"Mandamos a todos los sacerdotes
que desde el día de la ratificación del Concordato, en el curso de la santa
misa, rezada o cantada, exceptuando las misas de difuntos, en las primeras
oraciones, en las secretas y en las poscomuniones añadan a la oración Et
formulas las palabras Ducem nostrum Franciscum". (El
cardenal primado Plà y Daniel, 1953).
De pequeño le llamaban Paquito o Paco, diminutivo
lógico si recordamos que fue bautizado el 17 de diciembre de 1892 en la
parroquia castrense de San Francisco, en El Ferrol, como Francisco Hermenegildo
Paulino Teódulo más un montón de apellidos paternos y maternos, según la
costumbre de la época y de la gente de posibles. Los Franco no tenían demasiado
dinero, pero en El Ferrol los oficiales de Marina eran como una casta
aristocrática y endogámica. Paquito, para los niños de su edad, para su
familia, diminutivo con el que nunca se sentiría a gusto, sobre todo porque a
su primo Francisco Franco Salgado Araujo, más alto, le llamaban Pacón, a pesar
de que era huérfano y tenía en la familia Franco Bahamonde el trato de ahijado
del padre, don Nicolás. Paquito y Pacón. Así se relacionaron durante años,
hasta que, compañeros de carrera militar, el huérfano Pacón se convirtió en el
perpetuo actor secundario en el reparto, el amigo del chico, el hombre que ya a
punto de morir dejaría escrita su amargura por lo mucho que le había dado a su
primo y lo poco que había recibido.
Se le empezó a llamar Franquito en la Academia de
Infantería de Toledo, donde ingresó en 1907, tras un viaje desde El Ferrol
acompañado por su padre, del que hay testimonio directo redactado por el propio
Franco, según consta en el libro de su último médico de cabecera, el doctor
Pozuelo, que le incitó a recordar y redactar unas memorias para reactivar al
alicaído Franco posterior a la crisis de la flebitis. Una página interesante
por lo que revela de constantes de su vida: relación con el padre, retórica en
los ojos y en la comprensión de la historia.
"He de confesar que este primer viaje con mi
padre, rígido y adusto, no resultara divertido, pues le faltaba la confianza y
la solicitud que le hicieran cordial. ¡Qué diferencia con los futuros viajes
con los compañeros! Entrando en la dilatada llanura de Castilla, el tren parece
precipitarse, con propósito, sin duda, de ganarse el retraso acumulado en la
parte montañosa del recorrido. Bajo ese traqueteo del tren, necesitábamos pasar
la noche, para amanecer en el cruce de la sierra. Allí quedaba Ávila, recoleta
tras sus viejas murallas. Y más abajo, El Escorial, desde donde Felipe II
gobernaba el mundo. Y enseguida, el llano Madrid,
con sus modestos pueblos y diminutas colonias veraniegas. Y tras una dilatada
parada, para conceder la entrada, la llegada a la estación del Norte, donde
esperaba la algarabía de los mozos de cuerda y la salida a la espera de los
coches de punto y los ómnibus de los hoteles. Ya estamos en el Madrid feliz de
los 500.000 habitantes. El paso por Madrid no pudo ser más rápido. Unas horas
para asearse, visitar a unos parientes y recoger una carta de recomendación,
para volver, a la tarde, a tomar el tren para Toledo. Así, salvo el paso a
través de las avenidas y calles principales, quedaba para mí, inestimable, la
capital de España. Esto de la carta de recomendación era cosa que yo no alcanzaba
a entender. Me parecía un vicio que arrastraba la sociedad, que no podría tener
influencia en el ingreso en un establecimiento militar y que podría alcanzar
efectos contrarios a los pretendidos. Así se lo expresé a mi padre,
que acabó por comprenderlo. Por otra parte, las cartas en sí carecían de valor.
¡Quién iba a decirme entonces que, 21 años después, me iba a corresponder, como
director de la Academia General Militar, el corregir estos abusos!... Mediada
la tarde, en un viaje en tren de dos horas, salimos para Toledo. Próximos a la
llegada, al cruzar la vega, se nos presentó la vista magnífica de
la ciudad, coronada sobre la cumbre por su alcázar y, más abajo, la catedral y
los principales monumentos asomándose sobre las casas de la vieja urbe. Frente
a la estación, nos esperaban las típicas galeras tiradas por seis caballos que,
cruzando el Tajo por el viejo puente de Alcántara, iban a enfrentarse con la
dura faena de remontar la cuesta del Miradero, que da acceso a la típica plaza
de Zocodover, mentidero y centro comercial de la población, y en donde se
dislocaba el tráfico, para tomar por el laberinto de las estrechas y sombreadas
callejuelas, que imprimieron su carácter a esta antigua población dormida en el
tiempo. Allí nos esperaba el que había de ser mi apoderado durante mi futura
estancia en la academia, quien nos pilotó hasta la calle del Horno
de Bizcochos, en la que estaba el alojamiento que nos había buscado para
nuestra estancia en la ciudad. El día siguiente había sido señalado para mi
presentación en el alcázar. La impresión que me produjo la entrada, la grandeza
de su patio de armas, presidida por la estatua de Carlos V con aquella leyenda
de su base: 'Quedaré muerto en África o entraré vencedor en Túnez', fue
inenarrable. La emoción que me producían esos lugares gloriosos, con
sus piedras seculares, embargaba mi ánimo y desbordaba mis ilusiones".
Es curioso que en Raza, el personaje
positivo, José, él mismo, también lance un canto a lo que se puede aprender en
las piedras frente al conocimiento frío de los libros. También aprovechó Raza para
hacer un ajuste de cuentas a los primeros de la clase. Él nunca lo
fue. Al contrario, un estudiante del montón, situado en el escalafón de notas
muy por detrás de don Camilo Alonso Vega, amigo de infancia y futuro ministro
de la Gobernación. Y es que Franco, Franquito, lo pasó muy mal en sus primeros
meses de estancia en aquella academia. Casi un niño, frágil, con una voz
retenida por el frenillo, le llamaban Franquito y le ofrecían los mosquetones
más pequeñitos, a la medida del diminutivo. Hasta que un día, harto de aguantar
novatadas, cogió una lámpara y se la tiró a la cabeza al cabecilla de los
provocadores... Dejaron de importunarle, pero siguieron llamándole Franquito.
Sus compañeros de promoción le recordaron años después
según sus afinidades ideológicas, pero poco hablaban sobre el periodo de la
academia y empezaban a agigantarle la estatura a partir de su primera misión en
África. Del Franquito de la academia, Vicente Guarner, militar republicano que
vivió un largo exilio, lo recuerda como un gallego poco culto, tímido,
receloso, y se compromete a decir que de haber hecho una encuesta en la
Academia de Toledo sobre cuál de aquellos aspirantes a oficial podría llegar a
caudillo, Franco no hubiera estado en las listas. ¿Despecho del vencido? Es
posible; pero no deja de ser cierto que la biografía gloriosa de los
franquistas suele vitaminizarse y cargarse de proteínas a partir de la primera
misión en África, y sobre todo tras la gravísima herida que recibió en El Biutz
en junio de 1916. Pero a pesar de su buen comportamiento durante las batallas,
demostrando un desprecio de vida propia y ajena que sorprendía por su frialdad
calculada, siguió siendo Franquito para los altos oficiales, y todavía Sanjurjo
en 1936, cada vez que dudaba si Franco se decidía o no a intervenir en el
Alzamiento, preguntaba: "¿Qué va a hacer Franquito?".
El estudiante tímido, ordenancista, mirón de piedras,
receptor de una historia y una filosofía de la vida filtrada por la endogamia
cultural de la academia, callejeante por un Toledo que sólo le ofrecía barberos
callejeros, mentideros y poca cosa más para su asignación de dos pesetas para
gastos, cambió de psicología cuando se hizo soldado en guerra, pero en función de
ese escenario y de los reflejos que le despertaban la convivencia con gente
militar. En la vida privada seguía siendo un muchacho inseguro en los ambientes
donde no podía aplicar las ordenanzas de Carlos III o los reglamentos militares
particulares. En Melilla se enamoró de una muchacha, Sofía Subirán, hija de un
coronel, y ya muerto Franco, la anciana ex cortejada de Franquito se confesaba
a Vicente Gracia: "¿Que cómo era Franco? Fino, muy fino. Atento,
todo un caballero. Si se enfadaba tenía un poco de genio, pero en plan fino.
Tenía mucho carácter y era muy amable. Entonces era delgadísimo. Parece mentira
como cambió luego. Conmigo era exageradamente atento. A veces te fatigaba. Me
trataba como a una persona mayor y eso que yo era casi una niña... Estaba en la
plaza de Melilla casi todos los días, el paseo por las tardes o por las mañanas
en el parque de Hernández... No, no me contaba chistes, no tenía ocurrencias...
Tal vez creo que era demasiado serio para lo joven que era. Tal vez por eso no
me gustaba, me aburría un poco"... Y más adelante, doña Sofía
sanciona: "Debió ser un buen marido, sí. Aburridito el pobre, sí,
pero bueno...".
Toda la inseguridad de Franco en la vida privada,
entre civiles, se convertía en su contrario cuando entraba en el cuartel o en
campaña. Tenía fama de reglamentista, duro, implacable, exageradamente
implacable hasta la crueldad, pero también exigente consigo mismo y concienzudo
en sus movimientos de liturgia militar o de guerra. Y allí se construyó la base
de su pedestal, de oficial africanista, muy diferente a los otros
militares echaos palante, puteros, jugadores de la soldada, de
valor caliente. Él antes de atacar ponía los prismáticos entre él y el enemigo.
Los otros oficiales solían echarle muchos testículos al asunto... Franco
examinaba, calculaba y luego sacaba de su frenillo toda la voz que podía para
anunciar la carga. Esta diferencia de talante le creó admiradores entre sus
compañeros de mando más cabestros y entre la alta oficialidad (Berenguer o
Sanjurjo), que enseguida reconocieron en él a un oficial con porvenir. Los
indígenas decían que tenía baraka, algo así como buena suerte y
que sabía manera, es decir, que sabía mandar. La oficialidad
africanista era muy dada al autobombo propiciador de ascensos, hasta el punto
de que los oficiales de la Península se sintieron molestos y acusaban a sus
compañeros en campaña africana de exagerar hazañas para acumular méritos y
ascensos. Pero aquella oficialidad africana joven, respaldada por veteranos
como Millán Astray o Sanjurjo o los mismísimos Berenguer, Queipo de Llano,
Silvestre, ya empezaba a ser un grupo de presión dentro del Ejército, un lobby como
diríamos ahora, que tenía acceso directo al rey. Y el propio rey bien pronto
preguntaría por Franquito, y le llamaba Franquito años después, cuando ya era
general, y no por la estatura, sino porque le hacía gracia lo grave que se
ponía aunque hablara de las plagas del cerezo, y el tonillo de gallego con las
palabras justas y la prudencia en el gatillo.
Abc fue un diario muy importante en la
historia de España, lo sigue siendo, y en la de Franco. De hecho el futuro
generalísimo era seguidor de Abc porque era el diario de su
madre y porque le emocionó aquella carta de Luca de Tena protestando contra la
conjura internacional antiespañola, a raíz del ajusticiamiento de Ferrer
Guardia, tras la Semana Trágica de 1909. Pero también debería a Abc buena
parte de su prestigio militar en la Península, cimentado por los corresponsales
del diario en la guerra de África y muy especialmente por Tebib Arrumi,
seudónimo de Ruiz Gallardón, abuelo del actual antagonista de Leguina en el
Gobierno de la comunidad autónoma de Madrid. Entre los biógrafos más
laudatorios de Franco aparece otro abuelo de un nieto hoy importante, don Manuel
Aznar, pretérita semilla del actual José María Aznar, cabeza joven del PP.
También fue Abc quien utilizara por primera vez la
calificación de caudillo aplicada a Franco. A raíz de su boda
con doña Carmen Polo Meléndez Valdés, le llamaba el joven caudillo y
con razón, porque era joven y había llegado a jefe de la Legión y a emparentar
con una rica familia de Oviedo, muy por encima de los niveles de pequeñísima
burguesía militar ferrolana de los Franco.
Dos testimonios complementarios señalan ese salto de
mando y estado de los años veinte como la clave del progresivo acercamiento de
Franquito a ¡Franco, Franco, Franco! Otra vez Guarner señala ese tiempo de
glorioso herido de guerra, destinado a Oviedo y prometido a doña Carmen, como
el arranque de su definitivo complejo de excelencia: "Desde
entonces se despertaron en él ambiciones ilimitadas y un inmenso complejo
señoritil de vanidad y presunción, rayando el narcisismo. Incluso había
cambiado su aspecto, adelgazando y ostentando fino bigotito. Medía prudentemente
todos sus pasos y acciones, y en Oviedo, en un destino poco militar, como era
la zona de reclutamiento, podía aguardar tranquilamente ascensos sucesivos y
el acceso al generalato, figurando en la sociedad local, tan admirablemente
retratada por Clarín en La Regenta, con aspiraciones a la mano de una señorita
adinerada (con disminuida fortuna, de origen indiano), sin mucho éxito inicial. Cuando
el inconmensurable histrión que era Millán Astray organizó, bajo el patrocinio
regio, la Legión Extranjera, imitada de Francia, escribió a los tres
comandantes de Infantería más jóvenes para mandar banderas, pequeños
batallones, y Franco mandó la primera de ellas, con imposición de una
disciplina que rayaba en la crueldad. El pelotón de castigo trabajaba duramente,
con las mochilas rellenas de piedras, y eran fusilados sistemáticamente los
legionarios indisciplinados. Franco no tuvo nunca prejuicios humanitarios. La
compasión y la piedad ante los sufrimientos de sus semejantes no entraban en su
mentalidad. Se cubrió, desde entonces, con una falsa máscara impasible y
severa". La boda de una Polo Meléndez Valdés no era un trueque
desigual. Ella portaba posibles y apellidos sonoros, pero Franco ya era
gentilhombre del rey. A la boda asiste la familia del novio, menos el padre,
desde 1907 residente en Madrid, donde hacía vida marital con una buena mujer
que tenía estudios de maestra de escuela, aunque los Franco, menos Pilar
Jaraiz, siempre dijeron de ella que era una "chacha" que se había
aprovechado del viejo. La sobrina de Francisco Franco, Pilar Jaraiz, era una
niña que formó parte del cortejo de la novia y años después comentaría que, a
partir de aquel enlace, Franco se había ido distanciando de su familia
ferrolana, paulatinamente, entre 1923 y 1939; distanciamiento acentuado cuando
los Franco Polo emparentaron con los Martínez Bordiú, altos, bronceados, con
título nobiliario, frente a la gordura y la escasa estatura y la drogadicción
por el lacón con grelos de los Franco. A Francisco Franco le gustaba el lacón,
pero a doña Carmen le ponía nerviosa. En Historia de una disidencia,
la sobrina socialista de Franco, Pilar Jaraiz, hija de doña Pilar y
reinstauradora del PSOE en Barcelona en los años del tardofranquismo, escribe:
"Nostalgia del tiempo pasado, sí, y desencanto del tiempo que había de
venir. Porque, recordando ahora todo lo que allí pasó, pienso en los cambios
que experimentan las personas. ¿Por qué los protagonistas de aquellos
acontecimientos llegaron a convertirse en unos seres extraños a mí?, ajenos. Y
no lo digo como es natural por mi abuela, que siguió siendo la misma hasta su
muerte. Pero ¿y los demás? ¿Qué se hizo del cariño, de la intimidad que nos
unía? ¿Qué de la confianza y de la llaneza en el trato? ¿A qué vino más tarde
tanta sequedad y dureza? Porque es lo cierto que hasta a mi madre
se la recibía a veces a regañadientes. A mi madre, la única hermana del jefe
del Estado y en cuya casa habían pasado tantas temporadas e incluso durante una
de sus estancias se había operado mi tía Carmen de las amígdalas y mis padres
les habían cedido su propio cuarto. Dígase lo que se diga, la actitud de
despego no partió de mí cuando empecé a concienciarme. Tampoco yo entonces era
la misma. Pero el cambio de posición hizo de aquella familia unos seres llenos de
despego, inamistosos, altaneros. ¿Por qué? ¿Les parecíamos poco? ¿Ambicionaban
alternar con personas de mayor alcurnia? ¿Tanto había cambiado Franco desde que
asumió la jefatura del Estado? ¿Y la familia Polo? ¿Qué se hizo de su trato
cortés y amable? ¿Dónde quedaba su cariño? Y mirándolo desde otro punto de
vista, ¿cuál había sido nuestro delito?, ¿les habíamos hecho algún daño? o ¿es
que nuestra posición social les parecía poco?".
Complementa la impresión de Guarner o la de Pilar
Jaraiz el testimonio de Hidalgo de Cisneros, oficial aviador, piloto de
hidroaviones durante la guerra de África: "También hice varios
viajes con Francisco Franco, que había ascendido aquellos días a teniente
coronel, y por el cual nunca sentí la menor simpatía. En la base de Mar Chica
lo detestábamos, empezando por su hermano Ramón, con el que casi no se hablaba.
Cuando pedían un hidro para el teniente coronel Francisco Franco, todos
procurábamos eludir el servicio, pues nos molestaba su actitud. Llegaba a la
base siempre puntualísimo y siempre serio. Muy estirado, para
parecer más alto y disimular su tripita ya incipiente. Según nos decía su
hermano, siempre tuvo el complejo de su pequeña estatura y de su tendencia a
engordar. Nos saludaba muy reglamentario, ponía mala cara o decía algo
desagradable si el hidro no estaba listo. Montaba al lado del piloto y no
soltaba palabra hasta llegar al sitio de destino. Allí se despedía también muy
militarmente, sin haber abandonado un solo instante su aspecto antipático de
persona perfecta. No recuerdo nunca haberlo visto sonreír ni tener un gesto
amable o humano. Con sus compañeros del Tercio era igual o quizá más seco; se
veía que lo respetaban y temían, pues como militar tenía mucho prestigio, pero
sin la menor muestra de amistad o de afecto. Franco es antipático desde que era
célula".
Pero la hagiografía franquista opone a estas apariencias,
posiblemente interesadas, comentarios como el de Petain, que conoció a Franco
en las campañas africanas y que, después de la batalla de Alhucemas, dijo de
él: "Es la espada más limpia de Europa".
Tras la batalla de Alhucemas, que compensaba el
desastre de El Annual e iniciaba el principio del fin de las guerras africanas,
Franco asciende a general. Ya es el general más joven de Europa y, con Goded,
el militar joven más valorado por los entendidos. De ahí que no sorprendiera a
nadie que, mientras Goded se llevaba con el general Primo de Rivera las glorias
de ultimar la pacificación en Marruecos, a Franco se le encargara la Academia
Militar de Zaragoza. Ya pocos le llamaban Franquito. Los más viejos de la
milicia. El personaje ha cambiado. En Madrid se codea con la oligarquía
asturiana (su mujer), la Casa Real, la alta oficialidad y hasta asiste a una
tertulia política en casa del ex ministro Natalio Rivas. Allí aparece por
primera vez un Franco locuaz, que no siempre calla ante lo que no entiende. Es
el mismo Franco locuaz que tratará de dar una lección de economía a Calvo
Sotelo, dejándole perplejo ante una exhibición de nacionalismo económico autárquico
que desbordaba el talante no excesivamente abierto del señor ministro. También
salió de actor de cine en una sobremesa de casa de Natalio Rivas y presumía de
ser un buen filmador de escenas de lo cotidiano, coincidente con Lenin en la
importancia propagandística que iba a adquirir el aún llamado séptimo arte.
Como director de la academia persiguió las novatadas y la sífilis, dos de sus
cuatro obsesiones persecutorias. Las otras dos, el comunismo y la masonería.
Las novatadas, porque las había padecido; la sífilis, porque la temía como una
consecuencia de los desórdenes de la sexualidad. El comunismo, porque leía una
revista francesa dedicada a impedir que la Tercera Internacional penetrara en
los ejércitos de Europa, revista a la que le había suscrito Primo de Rivera. Su
odio a la masonería es consecuencia de lo que aprendió en los libros de
devoción y desinformación histórica de su infancia y del espectáculo de la
masonería influyendo en carreras militares y en la ruina del imperio español.
Pero la masonería siempre le siguió como una sombra. Su hermano Ramón fue
masón. Su padre admiraba a los masones y despreciaba a Paquito como político.
Uno de los más importantes jefes sindicales fraguados en la Cruzada, Salvador
Merino, resultó ser masón. Su fotógrafo particular, Campúa, había sido masón, y
tanto doña Carmen como su hija siempre desconfiaron de que hubiera dejado de
serlo. En cuanto a la sífilis también se burló alguna vez de sus terrores. Paul
Preston, del que está anunciada una inmediata biografía de Franco, me contaba
que altísimos cargos del franquismo de después de la guerra fueron contagiados
por la misma espía del Intelligence Service.
Durante su etapa al frente de la Academia Militar de
Zaragoza se convierte en un punto de referencia social en la ciudad. Se codea
con lo mejorcito, aunque de vez en cuando vaya en coche hasta Valencia a ver a
Nicolás, que trabaja como ingeniero naval en una empresa de Juan March, o a
Madrid, a comerse el lacón con grelos que tan excelentemente hacía su hermana
Pilar. Su sobrina Pilar Jaraiz Franco sigue haciéndolo estupendamente. En
Zaragoza, Franco es una figura social y militar, consultado mediante los rudimentarios
teléfonos de la época por los altos oficiales que desde Madrid asistían
nerviosos a la caída de la dictadura, el desgaste del rey: "¿Tú
que harías si se provoca la caída del rey?", le preguntan Berenguer y
Millán Astray. Y él contesta con otra pregunta: "¿Qué haría
Sanjurjo?". Le contestan: "Nada". Pues si
Sanjurjo, que es el jefe de la Guardia Civil, no haría nada, Franquito tampoco.
Y cae el rey y llega la República, y Azaña le cierra
la academia. Pobre Azaña, Franco no le cazó nunca para hacerle pagar esta
agresión a su ilusión y su soberbia, pero sí cazó a su cuñado Rivas Cheriff, en
el mismo lote de Companys, Juan Peiró y Julián Zugazagoitia, devueltos por la
Gestapo alemana a la gestapo franquista. Los tres políticos
fueron fusilados. Rivas Cheriff, sin otras responsabilidades que haber sido
hombre de teatro y secretario de su cuñado Azaña, pasó largos, larguísimos años
en el penal del Dueso. Azaña y Prieto sabían que Franco era el militar más
peligroso, mal compensado por el republicanismo de su hermano Ramón, autor de
una de las exposiciones más insultantes que jamás nadie se atreviera a hacer a
¡Franco, Franco, Franco!: "Si desciendes de tu tronito de general
y te das un paseo por el Estado llano de capitanes y tenientes, verás que pocos
piensan como tú y cuán cerca estamos de la República", y tras este
toque lo deja para el arrastre: "Como estoy profundamente
convencido de que los males de España no se curan con la monarquía, por eso soy
republicano, ¿está bien claro? Creo sería una gran desdicha para España que
perdurase la monarquía. Hoy se es más patriota siendo republicano que siendo
monárquico, pero claro es, esto es incomprensible cuando la vida que se ha
creado uno le lleva a tratarse con las clases aristocráticas y más acomodadas
del país, como te pasa a ti".
"Todavía es tiempo de que rectifiques tu conducta
y no pierdas el tuyo en vanos consejos de burgués. Tu figura, al lado de la
República, se agigantaría; al lado de la monarquía, pierdes los laureles tan
bien ganados en Marruecos. Si te gusta una postura más cómoda, más de cuco,
siéntete constitucionalista como han hecho muchos políticos viejos y
conviértete en censor de la pureza de las nuevas elecciones, y no olvides que
se puede ser amigo de la persona del rey —aunque el monarca no lo sea tuyo— y
ser un buen republicano. A la República no debe irse por odios, solamente por
ideales, y cuanto más amigo se fuere del rey y más favores se hayan alcanzado
de él, más mérito tiene ser republicano".
Ni caso. Pero por si acaso, cuando Ramón tuvo que
exilarse, Paquito le mandó 2.000 pesetas porque un Franco no debe hacer el
ridículo en el extranjero, aunque sea republicano, masón y anarquista, futuro
diputado de Esquerra Republicana y colaborador de Blas Infante en el
renacimiento de Al Andalus. Tampoco se subleva Franco con Sanjurjo en 1932,
pero ayuda a reprimir salvajemente la revuelta asturiana de 1934, la Legión por
delante, la misma Legión a la que había permitido cortar orejas y cabezas de
los moros muertos o acuchillarlos in situ si se ponían
plañideramente pesados (lean, si quieren comprobarlo, la primera edición
de Diario de una bandera).
Así como Kindelán, Mola, Orgaz, Galera, Barba...
estuvieron conspirando contra la República desde que fue proclamada, Franco se
dejaba querer y ayudaba indirectamente, devolviendo posiciones claves a
militares antirrepublicanos durante su etapa de jefe de Estado Mayor a las
órdenes del ministro Gil-Robles. Se dejaba querer y tardó en subirse a la
conspiración del 36, hasta el punto de que sus compañeros de conjura llegaron a
llamarle Miss Canarias por lo mucho que se dejaba cortejar, y Queipo, cuando
supo que Franco se había cortado el bigote para subir al Dragon Rapide y
así poder encabezar la Cruzada desde África, comentó: "Ese bigote
es lo único que Franco ha sacrificado por el Alzamiento". No era
cierto. Se jugaba una carrera militar, aunque don Juan March ya le había
prometido cubrirle las espaldas en caso de fracaso y exilio. Se suma al
alzamiento a las órdenes de Sanjurjo, porque Goded no hubiera tolerado que lo
encabezara Franco, y las simpatías de Franco por Goded eran equivalentes. "No
hay mal que por bien no venga", es una frase constante en boca y
pluma de Franco y la pronuncia cuando se le mueren Sanjurjo, Mola, o le matan,
muchos años después, a su mano derecha, Carrero Blanco. Tiene algo de síndrome
de viuda, desconsolada en un primer momento, pero consciente de que la
desaparición del marido le va a dejar un espacio libre que podrá recuperar.
La muerte de Sanjurjo, el fracaso y fusilamiento de
Goded en Barcelona y la poca ambición de Mola le convierten en el jefe in
péctore del bando rebelde, por más que, necesitado siempre de poseer
la razón jurídica, llamara rebeldes a los otros, a los que defendían el Gobierno
legítimo de la República. Esta curiosa contradicción la observó el mismísimo
Serrano Súñer, su cuñado, quien junto a Nicolás Franco y Matilde Fuset componen
la tríada de pigmaliones que hicieron de aquel caudillo militar un caudillo
político. Al recibir el mando único de los ejércitos y posteriormente del
conglomerado político que respaldaba la Cruzada, Franco deja de ser responsable
ante los hombres y ya sólo lo será ante Dios y ante la historia. La jerarquía
católica española le pone bajo palio, cerrando los ojos a los horrores que está
causando la Cruzada y a los que causará en una de las posguerras más largas de
la historia de la humanidad. Franco ya ha dejado de ser, para siempre,
Franquito, y cuando él lo olvide, momentáneamente, la señora, es decir, doña
Carmen Polo, se lo recordará. Es un rey sin corona que juega con el aspirante a
rey, don Juan, entre 1939 y 1946: Franco de ratón y don Juan de gato; pero a
partir del encuentro en el Azor de 1948 y del respaldo
norteamericano y vaticanista de los primeros años cincuenta, Franco será el
gato y don Juan el ratón. Por eso alguna vez Franco dijo: "yo no
seré nunca una reina madre".
¿Cómo iba a ser una reina madre un hombre cuya
estatura personal, militar, providencial sería jaleada como si se tratara de un
dios o a lo sumo la estatua de Dios en una perpetua procesión de Semana
Santa? "Oh, ruina del Alcázar./ Yo mirarte no puedo, / convulsa
flor de otoño, sin asombro / Vivero de esforzados capitanes. / Nido de
gavilanes. / Huevo de águila: Franco es el que nombro".
De momento Gerardo Diego ya le ha confesado su amor.
Pero atiendan al rosario de declaraciones: "El Caudillo es como la
encarnación de la patria y tiene el poder recibido por Dios para
gobernarnos..." (del Catecismo patriótico español,
publicado en Salamanca en 1939). Ridruejo tampoco se había quedado corto:
"Padre de paz en armas, tu bravura / ya en Occidente extrema la
sorpresa, / en Levante dilata la hermosura...". La Estafeta
Literaria lo compara con Cervantes, sin duda tras haber leído Diario
de una bandera o Raza. Manuel Aznar, un galápago de mucho
cuidado, proclama que Franco era arquitecto de capitanes de la historia y que
su espada estaba por encima de la que había vencido a los sarracenos en las
Navas de Tolosa. Cunqueiro, Álvaro, tuvo un orgasmo y, tras sostener que Franco
era el Sol, añadía que la mirada del Señor le escogió entre los soldados: "De
ella está ungido. El Señor bruñó su espada y el santo Uriel arcángel le enseñó
a pasearse entre las llamas...". Laín Entralgo afirma que al
burgués y al empresario hay que oponerle el modelo de jefe, "...
más acorde con nuestro concepto militar de la vida". Pero quizá
nadie como Pemán y Ernesto Jiménez Caballero para poner las cosas en su sitio.
Empecemos por Jiménez Caballero, el partidario de casar a Pilar Primo de Rivera
con Hitler y de masculinizar la Falange hasta el punto de llamarla
Falanjo: "Nosotros hemos visto caer lágrimas de Franco sobre el
cuerpo de esta madre, de esta mujer, de esta hija suya que es España, mientras
en las manos le corría la sangre y el dolor del sacro cuerpo en estertores.
¿Quién se ha metido en las entrañas de España como Franco, hasta el punto de no
saber ya si Franco es España o España es Franco? ¡Oh, Franco, caudillo nuestro,
padre de España! ¡Adelante! ¡Atrás, canallas y sabandijas del mundo!".
En cuanto a Pemán, a él se debe uno de los
botafumeiros más impresionantes que perfumaron de incienso la efigie del
Caudillo y avalaron aquel ¡Franco, Franco, Franco! con que las notas de prensa
resumían la aclamación popular, en recuerdo de la eufonía del Sanctus,
sanctus, sanctus: "Sabe marchar bajo palio con ese paso
natural y exacto que parece que va sometiéndose por España y disculpándose por
él. Se le transparenta en el gesto paternal la clara conciencia de lo que tiene
de ancha totalidad nacional la obra que él resume y preside. Parece que lleva
consigo a todas las ceremonias y liturgias protocolarias el honor de los
caídos. Parece que lleva, sobre su pecho, la laureada como ofreciéndosela,
un poco, a todos. Éste era el caudillo que necesitaba esta hora de España,
difícil, delicada y de frágil tratamiento, como toda contienda civil. Todo, la
guerra o la integración, el avance cotidiano o el cotidiano gobierno, había que
manipularlo con mano firme y suave. Se necesitaba un hombre cuya imparcialidad
fuera absoluta, cuya energía fuese serena, cuya paciencia fuese total. Había
que tener un pulso exacto para combatir sin odio y atraer sin remordimiento.
Había que escuchar a todos y no transigir con nadie. Había que llevar hacia
allí, en dosis exactas, el perdón, el castigo y la catequesis; como hacia aquí,
en exactas paridades, la camisa azul, la boina roja y la estrella de capitán
general. Conquistó la zona roja como si la acariciara: ahorrando
vidas, limitando bombardeos. No se dejó arrebatar nunca porque estaba seguro de
España y de sí mismo. Éste es Francisco Franco, Caudillo de España.
Concedámosle, españoles, el ancho y silencioso crédito que se tiene ganado. En
Viñuelas hay un hombre que sabe dónde va. Que lo supo siempre. Y que, gracias a
su paso inalterable sobre toda impaciencia, nos devolvió a España a su tiempo y
nos rescató intactas muchas cosas que estuvieron en gran peligro. Lo que hizo
en la guerra, lo hará en la paz".
Enriquecido por la aportación política de su cuñado
Serrano, Franco a medida que crecía bajo el palio buscaba colaboradores
aduladores, militantes en aquella cruzada de la adulación a la
que se refirió su propio cuñado. Pacón, el teniente general Francisco Franco
Salgado Araujo, en sus memorias póstumas, se hace cruces sobre la
insensibilidad de su primo para darse cuenta de tanto pelotilleo. No hay que
olvidar que a lo largo de su caudillaje, ya no Franquito, ya definitivamente
¡Franco, Franco, Franco!, fue comparado con Napoleón, Fernando el Católico, el
Gran Capitán, Agamenón (difícil de entender), César, Almanzor, Federico II de
Prusia, Recaredo... El cardenal Plà y Daniel aprovechó el sermón de bodas
dirigido a Carmen Franco y el marqués de Villaverde para equiparar la pareja de
la Virgen María y san José con la de Franco y doña Carmen, y entre las
metáforas la lista da que pensar sobre la poesía como laboratorio del
lenguaje: "... desde 'padre adoptivo de la provincia' hasta 'la
figura más importante del siglo XX', pasando por 'espiga de la paz', 'vencedor
del dragón de siete colas', 'el cirujano necesario', 'el gran arquitecto', 'el
redentor de los presos', 'guerrero elegido por la gracia de Dios', 'vencedor de
la muerte', '... el que sube las cuestas que es un contento', 'clínicamente:
genial', 'enviado de Dios', 'padre que ama y vigila', 'voz de hierro',
'centinela de Occidente', cientos, miles de imágenes de esplendor y
gloria".
Pero yo me quedo con aquella perla que le dedicara
Joaquín Arrarás cuando lo imaginaba conduciendo la nave de la nueva España, la
nave de la muerte, la tortura, la expatriación, la desidentificación para
tantos de sus compatriotas: "Timonel de la dulce sonrisa".
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