"Yo
quiero no olvidar todo lo que sé. Que otros hagan la historia y cuenten lo que
quieran; lo que yo quiero es no olvidar, y como nuestra capacidad de olvido lo
digiere todo, lo tritura todo, lo que hoy sé quiero sujetarlo en este papel.”
Victoria Kent fue directora general de Prisiones
durante la II República, la primera mujer que vistió toga, humanizó las
cárceles y rompió las cadenas. Una mujer excepcional que se convirtió en
símbolo de la lucha por los derechos de la mujer, los valores democráticos y la
libertad.
Durante la guerra fue secretaria de la embajada de
España en Paris y tras la caída de la República su nombre fue uno de los muchos
que la policía franquista entregó a las autoridades de Vichy. Refugiada en la
embajada de México, permaneció en París hasta el fin de la Segunda
Guerra Mundial con una identidad falsa, Madame Duval.
Fue juzgada en 1943 por el Tribunal contra la
Masonería y el Comunismo y condenada en rebeldía a 30 años de prisión con las
accesorias de inhabilitación absoluta y expulsión del territorio nacional.
Se exilió a México y formó parte del gobierno
republicano en el exilio en el que en 1945 ocupó un ministerio sin cartera.
En 1950 se trasladó a Nueva York ciudad de la que no
se movería hasta su muerte , el 25 de septiembre de 1987.
* * *
"Esto no ha sido una emigración; esto
ha sido una hemorragia. España herida se desangraba y no se le prestó la
asistencia necesaria para atajar la vida que se escapaba a raudales. No, esto
no ha sido una emigración; esto ha sido sangre pura de un cuerpo joven que ha
ido regando tierras próximas y tierras lejanas. (...) Yo quiero no olvidar todo
lo que sé. Que otros hagan la historia y cuenten lo que quieran; lo que yo
quiero es no olvidar, y como nuestra capacidad de olvido lo digiere todo, lo
tritura todo, lo que hoy sé quiero sujetarlo en este papel. (...) En realidad
tengo delante de mí dos caminos, mejor dicho, un camino: abrir esa puerta y la
otra y sumergirme en la ciudad, o la soledad. A mi ciudad, como a las otras
invadidas, muertas también, ¿qué puedo yo ofrecerle? Y ella ¿qué puede darme?
Mi esfuerzo en nada puede modificar su vida, su pobre vida gris y saturada de
pólvora; las palancas que yo movía están rotas, rotas como todo, sin que mi
trabajo individual pueda ayudar a su restauración. Salir de estos lugares y
buscar otros donde el aire libre permita el esfuerzo, es inútil; los círculos
de hierro se han cerrado alrededor de cada uno de nosotros y todo intento de
evasión es la muerte. Nada puedo hacer por ella; nada puede ella hacer por mí.
¿Qué puede darme ella? Sus calles, bulliciosas y floridas antes, están
silenciosas y marchitas; su luz, su luz maravillosa azulada y malva, rosa y
verde, llega hasta mí más tamizada; pasó ya el tiempo en que su río indolente
mecía ilusiones; pasó ya el tiempo en que paseantes se podían acodar en sus
puentes y contemplar las golondrinas huyendo de las primeras sombras, y los
murciélagos corriendo a la caza de su presa. Sus puentes están desiertos, tiene
libres sus márgenes y ya no arrastra cadáveres; va lleno hasta los bordes de
almas."
Victoria Kent, Cuatro años en París
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