"Hoy
es siempre todavía"
María Torres / 21 febrero 2014
Llevo
décadas en el exilio. En Colliure, un pequeño pueblo de Francia, decidió el
destino que yaciera, pero solo encontraréis aquí mi cuerpo "de pura sombra lleno". Mi triste corazón que no pudo con
la derrota republicana se encuentra aferrado al pueblo de España, "porque en España lo mejor es el
pueblo" y porque mi compromiso con ese pueblo fue inalterable hasta
que se lo llevó la muerte.
Crucé
la frontera el 27 de enero de 1939, deshecho, junto al pueblo, junto a miles de
vencidos. Duele el recuerdo que a veces intento solapar con otros momentos de
mi vida: la infancia en Sevilla; la docencia en Soria (“Si la felicidad es algo posible y real —lo que a
veces pienso— yo la identifico mentalmente con los años de mi vida en Soria y
con el amor de mi mujer”); Baeza; Segovia ("¡Aquellas
horas. Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza,
cuando unos pocos viejos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de
Segovia")
y Madrid, ciudad a la que llegue a
mediados del curso 1931-32, poco después de proclamarse la República y donde
impartí clases en el Instituto de Segunda Enseñanza Calderón de la Barca. En
Madrid conocí a Guiomar, ("Te quiero para olvidarte", para quererte te
olvido"). Aún siguen resonando en mí los
cañones del Cuartel de la Montaña aquella mañana del 18 de julio de 1936. ("¡Madrid, Madrid! ¡qué bien tu nombre
suena rompeolas de todas las Españas"). De Madrid admiré "toda la castiza grandeza de su
pueblo", pero un día de noviembre de 1936, una mañana bombardeada de
otoño, León Felipe y Rafael Alberti vinieron a visitarme para convencerme de
que debía abandonar la "capital de
la gloria". A la Alianza de Intelectuales se le había encomendado la
tarea de organizar la evacuación a Valencia de los intelectuales y científicos
que permanecían en Madrid. No podía creer que había
llegado el momento de abandonar la capital. Me
negué con decisión y tristeza al principio, pues consideraba que mi deber era
quedarme. Mi hermano José decía que como
mucho la guerra duraría ocho o diez años y después podríamos volver. "No, no volveremos". Yo sabía
que nunca más regresaría a Madrid, pero me bastó una segunda visita y
contemplar a mi madre anciana para entender que no había otra respuesta posible
que no fuera asentir.
La tarde del 25 noviembre nos llevaron en autobús a Valencia, capital de la República. Hicimos noche en Tarancón, un pueblo de Cuenca. Unas horas antes acudimos a un almuerzo que nos ofreció el Quinto Regimiento en su cuartel general, situado en un convento requisado a los salesianos en la calle de Francos Rodríguez. Mi salud ya no era buena, ni me estado de ánimo tampoco. A las cicatrices antiguas iba añadiendo otras nuevas y más amargas. Ya en Valencia, nos instalaron en la Casa de la Cultura, que se convirtió en el centro intelectual más importante del país y donde permanecimos pocos días. Alguien nos consiguió alojamiento en una casita soleada de Rocafort, "Villa Amparo", a ocho kilómetros de la capital ("¡Cómo parece dormida la Guerra de mar a mar, mientras Valencia florida se bebe el Guadalaviar!"). Apenas salí de aquella casa. Intentaba escribir por las noches sobre la mesa camilla del comedor, el abrigo sobre los hombros, la compañía de una taza de café y un cigarrillo tras otro, mientras escuchaba el sordo zumbido de las bombas. En Julio de 1937 participé en el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, organizado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Ese mismo año publiqué "La Guerra, verso y prosa" que ilustró mi hermano José y sobre todo recordé mucho a Leonor. Me encontraba viejo y enfermo, pasaba de los sesenta y mi cuerpo no me respondía. La artereoesclerosis y el asma crónicas me conducían a un estado constante de cansancio, la vida se me estaba marchando.
En
abril de 1938 las tropas de Franco se aproximaban a Levante y una tarde recibí un telegrama donde se nos comunicaba que debíamos abandonar
Rocafort y sin pérdida de tiempo había que viajar a Barcelona. A la mañana
siguiente toda la familia (mi madre, mi hermano José, mi cuñada Matea, las tres
hijas de ambos y yo) fuimos trasladados en autómovil. Nos instalaron en el
moderno y lujoso Hotel Majestic del Paseo de Gracia donde permanecimos un mes
en el que apenas salí nada más que para ir a la Casa de la Cultura. Después nos
proporcionaron una casa sin calefacción a las faldas del Tibidabo, en la calle
San Gervasio 21, llamada "Torre Castañer". Se trataba de un palacete
incautado al vizconde Güell. Me recluí en
la fría y destartalada habitación de piso de madera desde cuya ventana solo
veía un jardín descuidado. Lo mejor de cada semana era la tertulia de los
domingos por la mañana con Navarro Tomás, Torner, y tantos otros. Recibía las
visitas de los ratones que campaban a sus anchas. Enfermé de anginas y durante
mi convalecencia vinieron unas jóvenes a verme y tal como estaba, enfermo,
descuidado, sin afeitar, me hicieron una fotografía que es la que se recuerda
como la última imagen de mi vida, pero no es así, existe otra del camino del
exilio en la que aparece Corpus Barga y mi hermano José.
La
supervivencia en la Barcelona de entonces era muy difícil, escaseaban los
alimentos, al contrario que en Valencia. Los mexicanos enviaron unas cuantas
toneladas de gusanos con fundas de garbanzo para ayudar a paliar el hambre.
Cuando se cocía el garbanzo el gusano se resistía a salir de su morada. También escaseaba el tabaco. Por un paquete de "Porras" que solía
costar dieciséis pesetas había que pagar seiscientas. Los bombardeos asolaban
la zona del Puerto y sus aledaños. Intentaba llenar el tiempo leyendo a Juan
Maragall, Mosen Cinto y Ausias March además de mis colaboraciones con Hora de
España y La Vanguardia y recibí la triste noticia de la muerte de César Vallejo
en París.
El
15 de enero de 1939 las tropas de Yagüe ocupan Tarragona. El Estado Mayor
Central comunica al Gobierno la noche del 21 al 22 de enero que el Frente ya no
existe y como consecuencia el Gobierno de la República ordena que todos los
organismos oficiales abandonen Barcelona. La moral de derrota extiende su manto
sobre la ciudad y se intuye lo más doloroso, a la vez que apremiante ...
Alejarse de España. ("Tengo la
certeza de que el Extranjero significaría para mí la muerte"). La
guerra se había perdido y yo que no quería abandonar aquel Madrid del "No pasarán", tenía ahora que pensar en el exilio, en el
adiós ... ¿Hasta cuándo? ("Españolito
que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el
corazón".) Mi corazón ya estaba helado desde hacía tiempo, cuando una
mañana nos avisaron de que había que salir hacia la frontera. Mamá Ana estaba
muy mal de salud y era muy anciana, pero había que intentar sobrevivir aunque
fuera con el dolor del desastre nadando en el corazón. Yo que siempre tomé
partido por el pueblo español ("En
España no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo")
ahora tenía que abandonarlo.
Al atardecer del 22 de enero de 1939 me
vestí con mi mejor traje: azul marino, limpio y bien planchado. Metí en un
maletín los documentos y papeles que para mi eran valiosos y me senté a fumar
mientras esperaba el coche que nos iba a trasladar a Sanidad. El doctor Puig, director general de Sanidad fue el
encargado de organizar nuestra salida. Sobre las once de la noche nos dirigimos
a Gerona en un coche cerrado que parecía una ambulancia. Con nosotros viajaban
Moreno Villa, el doctor Sacristán y varios científicos a los que no conocía, así como sus familias. De esta forma comenzamos un peregrinar por caminos y carreteras
secundarias abarrotadas de los que como nosotros huían de la barbarie
franquista en un río doloroso, lento e incesante. Era la procesión de los
exiliados. El viaje se hizo interminable hasta que llegamos por la mañana a
Cerviá de Ter, a diez kilómetros de Gerona. Nadie había conseguido dormir en
toda la noche y no habíamos tomado un solo bocado. Nos alojaron en casa de un
campesino donde pasamos la noche y a la mañana siguiente tuvimos que recorrer
un largo camino campo a través para llegar a la ambulancia. ("Caminante no hay camino ...")
Cuando llegamos a ella ya estaban todos los asientos ocupados y no había forma
de subir el baúl con la ropa de los cuatro miembros de la familia Machado, (las niñas ya se encontraban en la Unión Soviética), así
que para no dejarlo tirado por ahí se lo regalamos a un carretero.
Al
anochecer paramos en una Masía cerca de Viladesens y allí pasamos la noche, sentados
en sillas, sin poder dormir y con la angustia escapándose por la garganta. Fué
mi última noche en España. Por la mañana partimos hacia la frontera. Llegamos
al atardecer envueltos en una densa lluvia que hacía que a los enormes soldados
negros (guardias senegaleses) que estaban quietos con su fusil en el puesto
fronterizo les brillara la cara. Pocos metros antes de la frontera de Port Bou
la comitiva se detuvo. Tuvimos que abandonar la ambulancia y quedamos abandonados
a nuestra suerte. Delante había toda clase de vehículos empotrados unos en
otros, formando un tapón. Caía la tarde y había que pasar el control sanitario. Para avanzar más deprisa dejamos lo que nos quedaba de equipaje en el
vehículo con la intención de recogerlo más tarde. Nunca pudimos recuperarlo. Y
así, caminando, rodeados de una desesperada multitud, empapados hasta los
huesos, intentamos pasar la frontera. El espectáculo era desolador. Los
españoles deshechos, se lanzaban fuera de los coches y camiones e intentaban,
empujándose en la oscura noche, alcanzar cuanto antes el límite fronterizo
donde eramos tratados con repugnante desprecio.
Mamá
Ana y yo no pasamos el control. Gracias a las gestiones de mi gran amigo
Corpus Barga que tuvo que enseñar sus documentos oficiales y explicar a la
policía quienes éramos, ("Se trata de don
Antonio Machado, un viejo poeta que es en España lo mismo que Paul Valéry en
Francia, y que se encuentra enfermo y tan achacoso como su madre") nos llevaron en el automóvil del comisario hasta
Cerveré. Yo iba en el asiento delantero con Mamá Ana encima de mis rodillas,
como si fuera una niña. Nos dejaron en una cafetería de la plaza del pueblo
donde esperamos a los demás tomando café. A la hora de pagar me dijeron que no
admitían el dinero republicano y como yo no tenía otro le dije al camarero que
cobrara lo que fuera, como si eran mil pesetas. Lo único que conservaba era el
reloj de mi padre y no estaba dispuesto a empeñarlo.
Nos
dirigimos a la estación de tren de Cerveré. En los andenes de la misma se sufría
el acoso de los gendarmes que lo único que pretendían era llevarse a los
españoles a los campos de concentración, separando a los hijos de los padres, a
las mujeres de los maridos, actuando de una forma brutal. Nos refugiamos en un
vagón que se encontraba en vía muerta y allí pasamos la noche. Habíamos entrado
en Francia, "casi desnudos, como los
hijos de la mar". Corpus Barga consiguió de un amigo francés en
Perpiñán un préstamo en francos (aunque esto lo supe más tarde) y Navarro Tomás hizo las gestiones necesarias
para que la embajada de la República en París se ocupara de nosotros. Nos
recomendaron trasladarnos a París donde nos esperaban, pero me negué,
demasiados recuerdos de mi vida allí con Leonor y además hacía tiempo que me
flaqueaban las fuerzas, tenía 64 años y estaba enfermo.
Al
día siguiente partimos en tren hacia Colliure junto a Corpus Barga. A las cinco
y media de la tarde depositábamos nuestros enlutados cuerpos en el andén. Recuerdo
que llovía y hacía un frío intenso ese sábado 28 de enero de 1939. Corpus preguntó
a un joven ferroviario por un hotel donde alojarnos. El joven se llamaba Jacques Baills, era el jefe suplente
de la estación de Colliure quien me reconoció y nos recomendó el Hotel Bougnol-Quintana, cuya propietaria, Pauline Quintana, era
simpatizante de la República española. Corpus
Barga cogió a Mamá Ana en sus brazos y mientras la llevaba ésta le susurraba al
oído: "¿Llegamos pronto a Sevilla?" y
comenzamos a caminar buscando un taxi que nos llevara al hotel, pues el acceso
a él era difícil debido a la crecida del río. Cuando
nos dejó instalados, Corpus pago el hospedaje por adelantado hasta que la Embajada
se hiciera cargo del gasto y se marchó. Nunca pude agradecerle todo lo que
había hecho por nosotros.
Mamá estaba muy enferma y yo me encontraba agotado, acordándome de España y de lo
que habíamos vivido en las últimas horas. Estaba impregnado de dolorosos
recuerdos. Cuando rellené la ficha de la pensión me registré como profesor
aunque estuve a punto de poner "desterrado".
Mamá Ana y yo ocupamos una espartana
habitación, y mi hermano José y Matea otra. Ni Mamá ni yo saldríamos con
vida de ese hotel. Yo no podía olvidarme de España.
Cada mañana pedía a Madame Quintana que me permitiera escuchar la radio para estar
al día de lo que ocurría en mi torturado país. Le dije que como no tenía dinero
para pagarle le haría un poema. Madame Quintana nos cuidó con esmero y cariño.
Incluso nos facilitó ropa cuando se enteró que José y yo solo teníamos una
camisa cada uno. Cuando se lavaba la de uno, el otro debía esperar a que el que
estaba vestido terminara de comer para que le dejara su camisa y poder así
bajar al comedor. Una tarde le entregué una pequeña cajita
que contenía tierra de España, rogándole que si moría en ese pueblo me
enterraran con ella. Sé que Pauline guardó la caja vacía hasta el final de sus
días.
El ferroviario Jacques Baills, me prestó varios libros: El
mayorazgo de Labraz y El amor, el dandismo y la intriga, de
Pío Baroja, Los
vagabundos, de Gorki, y una pequeña biografía de Vicente Blasco
Ibáñez. Así pasaba mis días, leyendo, escuchando la radio y escribiendo a los
amigos. A primeros de febrero envié una carta a José Bergamín en la que le
contaba que después de un éxodo lamentable en las peores condiciones, me
encontraba en Colliure y que gracias a un pequeño auxilio oficial podíamos
sobrevivir, ya que mi problema más inmediato era poder resistir en Francia
hasta encontrar recursos para vivir allí de mi trabajo literario o trasladarme
a la URSS, donde sabía que encontraría una amplia y favorable acogida.
Mamá Ana seguía
muy enferma y yo no podía sobrevivir a la pérdida de España ni podía
sobreponerme a la angustia del destierro. Vivía con la certeza de que pronto
llegaría la muerte, pero una tarde le dije a mi hermano José: "Vamos a ver
el mar". Fuimos a la playa y nos sentamos en una de las barcas que
reposaba sobre la arena. Sentíamos el calor del sol a pesar del viento. Me
quité el sombrero y mirando a las casitas de pescadores le dije: "quien
pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación".
Después regresamos en silencio. Esa fue mi última salida. ("Cuando ya no hay
porvenir, por estar cerrado el horizonte a toda esperanza, es ya la muerte lo
que llega"). Me metí en la cama dispuesto a morirme. La
neumonía que padecía se iba agravando, así que eso facilitaría las cosas.
El espejo me devolvía una figura macilenta que no reconocía, parecía un
espectro. Recuerdo que entré en una especie de sopor y que a
veces hablaba para agradecer a Madame Quintana sus cuidados. Mis últimas
palabras fueron "Adiós, madre". Así que como todos sabéis fallecí a
las cuatro de la tarde del día 22 de febrero de 1939. Era miércoles de Ceniza. Mamá Ana, que llevaba días
inconsciente, tuvo un momento de lucidez y comprendió que había llegado el
momento de mi último viaje. Después cerró los ojos y tres días después el viaje
lo emprendería ella.
Fui amortajado con una simple sábana ("Para enterrar una persona,
con envolverla en una sábana basta"). Lo demás que se ha
contado son inventos. Al día siguiente antes de enterrarme metieron mi cuerpo en un ataud de
cinc que cerraron con un soplete, me cubrieron con la bandera republicana
que la noche anterior cosiera Pauline Quintana ("casi desnudo, como los hijos de la mar") y me depositaron
en el cementerio de Collioure, en un nicho prestado. Mi ataud tenía como
inscripción tan solo las letras “A.M.” y fue llevado a hombros por seis
milicianos de la Segunda Brigada de Caballería
del Ejército español que estaban recluidos en el pueblo, seguido de todos
los habitantes de la pequeña población francesa y un grupo de presos
republicanos a los que les permitieron acudir al entierro.
La
noticia de mi muerte se extendió con rapidez y desde
París pidieron mi traslado a la capital francesa para realizar un entierro con
pompa, pero mi familia se negó, algo que, sinceramente, les agradecí. Al día siguiente de ser enterrado llegó una carta
procedente de la Universidad de Cambridge en la que me ofrecían un puesto en el
rectorado del viejo templo de la sabiduría inglesa. Demasiado tarde para la
habitual puntualidad inglesa.
Unos días más tarde, mi hermano José encontró en uno de los bolsillos
de mi viejo gabán, escritos a lápiz, tres papelitos arrugados: En el primero
las palabras iniciales del monólogo de Hamlet “Ser o no ser”; en el
segundo unos versos de “Otras canciones a Guiomar"; y en el último un solo
verso alejandrino: "Estos días azules y este sol de la infancia".
Dos años después
de mi muerte fui juzgado de manera póstuma por la Comisión Depuradora del
Ministerio de Educación Nacional. El 7 de julio
de 1941, se propuso mi separación definitiva del servicio y la baja en el
escalafón respectivo. No solo me arrebataron todos los derechos, muerto ya,
además prohibieron la celebración de cualquier acto en mi honor, destruyendo y
proscribiendo gran parte de mi obra. ("Una
de las dos Españas ha de helarte el corazón").
Yo
era ya un héroe vencido, pero no elegí morir en Colliure y aquí permanezco. La
misma España que me heló el corazón jamás se interesó por mis restos y cuando
hube de abandonar el nicho prestado, fue una colecta popular en la que
contribuyeron gente como Pau Casals, Albert Camus y André Malraux, la que
consiguió la construcción de una nueva sepultura donde me encuentro con mi
madre, en suelo donado por el ayuntamiento de Collioure ("Todo pasa y todo
queda"). Sé que desde hace varias décadas soy un símbolo de la España del medio millón de republicanos que pasaron derrotados la frontera y
que convirtieron su exilio en el destino definitivo. Sé que mi muerte simboliza la muerte de la República, pero de lo que tengo absoluta certeza es de que
en España, lo mejor es el pueblo.
Hermosísimo, emocionante, recreador, reflexivo...este texto. Me habéis tocado el alma. Antonio Machado vive, mal que les pese a los innombrables y a los necios.
ResponderEliminarMuchas gracias.
ResponderEliminarCreo en el homenaje auténtico: una flor que surge del alma sincera y humilde del individuo. En medio de tanta falsedad y apariencia lo que tiene vida se aprecia. Gracias por aportar vuestro grano de arena.
Salud.
Gracias por vuestras palabras Fackel y Juan de Mairena.
ResponderEliminarEl poeta nos sigue doliendo, y su triste final aún más. Recuperar la memoria es un acto altamente subversivo, cuando lo practicas das voz a los que fueron acallados, devuelves dignidad a los que fueron ultrajados, revives los argumentos de los injusticiados, pones fin a la atroz impunidad del opresor, deja de perpetuarse la traición, vuelve el espíritu a volar, y das vida a la historia que te compone, eso somos al fin y al cabo, un registro, una memoria, de lo que fue y de lo que es, una recopilación de datos, de experiencias y de recuerdos.
Salud compañeros!
Muchas gracias María Torres, aunque sea ya el 24 de febrero de 2020. Tus palabras conmovedoras y preciosas me han llegado al alma y siento como nunca la presencia del maestro y poeta. No hay muerte mientras sus escritos, poemas, prosas y tantos poetas con sus elegías plasmaron su vida y su alma para siempre. Siempre será un acto revolucionario recitar sus poemas, enseñar al alumnado de cada centro, instituto o en conversaciones, estará vivo para siempre. Salud compañera y gracias siempre.
EliminarGracias Mariloli. Recuerda: "Hoy es siempre todavía"
EliminarEmocionante! Nada màas puedo agregar despuès de leer los comentarios anteriores, sobre todo el de Marìa Torres. Excelente!
ResponderEliminarMuchas gracias a todos!
Muchas gracias.
EliminarEmociona leer esto. Antonio Machado VIVE.
ResponderEliminarBellísimo dramático y poético.Gracias
EliminarGracias.
EliminarMachado y sus palabras vivirán por siempre.
Hermoso,dramático y poético.Gracias!
ResponderEliminarSe supone que quien redacto este articulo expone los últimos momentos del poeta con un sentido favor al Comunismo Staliniano Bolchevique, he leído que sobre su vida y nunca supe que tenia simpatías por Rusia, por España y su pueblo si, pero nada mas.
ResponderEliminarSupone usted fatal, y además se aprecia de poco o nada leyó de la vida del poeta. Le recomiendo un artículo que se publico en La Vanguardia titulado "Sobre la Rusia actual". Y en cuanto al sentido a "favor del comunismo bolchevique..." anda usted un poco confundido.
EliminarCuánto dolor ! Hermosísimo el relato.
ResponderEliminar