El 18 de septiembre de 1936, en un mitin celebrado en
el Mecca Temple de Nueva York, organizado por el Comité Americano de Apoyo a la
Democracia de España, el Frente Popular Francés y el Comité Antifascista
Español, se dio lectura a las palabras de Juan Ramón Jiménez que trascribimos
a continuación.
"Acabo de llegar de España; he compartido en
Madrid el primer mes de esta terrible guerra civil nuestra, y traigo todo mi
ser conmovido por el hermoso ejemplo (único, creo yo, en la historia conocida
de las guerras más o menos civiles del mundo) que ha dado el gran pueblo
español.
En un solo día de visión rápida, de absoluto recobro de entera incorporación, nuestro pueblo tomó su puesto en todos los frentes contra la traición militar preparada, año tras año, en medio de su noble confianza.
(...) Madrid ha sido, durante este primer mes de guerra, yo lo he visto, una loca fiesta trágica. La alegría, la extraña alegría de una fe ensangrentada rebosaba por todas partes; alegría de convencimiento, alegría de voluntad, alegría de destino favorable o adverso. Y este frenesí entusiasta, esta violenta unión con la verdad habrían decidido desde el primer momento el triunfo justo del pueblo, si la revolución militar no hubiese sido amparada por codiciosos poderes estraños. Y España, la República española democrática y legal estaría hoy reorganizándose, completando su firme ejemplo ante el mundo.
¡Y con qué frenético entusiasmo! El contrario engaño armaba su conciencia. Madrid ha sido, durante este primer mes de guerra, yo lo he visto, una loca fiesta trágica. La alegría, la extraña alegría de una fe ensangrentada rebosaba por todas partes; alegría de convencimiento, alegría de voluntad, alegría de destino favorable o adverso. Y este frenesí entusiasta, esta violenta unión con la verdad, habrían decidido desde el primer momento el triunfo justo del pueblo, si la insurrección militar no hubiese sido amparada por codiciosos poderes extraños. Y España, la República Española, democrática y legal, estaría hoy reorganizándose, completando su firme ejemplo ante el mundo.
Mi ilusión, al salir de España para cumplir otros espontáneos deberes generales y particulares, era hacer ver la verdad de la guerra a los países extranjeros cuya prensa, supongo que por deficiencia de información, presenta los hechos con un aspecto distinto al de la realidad. Se supone generalmente, y se dice en muchos periódicos americanos y de otros países, que el Gobierno español carece de fuerza, de justicia y de orientación. Si hubiese carecido de fuerza, ¿cómo hubiera podido hacer frente en un día, con los relativamente escasos elementos armados que le fueron fieles y con un pueblo que no había querido antes armar, a una revuelta militar casi total y elaborada durante años? Y el Gobierno español ha procurado y sigue procurando por todos los medios a su alcance el respeto y el orden civiles. De esto estoy bien seguro, porque conozco y he oído constantemente al presidente de la República y a algunos de los ministros del Gobierno preconizar ese respeto y ese orden. En todas las grandes conmociones de la naturaleza y de la vida hay zonas de sombra que nadie puede fácilmente alumbrar, comprender ni dominar, y nada grande puede ser instantáneamente perfecto. Las injusticias parciales, los desmanes de todo género se cometen, sin duda, en España por grupos de los dos lados enemigos. Pero ¡de qué manera tan distinta son llevados por el Gobierno y por los militares contrarios! Estos militares organizan y dirigen militarmente el crimen y la venganza, destruyen pueblos, traen moros salvajes, eternos enemigos de España, y legionarios extranjeros, famosos por su inmoralidad y su crueldad para que, a cambio del botín, desarrollen plenamente sus actividades criminales. El Gobierno de la República y los representantes verdaderos del Frente Popular, en cambio, condenan cada día en la prensa, por la radio, por decretos, todo acto innecesariamente cruento o destructor. Y sus milicianos, su aviación, su Guardia Civil, sus fuerzas de Asalto, sus Carabineros, sus Mozos de Escuadra, sus marinos, todos dan muestra constante de mesura y dignidad. Es claro que no se puede evitar que tales grupos que merodean al margen de toda catástrofe, y que existen también normalmente en épocas de paz en todos los países, cometan, favorecidos por el desorden de la guerra, y en su nombre, actos que todos lamentan, que todos lamentamos, que son en muchos casos sancionados rápidamente por las mismas fuerzas leales al Gobierno.
Pido aquí y en todas partes simpatía y justicia; es decir, comprensión moral para el Gobierno español, que representa la República democrática, ayudada por el Frente Popular, por la mayoría de los intelectuales y por muchos de los mismos elementos conservadores. Si el Gobierno español se sintiera alentado, honradamente y sin miras avaras, por esa justicia y esa simpatía universales, podría acelerar la verdadera victoria, en la que los amigos del mejor destino de España confiamos, y a la que esta España, única en su cimiento invariable, tiene pleno derecho. Y pensad bien que esta victoria no sería sólo de España sino del mundo. Esta victoria pondría a España en condiciones de desenvolver pacífica, noble, consciente, su lógica evolución social, con arreglo a su propio genio y carácter, sin dependencia política de otros países, que no la necesita; y evitaría quizá con su ejemplo la guerra del mundo, traída al mundo por los falsos, los pequeños, los miserables, y que, en estos momentos, está ya aguzando en lo bajo sus más espantosos filos.
En un solo día de visión rápida, de absoluto recobro de entera incorporación, nuestro pueblo tomó su puesto en todos los frentes contra la traición militar preparada, año tras año, en medio de su noble confianza.
(...) Madrid ha sido, durante este primer mes de guerra, yo lo he visto, una loca fiesta trágica. La alegría, la extraña alegría de una fe ensangrentada rebosaba por todas partes; alegría de convencimiento, alegría de voluntad, alegría de destino favorable o adverso. Y este frenesí entusiasta, esta violenta unión con la verdad habrían decidido desde el primer momento el triunfo justo del pueblo, si la revolución militar no hubiese sido amparada por codiciosos poderes estraños. Y España, la República española democrática y legal estaría hoy reorganizándose, completando su firme ejemplo ante el mundo.
¡Y con qué frenético entusiasmo! El contrario engaño armaba su conciencia. Madrid ha sido, durante este primer mes de guerra, yo lo he visto, una loca fiesta trágica. La alegría, la extraña alegría de una fe ensangrentada rebosaba por todas partes; alegría de convencimiento, alegría de voluntad, alegría de destino favorable o adverso. Y este frenesí entusiasta, esta violenta unión con la verdad, habrían decidido desde el primer momento el triunfo justo del pueblo, si la insurrección militar no hubiese sido amparada por codiciosos poderes extraños. Y España, la República Española, democrática y legal, estaría hoy reorganizándose, completando su firme ejemplo ante el mundo.
Mi ilusión, al salir de España para cumplir otros espontáneos deberes generales y particulares, era hacer ver la verdad de la guerra a los países extranjeros cuya prensa, supongo que por deficiencia de información, presenta los hechos con un aspecto distinto al de la realidad. Se supone generalmente, y se dice en muchos periódicos americanos y de otros países, que el Gobierno español carece de fuerza, de justicia y de orientación. Si hubiese carecido de fuerza, ¿cómo hubiera podido hacer frente en un día, con los relativamente escasos elementos armados que le fueron fieles y con un pueblo que no había querido antes armar, a una revuelta militar casi total y elaborada durante años? Y el Gobierno español ha procurado y sigue procurando por todos los medios a su alcance el respeto y el orden civiles. De esto estoy bien seguro, porque conozco y he oído constantemente al presidente de la República y a algunos de los ministros del Gobierno preconizar ese respeto y ese orden. En todas las grandes conmociones de la naturaleza y de la vida hay zonas de sombra que nadie puede fácilmente alumbrar, comprender ni dominar, y nada grande puede ser instantáneamente perfecto. Las injusticias parciales, los desmanes de todo género se cometen, sin duda, en España por grupos de los dos lados enemigos. Pero ¡de qué manera tan distinta son llevados por el Gobierno y por los militares contrarios! Estos militares organizan y dirigen militarmente el crimen y la venganza, destruyen pueblos, traen moros salvajes, eternos enemigos de España, y legionarios extranjeros, famosos por su inmoralidad y su crueldad para que, a cambio del botín, desarrollen plenamente sus actividades criminales. El Gobierno de la República y los representantes verdaderos del Frente Popular, en cambio, condenan cada día en la prensa, por la radio, por decretos, todo acto innecesariamente cruento o destructor. Y sus milicianos, su aviación, su Guardia Civil, sus fuerzas de Asalto, sus Carabineros, sus Mozos de Escuadra, sus marinos, todos dan muestra constante de mesura y dignidad. Es claro que no se puede evitar que tales grupos que merodean al margen de toda catástrofe, y que existen también normalmente en épocas de paz en todos los países, cometan, favorecidos por el desorden de la guerra, y en su nombre, actos que todos lamentan, que todos lamentamos, que son en muchos casos sancionados rápidamente por las mismas fuerzas leales al Gobierno.
Pido aquí y en todas partes simpatía y justicia; es decir, comprensión moral para el Gobierno español, que representa la República democrática, ayudada por el Frente Popular, por la mayoría de los intelectuales y por muchos de los mismos elementos conservadores. Si el Gobierno español se sintiera alentado, honradamente y sin miras avaras, por esa justicia y esa simpatía universales, podría acelerar la verdadera victoria, en la que los amigos del mejor destino de España confiamos, y a la que esta España, única en su cimiento invariable, tiene pleno derecho. Y pensad bien que esta victoria no sería sólo de España sino del mundo. Esta victoria pondría a España en condiciones de desenvolver pacífica, noble, consciente, su lógica evolución social, con arreglo a su propio genio y carácter, sin dependencia política de otros países, que no la necesita; y evitaría quizá con su ejemplo la guerra del mundo, traída al mundo por los falsos, los pequeños, los miserables, y que, en estos momentos, está ya aguzando en lo bajo sus más espantosos filos.
Nota: Juan Ramón Jiménez se negaba a seguir algunas
normas ortográfica y en el texto anterior hay varios ejemplos que no deben ser
tomados como errores o faltas ortográficas, como el uso de letra
"j" en lugar de la "g" cuando tienen el mismo valor
fonético.
No hay comentarios:
Publicar un comentario