Miguel Gila Cuesta
(Madrid, 12 de marzo de 1919 - Barcelona, 13 de julio de 2001)
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«Los que hemos tenido la fortuna de vivir en
Argentina sabemos del culto que se hace a la amistad. Cuando recién llegado a
Buenos Aires, los hombres, los amigos, me besaban, yo pensaba: «¿Qué pasa
aquí?, ¿los hombres son maricones?» Para un español, con ese machismo nuestro,
heredado de los más de cuatro siglos de dominación árabe, el que los hombres te
besen resulta en principio chocante, hasta que descubres que ese beso de un
amigo es un acto de cariño que nace espontáneamente. En Buenos Aires es normal
que te digan «no seas maricón», cuando se quiere decir a alguien «no seas
cobarde» o «no tengas miedo», pero la expresión nunca se asocia con la
homosexualidad, tan criticada en la España machista que viví desde niño. En
Buenos Aires te pueden llamar «negro», «gordo», «flaco», «gallego» o «taño» sin
que ninguno de estos apelativos signifique un insulto, sino una demostración de
cariño.
Recordándoles la advertencia de que mis aguafuertes no
tendrán un orden cronológico, me van a permitir que rebobine y vaya al
principio, por qué fuimos a Buenos Aires. Tal vez ya lo he contado en alguna
ocasión, pero no me importa repetirlo una vez más.
En 1962 tenía un empacho de dictadura que estaba a
punto de convertirse en una grave indigestión. Aclaro que más que por la
situación política —puesto que yo, aunque con gran sacrificio, una vez que salí
de la cárcel de Torrijos, y luego de cumplir cuatro años de servicio militar,
había conseguido por méritos propios un lugar en el trabajo que me permitía,
dentro de lo que significa una dictadura, ganarme la vida sin tener que
mendigar, al tiempo que, muy disimuladamente, no podía ser de otra manera, con el
arma que tenía en mis manos, el humor, seguía luchando contra esa dictadura que
había mutilado mi juventud—, por vivir en pareja con la mujer a la que amaba,
tras la separación de mi primera mujer, lo que suponía una constante y molesta
persecución. Como es conocido por la gente de mi generación, el pacto de la
Iglesia con Franco condicionó la vida y el comportamiento de todos los
españoles. Recuerdo algunas frases famosas de grandes hombres de la Iglesia. El
obispo de Cartagena dijo, en 1936: «¡Benditos sean los cañones si en las
brechas que abren florece el Evangelio!» Yo, que tuve la oportunidad de
asomarme a alguna de esas brechas, lo único que pude contemplar fue el interior
de alguna humilde casa destruida y algunos cadáveres mutilados, en la mayoría de
los casos de mujeres y niños, pero, por más esfuerzos que hice, no vi florecer
el Evangelio. Y ese mismo año, el arcipreste de Burgos dijo: «¡Nada de perdón a
los enemigos de la Iglesia y de los santos padres. Que su semilla sea
destruida, su maldita semilla, la semilla de Satanás!» No lo tengo muy claro,
pero supongo que con lo de la semilla se refería a los espermatozoides, de lo
que se deduce que el arcipreste de Burgos no era muy experto en
espermatozoides, porque no es fácil cargarse a un espermatozoide si no es con
un fusil de mira microscópica o con una masturbación.»
Miguel Gila
"Memorias de un exilio", 1998
Genial ser humano. el humor le escuece a la iglesia, tan santa, tan mala, tan atrasada. Honor a este señor de caminos abiertos, danielle triay.
ResponderEliminarAsi es Danielle. Miguel Gila nos dejó un valioso testimonio en sus memorias, un testimonio lleno de dolorosa historia pero que combina, magistralmente, con el sentido del humor que siempre le caracterizó.
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