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1429. La muerte de García Lorca comentada por sus asesinos




Hemos tenido ocasión de leer en el periódico Unidad, que editan los falangistas de San Sebastián, un encanallado y enfático artículo titulado: A la España imperial le han asesinado su mejor poeta. Se refiere a Federico García Lorca. Suponemos el asombro del lector, que será, sin duda, tan grande como el nuestro. Y suponemos su ira ante tal monstruosidad y cinismo.

Nunca hubiéramos creído que esos escritores lamentables, esos envilecidos «cantores» de Franco, llegasen, en su falta absoluta de honestidad, hasta el punto de glorificar a sus víctimas, cuando creen que esto conviene a sus intereses o los intereses de sus amos. El mundo entero ha reaccionado con indignación ante el cobarde asesinato, y ellos, por lo visto, han recibido la consigna de embrollar en lo posible este asunto, quemando incienso en torno al recuerdo del poeta muerto, y tratando, en lo posible, de atribuir este crimen a «los rojos».

Comentamos este artículo, no ya para rebatir sus intencionados errores, sino más bien para mostrar lo que es un escrito característico de la «espiritualidad» fascista. Esa falsedad al servicio del crimen, esa mentira dorada, bella vestidura para espíritus mezquinos, que a sí misma se llama «doctrina poética y religiosa de Falange». ¡Con este manto de cielo ya no hay en la tierra negrura que nos manche!

El estilo pomposo, lumínico, tristemente barroco, propio de los seguidores de Eugenio Montes, y esas frases grandilocuentes y retóricas, ocultan una actitud grosera, pedante, un «modo» que quiere ser señorial, muy a la española antigua, gallardo y cargado de plumas, pero que es sólo cursilería, cursilería y zafiedad.

Es curioso leer entre líneas lo qne no se quiere decir en este artículo. Comienza el autor expresando líricamente un repentino pesar por el crimen: «Conmovido por esa sucesión de formas qne sólo la vida puede ofrecernos, en estos días furiosos de lluvia, de sol encadenado, en lo más íntimo de mi ser ha empezado a dolerme tu muerte». Luego, fingiendo ser un caballero: «Yo afirmo que ni la Falange Española ni el Ejército de España tomaron parte en tu muerte». Y ahí es donde queda lanzado ese germen de confusión que quieren sembrar. En un juramento hecho por «la sangre vertida en un campo de honor».

Luego sigue: «Tus sentimientos eran los de la Falange: querías Patria, Pan y Justicia para todos». No vamos nosotros ahora a explicar lo que ellos entienden, lo que entiende la Falange, por Patria, Pan y Justicia para todos. Lo sabemos ya de sobra. Y en cuanto a los sentimientos y simpatías de Federico, expresados reiteradamente por él en público y privado, evidentes en su obra y en su vida, eran, como todo el mundo sabe, justamente lo contrario de los de Falange; aunque estúpidamente, con torpe demagogia, este Luis Hurtado, que dice haber sido íntimo de Lorca, y que es en absoluto desconocido para los verdaderos e íntimos amigos del poeta, diga otra cosa. Con el procedimiento usado por un pedante así podríamos convertir inmediatamente en fascista al mismo Lenin.

El articulista, por otra parte, no debe quedar muy convencido con sus afirmaciones, pues al decir que Lorca estaría con ellos si viviese, agrega: «La Falange perdona siempre y olvida». Y, naturalmente, eso que le tenían que perdonar a Federico es lo que no le perdonaron, lo que no le perdonarían nunca. Y por eso fué asesinado bárbaramente.

Siguiendo en su risible lirismo, el Sr. Hurtado se arrebata o cae lánguido. Pero topamos de pronto, en medio de su prosa absurda, llena de reminiscencias de todo, con esta frase, con este verso bien conocido: «El crimen fué en Granada».

No cabe pensar en una coincidencia casual; el momento escogido y el tono empleado no dejan lugar a dudas: el verso es de Antonio Machado y precisamente del sentido y bello poema que éste dedicó a Federico al enterarse de su muerte. Es un lamento, es una maldición a los asesinos; pero los asesinos cogen estas palabras de dolor auténtico, este verso del célebre poeta, y lo utilizan sin remordimientos. Porque necesitan ahora fingir dolor para que los crean buenos y sensibles. Pero no nos engañan, no engañan a nadie, sus lágrimas de cocodrilo.

Y aún dice algo más este Hurtado: Federico García Lorca no ha muerto, no. Tengamos fe, creamos en el espíritu, creamos en Dios. No importan los pequeños accidentes aquí en la tierra, si tenemos la vista muy alta. Lorca, dice este señor, no ha muerto. No ha muerto, no, dice este falangista de las flechas sobre el corazón. No ha sido asesinado, sino tan sólo que: «Los cien mil violines de la envidia se llevaron tu cuerpo para siempre». Ya lo sabemos : fué la envidia, sí, pero la envidia es ya violines. No son puñales los que entraron en su cuerpo, fueron sólo los violines de la gloria.

Ellos odian el materialismo, son «idealistas». Por eso hablan asi. Pero nosotros tenemos una idea bien precisa de lo que significan su lirismo y su grandeza.

Los que nos angustiamos de verdad con la muerte del poeta, sus amigos, compañeros y discípulos, el pueblo entero, los que queremos de verdad Patria, Pan y Justicia para todos, sabemos claramente qué crímenes y qué ultrajes pueden esperarse de esa Falange, de ese Ejército y de esa España negra, vestida de luces, que ha asesinado a Federico García Lorca.


S.B. 
Hora de España V
Valencia, mayo 1937











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