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1391. La línea del horizonte

Grupo de personas partiendo para el exilio, últimos días de la Guerra Española. Autoridad Portuaria de Alicante.



"De nuevo un día más, el último de marzo. La gente del puerto permanecía en silencio. Después de presenciar la alegría de los vencedores al ver entrar las tropas italianas, de oír sus vítores y vivas a España y Franco, sólo quedaba la desolación total y esperar que de un momento a otro llegara el final.

Como una cruel anécdota de la vida, a primeras horas de la tarde entraron, por fin, los primeros barcos. La muchedumbre volvió a agolparse, los corazones latieron con fuerza en un último intento de esperanza. Todo en vano, no era la salvación esperada, eran dos barcos nacionalistas, el Canarias y el minador Vulcano. De ellos desembarcaron soldados españoles del Cuerpo del Ejército de Galicia.

Los soldados españoles reemplazaron a los italianos en las proximidades del muelle y comenzaron las llamadas a la rendición. Era absurdo resistir, era absurdo todo, sólo había cansancio, derrota. Fue entonces cuando algún maldito salvaje disparó unas ráfagas de ametralladora desde las faldas del Castillo. La gente comenzó a correr despavorida, la certeza de la represión más cruel nos invadió a todos. Algunos murieron en aquella avalancha.

Hacia las seis de la tarde empezó a evacuarse el puerto. Durante horas estuvimos pasando entre una doble fila de soldados españoles que nos iban registrando y nos quitaban los objetos personales.

Los hombres fuimos internados en un Campo de Concentración improvisado al aire libre, junto a la carretera de Valencia, en las faldas del minte S. Julián, a un par de kilómetros de Alicante. Después aquel Campo de Concentración se hizo famoso, se llamó "El Campo de los Almendros". Las mujeres y los niños fueron encerrados en dos cines de Alicante.

Los últimos refugiados terminaron de salir del puerto al día siguiente, el 1 de abril. Todo había terminado y sin embargo tara todos quedaba lo peor, aún no conocíamos a nuestros carceleros y no sabíamos imaginar lo crueles que podían llegar a ser.

Las escenas que se vieron en aquellas horas fueron difíciles de soportar, Felipe y yo mirábamos, sin poder contener las lágrimas, cómo se despedían, quizá para siempre, familias enteras. Veías cómo el padre estrechaba la cabeza de su hijo y cómo besaba por última vez los labios de su mujer. Para todos empezó entonces un peregrinar de cárcel en cárcel.


Isabel María Abellán
La línea del horizonte








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