El Mando Superior fijó al general Miaja la misión asignada a la defensa en un documento que le fue entregado en sobre cerrado, al despedirse el Gobierno para marchar a Valencia al anochecer del 6 de noviembre, cuando se le designó comandante de la plaza.
Al propio tiempo se le entregó otro sobre cerrado al general Pozas, comandante del Ejército del Centro, cuyo Cuartel General debía instalarse en la cuenca del Tajuña o del Tajo (Tarancón), precisándosele la conducta que debía observar dicho ejército.
Ambos sobres tenían que ser abiertos al amanecer del día. Nunca llegué a conocer las razones que podían aconsejar esta limitación, en una situación de guerra que evolucionaba rapidisimamente.
Según se comprobó en ambos documentos, las misiones, atribuciones, responsabilidad y autonomía operativa que se fijaba o concedía a dichos jefes no concordaban bien; y medió la circunstancia que muy bien pudo ser obra del azar, que tales documentos ocuparan el sobre que no les correspondía, es decir, en el dirigido al general Miaja se introdujo la orden de la misión asignada al general Pozas, y en el de este general la que se fijaba a Miaja.
Pero quiso también el azar que por el carácter apremiante de lo sucesos, la gravedad de las circunstancias, que se hacía agobiante aquella noche del 6, y para evitar que ésta transcurriese sin adoptar las ineludibles disposiciones de primera urgencia para la defensa de una ciudad que iba a ser atacada en plazo de pocas horas, y se con jurase, cuando menos, la confusión subsiguiente, el general Miaja resolvió no esperar al amanecer del 7, cuando ya estarían lejos de Madrid el CG del Ejército del Centro y el Gobierno y, con ello se habrían multiplicado las dificultades para un entendimiento rápido y directo con ambos escalones del Comando Superior.
Mediada la noche, el general Miaja abrió el sobre que se le había entregado: contenía la directiva que el jefe del Gobierno y comandante supremo de las fuerzas de la República daba al general Pozas, pero no la misión que a él le correspondía y de la que tan sólo oralmente se le había adelantado su significado más sencillo.
Sin duda, se había producido una confusión en el curso de tan importante documento, pero el efecto mínimo que tal error burocrático iba a provocar sería que se retrasase el conocimiento de la misión concreta que la Defensa debía cumplir, así como las condiciones que el Mando Supremo estimaba que debían observarse en su desarrollo. Sin embargo, conocer lo esencial era bastante y se sabía: defender la capital de España; lo demás, las condiciones de esa defensa, en poco podían mermar el alto significado de tal misión.
Por fortuna se pudo encontrar al general Pozas antes de que se ausentara de Madrid, deshacer el error en que se había incurrido y conocer cuanto debía conocerse, pues el general Pozas también resolvió abrir su sobre antes de alejarse de Madrid con su Cuartel General, y había sufrido la misma sorpresa, cayendo en igual incertidumbre por ignorar el mandato expreso que se dictaba al Ejército del Centro.
Al propio tiempo se le entregó otro sobre cerrado al general Pozas, comandante del Ejército del Centro, cuyo Cuartel General debía instalarse en la cuenca del Tajuña o del Tajo (Tarancón), precisándosele la conducta que debía observar dicho ejército.
Ambos sobres tenían que ser abiertos al amanecer del día. Nunca llegué a conocer las razones que podían aconsejar esta limitación, en una situación de guerra que evolucionaba rapidisimamente.
Según se comprobó en ambos documentos, las misiones, atribuciones, responsabilidad y autonomía operativa que se fijaba o concedía a dichos jefes no concordaban bien; y medió la circunstancia que muy bien pudo ser obra del azar, que tales documentos ocuparan el sobre que no les correspondía, es decir, en el dirigido al general Miaja se introdujo la orden de la misión asignada al general Pozas, y en el de este general la que se fijaba a Miaja.
Pero quiso también el azar que por el carácter apremiante de lo sucesos, la gravedad de las circunstancias, que se hacía agobiante aquella noche del 6, y para evitar que ésta transcurriese sin adoptar las ineludibles disposiciones de primera urgencia para la defensa de una ciudad que iba a ser atacada en plazo de pocas horas, y se con jurase, cuando menos, la confusión subsiguiente, el general Miaja resolvió no esperar al amanecer del 7, cuando ya estarían lejos de Madrid el CG del Ejército del Centro y el Gobierno y, con ello se habrían multiplicado las dificultades para un entendimiento rápido y directo con ambos escalones del Comando Superior.
Mediada la noche, el general Miaja abrió el sobre que se le había entregado: contenía la directiva que el jefe del Gobierno y comandante supremo de las fuerzas de la República daba al general Pozas, pero no la misión que a él le correspondía y de la que tan sólo oralmente se le había adelantado su significado más sencillo.
Sin duda, se había producido una confusión en el curso de tan importante documento, pero el efecto mínimo que tal error burocrático iba a provocar sería que se retrasase el conocimiento de la misión concreta que la Defensa debía cumplir, así como las condiciones que el Mando Supremo estimaba que debían observarse en su desarrollo. Sin embargo, conocer lo esencial era bastante y se sabía: defender la capital de España; lo demás, las condiciones de esa defensa, en poco podían mermar el alto significado de tal misión.
Por fortuna se pudo encontrar al general Pozas antes de que se ausentara de Madrid, deshacer el error en que se había incurrido y conocer cuanto debía conocerse, pues el general Pozas también resolvió abrir su sobre antes de alejarse de Madrid con su Cuartel General, y había sufrido la misma sorpresa, cayendo en igual incertidumbre por ignorar el mandato expreso que se dictaba al Ejército del Centro.
Observamos ahora que en el oficio al general Miaja se le ordenaba taxativamente:
1. «La defensa de la capital a toda costa».
2. Llevar esa defensa hasta el límite y en el caso de que a pesar de todos los esfuerzos haya de abandonarse la capital.
2. Llevar esa defensa hasta el límite y en el caso de que a pesar de todos los esfuerzos haya de abandonarse la capital.
3. Si los defensores fuesen expulsados de Madrid «las fuerzas deberán replegarse en dirección a Cuenca para establecer una línea defensiva en el lugar que le indique el General Jefe del Ejército del Centro».
4. El comandante de la Defensa debía estar siempre en contacto y subordinación con el comandante del Ejército del Centro para los movimientos militares, y del que recibirá para la defensa.
La idea de abandono del objetivo que aparece en el inciso 2 contradice el mandato terminante del 1. El abandono está militarmente descartado cuando se ordena la defensa a toda costa, porque en caso de cumplirse el mandato se perece en él o se es expulsado de la posición a viva fuerza: el comandante de la Defensa optó por acatar el primer punto renunciando a toda idea de abandono.
Lo consignado en el inciso 4 hacía inexplicable la servidumbre impuesta de no abrir los sobres hasta el amanecer del día 7, pues si el general Pozas debía dar las órdenes para la defensa era natural que lo hiciese antes de partir (acción prevista por el Comando Superior para antes del amanecer) y a base de la misión general de su ejército. También parecía obligado que ambos generales considerasen conjuntamente el problema militar, sin que se aplazasen las órdenes que hubiera de dictar el general Pozas, pues la pérdida de tiempo podía hacerlas inaplicables.
En otro orden, los conceptos subrayados en el 4 fueron motivo de confusión y provocaron algunas fricciones, por fortuna sin transcendencia, por el buen sentido con que procedieron ambos generales: se interpretaron tales conceptos en el sentido de que la idea de subordinación, operativamente sólo se refería a los movimientos y a la conducta defensiva que pudiera derivarse de un repliegue, mas no en lo que se refería a la estricta defensa de la ciudad a toda costa, por cuanto las funciones de mando en la capital, política y militarmente, iba a ejercerlas el comandante de la plaza, como presidente nombrado de la Junta de Defensa, y porque, como tal, actuaba en funciones delegadas directamente por el Gobierno, sin interferencia del Ejército del Centro.
Resulta por demás evidente que si el contenido de ambos sobres hubiera seguido cambiado hasta el amanecer del día 7 otros efectos inevitables derivados de aquel error hubieran podido ser:
Lo consignado en el inciso 4 hacía inexplicable la servidumbre impuesta de no abrir los sobres hasta el amanecer del día 7, pues si el general Pozas debía dar las órdenes para la defensa era natural que lo hiciese antes de partir (acción prevista por el Comando Superior para antes del amanecer) y a base de la misión general de su ejército. También parecía obligado que ambos generales considerasen conjuntamente el problema militar, sin que se aplazasen las órdenes que hubiera de dictar el general Pozas, pues la pérdida de tiempo podía hacerlas inaplicables.
En otro orden, los conceptos subrayados en el 4 fueron motivo de confusión y provocaron algunas fricciones, por fortuna sin transcendencia, por el buen sentido con que procedieron ambos generales: se interpretaron tales conceptos en el sentido de que la idea de subordinación, operativamente sólo se refería a los movimientos y a la conducta defensiva que pudiera derivarse de un repliegue, mas no en lo que se refería a la estricta defensa de la ciudad a toda costa, por cuanto las funciones de mando en la capital, política y militarmente, iba a ejercerlas el comandante de la plaza, como presidente nombrado de la Junta de Defensa, y porque, como tal, actuaba en funciones delegadas directamente por el Gobierno, sin interferencia del Ejército del Centro.
Resulta por demás evidente que si el contenido de ambos sobres hubiera seguido cambiado hasta el amanecer del día 7 otros efectos inevitables derivados de aquel error hubieran podido ser:
a) Que ambos generales se habrían encontrado al amanecer del día 7 sin saber qué mandato expreso recibían, y, en contradicción, el general Miaja, a quien se imponía la defensa «a toda costa», sólo se enteraba de la idea de maniobra hacia el Tajuña o el Tajo que se señalaba al general Pozas para el Ejército del Centro, induciéndoles así a admitir la idea de repliegue [7]. A su vez el general Pozas se enteraba de que su subordinado y él sólo eventualmente — en caso de fracasar la defensa de la capital— podían pensar en la retirada a la línea del Tajo o del Tajuña, y si tal maniobra la imponía el adversario apremiantemente (como las de anteriores jornadas), tendría que hacerlo dirigiendo la maniobra desde un PC improvisado y prácticamente desconectado de todo su frente de maniobra, por carecer de la necesaria red de transmisiones desde Tarancón.
b) Que para deshacer el error, pasando el contenido de cada sobre a su verdadero destinatario, y que éstos conocieran con tiempo útil su verdadera misión (teniendo en cuenta la distancia de Tarancón a Madrid) habrían sido necesarias de dos a tres horas: o sea, que el general Miaja no habría conocido su misión de defensa «a toda costa» hasta ese tiempo, después que hubiera comenzado el ataque; y si como consecuencia del ataque las milicias, por obra de la desmoralización, se hubieran retirado en desorden, como vino sucediendo en los combates del sur de Madrid, las probabilidades de derrota se habrían multiplicado y ni el general Pozas habría podido cumplir con oportunidad y eficacia lo que se indica en el inciso 3, ni el general Miaja orientar su retirada hacia Cuenca, o coordinar su repliegue con el de las fuerzas de la serranía, por no existir en tal momento un mando que gobernase el conjunto de la acción, ni unas órdenes precisas para dar articulación a la maniobra.
c) Cabe añadir a las circunstancias expuestas la derivada de los sucesos que se habían producido la noche del 6 en Tarancón (detención, por una unidad de Milicias, de algunos ministros y autoridades cuando se desplazaban hacia Valencia, como protesta por su salida de la capital en los momentos de peligro para la ciudad), a virtud de la cual el general Pozas tuvo que quedar provisionalmente con su CG en el valle del Tajuña.
d) No se puede decir que aquellas horas de la noche del 6 al 7 el Comando de la Defensa hubiera permanecido pasivo hasta las 6 de la mañana (hora indicada para abrir el sobre), pero sí se puede afirmar que no se habría explotado al minuto el tiempo de que se disponía antes del ataque y que algunas de las importantes disposiciones que se dictaron habrían quedado diferidas hasta conocer el documento encerrado en el sobre.
Expuesto el hecho comentado y las circunstancias que en él concurrieron, dejo libre el campo a la especulación, pero afirmo que aquel error burocrático, o minúsculo, pudo tener repercusiones gravísimas en orden a la defensa de la capital.
El pensamiento del Mando Superior, conocido oralmente por el general Miaja antes de partir aquél para Valencia, fue interpretado admitiendo que debía garantizarse la defensa de la capital por lo menos durante siete días para que aquel Mando Superior montara y llevara a cabo, bajo su alta dirección, una maniobra o fuerte contraataque que debía desembocar desde el valle del Jarama (región de La Marañosa) sobre la retaguardia enemiga, a fin de cortar sus comunicaciones con Toledo y Extremadura.
Se sabía que tal maniobra debía ser realizada por una parte de las Brigadas que estaban organizándose en Levante (1.ª, 2.ª, 3.ª, 4.ª, 5.ª, 6.ª nacionales y XI y XII internacionales), algunas de las cuales ya estaban en la fase de transportes hacia la zona de maniobras. De dicha acción se esperaba por el Mando Superior un resultado decisivo, pues se pretendía batir al enemigo o, cuando menos, obligarle a retirarse del frente de la capital.
Visto el problema de conjunto en el cuadro del Ejército del Centro, resultaba evidente que la defensa de Madrid no podía quedar desvinculada de la de las fuerzas de la sierra dependientes de dicho ejército, como tampoco de la que pudiese llevar a cabo el Mando Superior al sur de la capital, con tropas frescas.
Cualesquiera que fuesen los resultados de tal operación, ésta tendría repercusiones para la defensa de Madrid y en la subsiguiente actividad del Sistema de Fuerzas de todo el ejército.
En todo caso, a la defensa de Madrid le interesaba saber: 1.º, qué ayuda podía recibir para cumplir su misión, en vista de la penuria de medios que aquella noche se revelaba, y 2.º, cómo debía coordinarse su maniobra con la de las fuerzas de la sierra, a las que inexorablemente estábamos ligados, en la buena y en la mala fortuna.
Para estimarlo así basta observar que la totalidad del frente defensivo, en el momento que iba a iniciarse la batalla (véase croquis 1), se apoyaba en la serranía, formando un extenso semicírculo por el norte y el oeste para entrar en la llanura del sur de Madrid, dejando en nuestro poder Boadilla del Monte, Pozuelo de Alarcón, Húmera y Carabanchel Bajo; quedaba controlada por las fuerzas leales la línea del Manzanares y el Jarama hasta Ciempozuelos y, desde este punto, seguía la ribera del Tajo, para desprenderse de ella eventualmente en la cabeza de puente de Toledo y, más allá, aguas abajo, después de Talavera de la Reina, donde doblaba hacia el sur para enlazar con lo que después sería el frente del Ejército de Extremadura.
Por el norte, el frente de combate abandonaba la serranía en Lozoya, cubría Buitrago y el embalse de Lozoya, pasando por el sector de Guadalajara, donde dejaba en nuestro poder Tamajón, Cogolludo, Jadraque, Almadrones y Cifuentes, al este de cuyo caserío seguía el cauce del Alto Tajo hasta los montes que circundan Albarracín por el sur, donde enlazaba con el frente de Aragón.
Todas las fuerzas desplegadas en ese extenso frente formaban una gran bolsa que iba desde Vaciamadrid hasta Cifuentes, y sus comunicaciones gravitaban hacia Levante, donde se hallaba realmente nuestra base de abastecimiento y hacia la cual estaban orientados los ejes carretero y ferroviario.
Resultaban así evidentes estas dos conclusiones: que la caída de cualquier porción de dicho frente, en la parte que dependía del Ejército del Centro, repercutiría peligrosamente en las posibilidades de conservación de la capital e, inversamente, que la caída de ésta haría extremadamente difícil para el Ejército del Centro el repliegue del frente de la sierra y la conservación de sus comunicaciones con Levante. Ambos riesgos cobraban mayor valor, en razón de la penuria de medios y la desorganización de las fuerzas, y porque a lo largo del frente existían numerosos espacios que se hallaban simplemente vigilados.
Aunque la responsabilidad defensiva del comando de la capital se contraía, según ya se ha dicho, al espacio comprendido entre el río Guadarrama (al O de Boadilla del Monte) y Vaciamadrid (al SE de la capital), si se había de resistir una embestida medianamente reiterada, era necesario prever las reservas de que íbamos a necesitar para alimentar nuestra propia maniobra.
El Ejército del Centro no disponía de ellas, porque las de la serranía habían acudido a cubrir el frente creado por el avance de las fuerzas del flanco izquierdo enemigo, desde Navalagamella hasta el río Guadarrama.
Al reorganizar las fuerzas se hacía indispensable crear nuestras propias reservas, fijando su volumen, ubicación y clase de tropas, según la traza que diéramos a nuestra maniobra defensiva, si era posible darle alguna con aquella polvareda de combatientes. Mas como la formación de tales reservas no era cuestión que pudiera resolverse en una ni en dos jornadas, urgía recabar del Mando Superior el envío de unidades y medios procedentes de la retaguardia. Así se hizo, reclamándolas con urgencia, con apremio, tal y como la situación aconsejaba.
General Vicente Rojo
"Así fué la defensa de Madrid"
Capítulo II - Planteamiento de la Batalla (6)
Asociación de Libreros de Lance de Madrid, 2006
Expuesto el hecho comentado y las circunstancias que en él concurrieron, dejo libre el campo a la especulación, pero afirmo que aquel error burocrático, o minúsculo, pudo tener repercusiones gravísimas en orden a la defensa de la capital.
El pensamiento del Mando Superior, conocido oralmente por el general Miaja antes de partir aquél para Valencia, fue interpretado admitiendo que debía garantizarse la defensa de la capital por lo menos durante siete días para que aquel Mando Superior montara y llevara a cabo, bajo su alta dirección, una maniobra o fuerte contraataque que debía desembocar desde el valle del Jarama (región de La Marañosa) sobre la retaguardia enemiga, a fin de cortar sus comunicaciones con Toledo y Extremadura.
Se sabía que tal maniobra debía ser realizada por una parte de las Brigadas que estaban organizándose en Levante (1.ª, 2.ª, 3.ª, 4.ª, 5.ª, 6.ª nacionales y XI y XII internacionales), algunas de las cuales ya estaban en la fase de transportes hacia la zona de maniobras. De dicha acción se esperaba por el Mando Superior un resultado decisivo, pues se pretendía batir al enemigo o, cuando menos, obligarle a retirarse del frente de la capital.
Visto el problema de conjunto en el cuadro del Ejército del Centro, resultaba evidente que la defensa de Madrid no podía quedar desvinculada de la de las fuerzas de la sierra dependientes de dicho ejército, como tampoco de la que pudiese llevar a cabo el Mando Superior al sur de la capital, con tropas frescas.
Cualesquiera que fuesen los resultados de tal operación, ésta tendría repercusiones para la defensa de Madrid y en la subsiguiente actividad del Sistema de Fuerzas de todo el ejército.
En todo caso, a la defensa de Madrid le interesaba saber: 1.º, qué ayuda podía recibir para cumplir su misión, en vista de la penuria de medios que aquella noche se revelaba, y 2.º, cómo debía coordinarse su maniobra con la de las fuerzas de la sierra, a las que inexorablemente estábamos ligados, en la buena y en la mala fortuna.
Para estimarlo así basta observar que la totalidad del frente defensivo, en el momento que iba a iniciarse la batalla (véase croquis 1), se apoyaba en la serranía, formando un extenso semicírculo por el norte y el oeste para entrar en la llanura del sur de Madrid, dejando en nuestro poder Boadilla del Monte, Pozuelo de Alarcón, Húmera y Carabanchel Bajo; quedaba controlada por las fuerzas leales la línea del Manzanares y el Jarama hasta Ciempozuelos y, desde este punto, seguía la ribera del Tajo, para desprenderse de ella eventualmente en la cabeza de puente de Toledo y, más allá, aguas abajo, después de Talavera de la Reina, donde doblaba hacia el sur para enlazar con lo que después sería el frente del Ejército de Extremadura.
Por el norte, el frente de combate abandonaba la serranía en Lozoya, cubría Buitrago y el embalse de Lozoya, pasando por el sector de Guadalajara, donde dejaba en nuestro poder Tamajón, Cogolludo, Jadraque, Almadrones y Cifuentes, al este de cuyo caserío seguía el cauce del Alto Tajo hasta los montes que circundan Albarracín por el sur, donde enlazaba con el frente de Aragón.
Todas las fuerzas desplegadas en ese extenso frente formaban una gran bolsa que iba desde Vaciamadrid hasta Cifuentes, y sus comunicaciones gravitaban hacia Levante, donde se hallaba realmente nuestra base de abastecimiento y hacia la cual estaban orientados los ejes carretero y ferroviario.
Resultaban así evidentes estas dos conclusiones: que la caída de cualquier porción de dicho frente, en la parte que dependía del Ejército del Centro, repercutiría peligrosamente en las posibilidades de conservación de la capital e, inversamente, que la caída de ésta haría extremadamente difícil para el Ejército del Centro el repliegue del frente de la sierra y la conservación de sus comunicaciones con Levante. Ambos riesgos cobraban mayor valor, en razón de la penuria de medios y la desorganización de las fuerzas, y porque a lo largo del frente existían numerosos espacios que se hallaban simplemente vigilados.
Aunque la responsabilidad defensiva del comando de la capital se contraía, según ya se ha dicho, al espacio comprendido entre el río Guadarrama (al O de Boadilla del Monte) y Vaciamadrid (al SE de la capital), si se había de resistir una embestida medianamente reiterada, era necesario prever las reservas de que íbamos a necesitar para alimentar nuestra propia maniobra.
El Ejército del Centro no disponía de ellas, porque las de la serranía habían acudido a cubrir el frente creado por el avance de las fuerzas del flanco izquierdo enemigo, desde Navalagamella hasta el río Guadarrama.
Al reorganizar las fuerzas se hacía indispensable crear nuestras propias reservas, fijando su volumen, ubicación y clase de tropas, según la traza que diéramos a nuestra maniobra defensiva, si era posible darle alguna con aquella polvareda de combatientes. Mas como la formación de tales reservas no era cuestión que pudiera resolverse en una ni en dos jornadas, urgía recabar del Mando Superior el envío de unidades y medios procedentes de la retaguardia. Así se hizo, reclamándolas con urgencia, con apremio, tal y como la situación aconsejaba.
General Vicente Rojo
"Así fué la defensa de Madrid"
Capítulo II - Planteamiento de la Batalla (6)
Asociación de Libreros de Lance de Madrid, 2006
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