Oí
tocar a los grandes violinistas del mundo,
a
los grandes “virtuosos”.
Y
me quedé maravillado.
¡Si
yo tocase así!... ¡Como un “Virtuoso”!
Pero
yo no tenía
escuela
ni
disciplina
ni
método...
Y
sin estas tres virtudes
no
se puede ser “Virtuoso”.
Me
entristecí.
Y
me fui por el mundo a llorar mi desdicha.
Una
día oí... en un lugar... no sé cuál...
“Sólo
el virtuoso puede ver un día la cara de Dios”.
Yo
sé que la palabra “Virtuoso”
tiene
un significado equívoco, anfibológico,
pero,
de una o de otra manera, pensé,
yo
no seré nunca un “Virtuoso”...
y
me fui por el mundo a llorar mi desdicha.
Anduve... anduve... anduve...
Anduve... anduve... anduve...
descalzo
muchas veces,
bajo
la lluvia y sin albergue...
solitario.
Y también en el carro itinerario
más
humilde de la farándula española.
Así
recorrí España.
Vi
entonces muchos cementerios,
y
aprendí cómo se llora
en
los distintos pueblos españoles.
Blasfemé.
Viví
tres años en la cárcel…
no
como prisionero político,
sino
como delincuente vulgar...
Comí
el rancho de castigo
con
ladrones y grandes asesinos...
Crucé
diversos países y continentes;
viajé
en la bodega de los barcos,
les
oí contar sus aventuras a los marineros
y
su historia de hambre a los miserables emigrantes.
He
dormido muchas noches, años, en el África Central,
allá,
en el Golfo de Guinea,
en
la desembocadura del Muni,
acordando
el ritmo de mi sangre
con
el golpe seco, monótono y tenaz
del
tambor prehistórico africano
de
tribus indomables.
He
visto a un negro desnudo
recibir
cien azotes con correas de plomo
por
haber robado un viejo sombrero de copa
en
la factoría del Holandés.
Vi
parir a una mujer
y
vi parir a una gata.
y
parió mejor la gata;
vi
morir a un asno
y
vi morir a un capitán.
y
el asno murió mejor que el capitán.
Y
ese niño,
¿por
qué ha llorado toda la noche ese niño?
No
es un niño, es un mono —me dijeron.
Y
todos se rieron de mí.
Yo
fui a comprobarlo
y
era un mono pequeño en efecto,
pero
lloraba igual que un niño,
más
desgarrada, más dolorosamente que todos los niños
que
yo había oído llorar en el mundo.
El
Sargento me explicó:
—Anoche
en el bosque matamos al padre y a la madre,
y
nos trajimos al monito.
¡Cómo
lloraba el monito!
Estuve
en una guerra sangrienta,
tal
vez la más sangrienta de todas.
Viví
en muchas ciudades bombardeadas,
caminé
bajo bombas enemigas que me perseguían,
vi
varios palacios derruidos, sepultando
entre
sus escombros niños y mujeres inocentes.
Una
noche conté cientos de cadáveres
buscando
a un amigo muerto.
Viví
en manicomios y hospitales.
Estuve
en un leprosario
(junto
al lago petrolífero y sofocante de Maracaibo),
me
senté a la misma mesa que los leprosos.
Y
un día me acordé del Cid
y
les di la mano a
todos,
sin
guantelete,
no
tenía otra cosa que darles.
He
dormido sobre el estiércol de las cuadras,
en
los bancos municipales
y
he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos.
Y
esta llaga que llevo aquí escondida
—desde
mozo, hace 60 años—,
que
sangra, que supura, no se cierra
y
no puedo enseñarla por pudor.
No
es herida gloriosa de guerra...
¡Pero
hay llagas redentoras!
Y
una vez... alguien me llevó ciego
a
un lugar de pesadilla.. .
de
bicéfalos monstruos.
¿Alguien?...
¿o
fue el veneno antiguo y poderoso de mi sangre
que
está ahí, agazapado como un tigre,
se
levanta a veces, deforma el Amor
y
me deja sin defensa
en
un mundo subyugante, satánico y angélico a la vez,
donde
se pierde al fin la voluntad
y
uno ya no puede decir quién quiere que venza,
si
la luz o la
sombra?
Sin
embargo,
aquella
vez vencieron y me salvaron los ángeles...
Pero
yo no fui un soldado valiente.
¡Oh
el amor, el amor...! ¡Qué formas toma a veces!
¿Por
qué ha de ser así?
¿Por
qué este veneno de la sangre está ahí siempre,
agazapado
como un tigre, y no se va,
y a
veces se levanta, y lucha...
y,
¡ay!, puede más que los ángeles?
Volví
a blasfemar.
Y
otra vez,
desesperado,
quise
escaparme por la puerta maldita y condenada
y
mi ángel de la guarda me tomó por los hombros
y
me dijo severo: no es hora todavía...
hay
que esperar.
Y
esperé.
Y
sufrí,
y
lloré otra vez.
He
visto llorar a mucha gente en el mundo
y
he aprendido a llorar por mi cuenta.
El
traje de las lágrimas
le
he encontrado siempre cortado a mi medida.
Viví
en Norteamérica seis años, buscando a Whitman,
y
no lo encontré. Nadie le conocía.
Hoy
tampoco le conocen.
¡Pobre
Walt!, tu palabra “Democracy”
la
ha pisoteado el Ku-Klux-Klan.
y
“aquella guerra”, ¡ay!,
la
perdisteis los dos:
Lincoln
y tú.
Llegué
a México
montado
en la cola de la Revolución.
Corría
el año 23...
aquí
planté mi choza,
aquí
he vivido muchos
años,
aquí
he vivido,
he
llorado,
he
gritado,
he
protestado
y
me he llenado de asombro.
He
presenciado monstruosidades y milagros:
aquí
estaba cuando mataron a Trotsky
y
cuando asesinaron a Villa,
cuando
fusilaron a 40 generales juntos...
y
aquí he visto a un indito,
a
todo México
arrodillado
llorando ante una flor.
He
acompañado a la muerte muchas veces:
la
vi a la cabecera de mi madre,
de
mi compañera,
de
amigos innumerables.
He
sufrido y sufro el destierro...
Y
soy hermano de todos los desterrados del mundo.
Tengo
un amigo judío que estuvo en Auschwitz
y
me ha enseñado las cicatrices del látigo alemán.
He
estado en el infierno.
En
un infierno
que
Dante y Virgilio no soñaron siquiera.
Salí
del infierno... y he rezado mucho después.
Me
sepultaron vivo
y
me escapé de la tumba.
He
vivido largos años
y
he llegado a la vejez
con
un saco inmenso,
lleno
de recuerdos,
de
aventuras,
de
cicatrices,
de
úlceras incurables,
de
dolores,
de
lágrimas,
de
cobardías y tragedias.
y
ahora... de repente,
a
los 80 años
me
doy cuenta de que sé tocar muy bien el violín...
que
soy un “Virtuoso”,
que
puedo tocar en los grandes conciertos del mundo.
Me
gusta haber llegado a la vejez
siendo
un gran violinista... un “Virtuoso”.
Pero...
con esta definición
que
oí cierta vez en un lugar... no sé cuál:
“Sólo
el Virtuoso puede ver un día la cara de Dios”.
León Felipe
¡Oh, este viejo y roto violín!, 1965
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