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1164. Así fué la defensa de Madrid. III - Acciones preliminares (1)



La maniobra hasta el lindero de la ciudad y sus repercusiones

Fracasado el contraataque de Illescas a primeros de octubre con el cual quiso el mando del Ejército del Centro contener el ataque a Madrid batiendo a la principal columna adversaria que maniobraba teniendo como eje la carretera de Toledo, las fuerzas, replegadas con algún desorden, se reorganizaron en la línea de los Torrejones, a vanguardia de la carretera de Valdemoro a Griñón.

Los elementos más avanzados no llegaron a apoyarse en las fortificaciones que, en forma dispersa y principalmente a base de nidos de ametralladoras, se habían construido precipitadamente para que fueran ocupados por el primer escalón de la defensa de la capital.

La desorganización que se había producido en las fuerzas no les permitió afrontar los ataques incesantes y numerosos que en todo el frente y con manifiesta superioridad llevaban a cabo las columnas enemigas.

Continuó el repliegue sobre Madrid en forma ciertamente desordenada y sólo se ofrecían resistencias localizadas en algunos lugares donde actuaban unidades de moral exaltada o que estaban conducidas por jefes audaces y valerosos.

La confusión fue extraordinaria mientras nuestras tropas se hallaron en campo abierto, y sus esfuerzos resultaban baldíos, porque las pequeñas unidades que los realizaban se veían fácilmente desbordadas y en peligro de ser envueltas, en razón de la mayor aptitud maniobrera de las tropas enemigas y por ser mejor el encuadramiento y la conducción de las mismas. Nosotros, prácticamente, carecíamos de cuadros subalternos de mando.

En tales condiciones y multiplicándose la confusión prosiguió el repliegue hasta la línea Campamento de Retamares–Carabanchel Alto– Villaverde.

Tan categórico era nuestro desconcierto en el montaje y manejo del Sistema de Fuerzas (si así podía llamarse el enjambre de pequeñas unidades dispersas por el sur de Madrid) que una acción de cuña más audaz que hubiera realizado el adversario, por su mayor capacidad de maniobra y empleando más potencia en el centro, habría aclarado su situación favoreciendo la resolución del problema estratégico que se había planteado.

Sin duda le faltó información veraz o pesó en sus determinaciones la dureza de los combates habidos en la región de Talavera de la Reina; lo cierto fue que después de dichos combates, por nuestras dificultades en la conducción de la maniobra de conjunto y por el arbitrario empleo que se hacía de las pocas fuerzas organizadas de que se disponía, nuestro Mando Superior tuvo muy mal cubierto —prácticamente desguarnecido— el eje del esfuerzo principal del atacante (carretera Talavera–Maqueda–Madrid), apenas defendido durante toda una larga semana por unos cuantos centenares de hombres sin reservas.

Pasada esa crisis estimábamos por nuestra parte que en la maniobra enemiga presidían las ideas de seguridad, continuidad y articulación, más que las de audacia, sorpresa y rapidez de la acción con un mínimo de pausas. No obstante, después de la ocupación de Toledo, a medida que se reducía el frente de aplicación de la cuña de maniobra (quedó reducido a la mitad al pasar de la base de partida Bargas–San Martín de Valdeiglesias a la base Pinto–Brunete) aumentaba la potencia de sus golpes, sin que nuestro ya deshecho frente logrará reconstituirse con la mínima cohesión.

En síntesis: las unidades de milicias podían resistir esporádicamente en algunos lugares donde se imponía la energía de algunos jefes, pero esto no impedía que el conjunto fuese incesantemente arrollado y que el repliegue careciese de un mínimo de orden, aunque en la lucha se multiplicasen los actos de valor.

Por eso en muy pocos días pudo pasar a manos enemigas la importante zona de maniobras que se extendía en el espacio comprendido entre su base de partida inicial a primeros de octubre en Maqueda–Bargas y la que alcanzaron el día 6 para el asalto a la ciudad a la altura de Carabanchel.

Como ya se ha dicho, en esos mismos días el Gobierno decidió su desplazamiento a Valencia. Se había discutido en el campo político con opiniones contradictorias (y muy agrias) si procedía efectuarlo. Prevaleció la respuesta afirmativa, y los rápidos progresos de la maniobra atacante en los primeros días de noviembre obligaron a que se llevase a cabo con alguna precipitación.

Tal circunstancia provocó, primero, una crisis que deprimió la moral de la masa ciudadana y después una reacción que sería, en el orden militar, favorable a la defensa, por cuanto el pueblo madrileño comprendió la gravedad del peligro de ver asaltada su ciudad y la necesidad de consagrarse abnegadamente a su defensa.

Tal crisis se manifestaba en unos sectores en forma de exaltación patriótica, vinculada o no a sus ideales políticos, pero ahora con un significado profundamente humano; en otros se descubrían caracteres de negro pesimismo, temor, desconcierto, miedo…; los más eran víctimas de la duda, ¿era posible la resistencia o inevitable la caída?; sin embargo, la crisis era cierta y la ansiedad de saber qué iba a suceder tenía, en los más, signos de angustia.

El resultado de esa crisis dependía realmente de cómo se revelase la voluntad de acción de las masas humanas (combatiente y meramente ciudadana), es decir, de cómo se produjese la revulsión del enfermo que iba a entrar en período de coma, hacia la muerte o hacia la vida. En período de coma las probabilidades de vida son mínimas. Iguales eran, en aquellos momentos, las posibilidades de salvar la capital.

El doctor (Gobierno), al despedirse del paciente, le había recetado simplemente unos paliativos sin trascendencia curativa alguna, dejándolo en manos de Dios para que la fe y la naturaleza hiciesen lo que la ciencia rectora de la política no había sabido o podido hacer. Y fueron esa fe, a través de la moral de guerra, y esa obra de la naturaleza, a través de la voluntad (savia inextinguible en el hombre español, en sus horas difíciles), las que produjeron una exaltación de la moral, a la que contribuyeron poderosamente los dirigentes políticos, viejos y jóvenes, que voluntariamente se quedaron en Madrid conservando sin desmoralizar el espíritu de sacrificio, luchando hasta el fin, y gracias a él, y sus arengas habladas o escritas en la prensa y radio, mantuvieron encendida la pasión de lucha. Todo eso provocó la revulsión necesaria devolviendo al enfermo una vitalidad inusitada, en la que se ponía de relieve que la combatividad del hombre que se batía defendiendo ideales, bien o mal comprendidos, pero ideales al fin, no se había extinguido todavía.

Y pudo ser así porque aquellos fueron momentos en que los factores negativos que podían inclinar la balanza hacia el fracaso se mantuvieron discretamente ocultos. Algunos de ellos se han revelado después, como éste, de un autor ya citado (Zugazagoitia) que muestra crudamente el pesimismo que dominaba en algunas personas y sectores políticos de relieve. Si estos detalles no se conociesen, descritos por quienes les dieron vida, el lector difícilmente podría coordinar todos los factores de aquella crisis de moral. Dice así aquel autor:

Prieto, que hizo un rato de tertulia en nuestra redacción, no recataba su pesimismo. Estaba afligido por la suerte de la capital. La consideraba perdida…

—La noticia de la marcha del Gobierno se conocerá mañana y no habrá quien no crea que se trata de una fuga. El silencio de que se ha rodeado el traslado le da esa apariencia de deserción. En la guerra, las previsiones son inexcusables y es equivocado esperar el último momento, porque en la precipitación se hacen mal las cosas que importa mucho que se hagan bien. ¿Usted qué piensa hacer? 

—Quedarme —le respondí—. Nuestro periódico no puede dejar de publicarse. Una suspensión en estas circunstancias supondría el acabamiento de nuestro partido. Además, que las cosas que hayan de suceder no irán tan rápidas como para que necesitemos salir esta misma noche a uña de caballo. 

—Mañana ni pasado, en efecto, no creo que suceda nada; pero al siguiente día, no se haga Ud. ilusiones, las tropas de Franco estarán en la Puerta del Sol. 

—¿De verdad cree Ud. eso que dice? 

—Sí, de verdad. ¿Piensa Ud. otra cosa? Lo que le he dicho. Dentro de tres días estarán en la Puerta del Sol…

Y poco más adelante perfila el autor el pesimismo que flotaba en el ambiente madrileño, poniendo en boca del cronista de guerra de su diario —que se justificaba por no poder enviarle material publicaba— las siguientes palabras:

—Aquí no se entiende nadie. Esto es una casa de orates furiosos. No quiera saber lo que se dice del Gobierno. Da miedo andar por los pasillos (se refiere al Ministerio de la Guerra). Todo el mundo se va y los que se quedan ¡qué caras tienen! No se incomode conmigo si no le mando nada. Es que no puedo. Materialmente no puedo (…). Si tenemos que levantar el campo lo sabremos los primeros; que eso no le dé cuidado. A cualquier hora del día o de la noche sabrá si tiene que hacer la maleta. Es bueno que siempre tenga un coche dispuesto y las pistolas para defenderlo en la carretera.

La crisis que acabamos de exponer no podía percibirla el adversario, pero por su proceder parece que la intuía. Lo que no podía sospechar ni intuir era la mutación que simultánea e insensiblemente se estaba produciendo en la masa combatiente, ajena a aquel derrotismo.

Pensando con la lógica en la mano, nuestros adversarios veían fácil, llana, rápida la culminación de su obra entrando en Madrid, pues era natural que así lo estimasen después de la experiencia de un mes de operaciones victoriosas y, especialmente, por los resultados que habían obtenido los últimos cuatro días. De aquí que, paralelamente a la elaboración de su Orden de Operaciones para la maniobra de ataque, otros organismos ajenos al Mando Militar redactasen el programa de festejos con que se había de celebrar tan gran acontecimiento, tanto en Madrid como en toda España.

Esperaban como suceso natural y fulminante el derrumbamiento de la moral de su adversario. Pero la verdad, al otro lado del Manzanares, era que la moral se exaltaba de manera pocas veces igualada.

Este hecho, concebido por pocos, provocado no se sabe por quién, pero alentado por innumerables hombres y mujeres de acción, sin distinción de clases ni de matices políticos, y vivificado por la voluntad de cientos de miles de españoles, entre los que naturalmente no contaban los que se habían marchado a Valencia, hizo variar en el curso de media jornada el panorama de la lucha.

Ésta sería una sorpresa para Madrid, para los propios combatientes y especialmente para el adversario: en el orden técnico, fríamente considerado, resulta de difícil explicación. Trataremos de hallarla en este estudio. Por ahora, para comprender lo que ha de venir, sí cabe afirmar de manera categórica que los inmutables principios del arte de la guerra, la voluntad de vencer, la acción de conjunto y la sorpresa, que hasta el comienzo de la batalla de Madrid, «habían brillado por su ausencia» (ausencia que explicaba los reveses), iban a mostrarse a ella con la plenitud de su poder y de su eficacia. He ahí cómo la más breve y confusa de las etapas que dan estructura a dicha batalla iba a resultar la de máxima trascendencia tanto en el orden espiritual como en el material.


General Vicente Rojo
"Así fué la defensa de Madrid"
Capítulo  II - Acciones preliminares (1)
Asociación de Libreros de Lance de Madrid, 2006








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