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1587. Mi abuelo Gregorio

Gregorio Camacho, Capitán de la Legión, junto a su hija y esposa durante la guerra española
(Fotografía cedida por su nieta, Belén Díez)


Estamos tristemente acostumbrados a oír la voz de los nietos y los biznietos de los represaliados del franquismo, a escuchar su justa repulsa, a que se nos encoja el alma al saber que muchos abonan aún la tierra de cunetas y fosas sin descubrir. Hacemos nuestra su pena, su rabia, su clamor de justicia, su búsqueda de la verdad, que convertimos en militancia.


Pocas veces nos hemos enfrentado a un testimonio como el que nos ha hecho llegar Belén Díez, nieta de Gregorio Camacho, Capitán de la Legión, fallecido en acto de servicio en el frente de Jaén unos meses antes de finalizar la Guerra.


Belén nunca pudo conocer a su abuelo, que fue enterrado con todos los honores en el cementerio de Badajoz. Hace unos años intentó localizar su tumba, pero el destino quiso que se tropezará con el espacio dedicado a la memoria de los represaliados republicanos en el cementerio viejo.



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Mi abuela materna conoció a mi abuelo Gregorio cuando aún era demasiado joven para poder bailar con él en las reuniones que celebraban las gentes acomodadas de Melilla en los años 30 del pasado siglo. A pesar de las reticencias del padre de su amada, una importante autoridad civil, mi abuelo Gregorio, militar de carrera, logró vencer las dificultades y contrajeron matrimonio en Alicante cuando ella acababa de cumplir 19 años en una ceremonia a la que acudió lo más selecto de la burguesía local. En 1935 nació la única hija de esta unión, mi madre. La guerra civil dinamitó la felicidad de la pareja y mi abuelo partió hacia el norte como oficial del ejercito sublevado. Mi abuela y mi tía-abuela lograron salir de Alicante a bordo de un barco ruso para llegar a Francia y poder seguir a sus esposos conforme se desplazaba el frente. Unos meses antes del final de la contienda, mi abuelo fue herido de gravedad mientras su unidad trataba de tomar una localidad en el frente de Jaen. Murió antes de que mi abuela llegara tras recibir el aviso urgente de su ayudante de campo, dejándola viuda a los 23 años con una niña de apenas tres.

Él fue enterrado con todos los honores en su Badajoz natal, la prensa publicó una reseña destacando su heroica actuación para conquistar la plaza al frente de sus hombres y mi abuela disfrutó de una posición acomodada, protegida por su familia, condecorada como “viuda de guerra”, compensada con la correspondiente pensión de viudedad y reconocida socialmente por su sacrificio por la “Nueva España”. Mi madre pudo estudiar en un prestigioso colegio religioso y creció entre algodones.

Hace unos años visité Badajoz y quise encontrar la tumba del abuelo que murió en la guerra y del que tanto oí hablar. Todo el que lo conoció me contó que había sido un hombre justo y bueno y mi abuela lo recordó con devoción hasta el final de sus días. Al llegar al camposanto, introduje su nombre, Gregorio Camacho,  en un ordenador habilitado a tal efecto y sin más dificultades obtuve una referencia. Sin embargo, al intentar localizar el lugar exacto de su enterramiento en la parte antigua del cementerio, las coordenadas eran confusas, las lápidas estaban deterioradas y cubiertas de maleza y no logré ubicarla. En mi recorrido me topé con una pequeña plaza dedicada al recuerdo de los que no tuvieron la fortuna de recibir sepultura digna.

Proseguí mi búsqueda sin resultado y, repentinamente, renuncié a encontrar la tumba de mi abuelo. Dirigí mis pasos a la placita, deposité un ramo de flores silvestres y allí recé, sintiendo un enorme dolor por los nietos que nunca podrían localizar el lugar de enterramiento de unos abuelos tan buenos y justos como el mío. Antes de marchar, me inundó una gran paz al hacerme solidaria con todos ellos, aunque fuera con un pequeño gesto.

Estoy convencida de que no podría vivir si mi abuelo yaciera tirado en una cuneta como tantos otros y no descansaría hasta localizar sus restos y darles digna sepultura, por lo que la lucha de los hijos, nietos y bisnietos que se encuentran en esa situación es también la mía y deseo hacer mía su congoja. Quiero pensar que a mi abuelo Gregorio tampoco le gustaría saberse enterrado como es debido mientras tantos paisanos suyos se encuentran amontonados en las cunetas de su tierra, al otro lado de la tapia del cementerio de Badajoz.


Que el nombre de todos esos abuelos no se borre de la Historia y no descansemos hasta que reposen conforme a su dignidad humana.



Belén Díez












5 comentarios:

  1. Extraordinario texto
    Me ha llenado la mente y el cuerpo

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  2. Y a mí, qué hermoso gesto y qué gran corazón el tuyo, Belén.

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  3. Tan digna paz, sra Díez nunca debió ser interrumpida por el fratricidio del 36-39...ni tantos otros de siglos previos..Pero hace ud. bien en reconciliarnos con todos nuestros muertos.Salud y suerte para todos, ahora que tanta falta nos hace.
    Serví a nuestro país como médico, en la Legión y puedo asegurar que aprendí numerosas cosas. Una sobre todas..."los novios de la muerte" en su mayoría, eran novios de la vida, seguramente igual que los milicianos de antaño..

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