"La destrucción de Guernica no sólo fue espectáculo horrible para los que la presenciaron: fue además el objeto de la más gigantesca y absurda mentira que jamás escucharon oídos cristianos», escribía el periodista inglés George L. Steer en su libro El árbol de Guernica"
Efectivamente desde las primeras horas del bombardeo, y a pesar de los testimonios de los que presenciaron los hechos (como el Padre Onaindía) o visitaron la ciudad pocos momentos después del mismo (como el propio Steer, corresponsal de The Times en Bilbao), el bando «nacional» divulgó una serie de mentiras, más o menos contradictorias, repetidas con insistencia posteriormente por los propagandistas del régimen franquista. Cuarenta años después de los trágicos sucesos, aún existen «historiadores» capaces de difundir versiones ambiguas, dejar la duda instalarse en la mente de los lectores y criticar sin espíritu científico obras publicadas fuera de España por investigadores independientes intelectual y políticamente. Tal es el caso del señor Ricardo de la Cierva que, en uno de sus últimos folletos de la serie España 1930-1976. La historia se confiesa, titulado precisamente «La polémica y la verdad sobre Guernica» (1), ataca con vehemencia un libró publicado hace ya dos años por la Editorial Ruedo Ibérico; de París, sobre el mismo tema. Se trata de una tesis leída en la Universidad de La Sorbona por el historiador Herbert R. Southworth, infatigable y erudito impugnador de algunos mitos elaborados en España o fuera de sus fronteras acerca de la guerra civil (2)
En su folleto, Ricardo de la Cierva afirma textualmente que «las elucubraciones teóricas del señor Southworth tienen cierto interés para la historia de la propaganda, pero el apasionamiento y la falta culpable de información por parte del autor las invalidan a radice como fuente de credibilidad histórica» (p. 299). No vacila en comparar el trabajo de Southworth con el reciente best seller de Gordon Thomas y Max Morgan-Witts, diciendo que los autores de El día en que murió Guernica «han ignorado voluntariamente o por negligencia una documentación esencial y carecen de formación básica sobre la historia de la guerra de España, como le sucede al autor de una tesis sobre Guernica y su propaganda, el señor Herbert R. Southworth, que no ha sido jamás un historiador, sino un propagandista» (p. 298). Por fin, con motivo de una conferencia de Southworth sobre Guernica en la Fundación Miró de Barcelona, Ricardo de la Cierva volvió a aludir a «un bibliógrafo americano menopáusico, el señor Herbert Rutledge Southworth (...), uno de los ignorantes más audaces de nuestra historia moderna» (léase contemporánea) (3). Toda esta polémica se ahorraría, o al menos tendría mucho más carácter científico, si el señor De la Cierva se hubiera tomado la molestia no sólo de indicar dónde fue publicado el libro de Southworth, sino también de precisar los puntos concretos en los cuales discrepa. Y creemos que una exposición clara y precisa, en el mencionado folleto, de las tesis mantenidas por Southworth hubiera permitido al lector medir el alcance real de sus «elucubraciones». Como «las circunstancias» han impedido hasta ahora la aparición del libro en España, creemos conveniente dar a conocer al lector de TIEMPO DE HISTORIA los aspectos esenciales del trabajo de Southworth.
Primero, en lo que a «la falta de información» se refiere, cabe indicar que este estudio sobre Guernica se basa en la consulta de unos documentos inéditos, como los archivos diplomáticos del Foreign Office inglés, algunos documentos alemanes relativos a la Legión Cóndor y los papeles de la Agencia Havas conservados en el Archivo Nacional de París. Además, el autor cita en su bibliografía 356 títulos, la mayor parte relacionados muy directamente con el tema, y ha consultado unos 163 periódicos.
El papel fundamental de los corresponsales extranjeros
Southworth explica primero cómo y porqué, en las primeras horas que siguieron al bombardeo de la ciudad vasca por aviones alemanes el lunes 26 de abril de 1937, el mundo anglo-americano fue informado rápida y correctamente por los corresponsales (Steer, Monks y Holme) que se trasladaron en seguida desde Bilbao al lugar de la tragedia. En cambio, la Prensa francesa y latinoamericana, que dependía casi exclusivamente de las noticias divulgadas por la Agencia Havas, sólo publicó informaciones deformadas y tardías, excepto el diario izquierdista Ce Soir, que tenía un corresponsal belga en Bilbao. Mientras tanto, el Servicio de Prensa y Propaganda «nacionalista» intentaba convencer al público europeo de que los relatos de la Prensa inglesa (especialmente los de Steer en The Times) y los del presidente vasco Aguirre sólo eran falsedades y mentiras. Se afirmó desde Vitoria y Salamanca que la aviación del bando «nacional» no había podido volar el día 27 (sic) por causa de la tormenta, del viento o de la niebla (existen variantes contradictorias), y que por lo tanto Guernica había sido dinamitada e incendiada por los «rojos». Southworth impugna esta versión oficial, mostrando que, si efectivamente no hacía buen tiempo el día 27, en cambio la aviación fue muy activa en el frente vasco el día 26, fecha del bombardeo. Hace notar, además, la ausencia de pruebas en cuanto a la presencia eventual de «dinamiteros» republicanos en Guernica por aquellas fechas. Como lo ha apuntado Steer en su testimonio sobre la guerra en Euskadi, el interés estratégico de la villa vasca era tan escaso que no podía justificar un bombardeo tan sistemático y cruel: «No había tropas en retirada atravesando la ciudad. El ejército en combate se hallaba más allá de Marquina, muchos kilómetros al Este y en el Oíz, varios kilómetros al Sur. Guernica estaba en la retaguardia en la vía de comunicaciones con Bilbao. Su destrucción aislaría a los ejércitos en retirada del Estado Mayor y de sus bases» (4).
Southworth enumera luego los numerosos testimonios de los corresponsales, que pudieron leer en las bombas inscripciones reveladoras de su origen alemán. Algunas horas después del bombardeo, el mismo Steer pudo comprobar que «aquellas bombas incendiarias procedían de la fábrica alemana RhS (Rheinsdorf) y estaban fechadas en 1936, según rezaba su sello. Sobre la inscripción había un símbolo en miniatura: el Águila Imperial con sus alas de espantapájaros extendiéndose» (p. 124). Southworth indica después las condiciones, especialmente anormales, en las que trabajaban los periodistas extranjeros y las presiones sufridas por ellos en la zona franquista. Delimita claramente la responsabilidad de la Agencia Havas (que más tarde había de colaborar con el ocupante hitleriano en Francia) y particularmente la de su corresponsal, Georges Botto. Hace hincapié en la intromisión en las noticias difundidas por Havas del Ministerio francés de Asuntos Exteriores, controlado por el radical-socialista Yvon Delbos, hostil a toda ayuda al Gobierno del Frente Popular. Estudia las reacciones en la opinión pública europea y estadounidense, especialmente entre los núcleos católicos.
Analiza detenidamente el famoso informe Herrán, realizado por una comisión de investigación «nacionalista» entre el 30 de julio y el 9 de agosto de 1937, o sea más de tres meses después de la tragedia. Este documento, aunque «no se ha juzgado conveniente publicarlo» en España, como lo reconoce el propio Ricardo de la Cierva en su folleto (p. 284), fue editado en Inglaterra en 1938. Southworth muestra cómo las conclusiones finales de los informantes están en contradicción total con los testimonios recogidos entre los supervivientes y publicados en este documento. En efecto, aunque la mayor parte de los veintidós testigos interrogados se refieren a un bombardeo aéreo entre las 4,30 y las 8 de la noche, los redactores del informe pretenden que la villa había sido dinamitada por orden del Gobierno vasco. Ricardo de la Cierva, en cambio, que pudo encontrar el original de este documento, hace una síntesis muy personal de estas contradicciones afirmando que «la destrucción de la ciudad debe atribuirse a la acción simultánea del bombardeo y de los comandos de incendio del Ejército republicano en retirada» (5), tesis terminantemente rechazada por Southworth. Este describe luego la farsa diplomática orquestada por ciertos países dentro del Comité de No Intervención. Hace hincapié en la hipocresía del entonces ministro conservador del Foreign Office, sir Anthony Eden, el cual, a pesar de estar enterado de la verdad gracias a los informes de Steer y del cónsul británico en Bilbao, se negó a denunciar abiertamente los crímenes cometidos ante el Comité y la Cámara de Diputados.
Treinta y cinco años de propaganda mentirosa
El autor abre luego un extenso capítulo de más de cien páginas sobre «la controversia entre 1939 y 1974» acerca de Guernica. Es de mencionar, sobre todo, la declaración de Adolf Galland, oficial de la Legión Cóndor, que llegó a España el 8 de mayo de 1937 y admitió en 1953 que la ciudad había sido bombardeada por aviones alemanes «por equivocación». Según Galland —resume Southworth—, «la Legión Cóndor había sido encargada de destruir un puente que los republicanos utilizaban para transportar sus tropas. La visibilidad era mala, las tripulaciones no tenían experiencia, las miras eran primitivas. El puente quedó intacto, pero la ciudad cercana fue afectada gravemente» (p. 320). El autor le contesta a Galland que «las bombas incendiarias no fueron cargadas por equivocación» (p. 488) en los aviones, y que —por lo tanto— el objetivo real del bombardeo era a todas luces la misma población de Guernica, y no el famoso puente de Rentería situado en las afueras.
Sin embargo, la «confesión» de Galland iba a facilitar no poco la tarea de los historiadores de lo que Southworth llama «la escuela neofranquista» (p. 330). Estos investigadores oficiales (Carlos Rojas y, sobre todo, Ricardo de la Cierva) fueron admitiendo progresivamente que la villa vasca había sido bombardeada, eso sí, pero tratando de demostrar que toda la responsabilidad recaía sobre los alemanes. En los años 1967-1970, en efecto, era cada vez más imprescindible para el régimen franquista encontrar «una nueva verdad» sobre Guernica para frenar el recrudecimiento del nacionalismo vasco con la E.T.A., por una parte, y conseguir la recuperación del célebre cuadro de Picasso, por otra. Después de analizar las contradicciones de las nueve (!) versiones ofrecidas por La Cierva al público español entre 1967 y 1973 y criticar «los métodos de trabajo del historiador oficial», Southworth hace observar «el fracaso de esta tentativa por disculpar a Franco, Mola y las autoridades nacionalistas, en cuanto a su participación en el desastre» (p. 382).
Por su parte, Ricardo de la Cierva hace suyas ahora lo que el llama «las conclusiones de Talón y Salas», según las cuales «la acción fue emprendida unilateralmente por los alemanes, sin conocimiento ni menos aprobación de Franco ni de Mola» (p. 297). Sin embargo, que sepamos Vicente Talón nunca dio la prueba definitiva de la inocencia de Franco en aquel caso, ni mucho menos, como veremos luego.
¿Qué pasó y por qué?
En sus «conclusiones», Southworth enfoca «los problemas esenciales planteados por la cuestión de Guernica». El primero es el número devíctimas. Según los testimonios contradictorios, Guernica tenía entre 3.000 y 12.000 habitantes a principios de 1937; la mayoría de los testigos hablan de 6.000 personas, a las que deben añadirse otras 4.000 entre refugiados y campesinos que acudieron al mercado aquel día. El caso es que, según el informe Herrán, el 70 por 100 de las casas fue destruido totalmente, mientras el 30 por 100 resultó más o menos deteriorado, lo cual significa que ninguna de ellas escapó al efecto de las bombas. El propio La Cierva admite que, cuando las tropas franquistas se apoderaron «de las ruinas humeantes de Guernica» el día 29 de abril, la ciudad «había quedado totalmente destruida el anterior día 26» (p. 282 del folleto, subrayado nuestro). Por lo que no parece exagerado pensar en un número elevado de víctimas. ¿Cuántas fueron exactamente? Uno de los contados españoles que se ocuparon de este aspecto, el periodista Vicente Talón en su "Arde Guernica" (6), «llegó a la conclusión de que el número total de muertos no pasó de doscientos. Estaba tan seguro de esta cifra —comenta Southworth— que escribió que podía establecer fácilmente una lista nominal de los que fallecieron en la incursión aérea. Es de observar —añade Southworth— que no ha publicado nunca semejante lista y lo sentimos» (p. 467-468). Por eso, el historiador pone en tela de juicio la cifra de Talón, porque éste no hace caso de los 592 individuos que murieron en los hospitales de Bilbao, adonde habían sido evacuados muchos heridos, ni de los que (¿pero cuántos?) perecieron en las casas quemadas por las bombas incendiarias. Además, la cifra aproximada de Talón («no más de doscientas personas») es sin duda una subestimación, ya que el bombardeo de Durango, realizado el 31 de marzo en un tiempo seis veces más corto, con menos aviones y sin bombas incendiarias, produjo 258 muertos y 145 heridos. Recientemente, el entonces arquitecto municipal de Guernica, Castor de Uriarte, ha afirmado, utilizando sus recuerdos personales, que «pueden calcularse los muertos en 250 y los heridos en muchos más» (7). En cuanto a la cifra propuesta por Ricardo de la Cierva, ha ido variando constantemente. En una entrevista publicada por Arriba el 30 de enero de 1970, afirmó primero que apenas hubo 12 víctimas; en la revista Historia y Vida de abril de 1970, dijo que fueron un centenar...
Ahora bien, cabe preguntarse, ¿quién se dedica a divulgar «elucubraciones»? ¿Ricardo de la Cierva que, aunque tiene a su alcance probablemente cuantos documentos se conservan, hace evaluaciones tan poco serias, o Herbert Southworth que, humildemente, reconoce que no ha podido reunir las pruebas históricas definitivas de la exactitud de las cifras constantemente mencionadas por el Gobierno vasco; o sea, 1.654 muertos y 889 heridos? Sólo admite Southworth el carácter verosímil de esta estimación, antes de concluir que es «una lástima que los que conquistaron Guernica no hayan realizado nunca indagaciones serias para conocer el número de personas que murieron allí el 26 de abril» (p. 475).
Luego considera las tres cuestiones fundamentales: «¿Cómo, por quién y por qué fue destruida Guernica?» (p. 477-494). Las respuestas que ofrece Southworth son las siguientes:
1. ¿Cómo? Según numerosos testimonios y las explicaciones de un oficial español, José Manuel Martínez Bande (8), el bombardeo se efectuó durante cuatro horas en tres fases:
a) Bombas explosivas pesadas: la gente huye de sus casas o abandona la ciudad.
b) La población es ametrallada en las calles o en las afueras: entonces se protege como puede, bajo los puentes, en los edificios, o penetra de nuevo en sus casas.
c) Por fin, caen bombas incendiarias sobre la mayor parte de los edificios, a menudo casas de madera: la gente muere en la hoguera.
Eso lo había explicado Steer en The Times, y lo confirmaron dos testigos visuales de la tragedia: el Padre Onaindía, en el primer volumen de sus memorias Hombre de paz en la guerra (Buenos Aires, Editorial Vasca Ekin, 1973, p. 238-9); y el antiguo «gudari» Joseba Elosegui, en su libro Quiero morir por algo (Burdeos. Edición del Autor, 1971, p. 146-155). Resaltemos otra vez que ambos libros tuvieron que publicarse fuera de España.
2. ¿Quién? Un telegrama de 7 de mayo de 1937, «mandado por el Cuartel General de Franco a la Legión Cóndor para informar a Berlín» (p. 478) y reproducido por primera vez por Vicente Talón, dice así: «(..) Unidades primera línea pidieron directamente a Aviación bombardeo cruce carreteras, ejecutándolo Aviación alemana e italiana (sic), alcanzando por falta de visibilidad por humos y nubes polvo bombas aviones a la villa (...)» (9).
Esto basta para demostrar, según Southworfh, que «Guernica fue destruida por una incursión aérea realizada por la Legión Cóndor, a instancia del mando nacionalista español» (p. 481).
3. ¿Por qué? La existencia de dicho telegrama, que demuestra que los alemanes no actuaron por cuenta propia, permite afirmar que, a pesar de las «ultramodernas» bombas incendiarias allí utilizadas, la experimentación de un material de guerra nuevo no era sino un objetivo secundario. A este propósito, Southworth no parece admitir sino con muchísimas reservas (por falta de pruebas concretas e irrefutables) la autenticidad de lo que hubiera declarado Goering a otras dos personas en su celda de Nuremberg durante 1945: que Guernica había sido «un banco de pruebas para mi joven Lutwaffe».
Southworth explica que, inspirándose en la táctica empleada en el sur de España por Queipo de Llano contra los republicanos (desorganizar la resistencia fusilando masivamente), Mola quiso vencer la moral de los vascos empleando una «violencia progresiva»: el 31 de marzo, manda bombardear Durango (258 muertos); en abril, son bombardeados numerosos pueblos de Euskadi; el 26 de este mes, se ordena la destrucción de la ciudad santa de los vascos (suceso que los partes diplomáticos entre Berlín y Salamanca tratan de presentar como «un accidente»). Y, si es necesario, a Bilbao, tradicionalmente inexpugnable durante las guerras carlistas, le tocará ser arrasada totalmente. Es preciso, declara Mola en la radio, que los ingleses dejen de «apoyar a los bolcheviques vascos» y que sea castigado un «pueblo perverso que se atreve a desafiar la irresistible causa de la idea nacional» (10).
La consecuencia directa del bombardeo, según Southworth, bien parece ser, además del elevado número de víctimas, la escasa resistencia ofrecida desde este momento por Bilbao, que cayó el 18 de junio de 1937. «La situación de Bilbao —confirma Manuel Tuñón de Lara en La España del siglo XX— era angustiosa al comenzar el mes de junio. La superioridad aérea del enemigo había creado una sensación de inferioridad en gran parte de la población».
Otra consecuencia, que desgraciadamente subsiste aún hoy, es que «Guernica sigue siendo un obstáculo que impide cualquier entendimiento entre Madrid y Bilbao (... aunque) podría, eventualmente, en circunstancias políticas distintas, ser un símbolo de reconciliación» (p. 507).
Gérard Brey
Tiempo de Historia nº 29, abril 1977
Notas:
(1) Núm. 45, 16 de diciembre de 1976, Barcelona, Planeta, pp. 281-300.
(2) La Destruction de Guernica. Journalisme, diplomatie, propagande et histoire, prólogo de Pierre Vilar, París, Ed. Ruedo Ibérico, 1975, XXIV +535 páginas; versión española de próxima aparición en la misma editorial. Otros trabajos de Southworth son: El mito de la cruzada de Franco, París, Ruedo Ibérico, 1963; Antifalange. Estudio crítico de «Falange en la guerra de España: La Unificación y Hedilla», de Maximiano García Venero, París, Ruedo Ibérico, 1967. Su artículo «Los bibliófobos: Ricardo de la Cierva y sus colaboradores», publicado en los Cuadernos de Ruedo Ibérico (núm. 28-29 de diciembre-marzo de 1971), ya contenía algunas observaciones sobre el tema de Guernica.
(3) Revista Opinión, núm. 15, del 15 al 21 de enero de 1977, p. 5.
(4) Steer, El árbol de Guernica, Buenos Aires, Editorial Gudari, 1963, p. 114.
(5) Historia ilustrada de la Guerra civil española, Madrid, Danae, t. II, 1970, p. 155, y reproducido en «La polémica y
la verdad sobre Guernica», p. 284.
la verdad sobre Guernica», p. 284.
(6) Vicente Talón, Arde Guernica, Madrid, San Martín, 1970; luego Editorial Gregorio del Toro, 1973.
(7) Bombas y mentiras sobre Guernica, Bilbao, Edición del Autor, 1976, pp. 82, 138 y 141.
(8) Vizcaya, Madrid, San Martín, 1971, pp. 107-8.
(9) Arde Guernica, pp. 158-9.
(10) Declaración hecha en la Radio, divulgada por la agencia británica United Pressy reproducida por el Daily Herald, órgano del partido laborista, de 29 de abril de 1937. En París, la Agencia España, de tendencia prorrepublicana, difundió también esta declaración, que fue reproducida por La Dépéche,de Toulouse.
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