Lo Último

1403. Escuela

Oí tocar a los grandes violinistas del mundo,
a los grandes “virtuosos”.
Y me quedé maravillado.
¡Si yo tocase así!... ¡Como un “Virtuoso”!
Pero yo no tenía
escuela
ni disciplina
ni método...
Y sin estas tres virtudes
no se puede ser “Virtuoso”.
Me entristecí.
Y me fui por el mundo a llorar mi desdicha.
Una día oí... en un lugar... no sé cuál...
“Sólo el virtuoso puede ver un día la cara de Dios”.
Yo sé que la palabra “Virtuoso”
tiene un significado equívoco, anfibológico,
pero, de una o de otra manera, pensé,
yo no seré nunca un “Virtuoso”...
y me fui por el mundo a llorar mi desdicha.

Anduve... anduve... anduve...
descalzo muchas veces,
bajo la lluvia y sin albergue...
solitario.



Y también en el carro itinerario
más humilde de la farándula española.
Así recorrí España.
Vi entonces muchos cementerios,
y aprendí cómo se llora
en los distintos pueblos españoles.
Blasfemé.
Viví tres años en la cárcel…
no como prisionero político,
sino como delincuente vulgar...
Comí el rancho de castigo
con ladrones y grandes asesinos...
Crucé diversos países y continentes;
viajé en la bodega de los barcos,
les oí contar sus aventuras a los marineros
y su historia de hambre a los miserables emigrantes.
He dormido muchas noches, años, en el África Central,
allá, en el Golfo de Guinea,
en la desembocadura del Muni,
acordando el ritmo de mi sangre
con el golpe seco, monótono y tenaz
del tambor prehistórico africano
de tribus indomables.
He visto a un negro desnudo
recibir cien azotes con correas de plomo
por haber robado un viejo sombrero de copa
en la factoría del Holandés.
Vi parir a una mujer
y vi parir a una gata.
y parió mejor la gata;
vi morir a un asno
y vi morir a un capitán.
y el asno murió mejor que el capitán.
Y ese niño,
¿por qué ha llorado toda la noche ese niño?
No es un niño, es un mono —me dijeron.
Y todos se rieron de mí.
Yo fui a comprobarlo
y era un mono pequeño en efecto,
pero lloraba igual que un niño,
más desgarrada, más dolorosamente que todos los niños
que yo había oído llorar en el mundo.
El Sargento me explicó:
—Anoche en el bosque matamos al padre y a la madre,
y nos trajimos al monito.
¡Cómo lloraba el monito!
Estuve en una guerra sangrienta,
tal vez la más sangrienta de todas.
Viví en muchas ciudades bombardeadas,
caminé bajo bombas enemigas que me perseguían,
vi varios palacios derruidos, sepultando
entre sus escombros niños y mujeres inocentes.
Una noche conté cientos de cadáveres
buscando a un amigo muerto.
Viví en manicomios y hospitales.
Estuve en un leprosario
(junto al lago petrolífero y sofocante de Maracaibo),
me senté a la misma mesa que los leprosos.
Y un día me acordé del Cid
y les di la mano a todos,                                     
sin guantelete,
no tenía otra cosa que darles.
He dormido sobre el estiércol de las cuadras,
en los bancos municipales
y he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos.
Y esta llaga que llevo aquí escondida
—desde mozo, hace 60 años—,
que sangra, que supura, no se cierra
y no puedo enseñarla por pudor.
No es herida gloriosa de guerra...
¡Pero hay llagas redentoras!

Y una vez... alguien me llevó ciego
a un lugar de pesadilla.. .
de bicéfalos monstruos.
¿Alguien?...
¿o fue el veneno antiguo y poderoso de mi sangre
que está ahí, agazapado como un tigre,
se levanta a veces, deforma el Amor
y me deja sin defensa
en un mundo subyugante, satánico y angélico a la vez,
donde se pierde al fin la voluntad
y uno ya no puede decir quién quiere que venza,
si la luz o la sombra?                                               
Sin embargo,
aquella vez vencieron y me salvaron los ángeles...
Pero yo no fui un soldado valiente.
¡Oh el amor, el amor...!   ¡Qué formas toma a veces!
¿Por qué ha de ser así?
¿Por qué este veneno de la sangre está ahí siempre,
agazapado como un tigre, y no se va,
y a veces se levanta, y lucha...
y, ¡ay!, puede más que los ángeles?
Volví a blasfemar.
Y otra vez,
desesperado,
quise escaparme por la puerta maldita y condenada
y mi ángel de la guarda me tomó por los hombros
y me dijo severo: no es hora todavía...
hay que esperar.
Y esperé.
Y sufrí,
y lloré otra vez.
He visto llorar a mucha gente en el mundo
y he aprendido a llorar por mi cuenta.
El traje de las lágrimas
le he encontrado siempre cortado a mi medida.

Viví en Norteamérica seis años, buscando a Whitman,
y no lo encontré. Nadie le conocía.
Hoy tampoco le conocen.
¡Pobre Walt!, tu palabra “Democracy”
la ha pisoteado el Ku-Klux-Klan.
y “aquella guerra”, ¡ay!,
la perdisteis los dos:
Lincoln y tú.

Llegué a México
montado en la cola de la Revolución.
Corría el año 23...
aquí planté mi choza,
aquí he vivido muchos años,                                                    
aquí he vivido,
he llorado,
he gritado,
he protestado
y me he llenado de asombro.
He presenciado monstruosidades y milagros:
aquí estaba cuando mataron a Trotsky
y cuando asesinaron a Villa,
cuando fusilaron a 40 generales juntos...
y aquí he visto a un indito,
a todo México
arrodillado llorando ante una flor.

He acompañado a la muerte muchas veces:
la vi a la cabecera de mi madre,
de mi compañera,
de amigos innumerables.
He sufrido y sufro el destierro...
Y soy hermano de todos los desterrados del mundo.

Tengo un amigo judío que estuvo en Auschwitz
y me ha enseñado las cicatrices del látigo alemán.
He estado en el infierno.
En un infierno
que Dante y Virgilio no soñaron siquiera.
Salí del infierno... y he rezado mucho después.
Me sepultaron vivo
y me escapé de la tumba.
He vivido largos años
y he llegado a la vejez
con un saco inmenso,
lleno de recuerdos,
de aventuras,
de cicatrices,
de úlceras incurables,
de dolores,
de lágrimas,
de cobardías y tragedias.
y ahora... de repente,
a los 80 años
me doy cuenta de que sé tocar muy bien el violín...
que soy un “Virtuoso”,
que puedo tocar en los grandes conciertos del mundo.
Me gusta haber llegado a la vejez
siendo un gran violinista... un “Virtuoso”.
Pero... con esta definición
que oí cierta vez en un lugar... no sé cuál:

“Sólo el Virtuoso puede ver un día la cara de Dios”.


León Felipe
¡Oh, este viejo y roto violín!, 1965







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