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1595. Lorca, hoy

Resulta difícil hablar hoy de Lorca. ¡Se ha escrito ya tanto de su obra! Aún más difícil es hablar de Lorca a extranjeros cuando se es español, porque el extranjero de cultura media ha convertido a Lorca en un mito. Los estudiosos de la literatura saben a qué atenerse, pero se hallan igualmente impotentes ante la fuerza del mito lorquiano. ¿Cuál es éste? En pocas palabras: Federico García Lorca es una cumbre -un gran poeta de todos los tiempos- en un desierto -la literatura española del presente siglo-. España tuvo a Cervantes, a Calderón... y a Lorca. Fuera de España, el hombre de la calle apenas reconoce unos pocos nombres más de nuestra realidad literaria y no les atribuye, cuando lo hace, categoría similar a la de los citados. Y cuando la reduce a nuestro siglo, la literatura española se salva para él porque puede vanagloriarse de un poeta y dramaturgo de primer orden.

Debo decir sin dilación que admiro a Lorca como a un poeta y dramaturgo de primer orden. Cualquier homenaje a su figura contará siempre con mi adhesión calurosa. Con mi gratitud de español también, pues gracias a la fama mundial de su obra nuestro planeta comprueba que mi país puede dar grandes escritores. Pero, de hecho, el planeta ignora que los ha dado, pues la obra de otros no transitó por él con resonancia y en la proporción conseguidas por la de Lorca; y, por consiguiente, el mundo conoce mal a Lorca. Aunque sea genial, a un escritor no se le conoce y aprecia bien cuando se le ve como una cumbre en un hipotético yermo, sino cuando se advierte la cordillera de montañas en que se encuentra insertado. Si no recuerdo mal, en un número de «Sipario» dedicado al actual teatro español María Luisa d'Amico formulaba esta pregunta: «¿Después de Lorca, qué» La pregunta podría completarse para el hombre medio con estas otras: ¿Antes de Lorca y cuando Lorca, qué? Pues el fenómeno -singularísimo, pero no absurdo, no surgido por generación espontánea- de la excepcional obra lorquiana mal puede entenderse si se ignoran, por ejemplo, las analogías y diferencias de su teatro con el de esa otra montaña que fue Valle-Inclán, a quien sin embargo se conoce poco en el mundo; o las analogías y diferencias de su poesía con la de Alberti, otro enorme poeta de su generación que hoy vive en Roma.

Con lo antedicho no se insinúa que el mito lorquiano sea falaz; gran parte de verdad encierra todo mito perdurable. El creador del Romancero gitano y de Poeta en Nueva York merece su mito; quede aparte la cuestión, compleja y oscura aunque otra cosa se crea, de por qué otros grandes escritores hispanos que también lo merecían no alcanzaron mítica universalidad.

Pero yo soy autor de teatro y es del dramaturgo, más que del poeta, de quien me cumple hablar, aunque ambas condiciones formen indivisible unidad en la dramaturgia lorquiana.

Al teatro de Lorca no le han faltado detractores. Siempre he pensado que quienes lo discutían, en ocasiones con argumentos de aparente solidez, no estaban a la altura de la obra que enjuiciaban. También ha tenido imitadores, y éstos tampoco le favorecen; el imitador trueca las formas cambiantes en forma fija y paraliza lo que se debe seguir moviendo. Ni imitador ni detractor, ante la cuestión de si debe considerarse a Lorca como un maestro del teatro respondo que sí: como a uno de los más grandes. No voy a detenerme en la fuerza y belleza de su lenguaje dramático, de sus personajes, de sus atmósferas; me limitaré a esbozar las dos principales razones que, a mi ver, determinan el permanente magisterio del teatro de Lorca.

1.ª En medio de la inacabada discusión acerca de la posibilidad de la tragedia moderna, Lorca realiza grandes tragedias modernas. Hoy no es el único, pero cuando las escribió la realidad trágica era bastante insólita en la escena y Lorca resulta un adelantado. Él y otros pocos advirtieron con clarividencia lo que después hemos visto todos: que nuestro tiempo, por ser trágico, necesita expresarse en la tragedia. La plenitud expresiva, la armonía entre forma y contenido, se encuentran muy pocas veces tan logradas, antes o después de él, en otros autores. Ello se discutió, no obstante, y aún se discute. Se dijo, por ejemplo, que los fragmentos poemáticos insertos en sus obras eran recursos de poeta que domina mal los secretos del oficio escénico, cuando su necesidad es tan profunda como la del antiguo coro griego. Se ha usado de criterios burgueses -aunque a veces, paradójicamente, se autoproclamasen antiburgueses- para juzgar un teatro poético que respiraba con el aliento de Sófocles. Todavía se lee, aquí o allá, que la reducción a uno solo de esos fragmentos poemáticos en La casa de Bernarda Alba, obra a la que se suele considerar como la más granada entre las suyas, denota un progreso, cuando no es sino una variante igualmente válida: otra variante de lo trágico. Difícil es la plenitud trágica en la escena; larga vigencia obtiene cuando se logra. Quienes consideran periclitado el teatro lorquiano morirán antes que él.

2.ª El poeta revela en su teatro la sutileza y hondura de los sentimientos primarios. Esto es admirable; esto distingue a un maestro auténtico. Su poesía no ignora los morbos que acechan al hombre, los «amores oscuros» que a veces le singularizan y degradan; pero, en su teatro, se asoma, mucho más que a cualquiera otro, al pozo de los amores y odios normales, de los celos, de las habituales frustraciones humanas, del tiempo que todo se lo lleva... A lo primario, que no es superficial sino igualmente profundo y alucinante en manos de un gran poeta. ¡Que no se hable de concesión, de miedo al público! Eso se queda para los comediógrafos chirles. En los grandes autores como Lorca la devoción por lo primario es, potencialmente, la sintonización con todos los hombres. Valle-Inclán llamaba mirada shakespeariana a ese entendimiento del teatro; el autor mira a los personajes -decía- desde su misma altura, o sea «en pie». Y, no obstante diputar a esa mirada como «la mejor», oponía a ella la mirada sarcástica de sus «Esperpentos»; la mirada de demiurgo que ve a los hombres, como ridículas marionetas, «desde el aire». Valle-Inclán creó obras teatrales tan grandes al menos como las de Lorca, pero quizá porque la mirada «en pie» se deslizó en ellas más de lo que la teoría del «esperpento» consintiera. A quienes hoy predican esa forma de teatro satírico por creerla más revulsiva y desdeñan a Lorca como a un estetizante sentimental, no vendrá mal recordarles el implacable magisterio, incluso para la revulsión, que puede entrañar una mirada shakespeariana.


Antonio Buero Vallejo
Obra completa. Tomo II: Poesía narrativa ensayos y artículos












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