre de 1931 con veintiún años toma el camino de Madrid con poco más de
doscientas pesetas, un millar de versos sin publicar, y un millón de ilusiones
en sus bolsillos, ya ha tomado la determinación de triunfar en la capital,
después de abandonar sus labores de cabrero, y ya ha decidido que a partir de
esos momentos su oficio será el de escritor. Así se lo comunica previamente a
su idolatrado Juan Ramón Jiménez: “Soñador, como tantos, quiero ir a Madrid.
Abandonaré las cabras— ¡Oh, esa esquila de la tarde!—y con el escaso cobre que
puedan darme tomaré el tren de aquí a una quincena de días para la corte”.
El poeta llega a la capital
republicana y se encuentra con el bullicio de sus gentes, entre cláxones,
sonidos de tranvía, y el trepidante ritmo urbano le produce un cierto
desasosiego: “Madrid no es como yo lo soñaba. No me ha causado ninguna
impresión grata. Tal vez porque está hoy sin sol. Hace mucho frío, las manos
las tengo muy heladas, y no he dormido en toda la noche”.
Una vez alojado en la pensión
de la calle Costanilla de los Ángeles que le ha sugerido su amigo Alfredo
Serna, muy pronto se pone manos a la obra y comienza a ejecutar el plan
pergeñado: la primera visita la realizará a la casa de Concha de Albornoz, hija
del ministro de Justicia, con la recomendación de la carta que lleva del
alcalde de Orihuela, José Martínez Arenas, para pedirle que le busque algún
empleo. Después visita a Ernesto Giménez Caballero con la intención de que lo
promocione en la prensa.
El poeta henchido de
quimeras, durante varias semanas, no cesa en su empeño de encontrar un medio de
subsistencia llamando de puerta en puerta pero la suerte no le es propicia,
mientras el poco dinero que conserva se va evaporando. Después de un mes y
medio, por fin, Giménez Caballero en su crónica del Robinsón coloca las notas
más pintorescas de Hernández: “Llego a mi casa el pastor poeta. Me fijé en su
cara y en sus manos. Su cara, muy ancha y cigomática, clara, serena y violenta,
de ojos extraordinarios azules. Sus manos fuertes, camperas y tímidas. Y le
sometí a un interrogatorio de Juzgado de municipal”. Para adornar la presunta
rusticidad del oriolano, el cronista, elige un poema menor: “En cuclillas
ordeño/ una cabrita y un sueño”. Y para concluir le espeta, el Robinsón: “Pero
hombre, ¿qué hace usted en Madrid vestido de gabán tan señorito? A lo que
contesta, Miguel: “Ya ve, quiero trabajar, colocarme en algo, sea como sea. Me
vine con mis ahorrillos, aquello es muy estrecho, la Oleza de Miró”.
Miguel Hernández envuelto en
la contradicción de tener que presentarse como cabrero observa una y otra vez
como resaltan más esta condición pintoresca que las de sus poemas. Sin embargo,
en su objetivo de conseguir esa repercusión en la prensa de la capital que le
facilite una carta de presentación para pedir una beca en el ayuntamiento de
Orihuela o en la Diputación de Alicante, que le permita tranquilamente
escribir, prosigue sin dar su brazo a torcer a pesar de las penurias que le
acechan.
Tres
meses
Cuando está a punto de
cumplir tres meses de estancia, por fin recibe otra alegría con el reportaje
que le dedica Federico Martínez Corbalán en la revista Estampa, titulado: “El
cabrero poeta y el muchacho dramaturgo”. Ahí vemos a Miguel con su único
abrigo, traje y corbata.
El joven Hernández ya ha
comprobado que no es tan sencillo entrar en las selectas tertulias de poetas e
intelectuales en las que impera un refinado academicismo no apto para
autodidactas sin padrino. A pesar de todos los inconvenientes el poeta mantiene
su vigor y su sentido irónico del humor, acude a la Biblioteca Nacional para
empaparse de literatura y sigue componiendo versos, inasequible al desaliento,
a la espera de un milagro pecuniario que no llega. La situación comienza a ser
dramática, un 22 de marzo le escribe, a Ramón Sijé: “Madrid es cruel…Acabo de
llegar a casa perdido, con los pies destrozados. Desde las dos de la tarde
andando con estos zapatos, los únicos, y rotos y lleno de agujeros. Fui a
estación de Atocha a recoger dos cajas de naranjas que me han mandado mi madre
y mi hermana para la señora Albornoz; con ellas al hombro me he encaminado
hasta ese sitio; si hubiese tenido al menos quince céntimos hubiese evitado la
distancia desde la estación hasta la casa; la hubiese salvado en un tranvía,
pero no tenía ni esa miseria”.
Definitivamente, en mayo, la
realidad de su miseria económica le hiela los sueños y Miguel decide retornar
con las ilusiones rotas, aunque cargado con las nuevas tendencias poéticas de
la corte y con la experiencia vital de lo vivido. La mala suerte en forma de
ironía se ceba con el poeta, a su regreso, que para ahorrarse el dinero que
previamente ha pedido, toma un billete gratuito de un amigo a nombre de otro y
le detienen. Desde Alcázar de S. Juan le escribe, a Sijé: “Me dicen que soy un
estafador, que suplanto la personalidad de otro; me escarban todos los
bolsillos; me insultan y me avergüenza cien veces, y cuando llega el tren a
Alcázar de San Juan, me hacen descender del tren y entrar en la cárcel
escoltado, no por dos imponentes guardias civiles, por dos ridículos serenos
viejos y socarrones”. Después de dormir esa noche en la cárcel, y otra en el
Bar La Alegría, le llegarían la setenta pesetas que había pedido por telegrama
a sus amigos. ¿Lo que no podía el poeta intuir es que esa cárcel no sería la última
que pisara?
Vuelta
a Orihuela
El poeta ya está en Orihuela
y no quiere volver a trabajar de cabrero, de momento se va apañando con la
actividad de mecanógrafo en Tejidos Marín (padre de Sijé) y más tarde en una
notaría y se vuelca en la escritura con mayor ahínco. Una y otra vez, remueve
el cielo con la tierra; al canónigo de Orihuela, Luis, Almarcha, aún no lo
visita y sí le escribe: “Yo me ahogo en mi casa. Me dicen que no hago nada. Y
yo no respondo que en los seis meses que no hago “nada” he hecho más que nunca
(dar un salto enorme en la poesía, leer mucho libros y preparar uno para dentro
de unos días), porque, ¿para qué? Ellos no sabrán nunca que leer y hacer versos
e inclinarse sobre la tierra, sobre las cabras, son la misma cosa y para leer y
hacer versos, como para trabajar es necesario ¿verdad? amor”. Y le pide a
Almarcha que interceda para pedir una beca en la Escuela de Periodismo del
periódico Debate.
Y vuelve a la carga con José
Martínez Arenas, que ahora es diputado: “Y que más podrá hacer por mí usted que
me prometió “algo” para cuando fuera “algo”. Ya sabe que no quiero subvenciones
ni enchufes de ninguna clase. Quiero “algo” que me lo gane con mi trabajo ahí
si no es posible aquí”. Sin embargo, el poeta de momento no consiguió gran
cosa, hasta que a principios de enero de 1933, con la ayuda económica de
Martínez Arenas y de Almarcha, que le pone las 425 pesetas, consigue publicar
su primer libro Peritos en Lunas, en la colección Sudeste del diario La Verdad
de Murcia, gracias al entusiasmo de Raimundo de los Reyes; precisamente cuando
el poeta va a corregir las pruebas a casa de Raimundo, en Murcia, se encontrará
con Federico García Lorca, que estaba de gira con su compañía teatral.
Por fin el libro de Hernández
ve la luz el 20 de enero de 1933, una obra que le dará alas, y que ya será una
carta segura de presentación en los círculos literarios. García Lorca, más
tarde, le escribirá: “Mi querido Miguel: no te olvidado. Pero vivo mucho y la
pluma de las cartas se me va de las manos. Me acuerdo mucho de ti porque sé que
sufres con esas gentes puercas que te rodean, y me apeno de ver tu fuerza vital
y luminosa encerrada en el corral y dándote topetazos por las paredes…Tú libro
es fuerte, tiene mucha cosas de interés y revela a los buenos ojos pasión de
hombre, pero no tienes más cojones, como tú dices, que los de casi todos los
poetas consagrados…No se merece Perito en lunas ese silencio estúpido, no.
Merece la atención y el estimulo y el amor de los buenos”.
El punto de mira de Miguel
sigue estando en Madrid y el poeta no cesa en su nueva creación de poemas y
busca el éxito más rápido escribiendo obras dramáticas de teatro. A mitad de
Marzo de 1934 de nuevo se presenta en la capital, y con la influencia de su
amigo Juan Guerrero Ruiz, consigue una cita con José Bergamín, el director de
la revista Cruz y Raya, al que le gusta su obra inacabada La danzarina bíblica
y además de prometerle la publicación le anticipa 200 pesetas por los derechos
de autor. El poeta regresa muy contento a Orihuela, con la pretensión de
terminar el tercer acto de la obra.
Y muy pronto levanta el
vuelo, en 1935, en su tercer viaje a Madrid, gracias a Raimundo de los Reyes, y
después de entrevistarse con José María de Cossío, logra por fin un salario
fijo de 40 duros, escribiendo biografías de toreros para la famosa Enciclopedia
taurina, mientras prepara su segundo libro de poemas El rayo que no cesa, con
el que definitivamente triunfará. Miguel ya ha conocido a Pablo Neruda y a
Vicente Aleixandre que serán sus valedores y le harán cambiar su concepción
poética.
En su devenir irónico como un
sino, por ser un hombre confiado que creía en el hombre, le perseguía el
infortunio; una tarde al salir del trabajo y pasear por los cerros de La
Moncloa, la Benemérita le detuvo por sospechoso y al no llevar célula pasó la
noche en los calabozos, los guardias no se creyeron que trabajará en Espasa
Calpe; en otra ocasión lo vuelve a detener la guardia civil en San Fernando del
Jarama, de nuevo no lleva documentación, el poeta les contesta sonriendo que
está allí por gusto y la sonrisa le disgusta a los guardias que lo llevan al
cuartel y le dan bofetadas, le quitan las llaves de su casa y le llaman ladrón,
hasta que dejaron que llamará a Pablo Neruda, cónsul de Chile, y lo sueltan sin
darle explicación alguna.
La vida transcurre de forma
vertiginosa para el joven poeta que creyó en su propio sueño, y que abandonó el
trabajo de cabrero y que ya ahora en 1936 comienza a saborear las mieles del
triunfo; ya que después de la “Elegía” a Ramón Sijé; le escribe Gregorio Marañón
y se pone a su servicio; Ortega y Gasset le invita a escribir en Revista de
Occidente y Juan Ramón Jiménez, al ver esa publicación, escribe en el diario El
Sol: “Verdad contra mentira, honradez contra venganza. En el último número de
la Revista de Occidente publica Miguel Hernández, el extraordinario muchacho de
Orihuela, una loca elejía a la muerte de su Ramón Sijé y 6 sonetos
desconcertantes. Todos los amigos de la “poesía pura” deben de buscar y leer
estos textos poemas vivos…Que no se pierda en lo rolaco, lo “católico” y lo
palúdico…esta voz, este acento, este aliento joven de España”.
La
guerra
Sin embargo a Miguel no le da
tiempo a saborear su triunfo poético, al estallar la Guerra Civil y romper el
mapa de España en dos bandos irreconciliables, el poeta muy pronto toma partido
y se alista en el 5º Regimiento, formado por comunistas. Y muy pronto pone su
pluma como periodista y su poesía al servicio de la defensa de la República, en
los frentes de Teruel, Andalucía y Extremadura.
Después de perdida la
contienda, con Miguel ya en el bando de los derrotados, aún sigue confiado y
regresa a su pueblo, aunque el sabe que no ha matado a nadie y que no tiene que
temer, le convencen para que se exilie y marcha a Portugal, y muy pronto lo
detienen en el puesto fronterizo y lo entregan en Rosal de la Frontera el 29 de
abril, en Huelva, a la policía española. El primer calvario de cárceles de
Miguel Hernández que comienza en Huelva y Sevilla, hasta llegar a Madrid,
termina el 15 de septiembre de 1939, gracias a un indulto.
El poeta, ya libre, es tanta
las ganas que tiene de ver a su familia que no escucha los consejos que le dan
de que no vuelva a ir a Orihuela. Y una vez ahí es reconocido y detenido y lo
conducen a los sótanos del Seminario, ahora cárcel improvisada. Ahí, viendo la
sierra que lo había visto nacer, el poeta ni por asomo pensaba en su segundo
circuito de cárceles: de nuevo lo trasladan a la de la plaza de Conde Toreno el
3 diciembre, después a la de Palencia, y otra vez Madrid el 24 de noviembre de
1940; y así a la de Ocaña y Albacete, hasta llegar por fin el 29 de junio de
1941 al Reformatorio de Adultos de Alicante, en donde unas semanas más tarde
podrá ver, después de tanto tiempo, a su mujer y a su hijo. En noviembre de
1941 ya entró en la enfermería enfermo de tuberculosis y ahí lo dejaron morir.
A Miguel, después de las
heridas del amor y de la vida, le llegaba la de la muerte un 28 de marzo de
1942. El poeta, ya había escrito: “Las cárceles se arrastran por la humedad del
mundo, /van por la tenebrosa vía de los juzgados:/buscan a un hombre, buscan a
un pueblo, lo persiguen, /lo absorben, se lo tragan”.
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