Oficina de alistamiento Casa Charra. Calle Alcalá 20 de Madrid . Noviembre 1936 (Foto: Luis Ramón Marín) |
Actividades en el Comando de la Defensa
Situémonos en el ambiente del Estado Mayor: desde la
misma noche del 6 de noviembre y de acuerdo con el comandante de la plaza en la
interpretación del problema, comprendimos la necesidad de no perder una sola
hora en la adopción de algunas medidas de máxima urgencia. Fueron las
siguientes:
1. Convocar a los jefes de las fuerzas que operaban
cubriendo los ejes de penetración en Madrid, y a los jefes de organismos de
retaguardia (Parque de Artillería, Abastecimientos, Sanidad, Transportes, etc.),
para obtener información directa y precisa de la situación y de la
disponibilidad de medios, y darles órdenes (las transmisiones funcionaban mal y
se sospechaba que estaban intervenidas).
2. Informar a los combatientes y a la
ciudad del cambio de mando y de los propósitos del comandante que se había
designado para dirigir la defensa.
3. Poner orden en el desorden reinante en el frente y
en la retaguardia.
4. Asegurar, con elementos de enlace, la relación con los
mandos responsables y con las unidades que pudieran localizarse en el frente de
lucha, garantizando la continuidad de esa relación mediante un sistema de
transmisiones directamente controlado por el comando.
5. Dar vida a una
consigna a la que unánimemente se atribuyó la máxima importancia: todos los
hombres aptos para la lucha y todas las armas que poseían y se mantenían en la retaguardia, debían desplazarse al
frente, porque allí estaba el deber de los primeros y el más eficaz empleo de
las segundas.
6. Citación a los jefes y oficiales disponibles en Madrid para
ser empleados dando una nueva estructura a la red de mandos.
7. Establecer una
permanente y estrecha colaboración con cuantos organismos oficiales o privados
pudieran auxiliar al mando o simplificar su libertad de determinación en la conducción
de las fuerzas.
8. Resistir sin idea de repliegue. Exigir que todos
mantuviesen, a través de jefes responsables, contacto permanente con el Comando
de la Defensa. Asegurar enlaces laterales entre las unidades y columnas del
frente de combate. Reaccionar sistemáticamente contra las infiltraciones de
pequeños grupos. Intensificar las tareas de fortificación en todo el frente y
esperar nuevas órdenes, que llegarían dentro de la jornada del 7, tan pronto se
aclarase la situación y se estableciese un ordenamiento táctico de las tropas.
Todo ello sería tema de la orden categórica que se
daría a los jefes de columna que acudieran al llamamiento indicado en el inciso
1; a los demás se les comunicaría mediante agentes de enlace antes de amanecer.
9. En razón de la manifiesta penuria de medios, recabar del mando Superior las
urgentes ayudas que se consideraban indispensables y que se precisarían tan
pronto se conociesen las disponibilidades reales de la defensa.
Todo lo indicado se hizoapremiantemente, o quedó prendido con alfileres para
su ulterior realización, cuando las circunstancias lo hicieran posible.
Al
llamamiento indicado en el inciso 6 respondieron sobradamente los jefes y
oficiales disponibles, lo que permitió crear una estructura de mando que tenía estas
bases de eficacia: el entendimiento recíproco, la canalización jerárquica de la
función de Mando y la restauración del sentido de responsabilidad en el
cumplimiento del deber militar, que comenzó a prevalecer sobre cualquier otro
tipo de deberes.
La eficacia de las medidas sintetizadas no se hizo esperar, aunque la plenitud de
su eficacia se produjese más tarde.
Las primeras doce horas de la defensa
fueron tan críticas como fecundas. Desde los primeros cañonazos del atardecer
del 6 a las primeras horas del ataque del 7 había transcurrido una noche de
verdadera fiebre bélica, para aquel enfermo que era Madrid, y la espiritualidad
del enfermo pasaba del máximo desaliento a la máxima exaltación. Fueron horas
de extrema confusión y desconcierto; choque de unas voluntades firmes con otras
huidizas, desmoralizadoras. A las 12 de la noche aún dominaban en el ambiente las ideas de
evasión, afanes de eludir lo que se estimaba un aplastamiento inevitable,
porque las manifestaciones de la lucha durante los días 4, 5 y 6 de noviembre
habían atraído el fantasma de la derrota con todos sus implacables augurios y
mostraban como luz mortecina próxima a extinguirse la del deber político,
militar, nacional, humano…
Mas, si para unos era ya un deber imposible de
cumplir, porque todo estaba agotado, para otros la tarea había de cumplirse
hasta el sacrificio total, porque lo que se defendía no era una entelequia, sino un derecho, el de la soberanía, y un
ideal, el de la libertad, encarnados en una ciudad de un millón de almas, que
podía conocer, con la vergüenza de la derrota, el horror de las represalias.
A
pesar de ello también era cierto que en Madrid había una crisis de moral,
crisis de posibilidades, crisis de organización, crisis de disciplina y crisis
de pánico. Este último se había producido en la cumbre, pero se resistía a
descender hacia abajo, al llano. Había comenzado políticamente en los planos
superiores afectando a toda la estructura del Estado y al trascender hacia la
masa social, incomprensiblemente, según los más elementales
tratados de psicología de muchedumbre, se veía frenado, primero, y rechazado,
después. ¿Por qué? Tal vez porque en aquella masa ciudadana de Madrid y en
aquella situación vibraban más hondamente las virtudes, era más genuino el
patriotismo, más claro y firme el sentido del deber; y tal vez porque por obra
de su misma ineducación, al sentirse liberado el hombre de convencionalismos,
su conciencia le situaba frente a la imagen de su hogar, la urbe asaltada y los
horrores con que la imaginación envolvía a esa imagen provocando en el hombre sencillo la ebullición de los sentimientos
nobles que dan la verdadera calidad espiritual.
No caben aquí especulaciones
literarias ni metafísicas. Sólo quiero aportar algo de luz sobre una situación
y unos hechos que dejaron al descubierto esta verdad indiscutible: el
gigantesco espíritu de sacrificio del hombre español, que se disponía a
defender Madrid con una abnegación que no sería retórica, sino realidad
candente que testimoniarían los hechos mismos.
No cabe duda alguna de que en
ese complejo psicológico creado por las múltiples circunstancias, que se han
ido señalando, pesaban los ideales políticos, las
creencias religiosas y sociales, los intereses de unos y otros grupos
involucrados en el problema, las influencias de los agitadores, las consignas,
las arengas, el incesante martilleo de la prensa y la radio, las alocadas
promesas de los que ofrecían mucho y nada podían dar, el temor a un mañana
dramático…, pero insisto en que todo eso se vio superado por la cruda imagen de
esta realidad: el hombre ante su deber de hombre, de padre, de hijo, de
patriota, de ente vinculado a una empresa, cuyo significado justiciero y digno
intuía hondamente, sin que apareciese la duda, pero aunque no llegara a
comprenderlo ni supiese explicarlo.
General Vicente Rojo
"Así fué la defensa de Madrid"
Capítulo II - Acciones preliminares (2)
Asociación de Libreros de Lance de Madrid, 2006
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