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1583. España, tierra de terror

Mi abuelo, Jay Allen, hablaba todo el tiempo. También lo leía todo. Cuando me regalaron un cachorro, me mandó un libro sobre adiestramiento de perros. Como todos los materiales escritos que me enviaba mi abuelo, estaba subrayado con un lápiz rojo. Destacaba pasajes a los que debía prestar especial atención. Eso me encantaba porque era como si mi abuelo estuviera hablando conmigo.

También me gustaba ver la tele con él. Lo que más me gustaba era ver la serie policiaca Perry Mason. Por supuesto, él se pasaba el rato hablando, y estoy segura de que nunca oí lo que decían los personajes de la serie. Lo que aprendí fue cómo trabajaba mi abuelo cuando era corresponsal en el extranjero. Me enseñó a observar a los personajes, sus expresiones faciales, los movimientos de sus manos, y a resolver un misterio. Mi abuelo también tenía una memoria increíble; recordaba detalles de conversaciones y lugares de hacía mucho tiempo.

Mi abuelo murió en la navidad de 1972. Nació en Seattle, Washington, en 1900. Mis recuerdos de mi abuelo son los recuerdos de una niña. Aun así, gracias a sus textos, cuidadosamente conservados por mi abuela Ruth, mis padres y yo seguimos teniendo relación con mi abuelo. Leyendo sus cartas, diarios y libros inacabados, he descubierto que amaba España y creía en la bondad y responsabilidad moral de la gente. Era extremadamente valiente y un amigo leal.

Su madre murió cuando era pequeño. No le gustaba hablar de su infancia. Cuando le pedía que me contara historias, me decía que tuvo una madrastra malvada. Decía que era tan mala que en su funeral se oyeron truenos y el sacerdote dijo: «Ya ha llegado».

Otra historia que contaba era que le compraba el calzado en la planta de saldos de la tienda, donde los zapatos desechados se echaban en una caja. La mejor historia era que encontró un bote con sus amigos, remaron hasta Alaska y estuvieron desaparecidos durante días. Cuando volvieron, lo único que su madrastra le dijo fue: «Sube y limpia tu cuarto».

Mi abuelo era un corresponsal en el extranjero que se preocupaba de estar bien informado y ser objetivo sobre los temas que cubría. Llegó a amar España, donde vivió entre 1930 y 1937. Mi padre, Jay Cooke Michael Allen, escribió en un artículo:

Conocí a hombres que lucharon para preservar la libertad de la República española. Eran hombres que vivían un ideal de democracia, libertad y oportunidad. Tenían una visión de una nueva España. Y luego España cayó y con ella sus sueños. Con los sueños también se destruyeron sus vidas. Yo era pequeño cuando se produjo esa guerra. Quizá entonces el recuerdo sea más fuerte. Mi mente estaba menos afectada. Vi la tragedia más claramente, así que la derrota era más vívida. Luego estaban aquellos que querían que Estados Unidos despertase a la amenaza del fascismo de Hitler. Amaban este país demasiado como para verlo traicionado por miedos sórdidos y ambiciones mezquinas. Creían que nuestras fronteras estaban en el Rin y nuestras esperanzas se hallaban tanto en París como en Milwaukee. Pero también cayeron. Los llamaban antifascistas prematuros.

Jay Cooke Allen, mi abuelo, era uno de esos hombres. Luchó en el bando correcto. Trabajó mucho tras la derrota de la República para ayudar a los refugiados españoles.

Mi abuelo fue un antifascista de primera hora. Gracias al estudio de la historia, a sus viajes por Europa y a su trabajo como corresponsal, pronto fue consciente de las actividades fascistas. Mi abuelo creía fervientemente en la democracia y por esa razón apoyó con firmeza al gobierno español democráticamente elegido. Vio el sufrimiento de los trabajadores españoles. A veces lo llamaron socialista o comunista, pero, a diferencia de los comunistas, nunca cambió de bando. A veces, en los años treinta, se asoció con los comunistas. Lo acusaron de ser un compañero de viaje. Su respuesta fue que, a veces, los comunistas eran sus compañeros de viaje. En esa época, los comunistas cambiaban constantemente sus posiciones, siguiendo las directrices del estalinismo. Mi abuelo creía en la justicia social, en una retribución justa por el trabajo y en el derecho a un gobierno electo. También era un amante marido, padre y abuelo. Lo recuerdo con gran orgullo.

Le encantaban los animales y tenía tres caniches. Una vez me pilló cuando le daba la corteza de mi tostada al nuestro y dijo: «En nuestra casa los perros comen el pan y nosotros la corteza». Siempre fue muy ocurrente. En la cena, señalaba algo en la ventana y te quitaba la comida más apetitosa de tu plato. Una vez estábamos paseando y había una señal de prohibido el paso. Se lo dije a mi abuelo y él contestó: «Las reglas están para romperse». Sin duda, esa actitud le dio el coraje necesario para arriesgar la vida, para informar de la masacre de Badajoz, entrevistar a Franco y pasar a la Francia ocupada por los nazis.

Solo una vez estuvo callado conmigo. Había una amenaza de bomba en la iglesia donde mi padre era párroco; vivíamos en la casa de al lado. Mi padre y la iglesia participaban en el movimiento por los derechos civiles. Yo insistí en que quería salir fuera a jugar y mi abuelo se quedó de pie delante de la puerta, mientras yo lloraba y gritaba. Entonces vi a mi abuelo de una forma muy distinta. El hombre que se quedó de pie en silencio mientras los nazis lo interrogaban. Cuando vi que no iba a llegar a ninguna parte, me enfadé tanto que me abalancé para pegarle. Él me abrazó. Nunca me reprochó mi mal comportamiento. Solo me dio un abrazo. Era un hombre con mucho amor, que había recibido muy poco de niño. Mi abuela lo quería inmensamente y estaba muy orgullosa de su trabajo. Después de su muerte, intentó publicar su libro inacabado sobre su experiencia en las prisiones de Chalon y Dijon en 1941; no lo consiguió. Para la familia es una gran alegría que sus artículos vuelvan a publicarse.

El tiempo ha demostrado que mi abuelo estaba en el lado bueno de la historia y por eso me siento inmensamente orgullosa. Trabajó para proteger la democracia en España. Su conocimiento de la historia lo hizo consciente de que España era un campo de pruebas para Hitler, no solo en el terreno de las armas sino también de la propaganda.

Al volver a publicar estos artículos, otra generación puede descubrir que hubo gente que se esforzó en ayudar a España e intentó, con gran resistencia y perseverancia, poner fin a las políticas de no intervención de los gobiernos de Gran Bretaña y Estados Unidos. Jay Allen, mi abuelo, fue uno de ellos.


Sarah Allen Wilson
Prologo del libro España, tierra de terror









2 comentarios:

  1. Con solo el contenido de este prólogo dan ganas de empezar ya con el libro. Gracias.

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  2. Lo mismo digo Gerardo. Ya tengo la trilogía de Eduardo de Guzmán y el de Carlota O'neill...el siguiente es este

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