Se combatía intensamente en torno a Castralvo y sobre la carretera. Las fuerzas del interior de Teruel sostenían su defensa sin que el fuego hecho sobre la plaza por la artillería enemiga, ni las constantes pasadas de la aviación quebrantasen su brío. Perdido el Mansueto y ocupado Valdecebro, su situación se hacía ya insostenible.
Desde Valdecebro a Villaespesa; sobre la Muela, Santa
Bárbara y el Mansueto; hacia la Galiana se extendía una línea
ininterrumpida de fuego que envolvía el casco de Teruel. Iban tres días
de luchar sin descanso en la batalla más grande que jamás se ha librado en
esta guerra.
Las escuadrillas de bombardeo, en número
extraordinario, incendiaban a un tiempo con sus bombas, el campo de los
alrededores de la ciudad, donde más fuerte era el combate, Cerro Gordo, la
Muela de Teruel y la de Villastar, la carretera de Sagunto, el Escanden y
los pueblos de nuestra retaguardia. A veces se trababan en pelea los
aparatos de caza de tina y otra parte; pero la aviación fascista era más
numerosa y, a pesar de todo, aunque se le atacaba, podía mantener sin
tregua sus bombardeos.
A lo largo de todo el frente, en una extensión de unos
veinte kilómetros, se levantaba una humareda densa, como una barrera
cerrada que hacía invisibles desde el observatorio a los que combatían. La tierra vibraba sacudida por las explosiones.
Aquella noche llegaron a primera línea los soldados de
nuestras dos Brigadas. El 31 de diciembre, la 47 División había cortado en
un brioso ataque el intento de ocupación de Teruel realizado por los
fascistas en el sector sur de este frente. Con la reconquista de la Muela,
hecha a punta de bayoneta, se les cerró el paso y en los combates que
siguieron fracasó de una manera rotunda el total de su ofensiva por el
sur. Poco más de un mes había transcurrido desde entonces y nuestros
soldados volvían a enfrentarse con el enemigo para desbaratar los planes
de su nueva ofensiva.
Desde la carretera de Sagunto, por donde llegaron
hasta el frente, las fuerzas de la 47 División emprendieron la marcha
hacia la derecha para situarse en las posiciones del sector norte.
Cerro Gordo está frente al Mansueto y a escasos
kilómetros de él su cima es pelada, apenas si crece en ella algún que otro
matojo, como ocurre en todos estos montes que rodean a Teruel; pero nada
más que se inicia la pendiente hacia el llano, sus laderas se cubren de
pinos. La abundancia y el verdor de estos, el suelo pedregoso, lo afilado del aire, todo recuerda a Navacerrada y a Balsain, parece el mismo paisaje;
para los hombres de la 47 División, como si volviesen al escenario de las
jornadas de Cabeza Grande, cuando avanzaron hasta los muros de La Granja.
Todo esto es muy hermoso y, si por un instante cediera el tiroteo y el resonar seguido de las explosiones, ¡qué gusto tenderse
entre estos pinos bajo este sol tan suave!
Pero ahora es muy otro su oficio. Bajo sus ramas se
montan los fusiles, los tanques se disponen a iniciar la marcha, los
soldados van presurosos de una parte a otra. La aviación fascista ronda en
lo alto y con frecuencia las ráfagas perdidas vienen a estrellarse contra
el suelo o a herir los troncos de los árboles.
Los momentos son graves. Hay que atajar, cualquiera
que sea la cuantía del material que en ello emplee y el número de sus
hombres, la ofensiva del enemigo, contenerla a las puertas de Teruel sin
dejar que progrese desde allí ni un solo paso. Los fascistas han realizado extraordinarias concentraciones. La más importante en Valdecebro. Sin duda
van a intentar una vez más, y con mayor cantidad de elementos, abrirse
paso hacia el interior de la plaza rompiendo por el norte sus defensas.
Las ametralladoras del Mansueto tiran sin descanso.
Nuestros soldados van a atacar Valdecebro para
distraer las fuerzas del enemigo e impedir que las concentre contra los
encerrados en la ciudad. El Segundo Batallón de la 69 Brigada es uno de
los que tomarán parte en este ataque. El primero, que también estaba
dispuesto, de momento queda de reserva y sus soldados al saberlo lloran de
rabia.
La batalla se ha encendido de pronto, como una
explosión inmensa, desde el sector norte a toda la línea. Se combate en
todas partes con violencia espantosa. El enemigo pretende, al tiempo que
caer al asalto sobre Teruel, que tiene cercado, romper nuestro frente por
la parte de la carretera. Para provocar su derrumbamiento realiza un
esfuerzo inimaginable. La artillería y la aviación materialmente deshacen
los montes y el campo en una extensión de varias decenas de kilómetros.
Desde el Puesto de Mando, entre el borbollar constante
de la fusilería y las ametralladoras, entre el humo de las explosiones,
allí donde los pinos se pierden en el llano, se ve avanzar a nuestros
hombres hacia el pueblo, o aguantar inmóviles, pegados al terreno, las nubes
de metralla que caen sobre ellos.
La lucha tíene violentas alternativas, pero siempre el
empuje de nuestros soldados, su tesón, les saca triunfantes de las duras
pruebas. Desde esta altura se distingue todo el escenario de la batalla
como sobre un tablero, y esa línea oscura, ondulante, que avanza, que
retrocede y vuelve a avanzar son los hombres de la 47.
Hay un momento angustioso. Nos miramos unos a otros
con desesperación. El jefe de Estado Mayor observa por el binocular,
inmóvil, rígido. El teléfono se agita como nuestra sangre; circulan
rápidas, tajantes, las órdenes.
Sobre el campo, lentos, se despliegan los tanques,
Pero el enemigo abre una barrera compacta de artillería frente a su
avance, y un momento se advierte que titubean. Un instante nada más, en
que todo vacila como si el mundo fuera a desplomarse.
Nuestra congoja se hace densa; parece agolparse dentro
de nosotros la de todos los que allá abajo esperan de un golpe ser
arrasados por la muerte.
Fué entonces cuando delante de los tanques se lanzó un
soldado, un hombre que apenas se le veía como un punto sobre el campo, una
parte de nada entre las explosiones, y cambió de raíz el sesgo del
combate. En avalancha, como una sola, cerrada masa que nada puede detener
su paso, que vence los hombres, los árboles, las piedras, que todo lo
arrolla, nuestros tanques se volcaron sobre el enemigo, y tras ellos la
infantería rebasó sus atrincheramientos. Fué un empuje brutal. Los
fascistas huían alocados, en desbandada. Valdecebro comenzaba a ser
evacuado, a pesar de que, teniendo la fortaleza que es el Mansueto a su
espalda, podían prolongar larga y favorablemente su defensa. Una oleada de
pánico sacudía las filas del contrario, como a las nuestras de coraje.
El enemigo desplazó gran parte de las fuerzas
concentradas en los otros sectores hacia este, y en él se peleó durante
todo el día. A la noche, nuestra línea quedaba firmemente establecida
frente a Teruel y sus defensores rompieron el cerco que los aprisionaba
logrando evacuar todo el material.
No sólo los fascistas habían visto fracasar su
proyecto de asalto a la ciudad, sino el de abrirse paso entre nuestras
filas y avanzar hacia el Escandón por la carretera. Las bajas sufridas en
aquellos días de combate eran enormes, y, fracasado el último y más fuerte
de sus intentos para prolongarla, su ofensiva quedaba paralizada de nuevo.
Del soldado de aquella hazaña no logró saberse el
nombre. Tras de ella volvió a fundirse con sus demás compañeros. Se sabía,
sí, que era uno de los muchachos del Segundo Batallón de la 69. Pero esto
era lo de menos; igual pudo haber sido del Primero, de la 49, de
cualquiera de los de la División. Su grandeza precisamente estribaba en
esto, en haber encarnado en si a la División toda en las jomadas de fines
de febrero en el frente de Teruel.
Vicente Salas Viu, "Tres historias ejemplares"
Cerro Gordo, Teruel, abril de 1938
Hora de España
Valencia, Junio 1938
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