María Zambrano Alarcón (22 de abril de 1904 - 6 de febrero de 1991) |
A
María Zambrano, ten una misma fe, en una misma esperanza, en un mismo
entusiasmo.
Canto
y danza del viento, aquí, en derredor mío, entre
los altos árboles!
—Mas,
lejos de aquí, lejos, en las hondas trincheras, en
los campos de nieve, por barrancas y valles moribundos
gemidos, rastros
de lodo y sangre...
Lejos
de aquí— ¡tan lejos! —, puesto el ojo en la mira, el
dedo en el gatillo y el corazón en nadie, la
vacía mochila del pasado a la espalda y
el glacial horizonte, despoblado, delante, cómo
te estoy soñando —cómo me estoy soñando—,desdoblado
imposible mío, hiedra del aire!
Contigo,
allí, a tu espalda, constante aunque invisible, velándote
la guardia, tenaz, infatigable, la
esperanza, apoyando las puntas de sus dedos en
tus hombros, celtídas las horas a su talle.
No
la ves, no la tocas, mi centinela; pero la
caña de tus huesos de su presencia sabe, y
el profundo latido que redobla en tus sienes se
rige por el soplo que de sus labios sale.
¡Erguida
en pie a tu espalda, hincados en la tierra los
talones, avanza—como hacia el mar la nave su
proa—la melliza firmeza de sus pechos; en
los redondos hombros, alas de luz le nacen: muda
estatua (y es toda un clamor contenido. —Tanto
temblor de entrañas se hace bronce en su carne!), cazadora
al acecho de las inciertas sombras, su
cefio es la espesura de que el futuro nace.
A
su presión callada, con un mudo: «¡Presente!», mi
velador, respondes, contra el costado el máuser, firme
en tu puesto, el puño crispado sobre el arma, tendidos
nervio y músculo, pronto para el avance.
Compañera
perenne, la esperanza te empuja más
allá de las torvas rastrojeras de alambres, más
allá de los campos sin trigo que la guerra con
el duro granizo de la metralla barre, más
allá...
Hay
una raya que separa dos mundos. La victoria será de quien la raya pase, pie
seguro, sereno pulso, sordo el oído a los miedos que el viento le manda a los alcances.
¡Qué
en tu sitio te veo, qué fiel a la figura que
el destino te va dibujando delante, sin
mirar, en la diana heroica del instante!
Llega
hasta donde debes. En la más alta cima, la
gloria se te rinda, trémula, jadeante. y
cuando en tomo mío cante, a la noche, el viento, rondador
vagabundo de jardines y calles, para
arrastrarme al blando abandono, al capcioso divido,
que a mi lado su presencia levante esa
enhiesta esperanza que a espaldas tuyas vela, remoto
hermano en guardia, sombra mía hecha carne, y
sus manos,, de pronto, caigan sobre mis hombros, mientras
su voz ordena a mi vida «¡Adelante!».
José
María Quiroga Plá
Barcelona,
Marzo 1938
Publicado
en Hora de España, Mayo
1938
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