Pío Baroja y Nessi (San Sebastián, 28 de diciembre de 1872 - Madrid, 30 de octubre de 1956) |
De chico recuerdo haber visto en mi pueblo un cómico muy malo, bizco por añadidura, que cuando no sabía el papel se quedaba mirando furibundamente al apuntador para dar a entender al público que el de la concha era el culpable de todo, y luego, cuando le parecía larga la pantomima, hacía una graciosa pirueta y sonreía amablemente. Se ganaba una respetable silba, pero al día siguiente, el hombre, impertérrito, repetía la suerte.
Como
aquel pobre hombre, nuestros políticos tienen una pirueta para salir del paso y
disimular el vacío
de sus cerebros, y, sin embargo, se les aplaude. Los reaccionarios, la fe, la
patria, las veneradas
costumbres; los revolucionarios, la libertad y la democracia.
¡Oh!
la democracia. Es la palabra más insulsa que se ha inventado. Es como la
pirueta del cómico
de mi pueblo; la mayoría, ni sabemos lo que es democracia, ni lo que significa
y, sin embargo,
nos sugestiona y nos hace efecto.
Como la música cancanesca de Offembach, los
aires democráticos
nos dan ganas de echar los pies por alto y de amenazar con la punta de la bota
la nariz del
vecino.
Hay
algo que se llama democracia, una especie de benevolencia de unos por otros que
es como la
expresión del estado actual de la Humanidad, y esa no se puede denigrar; esa
democracia es un resultado
del progreso.
La
otra democracia de la que tengo el honor de hablar mal, es la política, la que
tiende al dominio
de la masa y que es un absolutismo del número, como el socialismo es un
absolutismo del estómago.
He
leído, como todo el mundo, algo acerca de la democracia, pero no tengo una idea
clara de lo que
es; etimológicamente significa gobierno del pueblo, pero yo creo —quizás me
engañe que el pueblo
no ha mandado nunca ni en los tiempos más revolucionarios y que tampoco mandará
en el porvenir.
¿Que
tienen representantes o delegados que mandan por él? Riámonos de eso. Es la
farsa más estupenda
que se ha inventado.
Una
de las tendencias que parece envolver la idea democrática y con ella la idea
socialista, es la de
la equidad y la de la justicia. A cada uno según su capacidad, a cada capacidad
según sus obras, ha
dicho un socialista, y esta fórmula sería lógica como ninguna, si la naturaleza
fuera también equitativa
y justa. Pero la naturaleza ha hecho sanos y enfermos, fuertes y débiles,
talentudos y bobos;
como la sociedad ha hecho ricos y pobres, nobles y plebeyos. Tan respetable y
tan execrable es
una injusticia como otra. Nacer león o nacer cordero, nacer hombre o perro, son
cosas que no se deben
a ningún mérito anterior. Un poquillo de substancia gris de más en el cerebro y
es uno un genio;
un poquillo más de substancia blanca y es uno un idiota. ¿A Qué viene el dar
premios a la mayor
capacidad si ésta es un hecho casual de la naturaleza, como el ser rico es un
hecho casual de la
sociedad?
A
pesar de esto, para el progreso de la especie, sería mejor abrir el campo a las
energías de los fuertes,
pero actualmente, al menos, no se ve que la democracia sea como una comadrona
de genios;
dada la manera de ser comunista de la enseñanza, un hombre de talento no tiene
más medios de
sobresalir que hace doscientos años; quizás tenga menos, porque el afán del
lucro arrastra a las universidades
ya las escuelas, un turbión de gente que obstruyen todos los caminos y ahogan
con su masa
las personalidades, aun las más enérgicas.
Otra
de las consecuencias, a mi modo de ver, fatales de la democracia y del
socialismo es la de supeditar
y subyugar el individuo en beneficio de la sociedad y del Estado.
Además,
ha inculcado en todos el ansia del perfeccionamiento social, el anhelo de
escalar posiciones y ha hecho que el hombre busque su progreso de fuera, su
progreso que se podría decir objetivo,
más que el subjetivo o de su ser moral.
De
estos deseos, de estas ansias, unidas a la afirmación de la igualdad legal, se
ha pasado inconscientemente
a la afirmación de la igualdad social. Todos nos creemos socialmente iguales a los
superiores y superiores a los inferiores; si hacemos la corte a una duquesa se
nos ocurre pensar: en
el amor no hay clases; pero si el hijo de la portera quiere flirtear con
nuestra hermana, o nuestra hija,
¡oh! entonces hay clases, ya la creo.
Escuchad
a esos socialistas y demócratas cuando razonan en el seno de la confianza; todos
sus argumentos
giran alrededor de su yo como un satélite alrededor de un planeta. ¿Por Qué yo
he de estar
aquí fastidiado mientras qué?... ¿Por Qué yo que soy?..
Desconfío
de los demócratas y socialistas pobres; creo que si fueran ricos no serían
demócratas.
Quisiera
ver a muchos amigos socialistas en posiciones elevadas, para demostrarles que
serían más
tiranos, más insoportables, pero mucho más, que los de ahora, si ocupasen sus
puestos.
¡El
advenedizo! ¡Y, en España, en donde todos nos sentimos dictadores! Hay que ver
la soberbia de
un tabernero convertido en agente de policía, para comprenderlo. Aquí el guarda
de un jardín es tan
déspota como un zar; un portero se da más tono que el propietario; un cocinero
de casa grande le
mira a uno por encima del hombro y, si a mano viene, su señor saluda con
finura; al director de un
periódico de importancia no se le puede comparar más que con Dios...
¡Un
gobierno popular! ¡Sería encantador! sé por experiencia cómo la gastan los
demócratas.
Fui
una vez a una alcaldía a pedir una cosa justa, y el teniente alcalde, un
republicano y furibundo
demócrata, después de someterme a un interrogatorio humillante, me mandó a
paseo sin oírme.
Se va a pagar la contribución o a tomar la cédula; le hacen a uno estar en la
escalera; se pierde
todo el día, y si se atreve alguien a hacer la más mínima observación al
escribiente, le hace esperar
hasta el último, si es que no la echan a la calle. Se quiere encontrar un
expediente en una oficina:
—¿Se puede ver a?.. — se le pregunta al portero, saludándole con finura; y
cuando no contesta
un bufido, vuelve tranquilamente la espalda sin hacer caso. Está lloviendo y se
va ensuciando
la escalera... la portera gruñe.
¡Es
un encanto!
Será
útil para los demócratas y socialistas el dominio del pueblo; pero para los
demás, si debemos
desear algo, es que manden los aristócratas, porque en el poder tendrán menos impaciencias,
menos apetitos y formas más corteses.
La
Democracia lleva envuelta en sí misma una ansia de exclusivismo por el cuarto
estado, que será
con el tiempo para los errantes, los pobres y los que no tienen trabajo, una
burguesía tan odiosa como
la actual.
La
Libertad es muy hermosa y muy grande; en el alma del hombre libre y emancipado
hay una Religión,
una Patria, un Estado, una Justicia, todo; y esto le basta al hombre libre, que
no necesita para
nada una protección social, basada en intereses parecidos a los suyos. Por la
Libertad están las conciencias;
por la Democracia y por el Socialismo los estómagos.
Pío
Baroja
(De "El Tablado de Arlequín”, 1903)
Publicado en Comunistas, judíos y demás ralea, 1938
Capítulo
IV
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