En España yo pertenecía a la 142 Brigada
Mixta de la 32 División. En los combates de Cataluña tuvimos que replegarnos,
vencidos, como las demás unidades. Yo era sargento de operaciones en el Estado
Mayor de la Brigada. La retirada la sufrimos como la mayor parte de las
unidades y atravesamos la frontera francesa el 13 de febrero de 1939 por el
pueblo de Prats de Molló.
Permanecimos unos días en el monte aquel,
al raso, bajo la nieve, durmiendo en ramas de árbol que habíamos arrancado,
mucho castaño, quemándolas para hacer fuego. A los ocho días vinieron a
buscarnos y nos llevaron al campo de concentración de Septfonds, cerca de
Montauban. En ese campo yo permanecí unos dos meses, al cabo de los cuales, una
mañana, me despertaron los soldados diciéndonos que saliéramos los cuatro
primeros de cada barraca. A mí me tocó. Y nos llevaron cerca de la frontera
belga, a Montmedy (La Meuse) donde nos emplearon en hacer trincheras para
enterrar cables telefónicos. A cada uno de nosotros nos asignaron, yo hablo de
mi compañía, dos metros de largo, dos metros de profundo y 60 centímetros de
ancho. Eso teníamos que hacer por día cada hombre. Inútil decir que muchos de
nosotros que no habíamos trabajado en la vida manualmente teníamos las manos
ensangrentadas. Pero la solidaridad de los otros nos ayudaba a terminar nuestra
tarea. Esto sería por mayo y junio del 39.
Después nos llevaron a otro pueblo cerca de
Montmedy. Vivíamos en una finca abandonada. Dormíamos en la cuadra y los
pesebres nos servían de estantería para poner las maletas. Sin luz, nos
alumbrábamos con velas. Pasábamos hambre. Nos daban de comer, pero era justo.
De allí salíamos todos los días a hacer carreteras a través de bosques, por las
cuales facilitamos el paso de los alemanes después.
A los dos o tres meses nos enviaron al
Departamento de Les Ardennes, cerca de Charleville. Y, allí, nos llevaban todas
las mañanas a descargar vagones de material a la estación de Sedán. Una mañana
nos dijeron hoy no salimos. No sabíamos por qué. Sabíamos que la guerra estaba
inminente. Estábamos sentados en la carretera delante de la casa en que nos
alojábamos y pasó un coche que distribuía un periódico que se llamaba Paris soir y que daba la noticia de la entrada de
los alemanes en Bélgica.
Entonces fue la gran desbandada. El capitán
nos quiso controlar a todos, porque, claro, teníamos miedo de los alemanes.
Reunió a la mayor parte de la compañía y nos puso en marcha. Yo, con otros dos
camaradas, abandonamos la compañía durante el trayecto. Encontramos bicicletas
abandonadas. Porque había de todo: coches, carros. Era como la desbandada de
nuestro país, vivíamos una desbandada semejante. Y en el Departamento del Aude
nos detuvieron los gendarmes y nos pidieron papeles. Como documentos de
identidad teníamos las cartas que recibíamos de España con la dirección de la
compañía. Nos dijeron que nuestra compañía estaba más atrás en un pueblo que se
llama Curtisol, en La Marne. Tuvimos que ir allí. Y de allí, con la compañía,
nos llevaron al campo de Argelès-sur-Mer. Nos llevaron allí con objeto de
reorganizar la compañía porque faltaba gente. Porque hubo casos de que los
Aliados habían encontrado a españoles desperdigados como nosotros y los habían
tomado como alemanes parachutados y disfrazados, y lo pasaron mal.
Después del armisticio, nos llevaron al
Departamento de Loire, a Roanne. Allí había un arsenal y teníamos que destrozar
los cañones con sopletes, hacerles agujeros y embarcarlos en vagones para
llevarlos a Alemania donde los fundían y hacían otros nuevos. Allí estuvimos
hasta finales del 41 en que los alemanes vinieron a hacernos unos exámenes para
llevarnos a trabajar a la base submarina de Burdeos. Yo fui seleccionado.
De la base submarina de Burdeos me evadí
con un camarada madrileño, Chamorro, y un catalán. Volví a la compañía, que me
envió a trabajar como campesino a una finca. En esa finca entré en contacto con
gente del Partido Comunista francés. Ellos me daban pasquines para
distribuirlos.
Y un día me pillaron con los pasquines y me
interrogaron que quién me los había dado. Yo decía que los ingleses habían
pasado tirando, y ellos me decían que no, que los ingleses no hacían pasquines
así, que los hacían con banderitas, muy adornados. Me llevaron a la cárcel de
Saint Paul en Lyon, y como estaba llena me llevaron a 11 kms, al fuerte de
Chapolí, en Saint Genis les Olliers.
En ese fuerte me metieron en los sótanos y
allí yo viví una de las aventuras más felices de mi vida. Porque no hice más
que llegar y me cortaron el pelo al cero. El peluquero era un español. En ese
fuerte había un mando alemán, un coronel francés que mandaba todas las
Compañías de Trabajadores, como de la que formaba yo parte, de la Región de
Lyon. Y me metieron en el sótano en que tenían el carbón. Dos veces durante la
semana vino a interrogarme el comisario con otro policía. Querían saber quién
me había dado esos pasquines. Yo les decía que me los había encontrado por el
suelo creyendo que los Aliados los habían tirado. No me torturaron, me pegaron
dos o tres bofetadas nada más. Me metieron después en una celda en que
estábamos 17. Había judíos polacos, judíos luxemburgueses, dos armenios y un
camarada de nuestra compañía que estaba allí también.
Y vino el barbero a afeitar a la gente, el
español. Y me dice a mí, yo a ti te conozco, pero de dónde eres, pero si somos
de la familia, somos de casa. Este era un lenguaje que empleaba el Partido
Comunista español. Yo me decía, en buenas manos he caído, le decía, pues chico
yo no tengo familia aquí y tal y qué sé yo. Y no le hice caso. Y saliendo a
trabajar al patio, estando en el pasillo formados, viene otro español que me
dice, no tengas miedo que aquí hay gente de casa. Digo, vaya, otro. Salimos al
patio, yo estaba serrando leña con un luxemburgués y viene el jefe alemán y me
llama. Me cuadro ante él, como era la costumbre, y me dice, ven conmigo, vas a
ir a trabajar a intendencia, vas a ir con Márquez, porque tú conoces a Márquez.
Digo, sí... Yo estaba un poco mosqueado. Y de qué le conoces. De cuando pasamos
la frontera, si es que es el mismo, digo yo. Mira, él es el jefe de la
intendencia, aquí hace lo que quiere y si dice que te puedes comer todo, te lo
comes, y si dice no tocar nada, no toques nada.
Y entro y me dice, coño, Alonso, y me
abraza. El alemán dice, aquí tienes a tu amigo, y se marcha. El que me han
presentado como Márquez me dice, bueno, y qué tal por ahí fuera la familia. Yo
digo, me estás tocando ya..., si yo no tengo por aquí familia. Se echó a reír y
me dice, tú conoces a Cristóbal que es zapatero. Digo, no, yo conozco a un
Cristóbal zapatero que era de la edad de mi padre, que estaba en la misma
compañía que yo, pero que había desaparecido de la compañía no sé por qué.
Se fue a buscar a Cristóbal. Cuando me vio
el viejo me abrazó. Y me explicó: en el mando de todas esas compañías, el
secretario del coronel, el jefe de la intendencia, el barbero, los cocineros,
eran todos comunistas, era el Estado Mayor del Partido Comunista infiltrado ahí
dentro. Y, claro, había llegado el secretario del comandante por la tarde y les
había dicho, ha llegado aquí un camarada que seguramente va a pasarlo muy mal
porque le han cogido con pasquines del Partido francés, un tal Alonso, de tal
grupo. Y les dijo, hay que sacarlo de aquí. La cosa vino por ahí.
Entonces, yo estaba en intendencia, y
cuando me iba por las tardes a dormir me llevaba los bolsos llenos para
llevarles un poco a los otros del Partido. Yo estuve allí tres semanas, no
llegó.
Una noche empezamos a oír camiones que
llegaban, que llegaban, que llegaban, y a las 9 de la mañana viene Márquez, el
de intendencia, y el barbero, vente enseguida, con un teniente francés que se
llamaba Rovin, me dan mi ropa y me dicen, tienes que marcharte, porque esos
camiones venían de hacer una rafea en Lyon, de judíos, y venían a completar el
cargamento con todos los que estábamos allí para ir para Alemania, a los
campos. Y estos camaradas me hicieron salir del fuerte. No me encontraron una
boina, que tenía el pelo al cero. Y el teniente francés, ese Rovin, me dio 100
francos que en aquella época era una fortuna, toma, ten cuidado, y que la
próxima vez no te enganchen.
De mis años de militancia en el Partido,
que yo dejé la militancia en el 46, tengo este recuerdo muy satisfactorio,
porque yo no confundo tampoco la base de un partido, sea el que sea, con la
dirección.
Volví a la compañía, porque el teniente
francés me dio una nota como que estaba liberado del fuerte. Y la compañía me
envía a Saint-Étienne, a una fábrica de productos químicos donde trabajaba mi
padre. En esta fábrica el Partido estaba bien organizado. Hacíamos sabotajes.
Se ponía ácido nítrico, del cual llevo aquí las señales, saboteábamos las cubas
antes de que se marcharan para que durante el trayecto a Alemania se perdiera
todo. Y luego, en Saint-Étienne participé en misiones más importantes que no
puedo relatar.
Eran atentados directos contra oficiales
alemanes y esto lo hacíamos por grupos. Yo tenía la misión de informarme de las
horas, de trayectos de aquí y de allá, esa era una parte de mi misión. Y en ese
grupo mixto, de polacos, españoles y franceses, un domingo estando yo en
Saint-Ètienne, un chico de 18 años que vivía con su tío, amenazó con la pistola
a su tío. El tío logró calmarle, y cuando logró calmarle se fue a denunciarle a
la policía. Le detuvieron y el chico habló. Pero eso yo lo supe después. Nos
detuvieron a la mitad del grupo. A mí, un domingo por la mañana cuando iba a
coger mi turno a la fábrica. Me estaban esperando a la puerta. Esto fue en
octubre del año 43.
Había un autobús que bajaba a Saint-Ètienne
y me llevaron esposado en él. Iba lleno de gente que bajaba al mercado, al
colegio. Marchaban entonces con carbón los autobuses. Desde Roche la Mollière,
la fábrica donde yo estaba, a Saint-Ètienne hay 6 kms y a cada parada la gente
subía. Yo les pasaba los cestos y daba un puñetazo en la puerta desde dentro
para que el autobús siguiera. Al llegar a Cote Chaude, que es una cuesta, les
pasé las cestas a unas señoras que iban al mercado y en un momento determinado
tiré la portilla de fuelle y me quedé fuera y eché a correr. Oía que decían,
pare, pare. Pero escapé.
Me fui al barrio polaco, que era un barrio
que entraba usted en el número 5 y sortía en el 304. Se comunicaban todas las
casas como en el viejo puerto de Marsella. Allí había polacos amigos nuestros y
les expliqué lo que me había pasado. Me camuflaron, entraron en contacto con
los responsables de nuestro partido.
Y a los diez días me llamó el responsable
del partido y me presentó a un chico vasco, que venía a ver a su esposa que la
tenía allí pero él estaba en el Ariège como cocinero en un tajo de leñadores,
también del partido. Y me bajé con él al Ariège con la Brigada de guerrilleros
del Ariège.
Llego a esa Brigada, yo bien vestido, veo a
un grupo de seis hombres como pordioseros en una casa derrumbada y pasa un día,
y pasan dos, tres, cuatro... Esto era la 3.ª Brigada. Estaba el jefe de la
Brigada que se llamaba Mateo, el jefe de Estado Mayor, que se llamaba Conejero,
el comisario político, un asturiano que valía más que todos los mandos que
hemos tenido en Francia, «Pichón», Ramos que se encuentra en Toulouse y un tal
Miguel. Y otro que llamábamos «el Canalla», nunca supe su nombre. Se encontraba
también el jefe de la División que era Acebedo, que fue después jefe de Estado
Mayor de la Agrupación de guerrilleros, un gallego, con su comisario político
de División, Moreno, que se encontraba de paso.
Y me llaman aparte. Me veían todas las
mañanas ir a lavarme a un riachuelo que pasaba por allí cerca. Y decían los
otros, este se cree que viene aquí de vacaciones. Entonces, me llaman ese día
aparte y me dicen, camarada, aquí has venido a una Brigada de guerrilleros,
pero con una seriedad y una cosa, como ya puedes ver nos jugamos la vida con
una pistola, por el día hacemos leña y carbón y por la noche vamos a tirar
algún transformador o alguna columna, sabotajes, así que si te conviene te
quedas con nosotros y si no, te ponemos a disposición del partido. Ponerme a
disposición del partido representaba enviarme a un tajo simplemente a hacer
leña. Yo les dije, bueno, me enviáis a disposición del partido. Y me dice,
claro, ya dice «Pichón» que no todo el mundo vale para jugarse la vida con una
pistola. Dije, ahora has hablado como un hombre, pero aquí es que no se puede
jugar uno la vida con una pistola porque es que no tenéis más que una para seis.
Ese mismo día, por la tarde, llega un chico
de un pueblo que se llama Lavelanet, que dice que había un golpe terrible a dar
en la Perception (un anexo de Hacienda donde se pagaban las pensiones). Hablaba
de un millón. Yo les escucho. No sabían qué hacer. Yo les dije: ¿Cuántos
habitantes tiene Lavelanet? 7000 habitantes. Digo, entonces no hay comisaría de
policía, no hay más que una gendarmería. ¿Cómo lo sabes tú? Por mis
atribuciones antes de venir aquí. Les dije: si me dais un arma y quien me
acompañe, antes de irme a disposición del partido, voy a buscar esos cuartos,
hombre.
Al día siguiente, a las 6 de la mañana, nos
despiertan a todos y me dicen, como ayer te propusiste, camarada, si quieres te
damos un arma, tenemos también dos granadas y tal. Me dan la pistola y vienen
conmigo Ramos y «el Canalla». Pero «el Canalla» no sabía montar en bicicleta y
tuvimos que andar una hora por el camino de tierra enseñándole. Hacía falta
tener agallas para lanzarse a una aventura así.
Llegamos allí y estaba lleno de bicicletas
delante de la puerta. Eran de la gente que iba a recoger sus pensiones. Dije,
bueno, vamos a dar una vuelta por ahí.
Volvemos y lo mismo. Y entonces les dije,
hay que esperar a mediodía, cuando se vayan a comer. Y así lo fue. Nos llevamos
335000 francos.
Había un señor y dos empleadas. Dijimos:
manos arriba, no se muevan que no pasará nada. Venimos a buscar el dinero, no
venimos como atracadores, somos de la Resistencia, nos hace falta para comer y
vestirnos y para ayudar a los amigos encerrados en el campo de Vernet, así que
por favor no se muevan. Abre el cofre, yo tenía una mochila, la llenamos. Yo
tenía la pistola, Ramos la granada, que no hacía más que pasarla de una mano a
la otra para que se la vieran.
Y hay una escena bonita, y es que había una
puerta que comunicaba con un despacho y esa puerta, lo supimos después, daba a
la vivienda del señor. Y llega una criada, abre la puerta y dice, señor, ya
está la comida hecha, y cuando nos vio la pistola, levantó las manos y se
quedó..., tenía una cucharilla de café en la mano... Ese detalle se me quedó
grabado. Dije, pase, que no le va a ocurrir nada. Y dije: le voy a hacer
confianza, no le corto el teléfono, pero hasta las dos de la tarde no telefonee
usted, porque si telefonea, una noche de estas a lo mejor su casa va a volar,
por eso le advierto.
Mandamos a «el Canalla» delante con su
bicicleta, y ve venir a dos gendarmes que iban a comer seguramente, y da cuatro
o cinco vueltas así con la bicicleta aquella, la gente mirándole y riéndose,
pero se pudo enderezar. Llegamos al maquis, estaban inquietos. Era la primera
vez que se hacía una cosa así.
Acebedo viene y dice: a ver. Yo, antes de
abrir el macuto digo: un momento, os quiero decir a todos los que estáis aquí
que en esta peluquería me ondulo el pelo yo. El que quiera tenerlo bonito como
yo, la próxima vez que venga conmigo. Hombre, no hay que ser tan irónico. Esto
fue l'entrée en matière, como
dicen en francés, con la 3ª Brigada.
Y a los pocos días, di otro golpe a un
coche de correos, pero allí había 26000 francos solamente.
Y el jefe de Estado Mayor, Conejero, nos
dijo un día: bajo a Varilhes, voy a llevar ropa a lavar en casa de una familia,
que se llamaba Blanco. Y no lo volvimos a ver más. Y resulta que nos enteramos
más tarde de que le habían detenido y fue deportado a Alemania. Pero le
detuvieron porque había ido a ver un partido de fútbol. Me ofrecieron a mí si
quería coger el Estado Mayor de la Brigada, dije que sí con la condición de que
me dieran un poco carta blanca. Me dijeron que sí.
El jefe de la Brigada, que era Mateo, un
chico muy majo que estaba tuberculoso y cardíaco, el pobrecillo. Era un hermano
para mí. Él me dijo, tú vas a llevar la Brigada porque yo, mira como estoy, y
lo que hagas estará bien hecho. Por eso hoy día se habla de mí y no se habla
del jefe de la Brigada.
Yo era un extranjero para ellos. Porque yo
venía del centro de Francia y ellos no habían salido del Departamento de
Ariège. Yo no hice parte de sus camarillas. Y a pesar de los éxitos, que esa
Brigada llegó a tener 350 hombres efectivos en 3 Batallones, pues a pesar de
todo, nunca fui una persona muy grata para ellos. Sólo era grato cuando venían
a buscar dinero los grandes del Estado Mayor de la agrupación o bien, después
de la liberación, cuando tuvieron necesidad de mí para hacer gestiones ante las
autoridades francesas.
Yo me hice cargo de esa Brigada con la que
controlábamos los nudos importantes de carreteras del Departamento. Atacamos
una Escuela de Gendarmería que había en Pamiers, una fábrica de Altos Hornos
que aún existe, transformadores, máquinas de caminos de hierro. En
Tarascon-sur-Arièges yendo a Andorra hay una fábrica de aluminio, hay un
conducto de agua que baja de una montaña, y fuimos a sabotear las tuberías.
Por mediación de una maestra de un pueblo,
que estaba en relación con nosotros y que hacía pasos, ésta me hizo conocer a
otra maestra de un pueblo próximo que estaba casada con un armero de la Escuela
de Gendarmería, y éste nos reparaba armas si estaban deterioradas y demás. Una
tarde esta maestra me hace saber que este armero que se llamaba Araguy quería
verme urgentemente en su casa a las 8 de la noche. Y me desplacé. Había otro
señor con él, que yo no conocía, que era el jefe de los parachutages del Ariège. Y había ocurrido un caso,
es que había un grupo de civiles que habían recibido un parachutage o dos, pero como no tenían maquis,
camuflaban los containers en el bosque, cogían lo que a ellos
les interesara y dejaban escondido el resto. Y una tarde, un jueves, que
entonces eran los jueves cuando los chicos no tenían escuela, los chavales
jugando descubrieron un container y andaban jugando con pistolas. Y,
claro, el hombre éste, asustado, fue a ver al armero para ver si conocía un
maquis competente, y le puso en contacto con nosotros, los españoles.
Este señor nos facilitó a partir de ese
momento, a los españoles, dos o tres parachutages antes de la liberación, con lo que
pudimos armar bien a nuestros batallones. Esto nos ocasionó mucha tirantez con
los maquis franceses.
Un mes antes de la liberación, nos habían
enviado un nuevo jefe de Brigada, porque a Mateo como estaba tan enfermo le
enviamos por mediación de familias francesas a una finca a reposar. El nuevo jefe
de Brigada venía de Marsella y no conocía los bosques ni nada. Se llamaba
Arroyo. Y nos señalan un parachutage.
Yo le digo a Arroyo: bueno, tú sabes que tengo que irme a Saverdun que tengo
una reunión. Me dice: sí, tú vete a la reunión, que nosotros cogeremos el parachutage. Y cuando regresé a
las cinco de la mañana, le pregunto, Arroyo, qué tal el parachutage. Me dice, bien, ha habido carne. Y al decirme,
ha habido carne, yo digo alarmado, qué ha pasado, cómo ha sido eso. Dice, no,
no te alarmes, nos han enviado gente, una misión interaliada, les tenemos en
una finca, pero vienen a tomar contacto contigo, con el capitán Robert.
Entonces no teníamos grados, éramos jefe de Estado Mayor o jefe de la Brigada,
pero sin grados. Y es que el jefe de los parachutage había dado mi nombre a Londres y a
Argel, el maquis del capitán Robert, me había dado un título sin saber lo que
era en realidad. Entonces cogimos un coche, porque ya teníamos coches y
teníamos camiones, y nos fuimos a buscarles.
Y allí ya vi una decepción en el general
Bigear éste. Me presentan y yo iba, fíjese usted, 25 años, con pelo teñido de
rubio porque me habían detenido una vez en Foix, y con pantalón corto y la
pistola-metralleta, y me presento. Me da la mano y me miró y yo vi en su mirada
la decepción porque yo creo que se representaba al capitán Robert como un
francés con el pelo ya canoso y se encontró con un chaval de 25 años que era
considerado por ellos el jefe de los guerrilleros. Me dieron la mano. Había un
Mayor inglés, un teniente canadiense, un alférez francés y un sargento radio,
español, Cánovas. Les llevamos al maquis. Vieron la organización nuestra, los
Batallones, les saludaron firmes, aquello les hizo una impresión muy buena, y,
sí, él habla muy bien de nosotros, inclusive hoy, ¿verdad? y entonces, como
estaban en comunicación con Londres, por radio, pues conocían los planes de
liberación. Y nos informan: el día 18 de agosto, los franceses habían ocupado
Lavelanet, Pamiers y Varilhes. Y nos dicen que el día 19 hay que liberar Foix.
Y nos preparamos para liberar Foix el 19 a
las 5 de la tarde. Hago los partes para los tres Batallones, envío un enlace,
que el enlace que fue a Saint Girons anduvo por lo menos 10 o 11 horas, el
pobrecillo, para llegar a su sitio, con el objetivo de que cortaran la
carretera de Saint Girons, la carretera de Ax-les-Thermes, el Segundo Batallón
venía a cortar la carretera de Andorra que es la Nacional 20, y el Primero
venía con nosotros, con el Estado Mayor y la Misión Interaliada. Les llevamos
ante las puertas, y el Tercer Batallón se encontraba ya en el fregado con una
columna alemana que venía de los Bajos Pirineos. El 24 Batallón tenía problemas
con los camiones porque con ese carbón de la época y tal, tampoco llegó. Y
entonces atacamos solamente con el primero. La gente atravesó el río a nado en aval y en
amont y abrimos una
ametralladora en la montaña que domina Foix, porque en el puente había
alemanes, para barrer el puente y pasar por allí, y nos infiltramos en la
ciudad, y calle por calle, hasta el Liceo. Nos batimos, tuvimos dos bajas, y a
las nueve de la noche los alemanes presentaban ya bandera blanca y se rendían.
Fue liberada Foix solamente por los españoles de la 3ª Brigada, el primer
Batallón, y el segundo Batallón que llegó a las 7 de la tarde, que ya estábamos
en pleno combate.
Españoles en la liberación de Francia:
1939-1945 / Félix Santos
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