I
No lo sé. Fue sin música.
Tus grandes ojos azules
abiertos se quedaron bajo el
vacío ignorante,
cielo de losa oscura,
masa total que lenta desciende
y te aboveda,
cuerpo tú solo, inmenso,
único hoy en la Tierra,
que contigo apretado por los
soles escapa.
Tumba estelar que los espacios
ruedas
con sólo él, con su cuerpo
acabado.
Tierra caliente que con sus
solos huesos
vuelas así, desdeñando a los
hombres.
¡Huye! ¡Escapa! No hay nadie;
sólo hoy su inmensa pesantez da
sentido,
Tierra, a tu giro por los
astros amantes.
Sólo esa Luna que en la noche aún
insiste
contemplará la montaña de vida.
Loca, amorosa, en tu seno le
llevas,
Tierra, oh Piedad que, sin
mantos, le ofreces.
Oh soledad de los cielos. Las
luces
sólo su cuerpo funeral hoy
alumbran.
II
No, ni una sola mirada de un
hombre
ponga su vidrio sobre el mármol
celeste.
No le toquéis. No podríais. Él
supo,
sólo él supo. Carne sólo para
amor. Vida sólo
por amor. Sí, que los ríos
apresuren su curso; que el agua
se haga sangre; que la orilla
su verdor acumule; que el empuje
hacia el mar sea hacia ti,
cuerpo augusto,
cuerpo noble de luz que te
diste crujiendo
con amor, como tierra, como
roca, cual grito
de fusión, como rayo repentino
que a un pecho
total único del vivir acertase.
Nadie, nadie. Ni un hombre.
Esas manos
apretaron día a día su garganta
estelar. Sofocaron
ese caño de luz que a los
hombres bañaba.
Esa gloria rompiente, generosa
que un día
revelara a los hombres su
destino; que habló
como flor, como mar, como
pluma, cual astro.
Sí, esconded la cabeza. Ahora
hundidla
entre tierra, una tumba para el
negro pensamiento cavaos,
y morder entre tierra las
manos, las uñas, los dedos
con que todos ahogasteis su
fragante vivir.
III
Nadie gemirá nunca bastante.
Tu hermoso corazón nacido para
amar
murió, fue muerto, muerto,
acabado, cruelmente acuchillado de odio.
¡Ah!, ¿quién dijo que el hombre
ama?
¿Quién hizo esperar un día amor
sobre la Tierra?
¿Quién dijo que las almas
esperan el amor y a su sombra florecen?
¿Que su melodioso canto existe
para los oídos de los hombres
Tierra ligera, ¡vuela!
Vuela tú sola y huye.
Huye así de los hombres,
despeñados, perdidos,
ciegos restos del odio,
catarata de cuerpos
crueles que tú, bella,
desdeñando hoy arrojas.
Huye hermosa, lograda,
por el celeste espacio con tu
tesoro a solas.
Su pesantez, el seno de tu
vivir sidéreo
da sentido, y sus bellos
miembros lúcidos para siempre
inmortales sostienes para la
luz sin hombre.
Vicente Aleixandre
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