El sábado 26 de febrero de
1938, tras la pérdida de Teruel, el Presidente del Consejo de Ministros de la
República, Juan Negrín, emitió desde Barcelona un discurso radiado a todo
el país.
Invitados
por Jesús Hernández Tomás, ministro de Instrucción Pública, se reunieron
en un salón del ministerio numerosas personalidades científicas, literarias y
artísticas para escuchar el discurso. Entre los asistentes, se encontraban el
consejero de Cultura de la Generalidad, Carlos Pi y Suñer, Augusto, José
y Joaquín Xirau, Amóa Salvador, Navarro Tomás, Alvarez del Vayo, Juan
María Aguilar, doctor Quero, José Gaos, José María Ote. Carlos Montilla,
Enrique Diaz Cañedo, doctor Trías, Serra Unter, Ramón ,J. Sender, Agustín
Millares, doctor Mira, Castelao, Madinoveitia, Dubosier, Puig Elias, entre
otros.
Discurso de Juan Negrín el 26 de febrero de 1938
Discurso de Juan Negrín el 26 de febrero de 1938
ESPAÑOLES:
La superioridad de material
acentuada, pero transitoria, de los ejércitos adversariosos, ha. impuesto a los
soldados de la República el abandono de Teruel. La noticia de su evacuación no
fue sustraída al conocimiento público ni un solo instante. La divulgó el
Gobierno mucho antes de que los propios rebeldes pudieran consignar en su parte
la toma de la plaza.
La verdad ante todo
La verdad ante todo
Orgullo del Gobierno de la
República ha sido siempre tener informado al país del curso exacto de nuestra
guerra. Ninguno de sus episodios, dramáticos o venturosos, le ha sido ocultado
o desfigurado jamás. Fiel a la conducta que acredita a un régimen democrático,
seguro de la fortaleza moral de nuestro pueblo, tantas veces puesta de
manifiesto, el Gobierno ha ido a él sin temor y en todo momento, para exponerle
la verdad escueta y para señalarle al mismo tiempo las causas determinantes de
una situación dada y los consejos, las orientaciones, las soluciones que se imponían;
para gobernar, en suma, sin ninguna vacilación, de cara al pueblo, con su
colaboración entusiasta y al servicio de su victoria.
Este acatamiento a la verdad
está justificado por el sentimiento de confianza de que están influidas todas
las determinaciones del Gobierno.
Tan claro proceder no pueden
permitírselo todos los Gobiernos. Ni en nuestra Historia se registran muchos
casos parecidos. Solamente puede obrar así un Gobierno que tiene la seguridad
de que cuenta con la confianza y adhesión del pueblo, confianza y adhesión gue
se le manifiestan por mil motivos y se la presta de mil y mil maneras.
Investido de esta autoridad, me
dirijo hoy a todos los españoles, a los de aquí y a los de allende las
trincheras, para proclamar ante todos, ante los que en los frentes luchan por
España y por la República; ante los que aportan su esfuerzo en sus estudios, en
el laboratorio, en la fábrica o en el campo; y también para que lo sepan los
enemigos embozados y los descubiertos, que la victoria rotonda, indiscutible,
arrolladora, será del pueblo español, el cual posee aprestos, energías y
recursos sobrados para imponerla.
La toma de Teruel
La toma de Teruel
Durante dos meses han tenido
lugar en uno de nuestros frentes de lucha los más violentos combates habidos
desde el comienzo de la guerra. El frente de Levante ha cobrado por ello una
extra ordinaria importancia naciónal e internacional. Y el vaivén de las
operaciones desarrolladas allí arroja para la República un balance
positivo.
El mando italoalemán del
ejército enemigo preparaba desde mediados de noviembre una ofensiva, ofensiva
que era anunciada jactanciosamente con todos los medios de publicidad: por la
Prensa y por las radios de los facciosos y por los periódicos de los países
invasores; ofensiva con la que especulaban incluso los diplomáticos de estos
países para sus maquinaciones en las cancillerías. La propaganda de esta
ofensiva, que se anunciaba como arrolladora. constituía de por sí un asma que
utilizaba el enemigo contra nosotros. Y era también, para los cabecillas de la
facción, un puntal con el que pretendían sostener la ruinosa moral de su
retaguardia. Querían animar, con la promesa de una victoria fulminante, a
aquellos de sus partidarios que mostraban cansancio y duda. Y querían, sobre
todo, desanimar, descorazonándolos, a los españoléis, más numerosos cada día,
que en la zona facciosa anhelan nuestro triunfo.
En estas circunstancias, el
Gobierno de la República decidió aplicar una norma elemental de estrategia: desbaratar
los planes del enemigo, adelantándose a él; imponerle nuestra voluntad,
obligarle a combatir donde a nosotros nos conviniera. Y a mediados de diciembre
se emprendió la ofensiva de Teruel. En una semana conquistamos la ciudad
fortificada. Nuestro ejército hizo miles de prisioneros. Nuestra mil veces
gloriosa aviación derribó numerosos aparatos alemanes o italianos. Por todo el
mundo corrió entonces la nueva, de sobra conocida por nosotros, de que la
República poseía un ejército, no sólo animado por el espíritu y el entusiasmo
que en los primeros meses le permitieron hacer frente a, un enemigo superior,
sino dotado también de las condiciones precisas para acometer con éxito las
empresas más arriesgadas y difíciles desde el punto de vista de la técnica militar.
La controversia facciosa
La controversia facciosa
Nuestro éxito fue un golpe
terrible para el adversario. El prestigio militar de Italia y Alemania se vino
a tierra como ocurriera antes en el Jarama, en Guadalajara, Bruñete y Belchite,
comprometiendo así sus maniobras diplomáticas. Y la retaguardia facciosa sufrió
una conmoción, de pánico en los unos, de júbilo en los más, ante la potencia
comprobada del Ejército de la República. El enemigo tuvo entonces que renunciar
a sus planes. Para recuperar Teruel volcó sobre nuestras líneas sus mejores
fuerzas de choque, las que tenía preparadas para su ofensiva, y durante dos
semanas, Divisiones enteras del ejército rebelde fueron cayendo ante el coraje
de nuestros soldados. La reconquista de la ciudad que los cabecillas rebeldes
daban como segura desde primeros de enero, aparecía erizada de dificultades
insuperables. Los traidores hubieron de pedir nueva ayuda a sus amos del
extranjero, y desde los puertos alemanes e italianos llegaron a la zona
facciosa numerosos barcos cargados de aviones y cañones. Con estos refuerzos
considerables de material, pagados con trozos de nuestra patria, pudo el
enemigo, al cabo de dos meses de desesperadas tentativas, recuperar un terreno
que ha sido cementerio de sus más escogidas tropas. Pues bien: el día en que el
Ejército Popular se posesionó de Teruel, rindiendo los últimos focos de su
resistencia interior, creíamos en la victoria de la causa republicana con la
misma convicción, con la misma fe que creemos en ella ahora que Teruel, por obra
exclusiva de la artillería y la aviación italo-germánicas, no es de la
República, no es de España. Nuestra voluntad de victoria y nuestra segura
confianza en el triunfo no han sufrido disminución. Las conservamos intactas y
las vivificamos con nuestros entusiasmos y trabajos.
Ni optimismo excesivo, ni pesimismo injustificado
Ni optimismo excesivo, ni pesimismo injustificado
En el legítimo júbilo suscitado
en todo el país, absolutamente en todo, incluso en la zona no sometida a la
autoridad del Gobierno, que no es en ella donde con menos afecto se reciben las
victorias republicanas; en él júbilo suscitado por la toma de Teruel, el
Gobierno se cuidó de insertar advertencias saludables, convencido de que los
días adversos no habían acabado. Obligado por su responsabilidad, entendió de
su deber prevenir al país contra los abusos del optimismo, que, al sentirse
contrariado, determina desplomes del ánimo difíciles de curar; llevó su
advertencia hasta el Parlamento, avisando de la manera más solemne los riesgos
de lo excesivo. Igual declaración hace hoy. Teruel fue ayer, y sigue siendo
hoy, un episodio de la guerra sin ningún carácter decisivo.
No quiere el Gobierno, ni
cuadra con la entereza hispánica, neutralizar el amargor de una mala noticia.
Prefiere, porque los fundamentos de su seguridad son más sólidos, no engañar
con mitigaciones ficticias de la adversidad, entre otras razones, porque se
siente con ánimos para hacer de ella una fuerza, para transformarla en energía
nacional. Pero una vez más reitero ante vosotros, españoles, con la solemnidad
que mi condición de jefe del Gobierno puede conferir a estas palabras, que
nuestro plan militar logró en Teruel su propósito fundamental de destruir los
planes del enemigo, y que la evacuación de la ciudad por nuestro Ejército no
modifica en nada lo esencial de las ventajas entonces alcanzadas.
Éxitos y dificultades son solo nuestros
Éxitos y dificultades son solo nuestros
Plantea, no obstante, este
hecho, deberes y obligaciones que el Gobierno expone pública y abiertamente al
pueblo español. Porque así como nuestros éxitos son sólo nuestros, jamás
desmerecidos por vengonzosas protecciones ajenas, nuestras dificultades hemos
de resolverlas nosotros. Nuestro pueblo ha demostrado múltiples veces en el
curso de su historia lo que es capaz de hacer por defender su dignidad y su
independencia. Sin armas, sin Ejército, traicionado por los gobernantes, logró
derrotar, hace poco más de un siglo, a los ejércitos napoleónicos. Desarmado
también, aeororalado por la perfidia y la traición, supo oponerse a los
militares en julio de 1936 y vencerlos, Y ahora, ante la agresión de que
es objeto por parte de las potencias fascistas, ha acertado a organizar un
ejército potente y hará cuantos esfuerzos y sacrificios sean necesarios para
hacerle invencible. Como conclusión de este período de batallas, después de
haber visto la capacidad de nuestro Ejército, sopesando exactamente las
disponibilidades del enemigo, pero teniendo también en cuenta la cantera
inagotable de energía que constituye nuestro pueblo, yo os puedo decir, sin
miedo a equivocarme: Triunfaremos. Al servicio de esta convicción han de
ponerse en juego los esfuerzos de todos para hacer desaparecer rápidamente el
desequilibrio de material bélico que nos desfavorece, y acelerar así la
victoria.
Podemos superar el desequilibrio de material bélico
Podemos superar el desequilibrio de material bélico
A la artillería y a la aviación
extranjeras hay que oponer en masas equivalentes, artillería y aviación
republicanas. El empeño es realizable. Lo afirma el Gobierno con pocas
palabras, pero con suma convicción. Hace intervenir en su seguridad el
conocimiento que tiene del heroísmo de los trabajadores antifascistas que se
complacerán en contribuir, con un aumento de su capacidad creadora, a dotar a
nuestros soldados del material que precisan para afirmar la victoria. La
industria propia, de una parte, y los recursos que tiene en juego el Gobierno,
de otra, harán que en un plazo próximo desaparezca la actual diferencia de
material que da efímero predominio a las tropas rebeldes. El Gobierno se
vincula con este nuevo compromiso a su responsabilidad: dotar al Ejército de
los elementos que le son indispensables para hacer y ganar la guerra. Cuantos
nos ayuden, con toda la pasión de sus brazos, al logro de esa finalidad urgente
contribuirán de manera poderosa al acabamiento victorioso de la guerra y
merecerán la gratitud de la República. El propio Ejército popular no dejará de
ser sensible a esa mayor contribución de esfuerzos de la retaguardia. El
Gobierno, que sabe de un modo exacto lo que puede esperar de fuera, solicita de
todos los productores un crecimiento de los cupos de producción.
Alcanzará a tener el Ejército
republicano, conforme a su necesidad y a nuestro deseo, el material que le
falta para imponerse a las columnas rebeldes y a los soldados extranjeros, que
unos y otros son, en paridad de condiciones, inferiores a nuestros
combatientes. Frente a un Ejército nutrido de forzados coloniales y de legiones
extranjeros, la República ha opuesto un Ejército español, regular y
disciplinado, capaz por sí mismo para poner término a la guerra si Europa,
escindida en países de inverecunda audacia y en naciones vergonzosamente
complacientes, no consintiese que Italia y Alemania continuasen enviando, en
cantidades voluminosas, los últimos modelos de su material bélico a los
rebeldes españoles. La guerra no acaba en España porque Europa no lo desea. Su,
llamémosla, política de «no intervención» es responsable de nuestras mayores
desventuras: de los bombardeos, de las ciudades abiertas, de la piratería en el
Mediterráneo, de la evacuación de Teruel. El material que sistemáticamente
niegan las democracias al Gobierno legítimo de la República, se lo proporcionan
las naciones totalitarias, con servidores expertos, al general Franco. En los
primeros meses de la guerra se hizo secreto de esos envíos. En la actualidad ni
Italia ni Alemania tienen el menor interés en pastar tiempo fabricando
apariencias de neutralidad. En tanto las cancillerías especulan morosamente sobre la necesidad de encontrar una fórmula para la retirada de lo que ellos
llaman voluntarios, desde los puertos marítimos y aéreos de Italia y Alemania
se pone en viaje hacia la España invadida el material Indispensable para que
los rebeldes puedan prolongar la guerra: aviones de mucha velocidad y potencia
militar, gruesas piezas de artillería pesada, máquinas automáticas de fuego...
Suprímanse esos envíos y la guerra de España, motivo de justificada inquietud
para la paz de Europa, terminará en una fecha próxima con la victoria de la
República. Si los rebeldes hubieran necesitado vivir atenidos a sus recursos
económicos para la adquisición de material de guerra, va para mucho tiempo que
la guerra sería un suceso pasado. Las disponibilidades económicas de los
sublevados de julio se acabaron en los primeros meses y si con ellas no
desaparecieron los suministros, es porque en su desafección por España, no
dudaron en cederla en hipoteca a sus proveedores de armamentos, Italia y
Alemania, que buscan en la operación asegurarse, para sus futuras iniciativas
contra Europa, una admirable base de operaciones en el Mediterráneo y en los
Pirineos. Al beneficio de mañana sacrifican su material de hoy, abiertamente
cedido a una fracción rebelde de un país que, independiente y libre según el
Derecho internacional, no encuentra en los mercados del mundo quien le
suministre el armamento que está decidido a pagar con su dinero. Esta es la
verdad fundamental con que España puede abochornar al mundo. De ella nacen los
otros reproches que Europa no ve obligada a paliar fingiendo preocupación por
los acontecimientos de España.
El grotesco simulacro de la no intervención
El grotesco simulacro de la no intervención
La prolongada simulación de un
sentimiento está expuesta a constantes imperfecciones y tallas, por una
cualquiera de las cuales se viene en conocimiento del grotesco simulacro. En
relación con nuestro problema nacional, las imperfecciones de la simulación vienen
siendo constantes. Ni una hay entre ellas que interesa que no pase sin el
indispensable subrayado. Nótese que en tanto la República no consiguió
constituir su Ejército regular, el peso de las aportaciones que en unidades
combatientes hicieron a los rebeldes Alemania e Italia, fue decisivo. En
Europa, donde sin duda estaban mejor enterados que nosotros, no se quiso
conocer la presencia en España de tropas ínvasoras, y fueron inútiles cuantos
esfuerzos se hicieron para enfrentarla con tan grave acontecimiento. Hubo
necesidad de que las Brigadas Internacionales -congregación generosa y
espontánea de homtres de las cinco partes del mundo que pedían una plaza para
morir por la libertad- se personasen en la defensa de Madrid para que,
considerada su fuerza, se pensase, buscando un efugio que no molestase a los
dos países invasores, en la retirada de «voluntarios». Las conversaciones
iniciadas entonces continúan al presente. Nadie con imaginación bastante para
calcularlas el termino. Ya hoy esa conversación diplomática carece de interés
para nosotros, iniciada a tiempo y llevada con eficacia, pudo habernos sido
útil. Ahora, no. Los soldados invasores pueden ser contenidos y derrotados
-allí esta la prueba de Guadalajara- por los soldados de la República. El problema
de las tropas de invasión es de segundo plano, y de primero, el de los
armamentos. Pero por lo mismo que su importancia es grande y actual, Europa se
olvida examinarlo simulando una ignorancia, tanto mas cómica cuanto que
desarrolla la más elevada curiosidad por conocer la clase y calidad del nuevo
material que Italia y Alemania envían a los rebeldes. Estamos en nuestro
derecho a rechazar la fingida preocupación con que Europa pretende excusarse
ante nosotros de sus agravios profundos al Derecho internacional. Nunca han
dejado de ser claros los términos del problema español, pero hoy lo son quizá
más que nunca.
La pérdida de Teruel nos contraria, pero no nos amilana
La pérdida de Teruel nos contraria, pero no nos amilana
Merced a la acumulación de
elementos que Italia y Alemania han hecho en la zona rebelde, la República ha
perdido la plaza de Teruel que su Ejército reconquisto valerosamente. Pérdida
que nos contraría, pero no nos amilana. Tenemos tal seguridad en los libres
destinos de nuestra patria, que de igual modo que sabíamos ayer que la
República disponía de un Ejército ejemplar en la disciplina y abnegado en los
heroísmos, sabemos hoy que dispondrá mañana -con tiempo para no perjudicar a la
victoria- del material adecuado. Sabiduría que esta al alcance de cuantos no
han perdido la fe en la reciedumbre moral de nuestro pueblo que ama por
encima de todo otro beneficio, el de la independencia, sin la cual sabe que no
le es dado aspirar a la libertad.
Un plazo breve
Un plazo breve
La pérdida de Teruel nos pone
en la necesidad de declarar, quebrantando la decisión colectiva del Gobierno de
trabajar en estos problemas con la mayor cantidad de eficacia, sí, pero en
silencio, que de la misma manera que la República superó el período confuso y
heroico de las milicias, superará el presente en que la desigualdad de
armamentos ha consentido a los rebeldes rescatar una plaza que les había sido
conquistada en el momento en que, con mayor ruido, amenazaban con una ofensiva
a la que atribuían valor decisivo. Superaremos esa desigualdad y colocaremos de
nuevo al Ejército en condiciones de asumir la iniciativa.
El Gobierno tiene la
posibilidad de fijar un plazo a eso logro, pero está obligado a reservárselo y
cuenta con que la aportación de las masas populares contribuirá a disminuirlo.
Se trata, desde luego, de un plazo breve. Tanto más corto cuanto mayores sean
los esfuerzos de la clase trabajadora, a la que ninguna propaganda tendenciosa
debe apartar de su confianza en la victoria. Confianza que, para ser fecunda,
necesita ser activa y no pasiva. Hacer y ganar una guerra civil es siempre
doloroso: hacer y ganar una guerra civil y otra de invasión es, además de
doloroso, difícil.
Para triunfar de lo uno y de lo
otro necesitamos una concentración de energías que deben manifestarse en los
frentes y en la retaguardia, en el parapeto más adelantado y en la fábrica más
escondida. Ni una sola actividad está disociada de la guerra. Con todas, hasta
con las de apariencia más pacífica, se contribuye a ganarla. Ahora el déficit
es de material. Italia y Alemania, con la complacencia de los celadores
europeos de la pureza de la neutralidad, han enriquecido a los rebeldes hasta
superar nuestras disponibilidades.
El Gobierno tiene recursos
económicos para adquirir en los mercados del mundo los elementos bélicos que
neutralizarían esa superioridad. El acuerdo internacional es que nadie se los
venda. En su consecuencia, precisamos producirlos. Y los produciremos. Es un
compromiso que adquirimos ante el Ejército. No será, exclusivamente con su
fusil y con su heroísmo con lo que defienda y reconquiste su patria. Dispondrá
de artillería y de aviación que le desembarace el camino de sus conquistas. Lo
verán los incrédulos y lo comprobarán los excépticos. Y un dia se podrá tablar
de la evacuación de Teruel como de la única operacíón que, con apariencia de
derrota, es uno de los puntos de arranque de la victoria republicana. En las gueiras largas, y esta nuestra ya lo es, no suele ser raro que el
adversario contribuya por razones razones de vanidad o terquedades del capricho
a afirmar la potencia de aquel a quien se propone aniquilar.
Si la rendición de Toledo fue,
por la pérdida de tiempo que ello significó para los rebeldes, el fracaso del
asalto a Madrid -la afirmación es ya un problema de Historia, pero con la
verosimilitud suficiente para no desdeñarlo-, es posible que la toma de
Teruel signifique —lo veremos sin gran tardanza- comienzo del acabamiento de la
guerra pura los rebeldes.
De nosotros depende
De nosotros depende
De nuestra voluntad de trabajo
y de victoria depende. Las condiciones de ese acontecimiento venturoso están
contenidas en potencia en ese hecho de armas que se nos presenta como adverso.
De nosotros depende. De nosotros, es decir, de todos los españoles. De los que
respondemos, poniéndonos en línea, a la voz de la tierra de que hemos sido
formados cuando reclama contra las ofensas y las heridas de que la hacen
víctima quienes ensayan en ella su capacidad destructora y su potencia
sojuzgadora. Recalquemos esa verdad primaria: el secreto de la victoria está en
nosotros mismos y no, como algunos se empeñan en creer, fuera del límite de
nuestros esfuerzos. El resto del mundo puede continuar en paz, que con su
conflagración poco o nada, contra lo que ha dado en creerse, nos sería posible
adelantar en nuestro territorio. Las soluciones catastróficas no son
recomendables, y el Gobierno las descarta de sus cálculos, entre otros motivos
porque no las necesita. Para reafirmarse en su fe tiene elementos suficientes
en el heroísmo de los soldados y en el entusiasmo de su retaguardía. De ese heroísmo
y de ese entusiasmo obtiene, con la segundad de las victorias la confianza para
seguir en su trabajo, que cuida de las necesidades presentes y de las del
porvenir, razón por la cual se complace en sacrificar las fáciles decisiones
que le congraciarían con toda clase de egoísmos a las eficacias previsoras del
mañana, que está en su decisión el que la guerra, prolongúese cuanto se
prolongue, no se liquide en perdida para la República. Firme en esa decisión,
puedo declarar que el Ejército republicano, recio de moral, alto de heroísmo,
dispondrá con generosidad de los elementos que le devolverán, con el derecho de
iniciativa, la plaza de Teruel. Y Teruel es, para la ambición de independencia
del Ejercito. Popular, España. Para esa victoria, el Gobierno ha hecho acopio
de recursos y hará, con ayuda de la clase obrera, que se transforme en
material. De la conjunción de los tres esfuerzos -Ejército, retaguardia y
Gobierno-, surgirá la victoria republicana de la que España espera su renacer.
Aplastar al enemigo
Aplastar al enemigo
Hombres y mujeres de España: En
los frentes de batalla tenemos un excelente Ejército, que ha escrito ya muchas
páginas de gloría y al que le esperan nuevos laureles. A él se dirige hoy el
Gobierno, y en vuestro nombre le dice: Tendréis, soldados del pueblo, todo el
armamento que necesitéis para alcanzar, con vuestro valor y vuestra pericia,
victorias decisivas en la lucha por la libertad de España. Para ello se
afanará nuestra retaguardia, trabajando mas y mejor, estimulados todos por el
sublime anhelo de aportar esfuerzos, desvelos y sacrificios al más rápido
triunfo en esta lucha que enorgullece a cuantos en ella participan.
No es hora más que de tener un
solo pensamiento y una sola voluntad: aplastar al enemigo. Aplastarle luchando
en el frente, trabajando más en la retaguardia, persiguiéndole y
desenmascarándole cuando se oculta entre nosotros. Porque el enemigo no fia tanto
en sus éxitos militares como en sus manejos en nuestra retaguardia. Aprovecha y
utiliza a los pusilánimes, a los que por falta de fe en el pueblo dudan de que
éste pueda vencer. Aprovecha a los cobardes, a los que cualquier éxito se les
sube a la cabeza, pensando que en seguida van a terminar los sacrificios y que
se aterran ante el primer contratiempo y piensan en la huida o en la entrega al
enemigo a través de intermediarios extraños.
Contra los traidores claros o encubiertos
Contra los traidores claros o encubiertos
Trato de traidor debe dar
nuestro pueblo al que se complace en destacar la superioridad momentánea en
armamento de que goza el enemigo.
Y al que no se ocupa de ayudar
a movilizar todas las energías del pueblo español y de poner también a
contribución las suyas para duplicar y centuplicar nuestro armamento. Quienes
asi se conducen son los mismos que tiempo atrás hubieran negado que en España
pueden construirse aviones. Y hoy construímos aviones y material de guerra en
sitios donde jamás se soñaba en que existiera esta industria.
Todo nuestro problema consiste
en producir más. A ello ha de contribuirse por todos tos medios. Como traidor
debe tratarse al que no anteponga a cualquier otra cuestión la voluntad común
de aplastar al enemigo y de ayudar al Gobierno en esta tarea. Al que dude de
que nuestro pueblo puede hacer los esfuerzos que sean necesarios para
satisfacer plenamente las necesidades de nuestro Ejército.
Momentos son estos de
sacrificio, pero también de seguridad en la victoria.
Momentos que exigen fortalecer
más aun la voluntad común que a todos los españoles nos une contra los enemigos
del pueblo.
El pueblo español no ha dejado nunca imponer voluntades extrañas
El pueblo español no ha dejado nunca imponer voluntades extrañas
Hace unos días, un aventurero
internacional proclamaba cínicamente su propósito de disponer a su
capricho, desde Alemania, de los destinos de nuestra patria. Esto no lo
conseguirá jamás, jamás. El pueblo español no se ha dejado nunca
imponer voluntades extrañas. Luchó en el pasado y lucha hoy por el
derecho a decidir el solo su propia suerte.
Los últimos cañonazos
extranjeros en Teruel no han podido apagar el eco de nuestra
primera victoria, que reverdecerá con el concurso de todos en nuevos
y decisivos triunfos.
La voluntad cíe vencer debe
resonar como un canto de segundad y firmeza en los tornos, en los
volantes de las fábricas, en la faena del campesino, en oficinas y
talleres. Y con una retaguardia ejemplar, puesta toda ella en
tensión, al servicio da nuestras armas, podremos decirles a nuestros
heroicos combatientes:
¡Jefes, comisarios y soldados
del Ejército Popular! Todos los españoles se esfuerzan por superarse.
Superaos también vosotros. Ni un palmo de tierra al extranjero. Con
disciplina rígida, con capacitación concienzuda, con heroísmo inabatible, haced de nuestro
Ejército el Ejército victorioso de una España independiente, libre y
feliz.
Juan Negrín López
Barcelona, 26 de febrero de
1938
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