María Torres / 4 Mayo 2015
Había perdido la guerra, huía de la muerte que le
seguía los talones. El miedo le precipitaba al vacio. Tal vez si conseguía
llegar a Portugal podría tomar un barco rumbo a América.
Un camión le deja a cuatro kilómetros de Aroche.
Atardece. Una vez en el pueblo merienda y compra unas alpargatas. Sobre
las nueve de la noche, solo y sin conocer el terreno, cruza la frontera por el
río Rivera de Chanza y camina hasta el pueblo de Santo Aleixo, donde vende el
traje azul marino e intenta malvender el reloj de oro regalo de bodas de
Vicente Aleixandre. Son las únicas posesiones materiales que llevaba consigo, a
excepción de los dos salvoconductos y un par de libros: La destrucción del amor y Quién
te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras. Con veinte
escudos en el bolsillo se interna hacía Moura, donde es detenido al ser
delatado ante la Policía salazarista de Fronteras por el joyero de Santo
Aleixo.
Era el domingo 30 de abril de
1939 y comenzaba para Miguel Hernández un horrible periplo
carcelario que solo finalizaría con la muerte. No existía salvación para él,
tan solo abandono, soledad y desamparo. Nunca recobró la libertad. («No hay cárcel para el hombre/ no podrán atarme,
no/Este mundo de cadenas me es pequeño y exterior/quién enseña una
sonrisa/quién amuralla una voz...»)
Cada miembro de la Guardinha que
participó en el arresto recibió cinco pesetas, un miserable estipendio que pagaba el Régimen de Franco por cada
republicano aprehendido en Portugal. Es posible que Miguel no fuera
consciente en su huída de la afinidad del régimen portugués con los sublevados.
El 3 de mayo es entregado a los Agentes del Cuerpo de
Investigación y Vigilancia de Rosal de la Frontera (Huelva). A las doce de la
mañana del día siguiente le someten al primer interrogatorio los agentes
Antonio Marquez y Rafael Córdoba. Diez horas de sufrimiento, diez horas de
tortura. En esas diez horas Miguel comprendió cual era la justicia franquista.
«Estrechado a preguntas ha
incurrido en muchas contradicciones; estaba muy nervioso y excitado… Por tanto
es de suponer que este individuo haya sido en la que fue zona roja por lo menos
uno de los muchos intelectualoides que exaltadamente han llevado a las masas a
cometer toda clase de desafueros si es que él mismo no se ha entregado a
ello».
Durante los días siguientes continua sometido a un
infierno de interrogatorios y torturas. Los repetidos golpes en la espalda y
los riñones le hacen orinar sangre y para aumentar su desgracia un tal Salinas,
propietario del Cine y la Banca Salinas de Callosa de Sarriá, que se encontraba
viviendo en Rosal, emite un informe más que desfavorable sobre él. Además, los
agentes policiales, que le creen natural de Alicante, esperan su confesión como
culpable de la muerte de Primo de Rivera.
La diligencia de comparecencia del detenido dice:
«COMPARENCIA:- En la villa de Rosal de
la Frontera, y siendo las doce horas del día cuatro de de Mayo de mil
novecientos treinta y nueve.- Año de la Victoria-, ante el Agente de Segunda
Clase del Cuerpo de Investigación y Vigilancia, Jefe de esta Plantilla y del
Agente Auxiliar Interino del mismo cuerpo, habilitado como Secretario para
practica de esta diligencia, Don Antonio Márquez Bueno y don Rafael Córdoba
Collado, respectivamente, se hace comparecer al detenido, en el Depósito
Municipal de esta villa a disposición del Iltm. Sr. Secretario de Orden Público
e Inspector de Fronteras, al que dice, ser y llamarse Miguel Hernández
Gilabert, de veintiocho años, casado en la que fue zona roja, de profesión
escritor, e hijo de Miguel y Concepción, natural, de Orihuela (Alicante) y con
domicilio en Cox (Alicante), últimamente a la calle Santa Teresa nº quince, el
que fue entregado a este Puesto Fronterizo, por la Policía Internacional
Portuguesa por haber pasado clandestinamente desprovisto de la documentación
necesaria a éste efecto.- De todo lo cual como Secretario habilitado
certifico ».
El 6 de mayo escribe a Josefina que se encuentra
viviendo en Cox con sus tres hermanas menores. En la carta asegura a su esposa
que se encuentra bien: «Ve
a mi casa y di a mi padre y a mi hermano que estoy detenido, que un día de
estos me llevan a Huelva desde este pueblo y que es preciso que me reclamen a
Orihuela… La detención ha obedecido a que pasaba a Portugal sin la
documentación necesaria… No es nada de importancia. No te preocupes, nena, me
tratan bien y a lo mejor desde Huelva paso a Orihuela antes que nuestros amigos
pudientes de ahí hayan hecho gestión alguna… ».
A las 12:30 del 9 de mayo de 1939 ingresa en la
Prisión Provincial de Huelva y dos días
después en la Prisión Provincial de Madrid, un antiguo geriátrico
de la fundación Fausta Elorz, convertido en la Cárcel de Torrijos, y se inicia
el sumario de la causa tramitada como sumarísimo de urgencia, y en cuya
indagatoria se indica que: «Que
no pertenece a ningún partido político, ni organización sindical, ni antes ni
después del Movimiento, pero que reconoce sus ideales antifascistas y
revolucionarios, no estando identificado con la Causa nacional, creyendo que el
Movimiento Nacional no puede hacer feliz a España…»
No hay comentarios:
Publicar un comentario