Manuel Azaña reanudó su actividad
en la vida pública el 26 de mayo de 1935 con un acto político organizado por
las izquierdas en el campo de Mestalla en Valencia. El mitin tenía
carácter nacional y unas 60.000 personas acudieron desde distintos puntos de
España.
Valencia, 27
Para asistir al mitin del campo de
Mestalla, en cuyo, acto hizo uso de la palabra el ex presidente del Consejo,
don Manuel Azaña, llegaron a Valencia gran cantidad de forasteros procedentes
de toda España, asi cómo buen número de personalidades de los partidos
republicanos de izquierda.
Valencia presentaba, el sábado por la
noche, animadísimo aspecto.
El campo de Mestalla ofrecía en la
mañana del domingo imponente aspecto, apareciendo totalmente lleno.
Por ios alrededores del campo se
congregó gran gentío, que no pudo entrar en el recinto.
Comenzó el mitin haciendo uso de la
palabra el presidente del Comité Regional de Izquierda Republicana, don Juan
Peset, quien elogió al señor Azaña.
Al levantarse para hablar don Manuel
Azaña, el público, puesto en pie, le tributó una gran ovación, agitando
pañuelos y lanzando diversos vítores.
El señor Azaña comenzó diciendo:
«Vais a oír unas palabras de inspiración
republicana y eso es todo mi discurso: palabras que continúan las que hace
algún tiempo os dije aquí en Valencia, delantre de una asamblea popular, no
ciertamente tan numerosa, pero no menos fervorosa que la presente.
Hace ahora cuatro años, casi dia por
día, celebramos en Valencia una gran asamblea, un gran acto público, en plena
campaña electoral. Acababa de instaurarse la República; eran los tiempos del
entusiasmo, de la esperanza, de la alegría unánime. Todo el mundo se figuraba
que el porvenir consistiría en una senda de flores, y nadie sabia bien quién
era cada cual. No se podían contrastar los servicios ni las conductas Y en aquel
acto popular de Valencia, me encontré yo en compañía de otro republicano, que
de buen grado asumía en la historia política del ideal republicano una cierta
posición histórica. Ha pasado el tiempo. Todos hemos gobernado; todos hemos
estado o estamos en la oposición. Mientras estuve en el Gobierno, no perdí
nunca el hábito de comparecer normalmente delante de las grandes asambleas
populares, para tratar de explicarles el pensamiento que dirigía aquella
política.
No tuve que arrepentirme jamás do esta
comunicación frecuente con el pueblo; a pesar de lo que el ejercicio del Poder
llevaba consigo, de siempre, como lo más favorable para enfriar las relaciones
del que manda con el sentimiento popular; y ni una sola vez se alzó una voz en
aquellas asambleas públicas libremente congregadas que pudiera reprocharme ni
una deslealtad ni un deservicio a la República.
Y ahora estarnos aquí otra vez, pero
aquel republicano en cuya compañía vine yo a Valencia en el año 1931, no
está.
Y no está ni podría presentarse delante
de esté mismo auditorio.
No está, porque si el pueblo
republicano, enronquecido de cólera, le preguntase qué ha hecho de la
República, no podría contestar.
Ni a vosotros, republicanos de Valencia,
ni a mí, nos ha faltado nunca la inspiración republicana. Y hoy vengo a
corroborarla una vez más ante vosotros, después de un silencio quizás demasiado
largo para vuestra impaciencia».
Agrega que algunos pensarán que va a
prorrumpir en protestas e imprecaciones. Dice que no se espere tal cosa. Dedica
un recuerdo a Blasco Ibáñez y tiene palabras para la tradición republicana de
Valencia.
Sigue diciendo que en la asamblea
popular del año 1931 le fue ofrecido un puesto en la candidatura de diputados a
Cortes por Valencia, saliendo elegido.
Enumera a continuación cuáles fueron sus
trabajos en favor de los intereses de la región, dentro de una actitud neutral,
ya que no trató nunca de crearse una clientela electoral, actitud, dice, a la
cual se correspondió por algunos directores de la opinión republicana de
Valencia con una campaña difamadora.
Sigue diciendo que «hay que templar el
ánimo para la lucha, e ir a la reconquista de la República pero -añade- repetirlo
demasiado sobra, porque puede haceros creer o puede haceros hablar como si
nosotros estuviésemos colocados ya fuera de la República; y eso, no; todavía
hay República en España, todavía están vigentes nuestros derechos; se trata de
saber si sois o no capaces de rellenarlos con vuestra fuerza y vuestra energía.
Nosotros nos encontramos padeciendo, o
padeciendo la República, unos políticos que ostentan para gobernar un título
falso, porque procede de una mixtificación electoral del año 33, falsedad que
ha sido reconocida solemnemente al resolverse la crisis ministerial en el mes
de abril último; pero esta falsedad original se agrava, se agranda con la que
se va produciendo día tras día, en virtud del estado de la opinión
pública».
Se extiende en consideraciones acerca
del alcance que hay que dar a la futura contienda, y sigue diciendo:
«La política contra la que nosotros vamos
a combatir ostenta dos principios reguladores de su acción, y más que
reguladores, dos principios que pretenden ser su justificación.
Y conste que yo hablo sólo de lo que se
sabe, y no hago caso ninguno de lo que se dice, que no suele ser lo mismo, y no
estaría mal que los republicanos se acostumbraran también a no crear
fantasmas con lo que se dice, los cuales fantasmas no pueden servir más que
para sobrecogernos el ánimo o para crear entidades perniciosas para la
República. Delante de la razón, de la palabra clara, el fantasma huye. Los dos
principios reguladores de la política actual, tal como ellos los definen, son
estos: un ensanchamiento de la base de la República y una política de
conservación social, de pacificación y de defensa de la economía, que se supuso
maltratada por nosotros».
Refiriéndose al ensanchamiento de la
base de la República, dice que a los republicanos no podría parecerles mal el
intento si no hubiese nadie qué hostilizase al régimen en su fundamento. Agrega
que esa política de ensanchamiento no es nueva, ya que en materia política, la
imaginación no puede idear una táctica qué no haya sido ya ensayada. Habla del
carlismo, y dice que ahora se practica un monarquismo sin rey, casi carlista.
Temo -dice- que aquella política se reproduzca ahora, por lo que tendría de
dañoso para el país y para la República.
Habla de la pacificación social, y dice que el país no
está ahora más tranquilo que hace dos años. Se refiere a la persecución contra
las personas y entidades adversas al Gobierno, y dice que Cataluña padece las
consecuencias de esa persecución, habiéndosele arrebatado un régimen como si el
régimen hubiese incurrido en una infracción.
Estudia la situación de la economía española en la
época de su mandato y en la actualidad, para llegar a la conclusión de que la
peseta se halla hoy más baja que antes, y se pregunta en qué consiste la
defensa de la Economía y de la Hacienda que dicen que practican los gobernantes
actuales.
Pasa a enjuiciar la ley de arrendamientos rústicos,
afirmando qué es ruinosa para el pequeño agricultor.
Y sigue diciendo:
«Si el Gobierno está seguro de la mayoría del país,
debe convalidar su título a la gobernación de España con una ratificación del
cuerpo electoral.
Pero aquí -sigue diciendo- advertiréis un caso en qué
no se tiene interés alguno en tomar en cuenta la opinión del país, un caso en
que manifiestamente se tiende al exceso en la confianza sobre la paciencia y
fidelidad de los republicanos: el año 1933 los concejales de toda España
eligieron a los vocales del Tribunal de Garantías, según estaba previsto en
las leyes. Y porque muchos de éstos vocales del Tribunal dé Garantías eran
adversos a lo que representaban las Cortés Constituyentes, se tomó el casó como
un signo importantísimo del estado de opinión del país. Yo no me he parado
todavía a pensar con qué criterio fino se hizo el discernimiento de los valores
incluidos en aquel signo tan complejo, donde había, desde republicanos más o
menos históricos, hasta enemigos de la República, y cómo se distribuyó cada uno
la participación que le correspondía en el signo del estado de la opinión. Pero
esto ya no nos importa. Lo que digo ahora es ló siguiente: ¿Es qué durante el
año 1934 y después, hasta hoy, no ha ocurrido nada en España que, como signo
del estado de la opinión pública, valga por lo menos tanto como la elección de
los 15 vocales del Tribunal de Garantías? ¿Es que los movimientos populares
ocurridos no significan un estado de irritación de la opinión pública, el
desasosiego y la intranquildad española, dificultades terribles y
malestar? ¿Y por lo menos para enterarse a fondo de cuál es la opinión del
país, no se puede poner en parangón con aquél signo de los vocales del Tribunal
de Garantías? ¿Es que el hecho de que los gobiernos hayan tenido que mantenerse
con estados escepcionales, denota confianza del país en el Gobierno, o del
Gobierno en el país?
Pero no se quiere consultar a la opinión pública;
no se la quiere consultar ni siquiera en las elecciones municipales».
Recuerda por qué dimitió el último gobierno de las
constituyentes, afirmando que fué por no saber contestar si era el más indicado
para presidir unas elecciones municipales, y añade que después de tantos
gobiernos como se han venido sucediendo desde aquella fecha, aun no se han
celebrado tales elecciones.
Habla de la reforma de la Constitución, y después de
pedir claridad a este respecto, dice:
«La Constitución, tal como está redactada, es una ley
liberal y transigente. En el país -agrega- existen corrientes de opinión que en
sus propios términos son y serán por mucho tiempo irreconciliables. Los
sectores de opinión representados en el Parlamento deben ceder algo de sus
designios en beneficio de la común convivencia».
Habla de los que creyéndose republicanos no lo son, y
afirma que «a la falta de espíritu republicano es justo añadir, como causa
de graves males en la política actual, la incompetencia y la incapacidad. En
algunos problemas, os confieso que, posponiendo un poco mi espíritu político y
mi posición de partido, lamento a veces su ineptitud mas que su
derechismo.
Hemos llegado a términos -sigue diciendo- en que todos
sirven para todo. Y después de breves consideraciones, añade:
Este verano pasado, a vosotros, republicanos de
Valencia, os cupo la dudosa satisfacción de que en el personaje de vuestra
tierra recayese el honor de poner en práctica el sistema, y no hubo más que un
conflicto con el País Vasco, un conflicto con Cataluña, el innecesario y
disparatado escándalo propicio a crear una dificultad con Portugal, y este
hecho extraordinario: Qué después de que vuestro ilustre compatricio el señor
Saiiner, desde la Presidencia del Consejo de Ministros, embarcó, mediante los
servicios administrativos del Estado, con ninguna clandestinidad, un cargamento
de armas en el Turquesa, cayó en la cuenta de que eso pudiera ser un delito, y
por si es delito, se dispone a ser mi juez en el Tribunal de Garantías, como si
las armas las hubiera embarcado yo».
Señala cuál debe ser la finalidad del partido de
Izquierda Republicana, e invita a los que le escuchan a luchar con entusiasmo
en la próxima contienda electoral.
Pide la adhesión de todos sus correligionarios y
dice:
«Si yo puedo contar con vosotros, también vosotros
podéis contar conmigo. Quiero deciros que no os propondré jamás una empresa
desatinada, pero que nadie puede esperar de mí que yo aconseje nunca la menor
claudicación. Por ningún motivo, por ninguna consideración ni utilidad de
momento, ni de rendimiento a la realidad áspera de la vida política. No con
nuestra firmeza, con nuestra limpieza y tranparencia de diamante, o
desaparecer. Algunos me dicen amistosamente, en son de reproche, que ésto es
querer poner a los republicanos a prueba de bomba. Y yo digo: Pues sí, a prueba
de bomba. ¿Por qué no? Delante de nosotros se presenta una obra tremenda que
hacer. Seamos, por lo menos, iguales a nuestro destino, y tomemos en los brazos
él haz gigantesco de las voluntades republicanas para llevarlas al altar de la
patria, donde no nos importa qué nos esperé el sacrifiicio o la gloria...» (Los
aplausos impiden oír el final del párrafo.)
Se refiere a la unión dé los republicanos y dice que «los que quieran unirse con Izquierda Republicana tienen abiertas las filas del
partido. A los que no militen en nuestras filas -agrega-, también podemos
decirles que encontrarán nuestras manos abiertas para la coalición electoral».
Dice que el partido de Izquierda Republicana mantiene
conversaciones y trabajos con otras organizaciones afines para llevar a cabo la
redacción de un plan político, y explica la posición de dicho partido ante la
proyectada unión, añadiendo que se va a hacer una campaña de demostración moral
y numérica. Y agrega:
«Si vosotros creéis, o hay entre vosotros quién crea
que la política consiste, incluso por parte del ciudadano particular, en ir de
vez en cuando a un mitin a oír una voz que le sea más o menos simpática, y
después marcharse a su casa y no acordarse de la política hasta que haya otro
mitin resonante, o en su día depositar una papeleta en la urna; o ir al casino
republicano a estar en el unas horas, estáis en un error muy grande y hacéis un
daño terrible a vuestro propio pensamiento y a vuestro propio partido. No. En
primer lugar, de toda esta masa que aquí está reunida, muchos serán los que no
hayan cumplido la obligación de ir a engrosar el censo de los partidos republicanos.
Y yo supongo que cuando estáis aquí en circunstancias como ésta, no habréis
venido por una frivola curiosidad, sino que habéis venido a cultivar vuestras
ideas, a exaltar vuestro sentir y a encontraros en comunión con los otros
republicanos, que los hay de todas partes, con el mismo sentimiento y el mismo
ideal; es decir, que sois en el fondo unos militantes. Pues bien, ¿cuántos de
vosotros han dejado de cumplir con el deber de ir a engrosar con su presencia,
con sus cotizaciones, con su actividad, las filas de los partidos republicanos?
El que no lo haga no está cumpliendo debidamente su deber de ciudadano
republicano.
Estáis en el deber de consagrar a la vida política, no
la renuncia de vuestras actividades personales, sino una buena parte de vuestras
preocupaciones, de vuestro trabajo, incluso del resultado de vuestro propio
trabajo. Porque hay muchas gentes en España que con este sentido espectacular
de la vida que tienen muchos españoles, se imaginan que la política es un
espectáculo que tenemos que darle los militantes, y que ellos vienen a
contemplar, y si es de balde, mejor. Y ésto no puede ser, porque los partidos
son organismos vivos y necesitan nutrirse del esfuerzo de los demás y de las
aportaciones de sus afiliados, y el que no lo hace no cumple con su deber. En
suma: de vuestra responsabilidad y disciplina depende todo. Estad persuadidos
de que la salvación está en vosotros mismos; ninguno de nosotros os la vamos a
traer en el bolsillo, para daros una receta en virtud de la cual la República
se engrandezca, se restaure o entre por mejores caminos. La República es de los
republicanos. La hacen ellos, la habéis hecho ya una vez. ¿Es que el año 31 os
la regalaron? ¿Es que pedisteis permiso al ministro de la Gobernación para
proclamar la República? ¿No fue la suma de todas las voluntades republicanas la
que produjo aquella explosión que ahora nos parece milagrosa con la distancia?
¿Pues qué os impide, hoy, mañana, cuando sea, cuando se os convoque para una
demostración semejante, aun más fuerte y seguramente victoriosa? No echéis la
culpa a nadie, ni de nuestra perdición política, ni de las flaquezas de vuestra
organización. Toda la tenéis los republicanos; somos nosotros, vosotros que me
escucháis y nosotros, que tenemos una responsabilidad de dirección, los que no
sabremos manejar la nave si por fin no la llevamos a buen puerto. Pero esta
responsabilidad no pesa principalmente sobre nosotros, sino sobre toda la
inmensa masa del republicanismo español, que está en trancé de decidir su
posición, su porvenir y la del régimen amado. De esta manera, por éste
procedimiento que nosotros vamos a multiplicar por toda España, nadie podrá
dudar del estado de la opinión republicana, todo el mundo sabrá que somos la
mayoría en el país, y que no nos importa el Gobierno para demostrarlo; el
Gobierno nos importa por el daño que puede hacer, o por el rumbo erróneo que
pueda imprimir a la política republicana, pero no necesitamos del Gobierno para
existir como republicanos, ni para demostrarlo como masa en su dia, pidiendo
que se nos permita demostrar qué somos los más, y, por consiguiente, en un
régimen de democracia, los que tenemos títulos legales para gobernar la
República, que lo demás seria subversivo y atentatorio a los fundamentos del
régimen. Por ese procedimiento, estoy seguro, no de otro 12 de abril más o
menos dudoso y compartido entre las localidades de mayor o menor importancia,
sino de un triunfo nacional de los republicanos».
El señor Azaña terminó diciendo:
«Y laborando juntos con esta masa que ya se mueve en
España, llevaremos la bandera tricolor a clavarla tan honda y tan fuerte en el
Alcázar Nacional, que ningún vendaval pueda arrancar... » (El final del párrafo
fue ahogado por los aplausos del público, que tributó al señor Azaña una
prolongada ovación, prorrumpiendo en vítores.)
También fue aplaudido el señor Azaña en diversos
períodos de su discurso.
Terminado el discurso, el señor Azaña almorzó con su
esposa y las personas de la intimidad que habían asistido al acto.
El campo de deportes se fue desalojando con alguna
lentitud, y el acto se dio por terminado cerca de las tres de la tarde.
Poco después los excursionistas de otras provincias
iniciaron el regreso a los puntos de procedencia. A poco de haber empezado su
discurso el señor Azaña, empezó a llover. Los espectadores, unos se cubrieron
con paraguas y otros se pusieron periódicos sobre la cabeza, aguantando el
chaparrón. El señor Azaña calló un instante y consultó a los que tenia
alrededor sobre si en vista de la lluvia, continuaba o no, y el público, a
grandes voces, le requirió para que siguiese hablando. Los oyentes, a pesar del
chaparrón, no se movieron de su sitio.
La Vanguardia, martes 28 de marzo de 1935
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