Pedro Cepeda, un niño malagueño de 14 años, es evacuado a la URSS en 1937. Antes y para protegerle de los bombardeos, su madre decide enviarle a Valencia. Allí una sobrina cuidaría de él, pero el marido, militante del PCE opta por recluirle en un hogar de niños/orfanato dirigido por el partido. De allí fué sacado Pedro y enviado a la URSS junto con otros muchos "niños de la Guerra". Al finalizar la misma eran reclamados por sus padres, que contaban con el regreso de sus hijos, pero según Ana Cepeda "la cúpula del PCE se negó en redondo a dejar salir a menores de 18, dándoles a todos la ciudadanía soviética"
Pedro intentó salir del país de forma clandestina. Uno de sus objetivos era poder denunciar ante la ONU la situación de los republicanos españoles en los campos de concentración. No lo consiguió. Su intento de fuga fue descubierto y penado con una condena de veinticinco años en campos de trabajo.
Ana Cepeda, es la autora de "Harina de otro costal", libro que narra la vida de Pedro Cepeda, su padre.
Pedro Cepeda y José Antonio Tuñón rebasaban el límite de su paciencia con respecto a su situación en la URSS. Ambos poseían ya trabajos dignos y un sueldo adecuado para llevar una vida medianamente aceptable. Después de todas las penurias, el hambre, las guerras y la lucha por llevar una existencia adecuada, sus circunstancias actuales eran un lujo en comparación con lo que habían pasado, pero volver a su país era el propósito con el que cada mañana se levantaban de la cama y lo último en lo que pensaban al acostarse por la noche.
Pese a todas las trabas impuestas por parte del PCE, la política de desprestigio y desprecio que había sufrido mi padre al declararle «persona non grata», el «Bolshói Teatr» (un anexo del prestigioso «Teatro Bolshoi»), le acababa de ofrecer un contrato como tenor con una nómina de 1.800 rublos, sueldo que por aquel entonces era la envidia de muchos compatriotas españoles y un gran número de ciudadanos rusos. Incluso habiendo adquirido por fin la solución a la precaria vida que había llevado desde que le evacuaron a Asia central, prefirió arriesgarse y descartar el estatus social que empezaba a disfrutar. Quería una vida en libertad, aunque ello supusiera cambiarla por otra más austera, pero por supuesto, fuera de la URSS. El escenario en el que trabajaban les impulsaba aún más hacia la huída sea como fuere. Ambos eran conscientes de que el plan que estaban dispuestos a iniciar podría tener un fatídico final. Ni él ni Tuñón debían fiarse de nadie dentro del entorno de los evacuados españoles, donde los chivatos y los espías estaban alerta de cada palabra. Tampoco podían relajarse en el ambiente de las embajadas, pues allí había casi más infiltrados de la KGB que personal trabajando.
En resumen: el hartazgo de dicho escenario les dio las fuerzas suficientes como para que la aventura a la que se pensaban someter les compensara el esfuerzo y el riesgo, siendo totalmente conscientes de que una vez que se iniciara el plan, no habría punto de retorno.
Tuñón había estudiado en la Universidad de Madrid. Formó parte de las Juventudes comunistas destacando como líder del grupo. Se alistó en el 36 al bando republicano, participando activamente en la guerra civil española y enrolándose en el cuerpo del aire. Su rango militar llegó a ser el de capitán, obteniendo una amplia experiencia como piloto, y sus condecoraciones le otorgaron el mayor crédito que se le podía dar a un activista pro-comunista y anti-falangista.
Tal fue su mérito dentro del Partido, que le enviaron a la URSS para formar a un grupo de alumnos pilotos en 1.938, esos mismos que después desaparecieron misteriosamente como por arte de magia al reivindicar su derecho a salir de Rusia. José, tras haber sido testigo de lo que había pasado con sus alumnos y viendo el trato que recibían los que osaban exigir su derecho a retornar a su patria, se resignó y esperó el momento oportuno para abandonar la URSS de alguna manera. Tras varias intentonas (todas ellas a través de un comunista apellidado Buendía que el PCE había enviado a Chile), Tuñón supo que su padre, aunque era ya muy anciano, trabajaba de cobrador en España, intentando sobrevivir dentro de la dictadura franquista. Su hermano Mateo, también comunista, había conseguido huir a Méjico a través de Portugal. Mateo lo reclamó legalmente apoyado por Buendía ejerciendo de representante comunista en el extranjero. Pero ni eso ni su perfecta conducta comunista que reconocía el Partido, ni las horas de vuelo durante la guerra en la URSS, ni el darlo todo por el Partido consiguieron que Tuñón tuviese billete de salida definitivo. La intención era reunirse en Méjico con su hermano y desde allí lograr sacar a su padre y su hermana de la España franquista.
Tras dos años de espera y muchos trámites burocráticos, le aconsejaron retirar la solicitud por su propio bien, pero en vista de que Tuñón insistía sin darse por vencido, los consejos se convirtieron en amenazas pese a que no pudieron «hacerle desaparecer» por tratarse de una persona de bastante categoría política dentro del Partido.
Por otro lado, Pedro Conde, «el agregado obrero» de la Embajada Argentina, saturado de ver tales injusticias, no sólo en el pellejo de sus compañeros y amigos sino también con el resto de los republicanos españoles, decidió trazar un plan consciente de que sería el principio de un gran escándalo internacional tanto para bien como para mal. Para ello buscó la ayuda de Toni Bazán, del que sabía se podía fiar al cien por cien. Ambos, Toni y Pedro Conde, debían partir en breve a su originaria Argentina justo a principios del año 1.948. El viaje estaba decidido y organizado desde hacía tiempo, pero esta vez, no irían solos.
Durante tres meses entrenaron a Cepeda y a Tuñón a diario. Estuvieron más de doce semanas estudiando al milímetro la situación, los pros, los contras, las formas de llevarlo a cabo, los horarios, las temperaturas, las presiones atmosféricas, si era viable o no. El plan consistía en meter a Pedro Cepeda y José Tuñón en sendos baúles diplomáticos que embarcarían dentro del avión para llevarles a Argentina vía Praga. Los baúles estarían preparados para refugiar a una persona poco corpulenta (ambos eran pequeños) y aguantar el viaje hasta Praga lo más confortablemente posible dentro de la valija diplomática. Los dos perdieron alrededor de unos diez kilos, estando ya delgados de por sí. Había que conseguir que las valijas no pesaran más de cincuenta kilos con los ocupantes dentro. Una vez fuera, la misión radicaría en denunciar la situación en la ONU y hacerla estallar internacionalmente, forzando de ese modo a la URSS a dejar salir de sus fronteras a todo aquel que lo solicitase. Cualquier país democrático lucharía a favor de los derechos humanos exigiendo que los soviéticos dejaran de infringir las normas, pero para eso debían sacarlos imperiosamente del país, con o sin legalidad de por medio.
Prepararon los baúles para soportar aquella temeraria aventura desclavando una de cada cuatro esquinas. De ese modo obtendrían más cantidad de oxígeno una vez dentro. Para recibir un canal principal de recepción de aire, quitaron la fijación de la hembra de la cerradura que iba empotrada. La sujetaron con un alambre desde el interior para que no fuera obvio que estaba arrancada. Así podrían respirar mejor pegando la nariz al agujero que dejaba la hembra superpuesta y además, quedaba a la altura de la cara. Lo habían probado innumerables veces durante muchas horas y funcionaba a la perfección.
Dentro, colocaron también unas tablillas a modo de asas para que cuando el baúl cambiase de posición o se golpearan, los pasajeros clandestinos pudiesen aferrarse a ellas y así no salir dañados. El espacio, aunque reducido, permitía que cambiasen de postura yendo más o menos cómodos. Sin embargo, había un factor a tener en cuenta y es que no podían darse la vuelta dentro del baúl (de pies a cabeza o viceversa), ya que el ancho de la valija no era lo suficientemente grande como para poder girarse. Aun así, no les preocupaba ese inconveniente, pues la parte de arriba tenía forma ovalada y a nadie se le ocurriría volcar la valija justo al revés, dando por hecho que siempre estarían en posición horizontal.
También colocaron unas almohadas para que los golpes no los magullaran en la cabeza y bolsas de agua caliente para que no se congelaran, pues el viaje se efectuaría en la madrugada del 2 de Enero.
Pero antes de llevar a cabo aquel plan tremendo, Tuñón escribió a su hermano y mi padre a mis abuelos. Ambos se las entregaron a Conde, confiando en que él, desde el extranjero, las hiciese llegar de alguna manera, tanto si lo lograban como si no.
Queridos Padres:
En estos momentos tan graves para mí, me pongo a escribir estas letras. Mi vida en este país ha sido verdaderamente una odisea, fatigas, hambre, padecimientos y sufrimientos. Esto sería muy largo de contar y ocurre que ya no tengo tiempo. Si es que Dios quiere y tengo suerte, creo veros pronto y reunirnos de nuevo.
Quiero comunicaros al mismo tiempo una desgracia. Sé que sufriréis pero quiero cumplir con mi deber y deciros que mi hermano Rafael, ya en el año 1.944, cayó en la cárcel pero no por culpa suya, sino del hambre y la miseria.
Salió en el año 1.946 al principio. Vino a Moscú y después de vivir a mi lado unos meses, se cansó y se fue sin decirme a dónde. Ahora, verdaderamente no sé por dónde andará pero calculo que de nuevo estará en la cárcel.
Esto os lo he ocultado para no daros un disgusto, pero ahora, pienso ju-nas chinchetas que estaban tanto en la parte de arriba como en el resto de las garme la última carta: o escapar ilegalmente de este país o quedarme en él encerrado como mi hermano.
Si logro salirme con mis propósitos, nos veremos pronto y si no, perderéis otro hijo por querer abandonar este país al que suelen llamar «la cuna de la democracia».
Rogad a Dios que salga bien de ésta y os aseguro que pasaréis los pocos años de vida que os queden a mi lado y felices.
Recuerdos a todos y si es posible y si Dios quiere, os escribiré ya desde el extranjero.
Si tengo mala suerte, no lloradme sino odiad a todas las clases de dictaduras, culpables únicas de todas las desgracias. Os abraza, vuestro hijo. Pedro.
Ilusionados, Cepeda y Tuñón se introdujeron en el baúl diplomático alrededor de las 4 de la mañana. Debían de estar en el aeropuerto a las 7 y no querían que fallara nada. En la calle les esperaban veinticinco grados bajo cero siendo aquel invierno uno de los más duros que se recordaban en varias décadas. Mi padre iba en calzoncillos y en camiseta interior convencido de que en la cabina del avión haría bastante calor. Cualquier peso de más sería un problema, así pues se metió en el baúl con lo mínimo: algo de comida, las bolsas de agua caliente y su contrato del Teatro Bolshói que ya no le serviría de nada.
Ana Cepeda
Me parece un blog interesantísimo.
ResponderEliminarComo he leído en algún comentario, gracias por hacer visibles a personas que hicieron Historia, historia de nuestras vidas, historias reales.
Saludos
Gracias por tus palabras Marianela.
ResponderEliminarLa Histo5ria la sustentan los ánónimos. Los personajes que rara vez suelen aparecer en los libros.
Saludos.