Inmensamente afectivo, con una fortaleza física
impresionante que agotaba a los que querían seguirle en sus maratónicas giras
electorales a lo largo del país, cargado ya con la abrumadora tarea de la
Jefatura del Estado y de la transformación de las estructuras económicas del
país en medio de una oposición política frontal dentro y fuera de Chile, cuestionado
no pocas veces por buena parte de sus propios correligionarios que le acusaban
de reformista, ese hombre tuvo siempre en su mente y en su corazón la extraña
mezcla del mayor de los corajes con la más sensible de las delicadezas.
Supo enfrentar los desafíos a los que su
afán de redención humana le llevó con una determinación que no dejó espacio
nunca para el desaliento. Siendo un gozador de la vida, jamás subordinó la
entrega a su pueblo a veleidades de una sensualidad que, aún reconociéndola y apurándola,
pudiera alterar la consecuencia singularísima que marcó su existencia.
En la carta que el 21 de mayo de 1965
Allende le dirige a la masonería, planteando su retiro de la institución,
describe las motivaciones que le llevaron en su juventud a colocarse al lado de
su pueblo. He aquí su confesión:
«Estudiante en un
período de fragor social y político y médico joven, de acción profesional
amplia y anónima, fui tremendamente golpeado por el impacto de la realidad
patria y que, por decirlo auténticamente, en su estructura económica, cultural,
social y política, es la de toda América Latina. De ambiente familiar sin
prejuicios dogmáticos y atraído por el papel protagónico de los masones desde
los albores de la Independencia; por la dura tarea de la Orden en su
inalterable lucha contra el mal y por el bien; por la acción profana de la
institución en sus afanes de eliminar la desigualdad social; por sus esfuerzos
para barrer la intolerancia y superar el oscurantismo y oír imponer un régimen
de igualdad de derechos y de expectativas para todos los hombres ingresé a la
Orden. En no escasa medida también ejerció influencia en mis preocupaciones de
bien público, mi devoción hacia la figura de mi abuelo el doctor Ramón Allende
Padín, ex Gran Maestro de la Orden y fundador de la primera escuela laica de
Chile.»
Aquí está la síntesis, expresada por él
mismo, de cuáles fueron las causas primeras que orientaron el sentido que quiso
darle a su vida, en su generoso anhelo de entrega a su pueblo sufriente,
buscando una mayor justicia social. Sabido es que cuando Allende sintió que la
masonería chilena se iba apartando de esos ideales a los que él nunca renunció
planteó su separación de la misma por intermedio de esa carta a la que acabo de
referirme, la que fue contestada con otra del 6 de Agosto del mismo año en la
que la Logia, en su parte resolutiva, señala que «habiéndose reafirmado una vez más la
coincidencia de nuestros planteamientos […] acordó, por unanimidad, rechazar la
solicitud de Carta de Retiro presentada por vos».
Sépase que Allende siguió en la
masonería tras solidarizar su Logia con sus ideales de justicia social y de
democracia íntegra.
No está de más el hacer una breve
mención, para que el lector comprenda mejor lo sucedido, al silencio u obsecuencia
que la masonería oficial chilena mantuvo durante los años de la dictadura
frente a los gravísimos atropellos a los derechos humanos que se cometieron,
correspondiendo recalcar de inmediato la actitud de un grupo de masones que,
consecuentes con los principios que sustentó Allende dentro y fuera de esa
institución, fundaron en el exilio una Logia a la que perteneció, entre otros,
el ilustre educador, ex Rector de la Universidad de Concepción y ex Ministro de
Educación, el Dr. Edgardo Enríquez Froden.
Cuando la confabulación mantenida por el
gobierno de los EE.UU. contra Salvador Allende para impedir la asunción del
mismo al mando supremo de la nación se imbricó con la nacional, llegando en el
transcurso del gobierno de la Unidad Popular al borde de la subversión golpista
militar, Allende visualizó con una generosidad coherente con sus principios su
propia muerte como factor determinante en una eventual solución política ante
el complot que ostensiblemente estaba en marcha.
Los acontecimientos se adelantaron al
amparo de la traición y Allende ofreció su vida, en el instante en que la
democracia era avasallada por la fuerza brutal de las armas, al pueblo por el
que tanto luchó. Hay quienes, incapaces de comprender tanto desinterés personal
y tanta entrega, tanto coraje moral, deslizan preceptos peyorativos sobre la
grandeza humana que implica el acto mismo de la muerte de Allende.
Hay siempre inquisidores frustrados en
todas las iglesias, atentos a lanzar al fuego eterno a las almas que no
comulgan con sus designios. Es ya otro tema, el de la cara oscura de la
condición humana.
"Salvador Allende", de Víctor
Pey Casado
Originalmente llamado "Algunas
pinceladas sobre la personalidad de Allende"
Revista Septiembre, 2013
Desconocía que hubiese pertenecido a la Masonería y menos que la Logia, supongo de Santiago, se adaptara a sus ideales. No me sorprende en absoluto, tratándose de Allende.
ResponderEliminarUn beso fuerte, María.