Estoy cansada de no saber donde morirme. Esa es a mayor tristeza del emigrado. ¿Qué tenemos nosotros que ver con los cementerios de los países donde vivimos? Habría que hacer tantas presentaciones de los otros muertos, que no acabaríamos nunca. Estoy cansada de hilarme hacia la muerte. Y sin embargo, ¿Tenemos derecho a morir sin concluir la historia que empezamos? ¿Cuántas veces hemos repetido las mismas palabras, aceptando la esperanza, llamándola, suplicándola para que no nos abandonase?
Porque todos los desterrados de España tenemos los
ojos abiertos a los sueños. León Felipe aseguró que nos habíamos llevado la
canción en los labios secos y fruncidos, callados y tristes. Yo creo que nos
hemos llevado la ley que hace al hombre vivir en común, la ley de la vida
diaria, hermosa verdad transitoria. Nos la llevamos sin saberlo, prendida en
los trajes, en los hombros, entre los dedos de las manos ... Somos hombres y
mujeres obedientes a otra ley a a otra justicia que nada tenemos que ver con lo
que vino y se enseñoreó de nuestro solar, de nuestros ríos, de nuestra tierra,
de nuestras ciudades. No se si se dan cuenta los que quedaron por allá, o
nacieron después, de quienes somos los desterrados de España. Nosotros somos
ellos, lo que ellos serán cuando se restablezca la verdad de la libertad.
Nosotros somos la aurora que están esperando.
Un día se asombrarán de que lleguemos, de que
regresemos con nuestras ideas altas como palmas para el domingo de los ramos
alegres. Nosotros, los del paraíso perdido.
¿No comprendéis? Nosotros somos aquellos que miraron
sus pensamientos uno por uno durante treinta años. Durante treinta años
suspiramos por nuestro paraíso perdido, un paraíso nuestro, único, especial. Un
paraíso de casas rotas y techos desplomados. Un paraíso de calles deshechas, de
muertos sin enterrar. Un paraíso de muros derruidos, de torres caídas y campos
devastados. Un paraísos donde quedó la muchacha, el muchacho, la sonrisa, la
canción, la flor, el amor, la juventud, los ojos, los labios tensos para besar,
la mano amiga en la mano, los dedos entre el pelo, la gracia, la palabra, la
camaradería, la promesa, el gesto, el aliento, todo, todo, todo ... Nada tenemos
que ver nosotros con las imágenes que nos muestran de España ni el cuento nuevo
que nos cuentan. Podéis quedaros con todo lo que pusisteis encima. Nosotros
somos los desterrados de España, los que buscamos la sombra, la silueta, el
ruido de los pasos del silencio, las voces perdidas. Nuestro paraíso no es de
árboles ni de flores permanentemente coloreadas. Dejadnos las ruinas. Debemos
comenzar desde las ruinas. Llegaremos. Regresaremos con la ley, os enseñaremos
las palabras enterradas bajos los edificios demasiado grandes de las cuidades
que ya no son las nuestras. Nuestro paraíso, el que defendimos, está debajo de
las apariencias actuales. También es el vuestro. ¿No sentís, jóvenes sin éxodo
y sin llanto, que tenemos que partir de las ruinas, de las casas volcadas y los
campos ardiendo para levantar nuestra cuidad fraternal de la nueva ley?
María Teresa León
"Memoria de la melancolía", pp. 97-98
Edición de Gregorio Torres Nebreda
Editorial Castalia, S.A., 1998
Editorial Castalia, S.A., 1998
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