I
Las cárceles se arrastran por
la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los
juzgados;
buscan a un hombre, buscan a un
pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.
No se ve, que se escucha la
pena de metal,
el sollozo del hierro que
atropellan y escupen:
el llanto de la espada puesta
sobre los jueces
de cemento fangoso.
Allí, abajo la cárcel, la
fábrica del llanto,
el telar de la lágrima que no
ha de ser estéril,
el casco de los odios y de las
esperanzas,
fabrican, tejen, hunden.
Cuando están las perdices más
roncas y acopladas,
y el azul amoroso de fuerzas
expansivas,
un hombre hace memoria de la
luz, de la tierra,
húmedamente negro.
Se da contra las piedras la
libertad, el día,
el paso galopante de un hombre,
la cabeza,
la boca con espuma, con
decisión de espuma,
la libertad , un hombre.
Un hombre que cosecha y arroja
todo el viento
desde su corazón donde crece un
plumaje:
un hombre que es el mismo
dentro de cada frío,
de cada calabozo.
Un hombre que ha soñado con las
aguas del mar,
y destroza sus alas como un
rayo amarrado,
y estremece las rejas, y se
clava los dientes
en los dientes del trueno.
II
Aquí no se pelea por un buey
desmayado,
sino por un caballo que ve
pudrir sus crines,
y siente sus galopes debajo de
los cascos
pudrirse airadamente.
Limpiad el salivazo que lleva
en la mejilla,
y desencadenad el corazón del
mundo,
y detened las cárceles de las
voraces cárceles
donde el sol retrocede.
La libertad se pudre desplumada
en la lengua
de quienes son sus siervos más
que sus poseedores.
Romped esas cadenas, y las
otras que escucho
detrás de esos esclavos.
Esos que sólo buscan abandonar
su cárcel,
su rincón, su cadena, no la de
los demás,
Y en cuanto lo consiguen,
descienden pluma a pluma,
enmohecen, se arrastran.
Son los encadenados por siempre
desde siempre.
Ser libre es una cosa que sólo
un hombre sabe:
Sólo el hombre que advierto
dentro de esa mazmorra
como si yo estuviera.
Cierra las puertas, echa la
aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre: no le
atarás el alma.
Son muchas llaves, muchos
cerrojos, injusticias:
no le atarás el alma.
Cadenas, sí: cadenas de sangre
necesita.
Hierros venosos, cálidos,
sanguíneos eslabones,
nudos que no rechacen a los
nudos siguientes
humanamente atados.
Un hombre aguarda dentro de un
pozo sin remedio,
tenso, conmocionado, con la
oreja aplicada.
Porque un pueblo a gritado
¡libertad!, vuela el cielo.
Y las cárceles vuelan.
Miguel
Hernández
El hombre acecha, 1939
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