Camaradas, soldados
rojos: aquí ante vosotros, sin ningún temor, seguros de que hemos sabido
cumplir el mandato que nos habéis confiado, venimos a daros cuenta de la triste
situación en que ha caído nuestro glorioso movimiento insurreccional. Vamos a
daros cuenta de las conversaciones sostenidas por nosotros con el general del
ejército enemigo, así como de las bases propuestas por éste y que debemos
aceptar si queremos la paz.
Tened en cuenta,
queridos camaradas, que nuestra situación no es otra que la de un ejército
vencido. Vencido momentáneamente. Todos, absolutamente todos, hemos sabido
responder como corresponde a trabajadores revolucionarios. Socialistas,
comunistas, anarquistas y obreros sin partido, empuñamos las armas para luchar
contra el capitalismo el 5 de octubre, fecha memorable para el proletariado de
Asturias.
No somos culpables del
fracaso de la insurrección, puesto que en esta región hemos sabido interpretar
el sentir de la clase trabajadora, que ha sabido demostrar su voluntad con
hechos concretos. No sabemos quién o quiénes han sido los culpables del fracaso
de nuestro movimiento. El tiempo permitirá que todo esto se ponga en claro. Lo
que si podemos decir es que en el resto de las provincias los trabajadores no
han respondido como era su deber. Y ante esta abstención, el Gobierno ha podido
combatirnos, no sin antes tener que movilizar cerca de cuarenta mil hombres
armados con los medios de guerra más modernos y perfeccionados.
Sólo nuestra región
resiste y lucha contra el ejército y el Gobierno de la burguesía. El resto de
la península no da señales de vida en lo que a la insurrección se refiere, si
bien en algunas provincias ha sido declarada la huelga general, pero sin pasar
a más.
La lucha no se ha
planteado como las necesidades exigían. Existía y existe el temor de coger las
armas, y este temor, por no llamarlo traición, es el que ha determinado
precisamente el fracaso de nuestro movimiento, tan valientemente y con tanto heroísmo
sostenido aquí por espacio de quince días. Tenemos fusiles, ametralladoras y
cañones, pero nos falta lo esencial, que son las municiones. No disponemos de
un solo cartucho. En nuestros frentes los soldados rojos se ven obligados a
sostener el avance enemigo, empleando para ello la dinamita. Sólo con esto
pueden los soldados rojos tener a raya al ejército adversario. Como
comprenderéis, esta situación no se puede prolongar un día más, pues disponerse
a resistir significa el ser copados por nuestros enemigos y ser pasados a
cuchillo. Ninguna ayuda podemos esperar del proletariado del resto de la
península, ya que éste no es más que un mero espectador del movimiento de
Asturias, y ante esta situación no es posible seguir luchando por más tiempo
con las armas en la mano.
La artillería enemiga
está emplazada y dispuesta a destruir nuestros pueblos. Nadie mejor que
nosotros puede saber los estragos causados por la aviación. Si reflexionamos
sin apasionamiento, veremos que sólo se nos ofrece un camino: organizar la paz.
Para ello hemos consultado a los Comités Revolucionarios existentes, así como a
los jefes de grupo, que se han reunido en los campos de batalla y han dado su
opinión. El acuerdo adoptado por unos y otros, junto con el Comité Regional, ha
sido el de tramitar la paz. Así se ha hecho y he aquí las bases presentadas por
el general López Ochoa.
(...)
Camaradas: Si creéis
que somos unos traidores, como algunos manifiestan, pegadnos un tiro, o haced
con nosotros lo que mejor os parezca. Pero no continuéis vertiendo sangre
cuando ya todas las posibilidades de éxito están perdidas. No nos negamos a
luchar y seguiríamos con las armas en la mano hasta derramar nuestra última
gota de sangre, siempre que nuestro sacrificio se viera compensado con el triunfo
de nuestra insurrección en Asturias y en el resto de la península. Pero lo que
no podemos admitir y claramente os lo manifestamos, es seguir gastando un
momento más nuestras fuerzas inútilmente.
No es de cobardes deponer las armas cuando claramente se ve que es segura la derrota, derrota que no puede considerarse como tal si pensamos en la potencialidad de nuestro enemigo así como en los medios y las armas que éste ha tenido que emplear para combatirnos. Nadie, absolutamente nadie, podrá borrar de la historia lo que significa nuestra insurrección. Reflexionemos pues, camaradas, y comprenderéis nuestros razonamientos. La lucha entre el capital y el trabajo no ha terminado ni podrá terminar en tanto que los obreros y campesinos no sean dueños absolutos del Poder. El hecho de organizar la paz con nuestros enemigos no quiere decir que reneguemos de la lucha de clases. No. Lo que hoy hacemos es simplemente un alto en el camino, en el cual subsanaremos nuestros errores para no volver a caer en los mismos, procurando al mismo tiempo organizar nuestra segunda y próxima batalla, que debe culminar en el triunfo total de los explotados.
Conocemos el ensañamiento con que viene actuando el ejército enemigo. Los crímenes, los atracos, los robos y las violaciones están a la orden del día del Tercio y los Regulares. Ante el propio general López Ochoa ha sido expuesto por nosotros todo esto. Nos ha contestado que no estaba enterado, pero que de ser cierto tomaría medidas para que estos hechos no se repitan. No sabemos si ha tomado medidas serias sobre el particular. De palabra nos ha dicho que sí.
También hemos concertado, como ya os he dicho, que no habría represalias. Yo creo, y conmigo el resto de los camaradas de los Comités, que ningún caso debemos hacer de lo que sobre este particular nos ha dicho el general enemigo. El criterio de los Comités es que una vez fracasado el movimiento y concertada la paz los más comprometidos se pongan a salvo, y no sólo los comprometidos, sino todos cuantos puedan y hayan tomado parte en este heroico movimiento revolucionario.
No es de cobardes deponer las armas cuando claramente se ve que es segura la derrota, derrota que no puede considerarse como tal si pensamos en la potencialidad de nuestro enemigo así como en los medios y las armas que éste ha tenido que emplear para combatirnos. Nadie, absolutamente nadie, podrá borrar de la historia lo que significa nuestra insurrección. Reflexionemos pues, camaradas, y comprenderéis nuestros razonamientos. La lucha entre el capital y el trabajo no ha terminado ni podrá terminar en tanto que los obreros y campesinos no sean dueños absolutos del Poder. El hecho de organizar la paz con nuestros enemigos no quiere decir que reneguemos de la lucha de clases. No. Lo que hoy hacemos es simplemente un alto en el camino, en el cual subsanaremos nuestros errores para no volver a caer en los mismos, procurando al mismo tiempo organizar nuestra segunda y próxima batalla, que debe culminar en el triunfo total de los explotados.
Conocemos el ensañamiento con que viene actuando el ejército enemigo. Los crímenes, los atracos, los robos y las violaciones están a la orden del día del Tercio y los Regulares. Ante el propio general López Ochoa ha sido expuesto por nosotros todo esto. Nos ha contestado que no estaba enterado, pero que de ser cierto tomaría medidas para que estos hechos no se repitan. No sabemos si ha tomado medidas serias sobre el particular. De palabra nos ha dicho que sí.
También hemos concertado, como ya os he dicho, que no habría represalias. Yo creo, y conmigo el resto de los camaradas de los Comités, que ningún caso debemos hacer de lo que sobre este particular nos ha dicho el general enemigo. El criterio de los Comités es que una vez fracasado el movimiento y concertada la paz los más comprometidos se pongan a salvo, y no sólo los comprometidos, sino todos cuantos puedan y hayan tomado parte en este heroico movimiento revolucionario.
Nada más os decimos,
camaradas, sobre este particular, siendo nuestra última palabra un viva a los
valientes trabajadores de Asturias y a la Revolución Social.
Belarmino Tomás
18 de octubre de 1934
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