Recordamos a Francesc Pí y Margall, (Barcelona, 20 de abril de 1824 - Madrid, 29 de noviembre de 1901, Madrid), Ministro de Gobernación y Presidente de la Primera República española.
Cuando D. Francisco Pí y Margall fue a
posesionarse de la cartera de Gobernación, después de proclamada la República (1873),
era yo modesto empleado del Ministerio, donde permanecí hasta que D. Eduardo
Chao, elegido Ministro de Fomento, me llevó a su secretaría particular.
A pesar de su oriundez democrática, los
ministros todos que se habían sucedido en aquel departamento desde la
revolución de Septiembre eran personas amantes del confort y
de la buena mesa; y si alguna vez tenían que comer en el Ministerio, se servían
del restaurant de Hermann, establecido en la calle del
Caballero de Gracia, o de otro semejante en calidad.
Bastaba que el ministro dijese: -“Que me
sirvan aquí la comida”- para que el portero mayor se apresurara a enviar recado
a un restaurant de nota, encargando que la comida fuese de lo
bueno, pues iba a comérsela todo un excelentísimo señor ministro responsable.
Después, el mayor, sin regatear, satisfacía
el importe del cubierto con cargo al capítulo de imprevistos, y todo quedaba en
casa.
D. Francisco Pí tomó posesión de la cartera
por la tarde, y al hacerse cargo de los infinitos asuntos que tenía que
despachar, creyó oportuno permanecer en el Ministerio algunas horas seguidas.
Llamó, pues, al portero y le dijo:
-Que vayan a mi casa y digan a mi esposa
que no me espere a comer.
-Perfectamente- contestó el servidor
haciendo una profunda reverencia y girando sobre sus talones.
Media hora después el celoso funcionario
entraba en el despacho del ministro para preguntarle:
-Su excelencia ¿quiere que encargue la
comida?
-No- dijo Pi; y continuó trabajando.
Un poco más tarde, el portero se presentaba
otra vez en el despacho del ministro diciendo:
-Su excelencia ¿quiere comer?
-He dicho que no- contestaba Pi.
Y pasaron dos horas, al cabo de las cuales
el ministro llamó al portero.
-Mande usted que me traigan la comida-
le dijo.
-¿De casa de Hermann o de Los
dos Cisnes?
-De la fonda de Barcelona.
-¿Cómo?
-Sí; tome usted estas tres pesetas y que
digan al amo que la comida es para mí.
-¡Señor, estas cosas se pagan de gastos
imprevistos!...- replicó el portero.
-Pues yo tengo la costumbre de pagar lo
que como.
Y quieras que no, puso en manos del
portero las tres pesetas.
El caso se divulgó bien pronto por el
Ministerio, produciendo gran admiración y no pocos comentarios. La admiración
subió de punto al saber que el nuevo ministro había elegido secretario
particular suyo a Paco Sala, un mísero escribiente que prestaba sus servicios
en un negociado.
Hasta aquel entonces los ministros investían
con dicho cargo a personas de cierta importancia, y era cosa novísima la de
confiar la secretaría particular a un escribientillo humilde, por lo cual no
faltó funcionario de ideas elevadas, que dijera en tono de desprecio:
-¡Vaya un ministro! ¿Qué va usted a esperar
de un hombre que se hace servir cubiertos de tres pesetas y nombra secretario
particular a un oficial cuarto de administración.
Pí introdujo en el orden interior del Ministerio
reformas muy convenientes.
Cuando Chao le dijo que deseaba llevarme
a su lado, sin que por eso dejase de pertenecer a la secretaría de Gobernación,
donde figuraba yo como empleado de oposición, Pi se opuso diciendo:
-Yo no puedo consentir que un empleado
de esta casa preste sus servicios en ninguna otra.
-Es una costumbre establecida.
-Lo habrá sido, pero ya no lo es.
-¿De manera?...
-De manera que lo que usted debe hacer
es llevárselo a la plantilla de Fomento. Y así lo hizo Chao, en vista de que su
compañero y amigo se mostraba dispuesto a no permitir incorrecciones ni abusos;
pero a mí me ocasionó un grave perjuicio, puesto que al pasar a otro Ministerio
perdí mis derechos, adquiridos merced a unos exámenes.
El habilitado del Ministerio se presentó
cierto día en el despacho del jefe y le hizo entrega de una buena suma.
-¿Qué es esto?- preguntó Pi.
-La consignación del mes. .
-¡Qué consignación!
-La de gastos secretos. De ella puede
usted disponer a su antojo y sin dar cuenta de su inversión.
D. Francisco, sin replicar, cogió los billetes
y los guardó en el cajón de su mesa.
Al mes siguiente volvio a presentársele
el habilitado y a hacerle entrega de una suma igual que, como la otra, se
guardó D. Francisco en el cajón.
Mientras estuvo al frente del Ministerio
la escena se repitió todos los meses; pero llegó el día de la marcha, y D.
Francisco, llamando al habilitado, le hizo entrega de todo cuanto había
recibido hasta aquella fecha, diciéndole:
-Ahí tiene usted íntegra la consignación
de gastos secretos.
-¿Cómo?- exclamó el funcionario,
retrocediendo sorprendido. -¿No ha gastado usted nada?
-Ni una peseta.
-No importa; eso es de usted.
-¡Quiá! Esto es de la nación.
-Pero...
-No hay pero. Recoja usted esa suma y
déle de nuevo entrada en los libros de contabilidad. Y Pi se marchó a su casa
con las manos metidas en los bolsillos.
Dos meses más tarde el exministro de la
Gobernación se vio necesitado de recursos y buscó en su cartera un billete de
Banco de cuatro mil reales que creía poseer y que le había sido entregado por
un cliente en el Ministerio.
El billete no estaba allí; D. Francisco
lo buscó con afán, pero todo fue inútil. De pronto penetró en su memoria un
rayo de luz.
-Ya sé dónde está- se dijo. -Entre los
billetes que devolví al habilitado.
Y escribió a éste, diciéndole poco más o
menos:
“Mientras fui ministro, una persona a
quien defendí en un pleito me entregó en mi despacho un billete de cuatro mil
reales. El billete lo encerré en el cajón de la mesa donde guardaba los
correspondientes a la consignación de gastos secretos. Al hacer a usted
entrega de dicha suma, me olvidé de separar el que me pertenecía, y ahora se lo
reclamo, suponiendo que no sea victima de un error”.
El habilitado echó sus cuentas; hizo las
necesarias comprobaciones, y convencido de que era justa la reclamación,
devolvió a D. Francisco el billete.
Y se hizo cruces al ver que puedan existir
en el mundo personas como D. Francisco Pi y Margall.
Luis Taboada
"El Gran Titirimundi". Memorias y escritos autobiográficos de Luis Taboada.
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