«España es tierra de precursores, que se anticipan para luego quedar olvidados cuando su innovación surge después en otro país más robustamente preparada, mejor recibida y continuada.»
María Torres / 13 Marzo 2015
Ramón Menéndez Pidal, uno de los más grandes filólogos y medievalistas españoles, miembro de la Generación del 98 y catedrático de Filología Románica de la Universidad Central de Madrid desde 1899 hasta el final de la Guerra, dirigió desde su creación en 1910 el Centro de Estudios Históricos (CEH) y colaboró activamente en la creación y desarrollo del Instituto Escuela. Fue miembro de la RAE (sillón b) en 1902, desempeñando el cargo de director de la entidad en una primera etapa desde 1925 a 1938 y en una segunda desde 1947 hasta su fallecimiento.
Participó en diversas protestas contra la dictadura de Primo de Rivera y se enfrentó a éste en 1929 con la "Carta al Dictador", publicada en El Sol, en defensa de la Universidad. Celebró el fín de la monarquía borbónica y recibió con alegría y esperanza la llegada de la República en 1931, asumiendo el cargo de rector de la Universidad Internacional de verano de Santander y la vicepresidencia de la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE). En 1935 impulsó el proyecto de redactar colectivamente una gran Historia de España, que no alcanzó a ver publicada, pues no fue hasta después de su muerte cuando se culminó su proyecto.
Tras el golpe de estado de 18 de julio de 1936, se refugió junto a su familia en San Rafael (Segovia) y más tarde en la Embajada de México. Desde Burgos, donde los franquistas habían establecido la Junta de Defensa Nacional, se solicita a las autoridades segovianas con fecha 2 de julio de 1937 un informe amplio de las actividades así como la ideología política antes del "glorioso movimiento nacional" de los miembros de la familia Menéndez Pidal-Catalán: «Interesa también sean vigilados de un modo discreto, así como las amistades que operan alrededor de esta familia. En caso de que convenga le sea intervenida la correspondencia».
En el informe que se remite a Burgos se indicaba: «Presidente de la Academia de la Lengua. Persona de gran cultura, esencialmente bueno, débil de carácter, totalmente dominado por su mujer. Al servicio del Gobierno de Valencia como propagandista en Cuba». De su mujer, María Goyri, manifiestan: «Persona de gran talento, de gran cultura, de una energía extraordinaria, que ha pervertido a su marido y a sus hijos. Muy persuasiva y de las personas más peligrosas de España. Es sin duda una de las raíces más robustas de la revolución».
Antes de que los franquistas se interesaran por él y su familia, Ramón Menéndez Pidal había abandonado España, aceptando las sugerencia del gobierno republicano y gracias a las gestiones del Quinto Regimiento. Llegó a Burdeos el 23 de diciembre de 1936, donde impartió distintos cursos. Después viajaría hasta La Habana y Nueva York. En esta última ciudad se encontraba en 1937, impartiendo cursos sobre la historia de la lengua española y los problemas de la épica y el romancero en la Universidad de Columbia, cuando recibe la orden de reincorporarse a la dirección del CEH, pero opta por no regresar a España mientras se mantenga la situación bélica, hecho que provoca que el gobierno republicano le cese en 1938 «por abandono del servicio».
En 1939 el franquismo le autoriza a pisar suelo español. Fué Raimundo Fernández-Cuesta, antiguo profesor del Instituto Escuela y Secretario General de Falange, quien consiguió un salvoconducto para que Ramón Menéndez Pidal pudiera regresar, pero éste, nada más atravesar la frontera choca con la realidad de la España franquista y escribe: «1939. El 16 julio llego a Madrid después de dos años y medio de ausencia. / Franco por radio había dicho y repetido cuando la rendición de Madrid que el que no tuviera las manos manchadas de sangre podía volver tranquilo a España (Lequerica en París decía lo mismo a los emigrados todos), pero enseguida empezó con las persecuciones y responsabilidades. Exactamente como Fernando VII al regreso a España, declaraciones liberales y constitucionalísticas, e inmediatamente prohibición del uso de las palabras liberal y servil».
Seis meses después, en febrero de 1940, manifiesta: «Cuando volví a España, tenía alguna esperanza, aunque no mucha, de hallar en ella una atmósfera próxima a descargarse de los rencores que toda guerra civil deja tras de sí. Desvanecida esa esperanza, creo lo mejor permanecer aparte, confiando en que, aunque por mi edad ya no lo vea, vendrán tiempos sin odios en que nuestra España pueda ser una en los espíritus y grande en el esfuerzo».
El franquismo, que le abre las puertas para entrar en España le cierra todas demás. Apartado de la docencia al igual que toda su familia, en agosto de 1939 es cesado como presidente de la Academia Española. Desde el ministerio se le propone que en beneficio de la misma debe apartarse de ella, y Menéndez Pidal, sin resistencia, devuelve su medalla: «Yo no puedo contrariar, ni aun lo más levemente, la opinión de los académicos que ven en mí un obstáculo para las mejores relaciones oficiales de la Corporación, cuyo bien siempre deseo y seguiré deseando después de devolver mi medalla». No volvió a pisar la Academia hasta 1947.
El Centro de Estudios Históricos, institución vinculada a la Institución Libre de Enseñanza, y la Junta para la Ampliación de Estudios son desmantelados y todos sus fondos de consulta embargados y entregados como botín al Opus Dei. Sus miembros terminan exiliados, presos o depurados. El gobierno franquista crea el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en el que no hay lugar para Menéndez Pidal.
Desencantado, entiende que su futuro en España es la «jubilación integral», y en una carta a Julio Casares, secretario perpetuo de la RAE en septiembre de 1939 manifiesta el malestar que siente: «No hay familia que no esté dolida y resentida, con tanta gente fusilada, encarcelada, desterrada ¡tanta gente valiosa eliminada! no es el camino de una España grande y una, sino pequeña y más dividida que antes».
Sólo le quedaba la Academia de la Historia, donde parece ser que le eximieron de prestar el obligado juramento que había que pronunciar en todas las Acaademias franquistas: «¿Juraís en Dios y en vuestro Ángel Custodio servir perpetua y lealmente al de España bajo Imperio y norma de su Tradición viva; en su catolicidad que encarna en el Pontífice de Roma; en su continuidad hoy representada por el Caudillo, Salvador de nuestro pueblo».
En abril de 1940 es citado por el Tribunal de Responsabilidades Políticas para la lectura de cargos, pues sobre él pesaba una denuncia anónima. Se niega a acudir en principio, pero lo hace en un segundo requerimiento. Se procedió a embargar la totalidad de sus bienes, que no recobró hasta 1944. El expediente incoado por el Tribunal no fué cerrado hasta 1952.
Menéndez Pidal siguió trabajando en solitario, recluido en su casa de la Cuesta del Zarzal 23. Se volcó en la Historia de la Lengua, Historia de la Épica y en la Historia del Romancero con los fondos de su archivo-biblioteca que habían quedado custodiados en la Embajada de México en Madrid y fueron salvados gracias al Gobierno Republicano, que con objeto de protegerlos los había enviado a Ginebra junto a los cuadros del Prado.
Siguió trabajando y no olvidó a los compañeros que se encontraban en el exilio. En diciembre de 1947, su gran prestigio y el amplio reconocimiento internacional pesaron más que su actitud de intelectual disidente y fue reelegido presidente de la RAE, cargo que ostentaría hasta su muerte en 1969. Fue después de este nombramiento cuando el gobierno franquista ordenó que las plazas de los académicos exiliados como Tomás Navarro, Niceto Alcalá-Zamora y Salvador de Madariaga, fueran sacadas a concurso, pero Ramón Menéndez Pidal desobece el deseo del régimen y consigue que los sillones de los académicos exiliados permanezcan sin cubrir hasta el fallecimiento o retorno de sus titulares.
Existe otra anécdota relacionada con la Academia, y que fué difundida por Pío Baroja. Los académicos solicitaron la retirada del retrato de Cervantes que presidía el salón de actos de la RAE, ya que existían serias dudas de que el cuadro firmado por Juan de Jáuregui correspondiense al autor de Don Quijote de la Mancha. Menéndez Pidal se negó a retirarlo, justificando su decisión con las palabras siguientes: «Déjenlo ustedes ahí, que si quitamos a Cervantes, seguramente tengo que poner a Franco».
En mayo de 1962 su firma encabezó una carta crítica dirigida a Manuel Fraga reclamando libertad de información y soluciones negociadas para los conflictos laborales, condenando la brutalidad de los métodos represivos del régimen, en relación con la oleada de huelgas que se estaban produciendo en Asturias y el País Vasco.
Ramón Menéndez Pidal, intelectual, filólogo, historiador, medievalista, folclorista, maestro de maestros, un erudito que mantuvo el compromiso con el conocimeinto hasta su muerte.
Franquista, nunca. Dejó muy claras sus diferencias con los vencedores.
La fotografía que ilustra este texto es de Nicolas Muller (Ramón Menéndez Pidal, 1950)
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