“Tenías 44 años, amabas a España, creías en la revolución sobre todas las cosas, y por tu voz de América, triunfando de la Muerte, se expresaba América.” (Juan Larrea)
El 15 de abril de 1938, un lluvioso viernes santo parisino, fallecía en París César Vallejo. Vivió en Madrid la llegada de la II República y en París el estallido de la Guerra de 1936. Un vínculo estremecedor unió al poeta con el pueblo español que luchó contra el fascismo. Colaboró en la fundación del Comité Ibeoamericano para la defensa de la República española. La última vez que pisó suelo español fue en julio de 1937 para asistir al Congreso Internacional de Escritores Antifascistas.
Hoy le recordamos con un texto de Pablo Neruda publicado en la revista Aurora de Santiago de Chile el 1 de agosto de 1938, y recogido en su libro "Para nacer he nacido"
César Vallejo ha muerto
Esta primavera de Europa está creciendo sobre una más,
uno inolvidable entre los muertos, nuestro bienadmirado, nuestro bienquerido
César Vallejo. Por estos tiempos de París, él vivía con la ventana abierta, y
su pensativa cabeza de piedra peruana recogía el rumor de Francia, del mundo,
de España… Viejo combatiente de la esperanza, viejo querido. ¿Es posible? ¿Y qué
haremos en este mundo para ser dignos de tu silenciosa obra duradera, de tu
interno crecimiento esencial? Ya en tus últimos tiempos, hermano, tu cuerpo, tu
alma te pedían tierra americana, pero la hoguera de España te retenía en
Francia, en donde nadie fue más extranjero. Porque eres el espectro americano,
-indoamericano como vosotros preferís decir-, un espectro de nuestra martirizada
América, un espectro maduro en la libertad y en la pasión. Tenías algo de mina,
de socavón lunar, algo terrenalmente profundo.
“Rindió tributo a sus muchas hambres” -me escribe Juan
Larrea-. Muchas hambres, parece mentira… Las muchas hambres, las muchas
soledades, las muchas leguas de viaje, pensando en los hombres, en la
injusticia sobre esta tierra, en la cobardía de media humanidad. Lo de España
ya te iba royendo el alma. Esa alma tan roída por tu propio espíritu, tan
despojada, tan herida por tu propia necesidad ascética. Lo de España ha sido el
taladro de cada día para tu inmensa virtud. Eras grande, Vallejo. Eras interior
y grande, como un gran palacio de piedra subterránea, con mucho silencio
mineral, con mucha esencia de tiempo y de especie. Y allá en el fondo el fuego
implacable del espíritu, brasa y ceniza… Salud, gran poeta, salud, hermano.
Pablo Neruda
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